Cómo superar la crisis de los 40… que en realidad no tienes

Si rondas tu cuarta década y te da miedo no saber cómo superar la crisis de los 40 quizá es porque no te has dado cuenta de dos cosas. O bien ya la pasaste o, simplemente, te estás librando de ella. Los 40 están llenos de mitos, realidades que da miedo afrontar y también satisfacciones que no siempre apreciamos como es debido. 

¿Te sientes mejor que a los 20 años? ¿Qué tal andas de metas cumplidas? ¿Era esto lo que te imaginabas? 

Existen muchas preguntas interesantes sobre cualquier edad y también muchos prejuicios. En este caso, siempre sale en la conversación la temida crisis que se produce cuando los 40 vienen a verte, especialmente en los hombres. 

Nosotros hemos querido hablar con un puñado de personas que ahora mismo están, precisamente, en torno a la temida edad para preguntarles su opinión sobre cómo superar la crisis de los 40. ¿Adivinas lo que nos han contado?

Pues que los 20 pueden tener su punto, pero que los 40 no están nada mal. De acuerdo: hay mucha gente a la que no le ha ido bien en la vida y que, aunque pase el tiempo, sigue sin madurar, sin gustarse o sin encontrar su sitio en la vida. Los milagros no ocurren solo por ser joven o solo por cumplir años. 

Sin embargo, con un poco de suerte y de esfuerzo personal, en general el tiempo corre a nuestro favor aunque la fuerza de la gravedad ande por ahí merodeando. ¿A favor de qué? De nuestro bienestar material, social y profesional pero, sobre todo, de nuestro bienestar psicológico

Al menos eso es lo que nos han contado nuestros cuarentones fabulosos

cómo superar la crisis de los 40

Cómo superar la crisis de los 40… o saltársela directamente

1. Una cuestión de madurez

“A nivel emocional vivo mejor que cuando tenía 20 años”, afirma Miguel. “No es solo una mejora material. Ahora tengo más herramientas para defenderme y me resulta más fácil relativizar lo que me ocurre y tomar decisiones que me facilitan la vida”. 

Parece algo muy extendido: todas las personas con las que hemos hablado afirman rotundamente sentirse mejor consigo mismas, confiar más en sus capacidades y moverse con más seguridad. Por eso están mejor con 40 que con 20. 

“Con los años -dice Jorge– he aprendido a conocerme mejor y a ser más tolerante conmigo mismo y eso me ha aportado tranquilidad”. Manuela le da la razón, parece que conforme pasa el tiempo y se alcanza una cierta edad, por ejemplo en torno a los 40, hay una sensación de expansión, de permitirse a uno mismo vivir con mayor fluidez: “Me siento, sobre todo, más libre para ser como soy, para actuar conforme a lo que siento. Y para mí lo más importante es que eso me hace vivir la vida con más serenidad”. 

La madurez que tengo ahora representa aceptar que las otras personas son diferentes”, comenta Victoria tomando perspectiva y mirando a otras generaciones. “Mi psicóloga dice que todos hemos venido al mundo a impulsar nuestra propia teoría, como si lo nuestro fuera lo mejor y cada uno fuéramos el centro del mundo”, añade. “Yo creo que esto está muy agudizado en los jóvenes: lo suyo es lo bueno, su tiempo es el bueno, no miran a los más adultos, solo se miran entre ellos y a sí mismos”. 

2. Cuando yo tenía tu edad…

Todas las generaciones se miran en el espejo de sus mayores y en el de los que vienen detrás. Nadie elige el tiempo en el que nacer y todos hacemos, a los 20 y a los 40, aquello que podemos según las circunstancias. 

En cualquier caso, contemplar a los veinteañeros de ahora y compararlos con los veinteañeros que fuimos resulta irresistible al planificar cómo superar la crisis de los 40, si es que hace falta. Aunque todo sea relativo y subjetivo, parece que hay dos conclusiones muy claras cuando nos ponemos a comparar. 

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La primera, es que los 20 años son los 20 años, se vivan cuando se vivan, y no hay nada que pueda evitar eso: los procesos personales tienen su momento y requieren su tiempo para poder ser recorridos. En este sentido, Miguel afirma: “Entonces y ahora a los 20 seguimos siendo niños, solo que de metro ochenta. Todavía no sabemos bien ni qué queremos ni cómo funciona el mundo”.

La segunda conclusión es que, a diferencia de lo que podemos observar en otros periodos históricos, hay una característica fundamental que diferencia los 20 de ahora de los de hace dos o más décadas: la influencia de las redes sociales

Jorge rememora: “Cuando yo tenía 20 años estaba empezando a producirse un cambio tecnológico importante. Ahora las personas de 20 años utilizan mucho las redes sociales para interactuar, para conocer gente, desde muy jóvenes. En mi época esto no fue así. Nosotros fuimos incorporando poco a poco las nuevas tecnologías a nuestras vidas”. 

Ángel coincide y añade, más allá de la descripción, un punto de preocupación por las consecuencias psicosociales que puede tener el uso de las redes para la juventud de hoy en día: “Ahora la gente de 20 años está sometida a más estrés que antes, derivado sobre todo de las redes sociales, donde abundan ideales ficticios de cómo debes ser y que pueden minar tu autoestima y hacerte perder el rumbo si no tienes la cabeza muy bien amueblada, y a los 20 aún no la tienes”.

“Me da la impresión de que ahora se vive todo mucho más rápido y de manera más temprana”, comenta Carlos por su parte. “Cada edad tiene sus cosas buenas y hay que saber disfrutarlas. Los 20 tienen esa incertidumbre e inseguridad que vas perfilando y que va llevándote a una u otra cosa en la vida según tus decisiones”. 

3. El cuerpo envejece, ¿la mente también?

La cuestión del paso del tiempo es peliaguda para el ser humano desde que el mundo es mundo. Muchas veces percibimos en nuestro interior que, aunque maduremos y ganemos en autoestima y sabiduría, también nos seguimos sintiendo jóvenes por dentro o, al menos, más de lo que indica nuestra edad cronológica. Sin embargo, el cuerpo está ahí y nos va avisando, de una manera más o menos discreta, de que ya no tenemos veinte años. 

Asumir este proceso y hacerlo con naturalidad es un claro signo de salud psicológica. Obviamente la salud física y la genética tienen que acompañar, pero no parece que los 40 sean un momento dramático ni en lo mental ni en lo físico. 

Victoria es rotunda en este sentido: “¿Que nos seguimos sintiendo jóvenes a pesar de que el cuerpo vaya envejeciendo?”, se pregunta en voz alta, “Eso es una verdad como un templo. Muchas veces no tenemos conciencia de nuestra edad. Los sueños, las ilusiones, los deseos se mantienen vivos durante mucho tiempo, a no ser que seas muy mayor o estés muy impedido. La cabeza siempre es joven. Hay cosas que ya no me apetece hacer y disfruto de otras maneras, pero veo a gente mucho más joven que yo y no me siento tan diferente”. 

Por su parte, Ángel tira de sinceridad, pero ni tan mal: “Tengo que reconocer que sí, se envejece diferente por dentro y por fuera. Aunque sé que no soy el mismo de hace 20 años, a veces tengo la sensación de que no he cambiado tanto… Luego de repente aparece una foto del pasado remoto y ves que, físicamente, eres otra persona”.

“No creo que mis gustos, aficiones o forma de pensar en cuanto a temas importantes hayan cambiado mucho desde los 20 años”, comenta Jaime por su parte, mientras toma perspectiva, “pero sí tengo la impresión de que, a nivel físico, empieza a ver un desfase entre cómo actúa la mente y cómo responde el cuerpo”. Y añade: “Lo bueno de los 40 es que ya te has formado como persona. Te entiendes mejor, eres independiente para conducir tu vida y no sentirte arrastrado por ella. Puedes mirar 20 años atrás sin nostalgia, tampoco ha pasado tanto tiempo, físicamente estás bien aún y puedes disfrutar más o menos de las mismas cosas que a los 20”. 

Podría dar la impresión de que estamos exagerando con todo esto y que hay que confirmar que las personas de 40 años no están para el arrastre ni tienen que preocuparse por cómo superar la crisis de los 40. Nada de eso. Lejos de vivir una experiencia de decrepitud, Carlos mira al espejo con optimismo: “Yo me siento igual de joven por dentro que por fuera. No tengo grandes achaques que me recuerden que soy más mayor de lo que les gustaría a mis impulsos. La jovialidad no se corresponde con una edad concreta. Uno puede tener veinte años y ser un viejo por dentro y serlo siempre”. Algo parecido encontramos en el ejemplo de Jaime: “No recuerdo pensar mucho a los 20 sobre como sería a los 40, mi forma de ver la vida era más pesimista y cortoplacista entonces. Entonces alguien de 40 me parecía ‘viejo’… y ahora entiendo que aún hay mucho por hacer a los 40”.

¿Quién dijo crisis? 

Ni 20 ni 40: a cada edad lo que corresponde

Está claro que no necesitábamos llegar a los 40 para sentir que no hay edades perfectas, sino que cada una nos pone delante un desafío especial que afrontamos con los recursos psicológicos que tenemos a mano. 

También sabemos, aunque estemos frágiles, que cada edad también tiene su encanto. A veces ese encanto es irrepetible. Otras, simplemente, se va transformando. 

“Lo bueno de los 40 -afirma Miguel– es que tienes mayor capacidad para perdonarte tus propios errores. Lo malo es que la muerte está más cerca. Tienes sensación de paso del tiempo y de tiempo perdido. Eso te lleva irremediablemente a vivir los 40 como una segunda juventud. También me fijo en que el nacimiento de los hijos de mis amigos es determinante: nace la primera generación que me va a sobrevivir y eso da un poco de miedo”.

Manuela, por su parte, parece haber salido ganando. Sin idealizar el pasado, explica que lo que tiene ahora no tendría sentido sin lo que hubo que vivir primero: “Con 20 la vida era mucho más difícil, demasiado intensa. Había mucho por aprender, vasos de agua en los que me ahogaba un poquito. Esa intensidad era bonita, la recuerdo con cariño. Recuerdo ser idealista y entusiasta. Creo que esa joven está aún en mí. No diría nada malo de ninguna de las edades por las que he pasado, todas me han hecho ser quién soy. Todo tiene su momento. Creo que no podría ser la de 40 si antes no hubiera sido la joven de 20 con sus inquietudes e ilusiones”.

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Una experiencia parecida es la que comenta Jorge sobre sí mismo:  “Con 20 años recuerdo experimentar todo con mucha intensidad. Las cosas buenas que viví me parecían increíbles pero también las malas me parecían un drama grandísimo. A los 40 esa intensidad no está. He aprendido a disfrutar de un modo más tranquilo y también a gestionar las emociones negativas de una manera menos agresiva para mí”. 

Está claro que con la edad se pierde un poquito de magia, pero también se gana en paz interior y serenidad. Ser consciente de ello puede ser una de las claves cuando nos planteamos cómo superar «la crisis» de los 40 o, simplemente, para descubrir que estamos mucho mejor que hace diez o veinte años. Los destellos y los fogonazos de aquella juventud pueden ser extenuantes a nivel psicológico y, si no, que se lo pregunten a cualquiera que esté en su primera, segunda o quinta adolescencia. 

¿Crisis de los cuarenta? No la conozco

Como has visto, ninguna edad es fácil pero, con un poco de suerte, los 40 no son perfectos pero pueden ser una gran edad. Por eso vamos a hacerte un resumen de por qué tus 40 pueden brillar mucho más que tus 20 y, por tanto, no hay que angustiarse sobre cómo superar la crisis de los 40. Nos lo cuentan quienes están ahí:

-A los cuarenta nos sentimos más seguros de nosotros mismos que a los 20 años. Hay más independencia, una mejor autoestima y una perspectiva más realista sobre la vida. 

-A los cuarenta sigue habiendo conflictos y dudas. Quizá se afrontan de manera diferente, pero no desaparecen con la edad. 

-El cuerpo y la mente envejecen a ritmos muy diferentes. Por dentro tenemos la percepción de que el tiempo no ha pasado. 

-Todas las edades tienen algo bueno y es importante apreciar lo que cada momento vital tiene de especial

Tengas la edad que tengas, lo importante es que puedas sentirte lo mejor posible dadas tus circunstancias. Si la sensación de estar perdido, o de no aguantarse a uno mismo, se hace demasiado pesada, siempre puedes recurrir a la ayuda de un profesional que te ayude a encarrilar esa crisis y salir de ella con buen pie. Los psicólogos estamos aquí para acompañarte en ese camino de acoger los años.

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