Como su mismo nombre indica, el autoconcepto es literalmente el concepto que tenemos de nosotros mismos. Es decir, en qué términos nos definimos, qué características consideramos que nos definen, qué idea tenemos de lo que somos o de quiénes somos. El autoconcepto tiene que ver, por tanto, con la identidad, es decir, quién creo yo que soy y qué creo yo que soy, aunque no es exactamente lo mismo, ya que la identidad incluye otras dimensiones de la persona.
Autoconcepto y autoestima
Ambos forman parte de nuestra identidad y están muy vinculados entre sí. En términos muy coloquiales podríamos decir que la autoestima es la valoración positiva o negativa que hacemos de las características incluidas en el autoconcepto. En este sentido, la autoestima es el resultado del juicio que hacemos sobre qué nos gusta y qué no nos gusta de nosotros mismos en cada una de las facetas que nos definen, por ejemplo la faceta profesional.
No obstante, en realidad la autoestima es algo más complejo -psicológicamente hablando- de lo que normalmente en el lenguaje de la calle se reduce a “quererse o no quererse a uno mismo”.
Qué creemos que merecemos
En realidad, hablando estrictamente, la autoestima es la percepción que una persona tiene de merecer ser querida o no. Donde dice “querida” no hay que entender solo en un sentido “romántico”, sino con un significado más extenso: la percepción que una persona tiene de merecer ser valorada, validada, reconocida, cuidada, integrada, aceptada, etc.
Por ejemplo, si tengo un autoconcepto y una autoestima positivos y elevados, creeré que merezco un reconocimiento o una mejora de mis condiciones laborales y me sentiré legitimado y capacitado para solicitarlo. De lo contrario, tenderé más al conformismo o no entenderé por qué se valora tan positivamente mi trabajo.
Otra manera de explicar esto mismo sería la expectativa que tenemos de que los demás vayan a querernos: si yo creo que soy valioso, es decir, si mi autoestima es razonablemente alta, creeré que los demás van a considerarme de la misma manera y eso me permite ir por la vida con seguridad, confianza y positividad.
Imagina qué importante es esto cuando vamos a una entrevista de trabajo, o cuando realizamos nuestra evaluación de desempeño junto a nuestro manager. En esos momentos confiamos en nuestras habilidades profesionales (las normalmente conocidas como hard skills y soft skills) y también nos servimos de nuestras habilidades sociales para ejecutar con éxito esos retos laborales.
Aspectos no tan separados
Aunque aquí los estamos separando para poder analizarlos con mayor claridad, en la realidad de nuestro mundo interno, autoestima y autoconcepto existen a la vez. Al separarlos, podemos observar áreas de cada uno de estos dos autorreferentes que están muy diferenciadas.
Por ejemplo, si yo digo “Trabajo como Project Manager en una multinacional” estoy hablando claramente de una característica de mi autoconcepto, sin entrar a valorarla: tener ese puesto es un hecho objetivo, que me define, independientemente de si eso me gusta más o menos. Sin embargo, si digo “Soy un profesional muy solvente” en realidad estoy hablando tanto de autoconcepto como de autoestima, ya que ser un profesional muy solvente es algo que yo considero que me define (autoconcepto) pero incluye una valoración, un juicio, en este caso positivo (autoestima).
Como habrás adivinado, aquellas personas que padecen el llamado síndrome del impostor no andan en su mejor momento de autoestima profesional y probablemente necesiten algún tipo de ayuda, por ejemplo junto a un psicólogo experto en bienestar laboral. Eso les puede ayudar a tener una visión más rigurosa y ecuánime de sí mismos como profesionales, o bien ponerles en camino hacia algún tipo de entrenamiento de sus competencias que les libre de esa desagradable sensación de impostura en el trabajo.
Por otro lado, también pueden darse paradojas. Yo puedo decir “No desempeño mi trabajo especialmente bien, pero no pasa nada, eso no me hace sentir mal, no me hace sufrir ni tampoco genero graves problemas a otros”. Es decir, que no siempre una valoración negativa sobre una característica que nos define implica necesariamente una mala autoestima respecto a ese tema o un enorme reto respecto a nuestro desarrollo personal.
Autoconcepto rico, autoconcepto pobre
A menudo se habla de personas con un gran “mundo interior”, polifacéticas o complejas. En el extremo contrario encontramos personas con un autoconcepto pobre, bien sea porque tienen poca capacidad de introspección y reflexión sobre sí mismas, por rigidez, por bajo nivel cultural, o porque son lo que en el lenguaje de la calle se llama “simples” o “planas”, cuestiones todas ellas enormemente relativas, por otro lado.
Imagina que haces una lista sobre aquellas características que te definen, es decir, que indican algo de lo que eres o de quién eres. Si la lista tiene, por decir algo, 4 elementos en lugar de 40, parece que ese autoconcepto no es muy amplio. Por otro lado, si la lista tiene 40 características pero que solo hablan de una o dos facetas (por ejemplo, el aspecto físico, o la profesión) tampoco parece un autoconcepto muy rico.
En ambos casos quizá sería interesante aguzar un poco más la mirada sobre nosotros mismos, ser más observadores, para poder detectar más características, reconocer a la persona compleja que somos y no reducirla a cuatro cosas o a las cuatro cosas de nosotros mismos que nos han enseñado que somos, que hemos aprendido que somos y que vamos repitiendo una y otra vez como si fueran la única verdad que nos define.
Además, conviene hacerlo porque si tienes un autoconcepto pobre pero bien valorado puede que no ocurra nada, pero si hay pocas cosas que te definen y encima les das poco valor, o los demás empiezan a darles poco valor, entonces seguramente te vendrás abajo, porque has puesto todos los huevos de tu autoestima en la misma cesta y la cesta se ha roto.
Por ejemplo: si yo solo me defino en términos profesionales eso puede funcionarme mientras yo trabaje y siempre que tenga una buena consideración de mí mismo como trabajador, o la tengan los demás, pero el día que me jubile voy a “desaparecer”, voy a dejar de ser alguien valioso y eso puede resultar desolador. Lo mismo ocurre si solo me considero a mí mismo en términos físicos: ¿qué pasa si eso no se valora bien?, ¿qué pasa si por alguna razón empiezo a perder mi éxito como persona físicamente atractiva y deseable? Que “todo yo” estoy mal, desaparezco, pero por una visión distorsionadamente simplista de la persona que soy.
La mirada constructiva del otro
¿Conformamos el autoconcepto a través de lo que piensan los demás de nosotros? Naturalmente. Nuestra identidad -que incluye tanto al autoconcepto como a la autoestima- parte de lo que, desde bebés y en adelante, quienes nos rodean nos dicen que somos. Eres un hombre, eres española, eres guapo, eres malo, eres una buena amiga, eres un trabajador eficiente, no vales para el deporte, eres mi hijo, eres el mayor, serás importante, irás a la universidad, etc.
Más tarde ese “edificio” se va enriqueciendo con el resto de experiencias de la vida y con cómo cada cual vamos elaborando todas esas influencias: nos alimentamos de lo que viene de fuera pero lo elaboramos con nuestras herramientas particulares, tenemos una voz muy importante en la configuración de nuestro autoconcepto, por supuesto.
En definitiva, para llegar a una conclusión sobre quiénes somos, también en el ámbito laboral, nos influye muchísimo lo que nuestras familias, amigos, profesores, parejas, compañeros de trabajo nos dicen que somos.
Siempre iguales… pero no tanto
A veces puede haber un gran consenso respecto a quiénes somos a través del tiempo o entre diferentes personas de nuestro entorno. Otras veces las diferentes personas de nuestra vida tienen diferentes ideas de quiénes somos o cómo somos y nos las transmiten. Es normal y deseable que existan esas controversias, ya que no sería saludable que todos nos dijeran que somos horribles y no contáramos con ninguna opinión externa alternativa, pero tampoco lo sería que todos nos dijeran que somos maravillosos.
El caso es que nunca somos exactamente “la misma persona” con todo el mundo, tenemos diferentes roles en nuestra vida y también vamos modificando nuestro comportamiento y, de ahí, también nuestro autoconcepto.
Es importante tener en cuenta que hay parte del autoconcepto -o de la identidad, si se prefiere- que cambia con el tiempo mientras que otra permanece estable a lo largo de la vida. Si aplicamos esto a nuestra faceta profesional, podemos decir que alguien que estudió Derecho siempre será alguien que estudió Derecho y nada va a cambiar eso, mientras que la persona que fue profesor durante treinta años ahora ya no lo es, sino que es un jubilado, por ejemplo. Unas facetas cambian mientras que otras permanecen total o relativamente estables a lo largo del tiempo.
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