La dictadura de la felicidad: cómo vencerla y encontrar tu camino

Si tienes redes sociales te habrás dado cuenta del gran escaparate que ofrecen para la felicidad. En realidad, no es tanto para la felicidad como para hablar sobre ella o mostrarla de diferentes maneras: fotos, composiciones gráficas, textos, gifs, enlaces, vídeos… Todo un despliegue dedicado a la exhibición de eso que llamamos “felicidad” pero que nadie sabe definir muy bien en qué consiste, aunque a algunos parece dárseles muy bien el conseguirla y disfrutarla cada día… o, al menos, esa es la impresión que se esfuerzan por compartir en sus perfiles públicos.

Desde luego, no cabe duda de que las redes sociales dedican mucho espacio a un tema que lleva ocupando y preocupando a la humanidad desde las cavernas. Sin embargo, en cierto sentido, estas plataformas han contribuido a generar una visión distorsionada de la “felicidad” (el bienestar, el disfrute, la satisfacción personal, el sentirse a gusto en la piel que cada persona habita). Esta visión es la propia de una sociedad preocupada por la felicidad pero angustiada por no ser capaz de conseguirla. Las redes no lo muestran, pero a veces parecemos un ejército de ratoncitos corriendo desesperadamente en una rueda de la felicidad que no acaba de llevarnos a ninguna parte.

“Levántate, suspira, sonríe y sigue adelante. Si luchas por lo que quieres, tarde o temprano llegará”, ¿te suena haber leído frases así en tus redes sociales… una y otra y otra y otra vez? Este es solo un ejemplo de mensaje con el que miles de personas se bombardean cada día de manera inocente para motivar a otros y motivarse a sí mismas y tiene millones de versiones diferentes.

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Una verdad incómoda

En realidad, frases así a menudo generan el efecto contrario: no aumentan la motivación ni la ilusión, sino el estrés. Además, cada uno de estos mensajes no tiene relevancia por sí mismo, pero juntos componen un discurso perverso que acaba llevando a quienes no cumplen con ello a sentirse inadecuados. Entonces, aun de manera inconsciente, cunde la insatisfacción por no responder como se espera al mandato de ser felices que impone la dictadura de la felicidad, un régimen en el que nos vemos atrapados cuando nos desconectamos de una vivencia sana de nuestros proyectos vitales, nuestro placer o nuestro estilo de vida.

Será interesante que te permitas sentir la decepción que esto va a despertarte: en realidad no, no es verdad que si luchas por lo que quieres eso tarde o temprano llegará. Afirmar eso puede quedar muy bonito y seguramente habrá a quien le consuele o motive pero, sencillamente, es mentira. La verdad, en cambio, es que a veces uno se esfuerza mucho y consigue lo que desea y otras veces, por diferentes motivos, uno se esfuerza mucho y no consigue absolutamente nada.

“Disfruta cada día como si fuera el último”, “Disfruta todo lo que puedas, al máximo, nunca jamás volverás a vivir este día”, “Hoy es el momento, no dejes pasar este día sin ser la persona que quieres ser”. Quizá hay personas a las que estas frases les ayudan pero,  para otras, mensajes así lo único que consiguen es generar un destello de “capacidad para disfrutar el momento presente” (bien) enmascarado por una masa oscura y pegajosa de angustia: disfrutar al máximo cada minuto de tu vida como si fuera absolutamente el último minuto valioso que vas a vivir en esta vida en la que si luchas por lo que quieres conseguirás tus sueños… supone una presión incómoda -por no decir insoportable- que en absoluto favorece el disfrute sosegado de nuestro presente.

¿Recuerdas cuando hemos hablado en este blog sobre meditación y mindfulness? Obviamente esa práctica no te va a garantizar “la felicidad” (un secreto: nada lo hará) pero sí puede ayudarte a que te acerques a ella. Pues bien, es importante que recuerdes que una de los pilares de la práctica de mindfulness es no tensionar, no forzar, no aferrarse al mandato autoritario de que tienes que ser feliz y extraer hasta la última gota del jugo existencial de cada minuto valiosísimo e irrepetible de tu vida.

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Felicidad Nacional Bruta

El próximo 20 de marzo se celebra el Día Internacional de la Felicidad ,instaurado por la ONU desde hace varios años a iniciativa de Bhután, un pequeño país situado a los pies del Himalaya. Al igual que otros países miden su nivel de riqueza basándose solo en criterios de productividad y economía (Producto Interior Bruto), las autoridades de Bhután consideran que la riqueza de un país se mide también a través de otros criterios, concretamente el bienestar psicológico, el uso del tiempo, la vitalidad de la comunidad, la cultura, la educación, la diversidad medioambiental, el nivel de vida, la salud y el Gobierno.  

Existen diferentes índices de felicidad, a través de los cuales los organismos internacionales emiten sus conclusiones sobre el progreso material -e inmaterial- midiendo diferentes factores. Estos índices contienen información interesante aunque, vistos de manera superficial, se quedan en una mera competición sensacionalista de “países felices”, sin que reparemos en que los países no son felices o desgraciados, sino que lo son sus personas y estas, a su vez, sienten felicidad en función de aspectos muy particulares y relativos.

Este tipo de generalizaciones, por tanto, deben ser adecuadamente relativizadas. Al fin y al cabo, los rankings de países en cuanto a su felicidad cambian en función de qué factores se midan y ninguno es capaz de afinar tanto que ponga de acuerdo a todo el mundo en cuanto a la línea que una sociedad debe seguir para ser más feliz. Por eso unas veces gana Bhután, otras gana Costa Rica y en otras ocasiones la vencedora es, por ejemplo, Noruega. Son tres países con culturas radicalmente opuestas en muchos sentidos y geográficamente muy lejanos entre sí, por lo que no extraña que la felicidad para sus habitantes pueda ser entendida de maneras muy diferentes.

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Leído y conforme

No, no vamos a definir ahora qué es la felicidad porque sería demasiado complejo y no habría páginas suficientes para llegar a una conclusión al respecto. Entender qué es la felicidad ocupa varias disciplinas que van desde la religión a la filosofía, pasando por la psicología, la antropología y, como ya hemos visto, la política, la economía… y todas las que se quieran añadir.

A veces la felicidad, entendida de una manera sencilla, puede tener que ver, simplemente con estar a gusto con lo que se tiene. Mucha gente vive experiencias en las que durante un tiempo cambia radicalmente su vida (un viaje de un mes en plan rústico como mochilero, unos meses como cooperante en un país con dificultades tecnológicas y materiales…). Esto les permite reflexionar sobre qué es lo importante en la vida y qué cosas hacen que las personas estén a gusto consigo mismas.

Si les preguntáramos a su regreso qué es necesario para ser feliz seguramente responderían cosas de este tipo: que no te duela la cabeza ni tengas un esguince, que tengas un colchón medio cómodo para dormir, que cada día tengas comida suficiente y rica, que no se te caiga el techo encima por una tormenta o un bombardeo y que haya cerca de ti otras personas agradables con las que compartir tu cotidianidad. Con esto y un poquito de apertura mental es perfectamente posible sentar las bases para una felicidad sana.

Sabemos no siempre estas experiencias de bienestar sencillo y sus conclusiones pueden mantenerse durante mucho tiempo, pero nos abren la puerta a una reflexión interesante: la felicidad tiene que ver, entre otras cosas, con el binomio conformidad versus conformismo. La conformidad es un valor, indica que estamos conformes, a gusto, aceptando conscientemente lo que hay, lo que somos, lo que se nos ofrece, sin pelearnos por transformarlo. El conformismo, en cambio, es un proceso psicológico por el cual nos resignamos a lo que hay, a lo que somos, a lo que tenemos, sabiendo que no nos satisface pero conformándonos con mantenerlo en una deriva que tiene bastante de apatía y de rendición.

Felicidad y deseo

Otro binomio que puede sernos de utilidad para entender la felicidad es el que forman la ambición y la codicia. Ambos conceptos tienen que ver con lo que deseamos pero aún no tenemos y, aunque muchas veces se emplean como si fueran sinónimos, existen importantes matices entre ellos.

La ambición es una fuerza que nos mueve, se alimenta de nuestra ilusión y nos proyecta hacia el futuro conectándonos con nuestros valores, sean los que sean. Además, si bien puede partir de la insatisfacción con lo que se tiene, la ambición permite crecer y no tiene por qué generarnos un problema con otras personas, mientras la canalicemos de forma asertiva y ética.

Sin embargo, la codicia no favorece buenas relaciones interpersonales porque nos hace poner lo que deseamos por encima del vínculo con otras personas. Por otro lado, más allá de la falta de conformismo, la codicia nace del desprecio o rechazo hacia lo que se tiene: es una fuerza más emocional que reflexiva y se alimenta de un deseo voraz de tener más, con el riesgo de que eso se haga a toda costa, ya sea para uno mismo o para los demás. La ambición, por tanto, puede ser fuente de felicidad, mientras que la codicia nunca puede serlo, aunque lo parezca.

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Tres niveles de felicidad

Martin Seligman, un prestigioso psicólogo precursor de la psicología positiva, desarrolló una teoría sobre la felicidad que sitúa esta idea en tres niveles diferentes: la vida agradable o placentera, la buena vida y la vida significativa.

Según este esquema, en el primer nivel podemos sentir un tipo de felicidad que nace de la satisfacción y la vivencia de placeres básicos, ya sea a través de tener bien cubiertas nuestras necesidades físicas -básicas y no tan básicas- o disfrutar de las relaciones con otras personas y las actividades agradables que compartimos con ellas.

En el segundo nivel, el de la buena vida, la persona experimenta felicidad a través del desarrollo de sus recursos personales, sus cualidades, sus talentos y fortalezas, lo cual hace que nuestra vida interior y exterior brille y sea fuente de satisfacción.

El tercer lugar, el de la vida significativa, consiste en ir más allá de los niveles anteriores y ponerlos al servicio de una actividad que vaya más allá de nuestra individualidad, trascendiendo nuestro propio bienestar al dedicar nuestras cualidades a un propósito “más grande que nosotros”.

Los psicólogos siempre afirmamos que el desarrollo de tu bienestar es un proceso, no hay recetas mágicas ni inmediatas para que te sientas a gusto con la vida que llevas o que quieres llevar en el futuro.

No importa tanto si enfocas tu felicidad hacia los placeres o bien hacia proyectos que perduren una vez que hayas desaparecido. Lo importante es que recuerdes que no puedes sentirte feliz si estás intentando angustiosamente sentirte feliz. Vale más que, por ejemplo, visites a un psicólogo y compartas con él o ella tu angustia: seguro que juntos podréis dejarla de lado poco a poco y entender los caminos particulares por los que puedes superarla y aumentar tu bienestar.

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