Psicocosmética: ¿maquillar el malestar psicológico?

¿Has oído hablar de la nueva tendencia llamada psicocosmética? Si no es así, te explicaremos que es, pero empezando por el principio. El mundo de la cosmética está orientado básicamente en dos direcciones. La primera está relacionada con lo puramente estético, con un determinado concepto de belleza que normalmente englobamos dentro del universo de lo que se conoce como “maquillaje”. La otra tiene que ver con el cuidado de la salud, principalmente la de nuestra piel y nuestro cabello: hidratación, regeneración, recuperación de flexibilidad… 

En algunas ocasiones no está muy clara la diferencia entre ambas vertientes. Al fin y al cabo, verse estéticamente bien o tener una piel y un pelo cuidados puede contribuir a nuestra salud física pero también psicológica. La razón es que vernos más guapos y saludables contribuye a mejorar nuestra autoestima, tener una mejor carta de presentación delante de los demás y ganar en seguridad. 

En este sentido, la cosmética es muy útil, sobre todo cuando es de buena calidad y consigue, al menos, uno de estos efectos deseados: cuidarnos por fuera, cuidarnos por dentro o, deseablemente, ambos. 

Por supuesto, es fundamental lograr que estos productos resulten atractivos y proporcionen a quienes los usan una experiencia satisfactoria. Para eso se cuida su composición (olor, color, textura y demás propiedades) y su presentación (recipientes, marcas y envoltorios). 

Se trata de proporcionar bienestar desde el primer golpe de vista hasta la aplicación sobre nuestro cuerpo para que el producto no sea únicamente bueno, sino también deseable.

Psicocosmética: nada nuevo en el armario de las cremas

Esta filosofía de fondo ha estado presente desde hace miles de años en estos productos. Los cosméticos y sus efectos nos los han inventado las grandes marcas que vemos hoy en la publicidad, ni mucho menos. 

Sin embargo, últimamente ha empezado a cobrar fuerza una nueva corriente dentro de la cosmética de alta gama: la llamada psicocosmética o, como se dice a veces, neurocosmética. 

psicocosmética

Estas etiquetas se emplean para describir cómo ciertos tipos de cosméticos, realmente sofisticados en su elaboración, son capaces de proporcionarnos una cierta sensación placentera y también de provocar en nosotros emociones positivas. Los más ambiciosos hablan, incluso, de una experiencia completa de bienestar interior y felicidad

En realidad, que los cosméticos proporcionan una experiencia psicológica positiva y satisfactoria es algo que, como ya hemos indicado, está integrado en el propio concepto del producto, no es nada original. Los cosméticos siempre han sido para eso. Si fuera un logro de estos productos de la así llamada psicocosmética, tendríamos que usar este lenguaje con cualquier cosa que pudiéramos hacer o consumir: hablaríamos de objetos y actividades tan bien hechos que son capaces de proporcionarnos bienestar, plenitud y emociones positivas profundas. Al final caeríamos en el absurdo y todo se llamaría psicodecoracón, psicovestuario, psicoalimentación, psicodeporte y así hasta el infinito. 

Las cosas, mejor por su nombre

¿Verdad que la comida china en China solo se llama comida? Pues la cosmética no es psicocosmética si proporciona bienestar: es cosmética y punto. Hablar de psicocosmética, neurocosmética o “cosmética sensorial” (si un producto cosmético no es sensorial no queda muy claro qué es), puede ser una estrategia magnífica a nivel de marketing, pero eso no quiere decir que detrás haya algo real, verdaderamente significativo. 

Por esa misma razón no hablamos de “comida alimenticia” o de “ropa textil”, sino que hablamos de comida buena o mala, o de ropa de un tejido o de otro, pero no de ropa que viste o comida que tiene nutrientes. ¿Cualquier cosa que nos haga sentir bien tiene especiales propiedades que hay que hiperpsicologizar, aunque sea a través del lenguaje? No. Al menos no si queremos decir la verdad y no solo vender cosméticos muy sofisticados a los que llamamos psicocosmética.

¿Verdad que una buena película o una cena agradable con las amigas, o un rato de sexo increíble, pueden despertar en ti un gran nivel de inspiración, emociones positivas o diversión? Pero no por eso vas al psicocine ni haces psicoquedadas con tus amigas ni tienes psicorrelaciones sexuales. Y eso que los efectos que esas actividades tienen en tu psiquismo son bastante más profundos que los de aplicarse una crema o usar un champú o un maquillaje determinados, por muy placenteros que sean sus olores, sedosas sus texturas y balsámicos sus efectos sobre tu piel. 

Por tanto, añadirle el prefijo “psico” es, simplemente, eso: un añadido para intentar dar a un producto cosmético un prestigio o una utilidad que no posee ni tiene por qué poseer.

En realidad todo estímulo tiene un efecto en nosotros y nuestro organismo lo procesa a diferentes niveles: cognitivo, emocional, físico y conductual. A veces tenemos conciencia de que eso ocurre y otras veces no, independientemente de la relevancia del estímulo. Los que nos resultan agradables generan una sensación placentera, más o menos duradera. Los que no, generan algún tipo de malestar. Pero no por ello vivimos una neurovida, decoramos nuestra casa con neuromuebles, comemos neurocomida o programamos neuroviajes. Simplemente vivimos. 

Si nos cuidamos más, por ejemplo a través de cosméticos buenos, tenderemos a encontrarnos mejor, pero las auténticas emociones no vienen dentro de un botecito que hayas comprado en la perfumería. 

¿Para qué usamos los cosméticos?

No podemos olvidar que lo que hay detrás de la industria cosmética no es tanto el deseo que la mayor parte de la gente tiene de cuidarse (que también) sino, sobre todo, el anhelo de la gente de no envejecer jamás

En última instancia, y aunque suene muy tremendo, se trata de vencer al tiempo y no morir… o morir con cien años teniendo la cara de alguien de cuarenta. Esta pretensión es tan antigua como la historia de la humanidad y probablemente Cleopatra ya usaba psicocosmética sin llamarla así. Al fin y al cabo, ella no conocía esa palabra y tampoco necesitaba añadirle un prefijo a una palabra que ya significa todo lo que tiene que significar: cosmética. 

Lo que ocurre es que el uso de la cosmética para mejorar la imagen física y cuidar de nuestro exterior no le basta a todo el mundo. Tener una piel cuidada y sana, además de unas imperfecciones bien disimuladas no siempre es suficiente. Por eso, parece necesario inventar que algunos productos cosméticos tienen superpoderes y no solo proporcionan el placer que ya conocíamos sino, además, nos dan poco menos que la felicidad. ¡O sin el “poco menos”! Y, por supuesto, hay que presentar esos productos maravillosos al gran público como si fueran el gran hallazgo: el mundo interno y el mundo externo de la persona por fin unidos gracias a un champú, una crema, unas gotas del elixir de la felicidad. 

Menos psicocosmética y más psicoterapia

Probablemente muchos de los productos de alta gama que se venden bajo la etiqueta de psicocosmética son de gran calidad y cumplen perfectamente sus funciones básicas. Sin embargo, como consumidores es importante distinguir entre el autocuidado o el ornamento -que son necesarios y legítimos- y la pretensión de obtener un bienestar subjetivo realmente significativo a través de los cosméticos. 

Podemos aplicarnos los cosméticos más psico, más neuro y más smart que la industria pueda fabricar. No obstante, la realidad es que, con un poco de suerte, vamos a envejecer como todo el mundo y, al final, vamos a morir.  

psicocosmética

Si tu autoestima está dañada y tu ego está deformado porque tu piel está deshidratada o porque tienes manchitas, entonces tu autoestima va a mejorar si cuidas y maquillas tu piel con los productos adecuados. Pero si tu autoestima no tiene que ver con el estado de tu piel, entonces es bueno que la cuides con los productos adecuados, pero sabiendo que tu satisfacción contigo misma y tu falta de seguridad y motivación no van a mejorar significativamente por muchos psicocosméticos que te apliques. 

Sencillamente porque no hay ningún psicocosmético que pueda lograrlo. Esos productos pueden hacer que tu piel esté sana, brillante o bonita, pero eso no es desarrollo personal en el sentido verdadero del término. 

Si te sientes incómoda porque te has quemado tomando el sol en la playa entonces una buena crema regeneradora va a aportarte una sensación de bálsamo y frescor, más intensos cuanto mejor sea esa crema y cuanto más grave sea tu quemadura. 

Esa sensación balsámica, por definición, la vas a experimentar como placer y sensación de reposo -durante un rato- a nivel general. Sin embargo, eso no te va a dar alegría, ni orgullo, ni satisfacción contigo misma, ni sensación de madurez, ni motivación para sobreponerte a tus miedos. No te va a enseñar habilidades sociales ni va a hacer que te perdones por tus errores. Tampoco va a solucionar ningún otro problema de tu vida. 

En realidad, ya bastaba con haberse puesto previamente un protector solar bueno (no psico) para el problema de la piel y haber pedido hora con tu psicólogo online para lo demás. Consumir cosméticos buenísimos si lo deseamos es estupendo, pero recordemos que, aunque el placer del alivio y del autocuidado son, obviamente, fenómenos psicológicos, la felicidad es otra cosa

También es importante distinguir entre ciertas sensaciones placenteras que pueden provocar los cosméticos, aunque sean muy intensas y puedan, por supuesto, considerarse fenómenos psicológicos, de verdaderas emociones positivas, que van más allá de lo sensorial. 

En este sentido, es obvio que todo lo que entra a través de los sentidos -por ejemplo unos productos cosméticos de buena calidad- es susceptible de ponernos en un determinado estado emocional. Sin embargo, esos estados tienden a ser superficiales y poco duraderos. Las emociones positivas son algo más profundo y complejo: orgullo, alegría, gratitud, flow, emociones estéticas (como las que nos proporcionan las obras de arte), saboreo (revivir las experiencias positivas que hemos tenido), etc. 

Esto no lo da un cosmético, ni un tratamiento estético, por muy bueno y continuado que sea. Lo da el verdadero desarrollo personal, ya sea espontáneo o logrado gracias a una terapia psicológica. Por eso, si ves que con cuidarte por fuera no basta, quizá es el momento de ir un paso más allá en tu “programa completo de bienestar” y ponerte con el interior. Las arrugas salen solas (es por el tiempo y es inevitable), pero la mala cara, la ausencia de brillo, el deterioro de tu cuerpo, tiene una enorme relación con tu malestar psicológico. Ponte en manos de un profesional hoy mismo, por ejemplo a través de nuestro servicio de terapia online, y date la oportunidad, de una manera progresiva y realista, de comprobar cómo eso se manifiesta en tu bienestar. Tú eso también lo vales. 

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