¿Cómo podemos controlar los impulsos?

Muchas personas lo llaman espontaneidad, pero a veces se trata de una dificultad para controlar los impulsos. Podríamos considerar los impulsos como la necesidad de liberar rápidamente una energía, deseo, necesidad o tensión interior, o un pensamiento, a través de una conducta. La RAE los define como “Deseo o motivo afectivo que induce a hacer algo de manera súbita, sin reflexionar”. 

Ese matiz de la falta de reflexión es lo interesante. Se trata de no fijarnos y hacer o decir lo primero que nos ha venido a la cabeza o lo primero que hemos deseado hacer, sin reparar en las consecuencias y sin ser capaces de esperar. 

Además, en los impulsos lo importante está en la rapidez con que se genera esa energía que se desea liberar y también en la urgencia con que se necesita liberar. 

La dificultad de controlar los impulsos​

En realidad nos cuesta controlar algunos y otros no tanto. Es importante aclarar que, en personas sanas o psicológicamente normales, la mayor parte de los impulsos se controlan o se encauzan de una manera más o menos adecuada. Solo un pequeño porcentaje de ellos no se controlan y acaban aflorando. 

A no ser que tengamos alguna patología mental o alguna lesión cerebral, en general los seres humanos tenemos un control de impulsos suficiente para la convivencia. 

controlar los impulsos

Esto no quiere decir que no se nos escapen cosas que no debemos, ya sea en lo que decimos o lo que hacemos. En ese momento nos puede más el impulso o -sin tener ninguna patología ni problema orgánico- simplemente es que tenemos esa manera de ser, digamos, más espontánea o menos reflexiva. 

Como indicábamos al principio, por su propia naturaleza, un impulso es un “movimiento” muy rápido de nuestro psiquismo. Tanto que no siempre da lugar a la reflexión consciente sobre si es adecuado o no permitir que siga su trayectoria. 

Otras veces nos viene el impulso de hacer algo pero lo detectamos a tiempo y nos “sujetamos” o “nos mordemos la lengua”, incluso haciendo un gran esfuerzo, porque tener impulsos no es lo mismo que ser personas impulsivas: también tenemos autocontrol

Por supuesto, dejando a un lado la patología mental o el daño cerebral, hay ciertas condiciones orgánicas que dificultan o impiden por completo controlar los impulsos. 

En primer lugar, la satisfacción de nuestras necesidades básicas. Si tenemos mucha hambre, mucho sueño o alguna otra urgencia (fisiológica o no fisiológica) perdemos lucidez y es más probable que nos precipitemos en lo que decimos y en lo que hacemos. Eso se debe a que cuanta más urgencia tengamos por un asunto, más centrados estaremos en resolverlo cuanto antes y menos concentrados estaremos en mantener la compostura total en la situación en la que estamos. 

La otra circunstancia típica en la que nos volvemos impulsivos es cuando estamos bajo los efectos de alguna sustancia, por ejemplo alcohol u otras drogas. Estas, por definición, cortocircuitan la actividad de la corteza cerebral (encargada del pensamiento crítico, análisis, toma de decisiones…) generando en el individuo un grado de desinhibición más o menos pronunciado y, por tanto, una mayor dificultad para controlar los impulsos.

Como vemos, los más difíciles de controlar son aquellos impulsos que tienen que ver con necesidades básicas, que necesitan ser satisfechas dentro de un plazo muy concreto de tiempo. No podemos esperar indefinidamente a poder comer, beber, ir al baño o descansar. Por tanto, cuanto más esperamos más impacientes nos ponemos y menos reflexivos somos. 

Además, cuando algo nos resulta muy evidente y a la vez importante, también nos cuesta controlarnos. Por ejemplo presenciamos algo que nos indigna y simplemente sentimos que no podemos callarnos. O cuando algo nos gusta mucho o llama mucho nuestra atención y no podemos resistir la tentación de tocarlo, mirarlo, acercarnos a ello… Son solo algunos ejemplos.  

La influencia de la personalidad​

La personalidad también influye en la capacidad para controlar ciertos impulsos. Esto ocurre especialmente en algunos trastornos mentales graves, como por ejemplo en el trastorno límite de personalidad y otros trastornos de la misma familia. 

De hecho la impulsividad (la incapacidad manifiesta para controlar los impulsos y actuar de manera reflexiva) es uno de sus síntomas definitorios. No obstante, hay personas que son más o menos impulsivas pero sin presentar ningún trastorno. 

Por otro lado, la gestión de nuestros impulsos también tiene que ver con el estilo educativo que hemos recibido. Hay personas a las que se educa de una manera muy normativa, es decir, con muchos límites. Esto las entrena mucho para controlar los impulsos y no tanto para la espontaneidad o la fluidez. 

En cambio, otras personas fueron criadas en un estilo más abierto y permisivo. En este caso no se coartaban tantos deseos e impulsos y se fomentaba que la persona se permitiera a sí misma expresar sus opiniones y deseos, improvisar, satisfacer inmediatamente cada necesidad o capricho que le surgiera, sin entrenar la capacidad para esperar. 

Ningún extremo es bueno, tiene que haber una combinación de control y contención con espontaneidad y fluidez. 

¿Cómo podemos controlar los impulsos?

No existen recetas mágicas para acabar con la impulsividad de una persona. Sin embargo, sí podemos cuidar nuestro córtex cerebral, principalmente nuestro lóbulo frontal. Hay lesiones que no podemos evitar porque la vida no es perfecta, pero conviene recordar que hay que ponerse el casco cuando vamos en moto y el cinturón cuando vamos en coche, para prevenir daños en caso de accidente. Eso sí está en nuestra mano. 

También debemos evitar el consumo de drogas o, al menos, no consumirlas en exceso, si queremos mantener a raya nuestra impulsividad. Por otro lado, podemos entrenar -esto ya hay que verlo persona por persona con un psicólogo- la capacidad para esperar, pensar, analizar, barajar consecuencias de nuestros actos a corto, medio y largo plazo, regular nuestra sintomatología física sin necesidad de hacer o decir lo primero que se nos ocurre. Luego ya, en el caso de personas con patología mental, la medicación puede ayudar. 

controlar los impulsos

Como mencionamos, algunos buenos hábitos podemos realizarlos por nosotros mismos en nuestra vida cotidiana. Otros necesitan la supervisión de un profesional de la salud mental que pueda acompañarnos en el proceso de entrenar esas capacidades. Eso puede llevar tiempo, pero es un entrenamiento que nos permitirá funcionar y relacionarnos mejor a largo plazo. Piénsatelo y no dudes en contactar con uno de nuestros psicólogos profesionales hoy mismo. Estamos aquí para ayudarte. 

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