El pasado domingo se estrenó la cuarta temporada de The Crown y muchos de sus seguidores ya se han lanzado a la televisión para devorarla con mucho gusto y poca piedad.
Una vez vista, habrá quienes se sientan defraudados con el resultado y quienes ya estén soñando con la siguiente temporada. También habrá quienes arderán de amor por Diana y quienes considerarán a la princesa del pueblo, también con ardor, una criatura insoportable. Al fin y al cabo, encender todo tipo de fuegos siempre fue la especialidad de este personaje histórico que, 23 años después de su muerte, sigue estando tan de moda como cuando el mundo se incendió por primera vez al conocerla en 1981.
Y eso sin olvidar lo más importante de la serie. Aunque pueda parecerlo, no son las desavenencias entre los príncipes de Gales y tampoco el -por decirlo suavemente- controvertido gobierno de la Dama de Hierro. La premisa dramática de The Crown sigue siendo esa institución en torno a la cual bailan todos los personajes: la corona, colocada simbólica y literalmente sobre la cabeza de una de las figuras más emblemáticas del siglo XX y -genética maravillosa- a este paso también del XXI: la reina Isabel II.
The Crown da para mucho comentario y seguro que puedes despacharte a gusto solo con poner el título en tu navegador. Por otro lado, si tus problemas familiares o de pareja se parecen a los de ellos es importante que acudas a terapia con un psicólogo especializado: ellos lo hacen y ni tan mal.
Hay cosas que pasan hasta en las mejores familias. Y luego están los WindsorMientras tanto, ahora queremos poner el acento en 10 aspectos que, precisamente con ojo de psicólogo, nos llaman la atención al ver la cuarta temporada de esta serie que ya está despertando elogios y censuras en función de lo propio o extraño que sea el espectador.
1. Los desastres de la familia
Seguro que recuerdas The Queen, cuando a Toni Blair le sale del alma un ¡Qué familia! dirigido a Isabel y su parentela. Pues la cuarta temporada de The Crown es la precuela de aquella película maravillosa que narra lo que tú ya sabes: cuando todo acaba como el rosario de la aurora.
De hecho, The Crown es, entre otras cosas, la historia de una familia, la familia real británica, también conocida como los Windsor, ese apellido postizo que se pusieron para parecer más ingleses.
Pues bien. Todos sabemos que ninguna familia es perfecta, que cada familia desgraciada lo es a su manera, que hay ciertas cosas que suceden hasta en las mejores familias… y que luego están los Windsor.
La serie nos muestra, también en su cuarta temporada, las consecuencias nefastas que en los sistemas familiares tienen la frialdad emocional, la prioridad del trabajo sobre las relaciones y la falta de involucramiento en la educación de los hijos. Y paramos aquí de contar, que tampoco hay que hacer sangre.
Obviamente solo ellos y sus más allegados conocen toda la verdad: The Crown es una serie, no es un documental filmado por las personas reales en las que se basa. Damos por hecho que no todo habrá sido desagradable en la vida de Isabel, Felipe y sus cuatro hijos que hoy ya cuidan nietos. Sin embargo, no podemos pasar por alto que cuando te educan para saludar a tu madre con una reverencia incluso cuando vais vestidos de andar por casa conviene abrocharse los cinturones de seguridad porque, no te quepa duda, lo peor está por llegar.
2. Los desastres del matrimonio
Sí, es muy fácil verlo todo desde fuera, es muy fácil verlo a toro pasado y es muy fácil verlo cuando te lo han explicado en cientos de películas y documentales. Aquello de Carlos y Diana solo podía salir mal y estaba más claro que un vaso de ginebra degustado en tu salón favorito de Balmoral. Por tanto, solo alguien muy torpe, muy obcecado o muy confundido podía creer que aquel despropósito fuera a salir bien.
Pero ahora ya no tiene remedio y solo nos queda aprender de los Windsor -o de lo que nos cuentan sobre ellos- lo que definitivamente no hay que hacer a no ser que quieras acabar en un lodazal matrimonial.
Y es que, por lo que nos dicen las crónicas, queda claro que las lecciones de asertividad, sentido común y sociología para principiantes más allá de la Edad Media no estaban muy de moda en los círculos de su graciosa majestad y a las pruebas nos remitimos.
Porque él era 13 años mayor que ella, porque no la quería demasiado (quería a “la otra”), porque ella tenía 19 años (hola qué tal), porque no se conocían de nada, porque todo el mundo confió en que el amor sería una consecuencia del matrimonio en lugar de ser al revés -que es lo suyo-, porque parece que ella hizo de tonta útil y se dio cuenta demasiado tarde… Y porque todo el mundo dijo que sí a todo cuando todo el mundo debió decir que no, gracias.
3. Rivalidad entre líderes
Ya habíamos visto a otros primeros ministros británicos en temporadas anteriores, y Dios y la reina saben que por ese saloncito han desfilado unos cuantos en las últimas décadas. Sin embargo, Churchill aparte, si hubo en la historia una primera ministra que se las trajo esa fue Margaret Thatcher, y lo sabes.
La cuarta temporada de The Crown abarca los once intensos años de gobierno de esta mujer dura, implacable, para muchos despiadada y, sobre todo, con una habilidad infalible para dos cosas en la vida: ganar elecciones y ser odiada. Así que la pelea en el barro versión té con pastas (o whisky, porque a veces hay que aplicar la fuerza) estaba asegurada al juntarse un personaje como la Dama de Hierro con otro personaje tipo Isabel II. Mucho colmillo afilado, mucho bolso de piel presumiblemente vacío, mucha alfombra buena para que agarren bien las butacas mullidas y, qué podemos decir: que gane la mejor.
4. Cetro, corona y trastornos mentales
Solo hablando de los Windsor ya podríamos hacer algún que otro comentario al respecto pero 1981 nos dio un personaje para la historia y también para los manuales diagnósticos de psicopatología: Lady Diana Spencer.
Mucho se afirmó en su momento, y con razón, sobre los trastornos de conducta alimentaria que atormentaban a la princesa de Gales ya desde jovencita. Con el tiempo se ha ido especulando -probablemente también con razón- que aquellos trastornos no eran la patología en sí misma sino, en realidad, el síntoma de algo más grave y probablemente relacionado con un trastorno de personalidad.
Tú no eres mejor que ellos. Prueba a llevar en tu cabeza el peso de una coronaAhora ya no tiene importancia y todo lo que se diga va a tener más de especulación, aunque esté bien fundamentada, que de análisis adecuadamente trabajado. No obstante, lo que podemos rescatar es que este personaje lleva casi cuarenta años poniendo rostro y titulares a este tipo de problemas y eso, siempre que se enfoque de manera profesional y sin amarillismo, es positivo para la visibilidad de los trastornos de salud mental.
5. Modelos de pareja, los que quieras
Afirmar que el matrimonio no es ningún camino de rosas sería quedarse corto cuando observamos a Margaret y lord Snowdon, a Isabel y Felipe, a la princesa Ana y su marido invisible y, por supuesto, a los desdichados príncipes de Gales.
Más allá del siempre socorrido “Esto no es lo que parece”, The Crown nos muestra un desfile de parejas desdichadas posando para la foto mientras boquean como peces fuera del agua. También, de fondo, nos ofrece toda una filosofía sobre cómo enfocar la vida en pareja una vez que la historia y el sagrado deber te dejan atrapado en una relación por los siglos de los siglos.
Algo así como el arte de “mirar para otro lado”, como deja caer la reina en algún momento de la cuarta temporada (sí, Philip, la policía no es tonta y la reina, tampoco). El arte de esforzarse para que la relación funcione, como si la relación fuera un trabajo, una obligación, un edificio que hay que sostener con cualquier andamio que se tenga a mano.
Lo bueno que tienen los palacios es que suelen tener las puertas lo suficientemente anchas como para que quepan por ella los cuernos de cualquier tamaño. Eso ayuda, qué duda cabe, a llevarlos con dignidad o, al menos, a aparentarlo. Y eso debe pensar Camilla cuando se prepara un cóctel agitado, no mezclado, de estoicismo, resignación y mucho amor por su príncipe mientras llegan tiempos mejores. Desde luego no es lo que consigue Diana, más enredada en sus fantasías post-adolescentes, su orgullo herido y una impulsividad mal llevada y pelín disfuncional.
¿La conclusión? Si tienes claro tu papel en la historia no hay desdicha matrimonial que no puedas sobrellevar, pero si lo que te importa es tu felicidad personal entonces te has equivocado de ventanilla, pregunta en la de al lado.
6. Ningún cuento de hadas es verdad
Hace años hubo una campaña de prevención de consumo de drogas en la que alguien creía que bailaba maravillosamente en el centro de la pista pero desde fuera lo que ocurría es que un adefesio desencajado daba tumbos por la sala.
Así lo ven ellos y así sucede en realidad, rezaba más o menos el eslogan. Con lo que nos cuenta The Crown sucede algo parecido: hay historias que parecen especialmente manufacturadas para que proyectemos en ellas nuestras fantasías, para que soñemos con un mundo mejor donde los unicornios corretean por los alrededores de Camelot y las damas pueden bajar a la carrera una escalinata vestidas de gala y calzando zapatos de tacón ¡de cristal! Pero eso solo sucede en los cuentos de hadas y los cuentos de hadas son mentira.
En realidad no pasa nada por desear que las experiencias que vivimos sean bellas y enfocarlas desde el optimismo. El problema llega cuando dejamos que el escaparate se nos vaya de las manos y el deseo devore a la realidad como si fuera una planta carnívora recién salida de una huelga de hambre.
¿Qué falló entonces? Que a Diana esto ni se le pasó por la cabeza, que Carlos hizo como que no se quería enterar, que sus papás cruzaron los dedos y pensaron que si lo deseaban muy fuerte, muy fuerte, sucedería… Y, qué diablos, que Camilla seguramente se fumó unos cuantos cartones a la espera de otro mundo posible, con o sin sangre de sus enemigos pasando por delante de su puerta. Moraleja: ten cuidado con las fantasías, las de los otros te pueden confundir pero las tuyas te pueden aniquilar.
7. Todos los imperios caen
Si algo hay en The Crown es una despiadada lucha de cada uno de sus personajes por sobrevivir, matando o sin matar, dejándose la piel o desollando al adversario, pacientemente o con desesperación. Y cada uno juega con las armas que la historia -o, más bien, los guionistas- han puesto a su alcance mientras funcionen.
Thatcher co-gobernó el mundo con puño de hierro hasta que sus propias filas le enseñaron la puerta de salida. Diana entró en una catedral metida en un pastel de tela de ocho pisos creyendo que conquistaba un reino dorado y lo que le habían dejado para que se contentara solo eran huesos roídos. La reina pensaba que en su madurez recogería los frutos de sus desvelos familiares y luego resultó que cuando su familia se hizo mayor no sabía por dónde empezar a achicar el agua. Nos queda el consuelo de Camilla, ella es la única que ha ido para arriba: en 1981 asistió a una boda confundida entre la muchedumbre de invitados y pensó que todo estaba perdido, pero todos sabemos que unos cuantos años después saldrá a escena más coronada que Napoleón. Y ahí sigue.
Solo alguien muy torpe, muy obcecado o muy confundido podía pensar que aquel despropósito saldría bienEn definitiva, la monarquía que refleja la serie quiere transmitir la importancia de cumplir con el deber mientras sus doloridos personajes aprenden a zarpazos lo que es la humildad. La medicina es amarga, diría la Thatcher, pero el paciente la necesita.
8. No son las personas, es la institución
Y es que la entrega férrea a un proyecto y la fe inquebrantable en unos objetivos por encima de todo constituyen el eje principal de la serie. Características personales como la ambición, la capacidad de sacrificio, la fuerte determinación y la responsabilidad cobran de este modo importancia por encima de la expresión de la vulnerabilidad, la espontaneidad o el dar prioridad a los propios proyectos personales.
Quizá Diana, al principio, se mueve por la famosa premisa de “todo por un sueño”, pero no tiene nada que hacer ante el todo por el gobierno, todo por la patria, todo por la corona y el todo por la familia que impera a su alrededor. Después de dar unos cuantos tumbos captará la indirecta y acabará optando por un nuevo lema: “Todo por mí misma”.
9. Personalidades con matices
Los malos que funcionan bien tienen rasgos que nos gustan, mientras que los buenos que son solo buenos al final resultan personajes insulsos. En The Crown siempre hemos encontrado matices de todos los tipos y la cuarta temporada no es una excepción. Porque nadie es (solo) lo que parece.
En general, la reina se muestra como una señora inofensiva, un poco ingenua, distante pero agradable… hasta que su hijo mayor se pone tonto y tiene que recordarle implacablemente su papel en la historia, o hasta que su nuera la abraza y ella se queda en shock. O, directamente, hasta que el shock se convierte en una antipatía indisimulada hacia la supuesta heroína.
La Thatcher parece de hierro, pero hasta el hierro más duro puede derretirse si se le aplica calor suficiente. Y doblarse si se le aplica la fuerza suficiente. Y oxidarse, siempre que se le aplique la humedad suficiente.
Carlos no sufre precisamente en silencio pero sí en la incomprensión de una parentela para la que es un extraterrestre. Morimos de amor con él cuando es un hombre enamorado de carne y hueso pero resulta odioso cuando le vemos en el papel que durante años se granjeó en la historia: el de marido inepto e insensible. No eres mala persona, Carlos pero, en serio, ¿a quién se le ocurre?
Margaret, la hermanísima, es otra que tal baila: cuando quiere es la reina de los mares -ya que no de la nación- y cuando no quiere, es la más normal de todos ellos. Es solo que su problema, quizá, está en que su corazón es tan grande que no le cabe en un pecho tan pequeño.
Y no perdamos de vista al rey consorte (que no es rey, sino duque, pero para entendernos). La serie nos lo ha mostrado siempre como un marido desagradable y un padre no muy amantísimo. Sin embargo, por alguna razón -llamémosla necesidad de reciprocidad– conecta con Diana mejor que todos los de su alrededor juntos. No la quiere, pero sabe captarla. Por lo menos se toma la molestia de explicarle lo que hay sin gritos y sin mentiras. Ella lo negará siempre, pero hay veces que parece que su suegro es el que mejor le cae de todos ellos.
10. No te creas todo lo que te dicen
Ni en la vida ni en la ficción las cosas son lo que parecen. Porque todas las personas son complejas, porque todas las familias tienen dificultades, porque ningún matrimonio es perfecto y porque la historia no refleja los hechos, sino una narración más o menos interesada de los hechos.
Diana y su familia política llevan años inspirándonos como espectadores y volviéndonos locos de pasión como psicólogos. No obstante, nos caigan mejor o peor, los analicemos como personajes de una ficción o como figuras históricas, incluso ellos merecen que conservemos siempre un cierto sentido crítico y del rigor: si vemos una serie no demos por hecho que todo lo que nos dice es cierto.
Y, sobre todo, no pensemos que somos mejores que ellos. Tú no tienes el corazón y el estómago hechos de materiales diferentes a los suyos. Solo prueba a sostener sobre tus hombros el peso de una corona y veamos si eres capaz de salir sin un rasguño.
En definitiva, si te sientes en una situación similar a cualquier royal de The Crown de esos que están en serios apuros psicológicos, cuéntanoslo. Los psicólogos estamos para ayudarte.