No es que esté muy bien visto pero, ¿alguna vez has pensado «Mi familia me cae mal»? Te aseguro que no serías la primera ni la última persona que llega a esa conclusión y que el problema no es que tu familia te caiga mal sino no llegar a entender por qué te sucede y cómo manejarlo.
Madre no hay más que una y padre, por qué no decirlo, también. También está la cuestión del honor: honrarás a tu padre y a tu madre y, en premio, quien a su padre y a su madre se parece, honra merece. Sin embargo, todos sabemos que, a la hora de la verdad, lo que hace el cariño es el roce y no el código genético. En otras palabras, que el parentesco legal y el sanguíneo tienen bastante que ver con el haber convivido, el haber sido cuidados, llevarse bien e, incluso, con el quererse… pero no lo garantizan.
Lejos de eso, lo que da el afecto es otra cosa. ¿El qué? Mira a tu alrededor, observa a la gente a la que quieres y a la que te incomoda y saca tus propias conclusiones sobre cómo la consanguinidad ha influido para bien y para mal en la forja de tus vínculos.
A lo largo de la historia, las costumbres, los códigos morales y el no cuestionarse las cosas han llevado a muchas personas a asumir que hay que querer obligatoriamente a aquellos que son familia nuestra, especialmente la más cercana: padres, hermanos e hijos. De ahí que cuando alguien dice «Mi familia me cae mal» se considere ese sentimiento como inadecuado o, incluso, como un imposible: damos por hecho que nuestros familiares más próximos son las personas a las que más tenemos que querer, solo porque son nuestra familia. La sola sensación de que ese amor flaquea o no existe es percibida como una anomalía, un tabú, un signo de que algo va mal.
“Mi madre no me cae bien” equivale a una aberración. “Si mi hermano y yo no fuéramos hermanos jamás habríamos cruzado una palabra” equivale poco menos que a violencia entre hermanos. “Mi hijo mayor me encanta pero al pequeño, que Dios me perdone, lo siento como a un extraterrestre”, te convierte en la peor persona del mundo. Con mayor o menos gravedad, estas frases son ejemplos de cómo a veces no tenemos más remedio que decir «Mi familia me cae mal».
Llegar a esta conclusión es experimentado como algo muy transgresor. Porque todos los padres quieren a sus hijos, dice la creencia popular. Igual que todos los hijos quieren a sus padres. ¿Fulanito y Menganito se llevan bien, se aprecian? ¡Son como hermanos! Porque la fraternidad es sinónimo de cercanía, afinidad y amor indestructible. Ser como hermanos equivale a adorarse.
Si al leer esto estás asintiendo puede deberse a dos cosas. Una, que tienes la creencia popular muy asumida: el parentesco asegura el cariño. Dos, que tienes unos parientes estupendos y fáciles de querer. En ese caso, nuestra más sincera enhorabuena, ya que eso es una gran suerte.
En cambio, si al leer esto coincides en que la que asimila obligatoriamente parentesco y afecto es una de las grandes mentiras de la humanidad entonces estamos de acuerdo contigo.
Puede que sea doloroso admitirlo, no es fácil decir delante de alguien «Mi familia me cae mal» o alguna frase por el estilo. De hecho, las sesiones de psicoterapia están llenas de temas que tienen que ver con hijos que no han sido queridos, padres que no saben querer a sus hijos, hermanos que han tenido que hacer de padres y nietos que más que nietos, han sido hijos. La humanidad está repleta de parentescos fallidos, de relaciones familiares fracasadas o, en el peor de los casos, maltratadoras. Porque, aunque afortunadamente la mayoría de las familias funcionan (más o menos), muchas veces faltan las condiciones que dan lugar al cariño mutuo.
Muchas personas viven esto desde el desconcierto, tanto si son ellas quienes descubren que no quieren tanto como deberían a ciertos parientes como cuando perciben que ciertos parientes no las quieren a ellas como se supone que sería lo adecuado.
“No entiendo por qué mi hijo no quiere venir más a vernos”, “No entiendo por qué mi hermano no participa más de las reuniones familiares”, “No entiendo por qué cada vez que veo a mis padres me enfado”… Puede haber miles de explicaciones para que un hijo, un padre, un hermano o una cuñada se alejen, se muestren incómodos o respondan de malas maneras a las interacciones familiares. Muy a menudo lo que ocurre es una falta de interés, o de afinidad, una incapacidad para disfrutar en compañía de algunas personas en concreto. Es decir, una familia que me cae mal, de la manera que sea, en el grado que sea.
No es por maldad ni por ser un hijo, un padre o un hermano desnaturalizado. Es porque ser familia no hace que milagrosamente nos llevemos bien, nos queramos, disfrutemos de compartir actividades y nos muramos de ganas por pasar tiempo juntos.
Lo que hace que queramos estar cerca es, precisamente, ser personas con las que apetezca estar, que tratemos bien y seamos bien tratados, respetados y motivados. Nadie debería extrañarse de que alguien a quien juzgamos, a quien nunca hemos cuidado, a quien hablamos mal, con quien no compartimos ninguna opinión o afición, no tenga mucho interés en estar con nosotros ni se muestre muy afectuoso, por mucho que compartamos apellidos y nos parezcamos como gotas de agua. Lo sorprendente sería que fuéramos uña y carne.
No es posible resumir en pocas líneas qué es lo que hace que las relaciones familiares fracasen o tengan éxito. Existen muchas causas detrás de la frase «Mi familia me cae mal». De hecho, cuando el fracaso es intenso, lo más conveniente suele ser abordarlo en un contexto profesional con la compañía de un psicólogo que nos ayude a comprenderlo e integrarlo en nuestra vida.
Mientras tanto, para que nuestras relaciones sean más honestas y, en la medida de lo posible, puedan enderezarse, hay tres cosas que cualquier persona puede tener en cuenta y que valen tanto para relacionarnos con nuestros parientes como con cualquier otra persona de nuestro círculo social:
1. Si quieres que la gente te vaya a ver tienes que ser alguien a quien apetezca ir a ver: simpático, agradable y acogedor a tu manera y según tu estilo personal. A nadie le apetece pasar tiempo con alguien permanentemente gruñón, cascarrabias o agresivo. Si eres así, acabarás siendo el motivo para que alguno de tus parientes diga «Mi familia me cae mal».
2. Pon afecto en las relaciones, interésate por el otro pero de manera auténtica: interesarse no es inmiscuirse ni juzgar, sino mostrar interés por lo que le ocurre al otro y dejarle ser quien es. Sé generoso, cuida las relaciones, toma la iniciativa, paga con cariño el cariño que recibes. Eso suele caer bien.
3. Compórtate con autenticidad. Las brechas en las relaciones duelen, sobre todo en aquellas que se supone que son importantes. Sin embargo, no podemos fingir el cariño ni podemos forzar el interés de alguien hacia nosotros. Si mi familia me cae mal, eso es algo muy difícil de disimular. Vale más asumirlo y encontrar un espacio interpersonal adecuado, en el que sí funcionemos y sí nos llevemos bien -aunque no seamos parientes amantísimos- que intentar jugar a la familia feliz o tensar las relaciones para compensar una afinidad que no existe.
Se trata de tres recomendaciones muy generales pero, como decíamos más arriba, a veces no bastan para reparar las heridas de nuestras relaciones o los conflictos que nos impiden relacionarnos con normalidad con nuestra familia. Si es tu caso siempre tienes la posibilidad de tratarlo con un psicólogo para poder averiguar las causas, expresarte en una relación no conflictiva y aprender habilidades para seguir adelante de una manera más saludable. Contacta con nosotros hoy mismo e intentémoslo. Estamos aquí para ayudarte.