Mi trabajo no me gusta, ¿qué debo hacer? Una buena pregunta con una respuesta difícil. A no ser que seamos ricos herederos, todos debemos ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. La cuestión está en lograr que la cantidad de sudor sea la mínima posible. Si, además, podemos desarrollarnos profesionalmente en algo que nos gusta, incluso que nos gusta mucho, la jugada puede salir redonda.
Sin embargo, cuesta mucho redondear las jugadas profesionales. También ocurre en otras facetas de la vida. Por ejemplo, cuando vamos a comprar o alquilar una casa, parece que nunca encontramos la casa perfecta: la que encaja en el precio no tiene ascensor, la que tiene el espacio adecuado está en una calle horrible, la que está cerca del metro se nos queda pequeña… Y qué decir del mundo de las parejas: queremos que él/ella lo cumpla todo, que sea una cosa y la contraria, que no tenga fallos y que nos mantenga enamorados por siempre jamás.
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En el terreno profesional ocurre algo parecido: el trabajo que tiene un buen horario, no tiene un buen sueldo, el que tiene un buen sueldo tiene un horario malo, el que tiene alguno de los 8 factores que más valoran los trabajadores resulta que no nos acaba de motivar…
¿Por qué a veces sentimos que no acabamos de armonizar todas las piezas importantes de nuestra vida profesional? ¿Estamos planteando mal nuestras expectativas? ¿Cómo sabemos si estamos pidiendo un imposible o si nos estamos conformando con algo peor de lo que podríamos conseguir?
Son preguntas importantes pero ninguna de ellas tiene una respuesta sencilla.
Mi trabajo no me gusta: anticípate desde el principio
Hace unas semanas te contamos 10 cosas que debes saber si eres estudiante. Para ello, le pedimos a un grupo de personas de diferentes edades y profesiones que miraran atrás en el tiempo. Tras echar un vistazo a los estudiantes que fueron, nos explicaron cómo veían las decisiones que tomaron al inicio de su formación ahora que llevan varios años de carrera profesional. Una de esas personas compartió un valioso aprendizaje que había hecho con el tiempo: cuando se elige una determinada profesión es importante reflexionar sobre lo que a uno le gusta o le interesa, pero también sobre qué tipo de vida se desea tener en el futuro.
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Es decir, en la medida de lo posible debemos plantearnos cuál es el perfil profesional que deseamos desarrollar y a qué le damos importancia en el terreno profesional (estatus, dinero, tiempo libre, horario estructurado…). Eso es lo que va configurar nuestro estilo de vida y va a influir mucho cuando intentes responder a la temida pregunta: ¿qué hacer si mi trabajo no me gusta?
No hay duda de que todos podemos cambiar, desarrollando nuevos gustos y facetas con el tiempo. No obstante, si elegimos una profesión que, a priori, está muy lejos de nuestros valores, eso puede acabar generándonos un gran “estrés existencial”. No es fácil sentir que no encajas en tu trabajo, que no te sientes realizado profesionalmente, que tu trabajo no tiene nada que ver contigo o, peor aún, que tu trabajo te “quita la vida” a cambio de nada.
Del mismo modo, tampoco es saludable a nivel psicológico aspirar indefinidamente a encontrar ese trabajo ideal en el que todo cuadre: puede ser una opción muy alejada de la realidad y abocarnos siempre a la frustración.
Una vez más, enfocar adecuadamente nuestra profesión (es decir, nuestra experiencia psicológica de ser los profesionales que somos) requiere equilibrar nuestras capacidades, sueños, expectativas y necesidades.
El obstáculo de la pasión
Desde hace un tiempo se le da una gran importancia en el terreno profesional a la idea de la pasión. Debemos detectar qué nos apasiona y dedicarnos a ello, hacer de nuestros gustos nuestra profesión, sentir pasión por lo que hacemos.
Los reclutadores y responsables de recursos humanos leen cada día cientos de cartas de presentación en las que los candidatos se describen a sí mismos como “apasionados de lo que hacen”, explicando las funciones que han desempeñado en puestos anteriores con la muletilla de “me apasiona” tal o cual cosa.
Por supuesto, sentir pasión por aquello a lo que te dedicas no es solo una gran suerte, sino una impagable bendición. Sin embargo, ¿a cuánta gente conoces a la que le apasione su trabajo? Cuidado, no decimos a la que le guste o se sienta cómoda o que no diga alguna vez «Mi trabajo no me gusta». Hablamos de pasión, de amor verdadero, como en los cuentos de Disney.
En efecto: muy poca. A muchos afortunados les gusta más o menos lo que hacen y a muchos otros no les gusta prácticamente nada, pero solo a unos pocos les apasiona de verdad su profesión, solo unos pocos se ahorran contundentemente la frase «Mi trabajo no me gusta». Entonces, si es algo tan raro, ¿por qué nos sentimos inadecuados o frustrados cuando comprobamos que lo que hacemos no nos vuelve locos de amor? ¿Por qué esa extrañeza al comprobar que lo que antes nos apasionaba ha perdido su brillo al cabo de los años?
A juzgar por lo que vemos por ahí, en realidad no es extraño que eso nos ocurra, sino normal.
Lo que pasa es que, en algún momento, alguien nos ha hecho creer que tenemos que sentir pasión por lo que hacemos, no solo gusto, interés o motivación. Que lo normal, a lo que debemos aspirar, es a volcarnos en nuestra profesión como si se nos fuera la vida en ello porque, al fin y al cabo, lo suyo es que nos apasione lo que hacemos.
En definitiva, nos alegran y nos dan envidia aquellas personas que pueden dedicar su vida profesional a desarrollar aquello que verdaderamente las apasiona, pero eso no significa que nos tengamos que sentir miserables por no pertenecer a esa élite.
Volver a considerar trabajo al trabajo
Después de años de exaltación de la pasión se hace necesario girar un poco el paradigma y volver a considerar a las cosas como lo que realmente son, mirándolas de una manera más ecuánime.
Obviamente todos aspiramos a trabajar en algo agradable y que nos guste, algo en lo que disfrutemos y podamos tener una sensación de valía. Sin embargo, también debemos asumir que el trabajo es un medio que nos permite ganarnos la vida y que, siempre que cumpla unos mínimos, no tiene por qué ser perfecto. Si las personas no somos perfectas y las casas tampoco lo son, ¿por qué deberían serlo nuestras profesiones?
Existe una enorme diferencia entre el conformismo y la conformidad que mucha gente tiende a olvidar y que tiene mucho que ver con nuestra capacidad para observar de manera realista aquello a lo que nos dedicamos.
El conformismo es la actitud derrotista según la cual asumimos que lo que tenemos es lo máximo a lo que podemos aspirar y que no merece la pena desear nada diferente ni, mucho menos, hacer ningún movimiento orientado a mejorar nuestra situación. Por su parte, la conformidad es la actitud realista según la cual aceptamos lo que tenemos en un momento dado tras hacer un cálculo de pros y contras, pero sin que eso nos impida aspirar al cambio, a la evolución, a la mejora.
Desde este punto de vista, intentar progresar en nuestro trabajo es fantástico, porque desear vivir mejor y más de acuerdo a nuestros valores y necesidades es un síntoma de salud mental. Sin embargo, eso no está reñido con observar al trabajo como lo que realmente es sin pedirle que sea algo que no puede ser.
Un enfoque realista es un enfoque más saludable
Es inútil pedirle a una casa lo que no puede darnos o pretender que alguien se convierta en una persona que no es. Del mismo modo, el trabajo es, ante todo, un trabajo y no tiene por qué apasionarnos. Podemos preguntarnos qué hacer si nuestro trabajo no nos gusta, pero lo importante es que nuestra profesión no sea un obstáculo significativo para nuestro bienestar psicológico y nuestra autoestima.
Si lo es, entonces es el momento de pedir ayuda profesional para ver qué pieza se ha desajustado en el engranaje de nuestros valores, vocación, necesidades y capacidades.
Como responsables de recursos humanos, también debemos prestar atención a estas cuestiones cuando planteemos a nuestros equipos diferentes condiciones laborales, programas de motivación y salario emocional o a la hora de intentar mantenerlos en nuestra empresa debido a su talento.
Ifeel cuenta con un programa de bienestar emocional para empresas a través del cual es posible proporcionar un servicio de terapia psicológica a los empleados de tu compañía y recibir asesoramiento continuado y personalizado sobre cómo cuidar de la salud psicológica de tu plantilla.
Pide información hoy mismo y pongámonos con ello, tanto si es para reavivar pasiones como si es para darle al trabajo el lugar que merece en nuestro estilo de vida. Eso sí valdrá la pena.