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ToggleLo normal en una situación de crisis profunda, incluso de calamidad en muchos casos, es encontrarse relativamente mal en algún momento y de alguna manera.
Por otro lado, no debemos entender la experiencia de confinamiento como algo monolítico, como algo absolutamente compartido por todas las personas. Es decir, la experiencia de la emergencia sanitaria y todo lo que ha conllevado no es algo que todas las personas estén viviendo por igual. Naturalmente existen cosas en común, eso es indiscutible, pero las realidades de la población durante esta emergencia son muy diversas.
Si se tiene trabajo o no, cómo es la casa en la que se habita, si se vive solo o en compañía (y de quién y cuántas personas), si se está o ha estado enfermo, si se ha perdido a algún ser querido o no, qué expectativas de futuro pueden considerarse, la edad, la personalidad, el estilo de afrontamiento ante las adversidades… Los factores que pueden influir en el nivel de malestar que puede estar experimentando cualquier persona en esta época son muy numerosos.
Además, dentro de las incomodidades universales o inevitables, en una experiencia tan “larga” como la que estamos experimentando da tiempo a que aparezcan descubrimientos que nos sorprenden. Esos entretenimientos con los que no se contaba, esas capacidades personales que no se sabía que se tenían, formas placenteras de sobrellevar el confinamiento, espacios de creatividad, de descanso de los múltiples ruidos que antes nos abrumaban, etc. pueden llegar a hacer que el malestar durante estas semanas cobre por momentos una tranquilizadora apariencia de relatividad.
Si aceptamos que no todo ha sido tortura y sufrimiento es que ha habido cosas no tan malas o, incluso, alguna buenaNadie deseaba esto pero, como acabamos de apuntar, entre incomodidad e incomodidad pueden encontrarse momentos de disfrute o de comodidad, naturalmente que sí. Partamos de la base de que si preguntáramos a todo el mundo cómo se encuentra o cómo ha experimentado las últimas semanas, solo una parte pequeña de la población contestaría con sinceridad: “Sufriendo muchísimo, está siendo una tortura constante”. En ese caso, si aceptamos que no todo está siendo tortura y sufrimiento, entonces es que también ha habido cosas no tan malas e, incluso, alguna buena. Cabe pensar que, preguntada sobre su experiencia general de confinamiento, la mayoría de la gente hablaría de matices, de una de cal y otra de arena. Estamos hablando, por supuesto, del ciudadano medio, no de aquel que ha sufrido graves desgracias o percances, ese naturalmente lo va a ver todo bajo ese prisma y es completamente comprensible que lo haga así.
Me gusta estar confinado
Esta expresión puede haber cruzado la mente de muchas personas a lo largo de la cuarentena. Siempre que no se trate de un mero mecanismo de negación, sería atribuible a los recursos personales para adaptarse a las circunstancias y sacarles provecho que todos los humanos tenemos pero que algunas personas tienen más acentuados.
Hablamos, por ejemplo, de la creatividad, el optimismo, la ecuanimidad y la flexibilidad mental, entre otros. Aunque parezca paradójico, puede que haya personas que estén mejor en la situación actual que como estaban antes: si tenían un trabajo horrible que machacaba su bienestar y estaban deseando que se acabara, o si tenían la necesidad de hacer un parón grande en su vida y dedicarse a tareas de pura contemplación (que no tiene por qué ser necesariamente algo improductivo) es muy probable que, aun con sus desventajas, hayan salido ganando durante los últimos meses. Otras personas quizá estaban pendientes de algo terrible que ha quedado en suspenso por la emergencia sanitaria: en ese sentido, a pesar de las renuncias y las desventajas del confinamiento, ¿por qué no va a gustarles la situación actual, aunque sea provisionalmente?
Como acabamos de indicar, es posible que algunas personas le estén encontrando ganancias a esta experiencia porque la salud mental no son matemáticas. Si los factores que mantenían o exacerbaban la patología han desaparecido o se han atenuado con el confinamiento es natural que la persona se encuentre mejor, aunque haya hecho falta un proceso para encontrar un nuevo equilibrio, claro, no es inmediato. Integrar nuestras pérdidas y ganancias durante una crisis, es decir, incorporarlas de manera ordenada y consciente, lleva su tiempo.
Si puedo trabajar de una manera más calmada y con menos fatigas externas es normal que mi cuadro de estrés o ansiedad se atenúe. Si un compañero me hacía mobbing (que puede generar cuadros severos de ansiedad y depresión) y ahora no tengo que aguantarle es natural que me encuentre mucho mejor de aquella sintomatología. Si tengo una adicción a alguna sustancia o conducta y ahora no tengo acceso a ello puede que haya pasado malos momentos por la abstinencia pero también que esté dando los primeros pasos en mi camino de desintoxicación, que igual luego revierten pero, mientras se dan, buenos son. Y así un largo etcétera.
En general cabría considerar que la sensación de “me gusta estar confinado” es más bien una manera de decir “Obviamente no me gusta esta situación, pero soy capaz de encontrarle lados positivos y momentos de disfrute, porque una cosa no quita la otra y muchos días pues oye, ni tan mal (sobre todo si me comparo con cómo están otros)”.
Resiliencia y confinamiento
La resiliencia es la capacidad para salir fortalecido de una adversidad. No es necesario que la adversidad haya concluido para que emerja la resiliencia, sino que esta puede ir manifestándose de manera continuada. Es un recurso que todas las personas tenemos en mayor o menor medida: todos tenemos un mínimo de fortaleza, de resistencia, de margen para el crecimiento y el aprendizaje.
No obstante, la resiliencia tiene que ser auténtica, no de boquilla. No es algo que se piensa y tampoco es algo que sucede por la propia voluntad de que suceda, sino algo que se experimenta y se refleja en la vida de la persona. No es un discurso ni un deseo.
En cierto sentido podríamos considerar que tampoco es una capacidad en sí misma, o algo unitario, sino una combinación de fortaleza, flexibilidad cognitiva (por ejemplo para encontrarle significados positivos o fértiles a las adversidades), apertura a la experiencia y optimismo, entre otras cosas. Es decir, no hay que confundir la resiliencia con la mera resistencia.
Es importante no exigirse imposibles, ni pelearse contra los elementos. La situación da de sí lo que da de síPor otro lado, es importante no hacer una apología acrítica de la resiliencia, es decir, no convertirnos en talibanes de esta cualidad, ya que hay que dejar espacio también para el sinsentido de la vida, el no haber aprendido nada de una crisis, el describir la propia experiencia no en términos de superación o de robustecimiento propio sino, simplemente, de experiencia no deseada pero vivida… y punto. Nadie debería exigirse a sí mismo el salir fortalecido de las desgracias que puede haber llegado a vivir durante esta emergencia y nadie tiene que sentirse inadecuado si no lo vive en estos términos.
Falta de sueño, ansiedad, estrés…
En situaciones como la actual mucha gente lo está pasando mal y en algunos casos lo notan físicamente, en su estado de ánimo, en sus relaciones interpersonales, etc. Sería fantástico tener un manual de instrucciones sobre cómo contrarrestar de manera eficiente este malestar, pero esto es posible únicamente en parte.
Para empezar, es importante no exigirse imposibles, ni pelearse contra los elementos. En muchos aspectos la situación es la que es, da de sí lo que da de sí y no va a cambiar en mucho tiempo. Tampoco va a cambiar en muchos aspectos solo porque nosotros lo queramos.
Si el problema es dormir habrá que enfatizar pautas básicas de higiene del sueño: regular horarios, no tomar estimulantes, hacer algo de actividad física, etc. La actividad física, adecuada a los gustos y capacidades de la persona, ayuda a descargar un poco la tensión y puede ser incluso divertida además de entretenida. No abusar de los contenidos negativos sobre la emergencia, no sobreinformarse ni malinformarse, es algo que tampoco debe perderse de vista. Ordenar el horario y rutinas de cada día, dedicar un poco de tiempo a alguna actividad manual o intelectual agradable. No tiene que ser necesariamente restaurar muebles o leer si no se tiene afición. Basta con cocinar algo, limpiar la casa, leer una revista. La vida, por fortuna, es mucho más sencilla de lo que a veces nos imaginamos. Tener contacto con personas más o menos animosas, no con aquellas que hunden más. Mantener la esperanza, pensar que cada día estamos más cerca de poder hacer pequeñas mejoras en los hábitos actuales, pensar que lo que estamos haciendo ahora no es estéril sino que tiene un sentido, un objetivo muy claro (controlar la expansión del virus, por ejemplo), poner el foco de vez en cuando en las cosas que sí van bien, etc.
Nada de esto va a hacer milagros. Quien espere milagros o mejorías mágicas va desencaminado. Pero sí son pequeños detalles que, si se tienen en cuenta y se van aplicando con constancia a la rutina diaria, pueden hacerla menos desagradable.