Cuando acaba una legislatura se reflexiona hasta la extenuación sobre qué lleva a los votantes a meter una papeleta u otra en el sobre, es decir, cómo decidir a quién votar en unas elecciones y qué fenómenos psicológicos se producen para tomar ese tipo de decisiones.
Todos los candidatos cuentan con un núcleo duro de irreductibles que van a votarles pase lo que pase y que no se plantean si optar por ellos o no: su decisión sobre a quién votar en las elecciones ya está tomada y solo resta ejecutarla. Mientras tanto, otra gran parte de sus electorados se decidirá finalmente por cualquiera de ellos tras realizar un proceso cognitivo y emocional mucho más elaborado.
Esto no ocurre solo con la papeleta electoral: lo que cuenta para decidir al candidato que queremos que nos gobierne cuenta, prácticamente, para cualquier decisión consciente que tomemos durante nuestra vida. Por muy solemne o insignificante que sean esas decisiones.
La cuestión es: ¿cómo lo hacemos para pulsar el botón blanco en lugar del amarillo? ¿Siempre tenemos en cuenta los mismos parámetros? Veámoslo con un poco más detalle.
4 maneras de decidir a quién votar en las elecciones
1. La decisión impulsiva
Cuando no disponemos de mucho tiempo o paciencia para decidir qué opción es más conveniente a nuestras necesidades e intereses es más probable que nos cueste controlar los impulsos, es decir, tendemos a actuar de manera impulsiva.
Esto significa que no reflexionamos detenidamente sobre las características de las diferentes opciones que tenemos delante y escogemos en virtud de parámetros superficiales: aquellos que son más visibles y que llaman nuestra atención de una manera más rápida.
Según este criterio, en unas elecciones en las que no conocemos bien a ninguno de los aspirantes pero hemos decidido votar por alguno de ellos basaremos nuestra decisión en cuestiones volátiles y descontextualizadas del conjunto de las candidaturas: una frase que hemos oído, un consejo de un amigo, el aspecto físico, un tuit que nos ha hecho gracia… Son estas pequeñas cosas las que acaban respondiendo a nuestra duda sobre cómo decidir a quién votar en unas elecciones.
Las decisiones impulsivas son aquellas que tomamos muy rápidamente, sin que dé tiempo a pensar o dudar y sin que sepamos muy bien cómo argumentar por qué las tomamos.
2. Elegir al mejor
Elegir la mejor opción de todas requiere que haya más de una opción disponible. De lo contrario, no estamos eligiendo con cierta libertad, sino comiéndonos lo que nos ponen y punto.
Además de tener donde elegir, también debemos contar con recursos de sobra para poder optar a cualquiera de las opciones.
Imagina que estás organizando un viaje y tienes que reservar tu alojamiento. ¿Cómo haces para decidir dónde dormirás? Si tienes mucho dinero puedes permitirte reservar el alojamiento que mejor se ajuste a cualquiera de tus necesidades, sin importar los recursos que tengas que invertir en ello. Si en el pueblo donde vas a dormir solo hay un hotel, lo eliges sin rechistar, pero no porque sea el mejor sino porque es el único que hay.
3. Elegir al menos malo
Es lo que ocurre cuando hay varias opciones disponibles pero nuestros recursos son limitados. También sucede cuando, al margen de nuestros recursos, ninguna opción nos enamora pero tenemos “la obligación” de optar por una de ellas.
En este caso toca renunciar a algo y medir los pros y contras de las diferentes opciones: la mejor de ellas no lo será por su calidad en términos absolutos, ni la que más nos enamore, sino la que menos nos disguste. En este formato de decisión la opción ganadora siempre nos parece una triunfadora mediocre.
4. La decisión estratégica
Al contrario de lo que sucede en los anteriores modelos de decisión, la decisión estratégica no se basa en las cualidades actuales y absolutas de un candidato, sino que está fundamentada en el tiempo, es decir, en lo mejor o menos malo ahora y también en lo mejor o menos malo a corto, medio y largo plazo.
Cuando te plantees cómo decidir algo, por ejemplo a quién votar en unas elecciones, párate a pensar o, como se dice en comunicación política, a contemplar todos los escenarios. Muchas veces la opción que parece mejor en este momento dentro de tres meses puede haberse vuelto en tu contra, mientras que opciones menos atractivas al comienzo tienen potencial para ir ganando valor con el tiempo y según vayan apareciendo otras circunstancias.
Bajo este modelo decidimos basándonos en una visión panorámica, es decir, que tiene en cuenta el conjunto del tiempo: pasado, presente y futuro.
5 pasos básicos para tomar una decisión
1. Obtener información
Es un proceso básico en toda toma de decisiones, sobre todo en aquellas que son más importantes y que no debemos resolver de manera impulsiva.
La información para escoger una opción debe ser suficiente y de calidad pero la recogida de datos no puede ser indefinida: más información sobre un “candidato” no siempre es más conocimiento y un exceso de información puede colocarte ante falsos dilemas o decisiones irresolubles por un mal enfoque de los pros y contras.
Cuando te plantees cómo decidir infórmate bien y luego cierra el grifo de la información.
2. Consultar con allegados
A menudo tomamos decisiones de manera privada y únicamente lo hablamos con personas de confianza para presentarles los hechos consumados. Otras veces, sin embargo, no sabemos cómo decidir y nos enredamos en nuestras dudas y necesitamos la aportación externa.
No te dejes enredar por tus propios laberintos: expón el caso a tantas personas de interés como consideres necesario y atiende lo que tienen que decirte sobre los diversos escenarios que tienes delante.
3. Escuchar el instinto
Cuando tomamos decisiones más o menos meditadas procesamos toda la información que hemos recogido y le asignamos una valoración racional. También añadimos un componente menos lógico, más visceral: lo que nos dice el cuerpo.
Muchas veces la lógica de nuestra mente nos indica que una opción es perfecta para nosotros y, sin embargo, nuestro cuerpo se revuelve o paraliza ante ese escenario. Recuerda que tu mente conoce todos los trucos para hacer presentable una decisión pero que a tu cuerpo se le da fatal mentir.
4. Medir los riesgos
Especialmente cuando tengas que tomar una decisión de cierta importancia, ten visión estratégica. No te guíes únicamente por lo que parece mejor ahora, ten en cuenta también las consecuencias de tu decisión el día de mañana. Intenta calibrar qué es lo peor y lo mejor que puede suceder tanto si optas por la candidatura A como si optas por la B y añade estos datos a tu “dossier” de la decisión.
5. Ejecutar la decisión
Toda decisión aspira a ser ejecutada en el terreno de la acción en algún momento. De lo contrario, se disuelve por sí misma, se archiva para más adelante o se queda flotando indefinidamente en el mundo de las fantasías privadas que nunca llegamos a actualizar.
Una vez que tengas los datos, los hayas procesado, hayas hecho las consultas pertinentes, hayas valorado pros y contras a corto y medio plazo y hayas hecho esto las veces que hayas considerado necesarias, entonces te queda tomar la última decisión sobre tu decisión: ejecuta o archiva, pero procura no quedarte mucho más tiempo fantaseando.
Todos los animales actúan pero solo los seres humanos toman verdaderas decisiones. Si estás frente a un dilema importante y no acabas de resolverlo es probable que puedas tolerar esta indefinición durante algún tiempo pero que ya estés notando el desgaste y las consecuencias de no actuar en un sentido o en otro.
En esos casos puedes seguir esperando hasta que aparezca una iluminación definitiva o puedes ponerte en manos de un psicólogo profesional que te ayude a desencallar el proceso.
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