A veces no contamos con ello pero las relaciones de pareja en el trabajo pueden convertirse en el mayor desafío para el desempeño laboral que podamos encontrar.
Aunque el refrán lo dice de una manera mucho más vulgar, el mensaje que todos conocemos pero no siempre cumplimos es el siguiente: no conviene establecer relaciones excesivamente personales o afectivas en nuestro lugar de trabajo, es decir, en el escenario que nos da de comer.
Sin embargo, aunque la teoría nos indica la conveniencia de evitar este tipo de situaciones, la complejidad de las relaciones humanas no siempre encaja dentro de la sabiduría popular.
Entonces, ¿tengo que dejar pasar a alguien que me gusta solo porque trabajamos en la misma empresa?, ¿si somos (o fuimos) pareja no podemos estar en la misma empresa o montarla nosotros? Nada de eso: las relaciones afectivas se abren camino en el entorno laboral como resultado de la convivencia y, a veces, son las propias relaciones afectivas las que generan una relación profesional.
Es decir, a veces acabamos emparejándonos (durante un rato o durante mucho tiempo) con alguien con quien trabajamos, y otras veces empezamos a trabajar junto a alguien con quien una vez tuvimos una aventura, una relación más seria o con quien tenemos esa relación en el presente. Y, hasta cierto punto, es imposible resistirse al cien por cien a que esto suceda. A menudo, simplemente, las relaciones de pareja en el trabajo son lo que tiene que suceder.
Lo que sí podemos hacer es ser reflexivos y prudentes a la hora de tomar ciertas decisiones, calibrando lo mejor que podamos cuánto nos conviene o nos puede perjudicar el empujar ciertas relaciones en ciertas direcciones, sobre todo cuando esas relaciones acaban y las cosas ya no son tan bonitas. Recuerda: al día siguiente le tienes que ver, y al siguiente, y al siguiente.
Pros y contras de las relaciones de pareja en el trabajo
Cuando son satisfactorias, las relaciones sentimentales y sexuales resultan enormemente estimulantes para las personas que las viven. Esto puede jugar a favor y en contra de su desempeño en el trabajo, especialmente cuando las relaciones ocurren con otro miembro del equipo.
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La parte positiva de las relaciones de pareja en el trabajo (al menos de algunas) reside en que, al estar más contentos, tenemos una actitud más favorable y optimista hacia el exterior, tendemos a estar más conformes con lo que ocurre y con lo que nos proponen, puede aumentar nuestro nivel de amabilidad y generosidad y también la motivación, lo cual puede mejorar nuestra productividad laboral. Es decir, en términos coloquiales todo tiende a “parecernos mejor” si estamos en pleno auge emocional por una relación que nos hace especial ilusión.
La parte negativa es que nuestro nivel de emoción puede ser muy alto y entonces nuestra capacidad de concentración disminuye, tendemos a distraernos más. Si, además, tenemos todo el rato delante a la persona que nos gusta o con la que “tenemos algo”, o sabemos que está en la sala de al lado, la distracción tiende a no disminuir.
Si la relación va hacia delante, el nivel de euforia tenderá a descender progresivamente y todo acabará adquiriendo una cierta normalidad. Sin embargo, cuando tenemos una aventura con alguien del trabajo y la cosa se queda ahí como algo que nos avergüenza o incomoda, porque la relación con esa persona cambia drásticamente (ya no le vemos de la misma manera, al menos durante un tiempo) tenemos que encontrar una nueva manera de relacionarnos. También, por ejemplo, cuando sufrimos un fuerte rechazo o una dolorosa ruptura de la relación sentimental con un compañero de trabajo y, para nuestra desgracia, tenemos que seguir compartiendo oficina con esa persona.
En esos casos todo se vuelve enormemente desagradable: todo el mundo sabe que hemos tenido algo y hemos roto, todo el mundo sabe que estoy mal por alguien a quien todos conocemos y que está ahí delante, yo tengo delante todo el día a esa persona que me hace sentir mal, como un recordatorio permanente, por lo que se hace difícil pasar página y, por supuesto, mi actitud hacia el trabajo no va a ser la más disponible.
Cómo afrontar adecuadamente las relaciones de pareja en el trabajo
Puestos a compartir oficina con alguien con quien tenemos una relación personal, o puestos a iniciar esa relación, hay cuatro sugerencias que podemos tener en cuenta para prevenir posibles conflictos que surjan de esa convivencia que implica a los interesados pero también al conjunto de la plantilla.
1. Separar lo personal de lo profesional
La confianza, las emociones, ciertos automatismos que surgen en las parejas, pueden hacer que sea difícil aquello que comúnmente se conoce como “separar lo personal de lo profesional”. Sin embargo, hay que hacerlo y puede aprenderse a base de práctica.
Cuando estamos fuera de la oficina podemos actuar con espontaneidad y como haría cualquier pareja. Sin embargo, cuando estamos trabajando, estamos trabajando: a nadie le importa si estamos muy enamorados y necesitamos demostrárnoslo o si hemos tenido una bronca y no podemos evitar usar lo que ha sucedido en la relación para vengarnos a través del trabajo.
Un truco relativamente sencillo que puede ayudarnos a separar roles y ubicarnos en el lugar de trabajo es llamarnos por el nombre de pila cuando estamos trabajando, tanto para hablar entre nosotros delante de otras personas como para mencionarnos cuando estemos hablando con otras personas, en lugar de usar apelativos más informales y que empleamos en la esfera privada.
Al principio esto puede resultarnos un poco artificioso, sobre todo cuando no estamos acostumbrados. Sin embargo, a la larga resulta útil para separar ambientes y no incomodar a las personas con las cuales trabajamos y con las que no tenemos por qué compartir ciertos niveles de intimidad.
También es importante tener un cierto autocontrol sobre los temas de conversación, para que los asuntos privados se queden fuera de la oficina y los asuntos de trabajo no nos invadan cuando estemos paseando, viendo una película o de vacaciones. A veces cuesta hacer una separación total, por eso no es necesario ser rígidos: basta con tratar de reservar cada tema para el ámbito correspondiente siempre que sea posible.
2. Evitar exigencias excesivas o deficientes
Además de mezclar ambientes de manera inapropiada, puede suceder que graduemos erróneamente nuestras interacciones y demandas con la persona con la que tenemos una relación de pareja o una simple aventura.
A veces, para que delante de terceros no parezca que favorecemos a esa persona, tendemos a endurecer nuestro trato y exigirle más de lo que le corresponde o de lo que puede dar, convirtiendo la relación natural de subordinación jerárquica en una relación abusiva tanto en lo laboral como en lo personal.
Otras veces, sin embargo, caemos en lo contrario: desarrollamos un patrón más complaciente de lo que deberíamos y que acaba siendo interpretado por los demás como una relación de favoritismo.
Ambas situaciones son realmente tóxicas tanto para la relación con la pareja como para el funcionamiento general del equipo. Por eso deben evitarse.
3. Participar en proyectos o departamentos diferentes
A veces la empresa en la que trabajamos junto a nuestra pareja (o junto a esa persona que parece que está empezando a ser nuestra pareja) es tan pequeña que es inevitable estar implicados en las mismas tareas, o bien la organización del equipo hace inevitable la separación.
No obstante, por lo que pueda pasar, conviene evitar en la medida de lo posible pertenecer al mismo equipo, procurando implicarse en proyectos diferentes y a cargo de supervisores diferentes. Así se pueden prevenir interferencias entre lo personal y lo profesional a la hora de manejar las relaciones de pareja en el trabajo.
De esta manera también evitamos saturarnos de nosotros mismos por pasar todo el tiempo juntos y, además, facilita que terceras personas puedan relacionarse con nosotros de manera más espontánea sin tener que preocuparse por si molestan al novio de la jefa o a la pareja del compañero.
4. Tener en cuenta riesgos psicológicos y legales
En general, cuando los afectos personales se mezclan con cuestiones profesionales y alguna de las dos partes o ambas lleva mal esa mezcla, la bomba está servida. Si los afectos personales de los que hablamos tienen un componente erótico, de seducción o de pareja la bomba no está servida: directamente es atómica.
A priori es completamente normal que alguien nos atraiga y que, si tenemos la ocasión y nos sentimos con ánimo para ello, le intentemos seducir para comprobar cuánto puede dar de sí esa relación. Ligar, tener un romance, iniciar una relación de pareja con un compañero/a de trabajo o, al menos, explorar esa posibilidad, no son delitos.
Sin embargo, cuando esto ocurre en el contexto profesional, debemos tener cuidado para que ese natural proceso de seducción o emparejamiento no entorpezca la relación laboral entre esas dos personas ni la relación con los otros miembros del equipo de trabajo.
Si las personas implicadas pertenecen a diferentes niveles jerárquicos (una es subordinada de la otra) es imprescindible tratar este aspecto con especial cuidado. Esto quiere decir que, si quien toma la iniciativa o muestra más “interés” es el jefe/a, no debe permitir que sus afectos nublen un dato crucial: hay que tener cuidado con los compromisos en los que ponemos a nuestros subordinados desde nuestra posición de poder o autoridad.
De lo contrario, el riesgo es que la seducción se contamine y suponga una presión para la otra parte, que puede sentirse obligada a responder más allá de sus deseos, o puede sentirse incómoda o intimidada.
De hecho, cuando los acercamientos no son prudentes y no están bien medidos, la otra parte puede vivirlos como un acoso que, además de tener consecuencias psicológicas más o menos importantes y perjudicar la dinámica de trabajo, podrían llegar a acarrear consecuencias legales.
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Esperamos que este post sobre las relaciones de pareja en el trabajo te haya resultado interesante, y te invitamos, a leer también el artículo sobre las principales soft skills en el trabajo.
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