Lidera tu proceso de cambio y aprendizaje

Nuestra vida está plagada de momentos de cambio en los que debemos adaptarnos a las circunstancias y, sobre todo, acercarnos al máximo a la persona que queremos ser, por lo que no es de extrañar que este tema haya despertado enorme interés en psicología y disciplinas afines. De hecho, después de tres décadas de trabajo como investigador académico y consultor de organizaciones en el campo del desarrollo del liderazgo, Richard Boyatzis  desarrolló a finales de los años noventa un modelo titulado “Proceso de cambio y aprendizaje autodirigido en el liderazgo personal y profesional”, que es aplicable a cualquier cambio personal que queramos llevar a cabo en nuestra vida.

La esencia del desarrollo como personas descansa en el aprendizaje autodirigido, es decir, en el desarrollo y la consolidación intencional de algún aspecto de lo que somos, lo que queremos ser o de ambas cosas a la vez. Para ello es preciso tener una imagen muy clara tanto de nuestro yo ideal como de nuestro yo real, y comprender que este aprendizaje autodirigido es más eficaz y duradero cuando uno comprende el proceso del cambio y; en consecuencia, los pasos que debe dar para lograrlo.

El modelo contiene 5 pasos y es muy adecuado para poder utilizarlo en el desarrollo personal y/o profesional de cualquier persona. Este modelo de aprendizaje es un ciclo repetitivo que puede emplearse a lo largo de toda la vida para ir adaptándose a los distintos cambios que una persona va realizando en su camino. Veamos los pasos del proceso.

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El yo ideal, comienzo del cambio

El primer paso consiste en responder a la pregunta ¿quién quiero ser? Cuanto más clara y poderosa sea la imagen de lo que uno quiere llegar a ser, más motivación y entusiasmo tendrá para desarrollar sus capacidades y hacer lo necesario para conseguirlo.

Cuando tenemos claro en nuestras vidas lo que queremos hacer, dónde queremos llegar y cómo, nos sentimos motivados para poner en marcha los procesos que nos lleven a ser las personas que queremos ser. Da igual cómo lleguemos a tener esa visión de lo que queremos ser, lo importante es que esa imagen de nosotros mismos sea tan poderosa que provoque en nosotros entusiasmo y esperanza. Así puede convertirse en el combustible que mantenga la motivación necesaria para seguir adelante todos los días y no frustrarnos cuando retrocedamos o, simplemente, no avancemos.

Por lo tanto en este primer paso lo primero es conectar con nuestro yo ideal, la persona que a uno le gustaría ser, tanto a nivel personal como a nivel profesional. Debemos tener presente que no nos va a resultar sencillo cambiar los hábitos que posiblemente hemos creado durante muchos años. Tendremos que contrarrestar muchos años de aprendizaje que se halla profundamente inscrito en nuestros circuitos neuronales. Por eso el auténtico cambio exige el compromiso y la dedicación profunda a una imagen ideal futura de uno mismo, especialmente en situaciones difíciles.

Igualmente hay que tener en cuenta que, a veces, el mismo acto de visualizar el cambio puede llenarnos de preocupaciones por los obstáculos que puedan presentarse, por la inseguridad de conseguirlo, etc.

 

El yo debería frente al yo ideal

No es fácil en el mundo actual, bombardeados por mensajes de todo tipo, por la cultura del triunfo y la posesión de bienes materiales, por la competitividad con la que se nos educa desde pequeños, tener claro cuál es nuestro yo ideal. Muchas personas, pasan gran parte de su vida tratando de ser no quien quieren ser, sino quien la sociedad o la familia le dictan que sea.

Cuando otros nos dicen cómo debemos ser están dándonos su versión de nuestro yo ideal, una imagen que contribuye a configurar el llamado “yo debería” (es decir, la persona en la que supuestamente deberíamos convertimos). Cuando aceptamos ese “yo debería”, se convierte en una prisión en la que acabamos atrapados.

Además, con el paso del tiempo, las personas acabamos perdiendo el contacto con nuestro yo ideal y nuestra visión se torna confusa. Apremiados por la obligación de liquidar una hipoteca, sufragar la carrera universitaria de nuestros hijos o el deseo de mantener cierto estilo de vida o, simplemente, por cumplir los objetivos que nos marcan, terminamos olvidando si el camino que hemos emprendido nos ayuda o no a alcanzar nuestros sueños.

Resulta muy fácil confundir el “yo debería” con el “yo ideal” y acabar siendo insincero con uno mismo: ese es precisamente el motivo por el cual resulta tan importante el primer paso: “descubrir nuestro yo ideal”.

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La importancia de los valores en el yo ideal

Los valores desempeñan un papel muy importante en el descubrimiento del yo ideal. Hablamos aquí de esos valores que nos van a acompañar durante toda nuestra vida, no de aquellos otros valores, que, aun siendo importantes, van modificándose a lo largo de la vida en función de acontecimientos como el matrimonio, el nacimiento de un hijo o un despido.

En este apartado es importante que nos preguntemos lo siguiente: ¿cuáles son los valores importantes en mi vida en relación con la familia, el trabajo, las relaciones…? Cojamos los cinco o seis más importantes en nuestra vida y comprobemos primero si de verdad han guiado hasta ese momento nuestra vida. Luego pensemos en ese yo ideal desde esos valores.

Nuestros sueños y aspiraciones se van transformando y reformulando a lo largo de toda nuestra vida personal y profesional y lo mismo ocurre también con el nuestro yo ideal. Esto supone tener la capacidad de estar abiertos al cambio permanente y no es fácil. A veces nos puede provocar inquietud y ansiedad. Sin embargo, si no aceptamos este cambio permanente, este formular y reformular, acabaremos estancados y, lo que es peor, sin ser conscientes de dicho estancamiento.

 

El segundo descubrimiento: el yo real

Tratamos de dar respuesta a la pregunta ¿quién soy? ¿Cuáles son mis fortalezas y debilidades? En este apartado debemos hacer un gran trabajo de autoconocimiento para descubrir realmente cómo somos, cómo actuamos, cuáles son nuestras fortalezas y debilidades. Conocernos a nosotros mismos es la única manera para saber dónde se está y, a partir de ahí, tomar las acciones necesarias para llegar hasta donde se desea.

Este descubrimiento se asemeja a mirarnos en un espejo y descubrir quiénes somos realmente ahora, cómo actuamos y cómo nos ven los demás. Algunas de estas observaciones serán congruentes con nuestro yo ideal (y pueden ser consideradas como fortalezas) mientras que otras, por el contrario, pondrán de relieve nuestras debilidades, es decir, las discrepancias existentes entre la persona que somos y la que nos gustaría ser.

Para llevar a cabo una valoración exacta del yo real, es decir, la persona que realmente somos, es necesario reconocer nuestros talentos y nuestras pasiones. Esta tarea, por cierto, resulta bastante más difícil de lo que puede parecer a simple vista. Hay que decir que, para ello, se requiere una buena dosis de autoconciencia, aunque solo sea para superar la inercia de la inevitable falta de atención que generan los hábitos arraigados. Así es como, con el paso del tiempo, acabamos sumiéndonos en una rutina desde la que resulta muy difícil advertir la realidad de nuestra vida, como si contempláramos nuestra imagen en un espejo empañado en el que no resulta nada sencillo ver quiénes somos realmente.

El denominado síndrome de la rana hervida, la lenta e inadvertida inmersión en la autocomplacencia, ilustra perfectamente las dificultades que nos impiden vemos tal cual somos. Sin embargo, aunque nosotros no podamos ver con claridad la persona en la que nos hemos convertido, quienes nos rodean suelen tener una visión mucho más clara de nosotros.

Son muchos los obstáculos que nos impiden cobrar conciencia de nuestro yo real. A fin de cuentas, el psiquismo humano nos protege de aquella información que pueda poner en peligro la percepción que tenemos de nosotros mismos. Sin embargo, aunque los mecanismos de defensa del yo cumplen con la función de protegernos emocionalmente para que podamos afrontar la vida con más facilidad, también ocultan y desdeñan información esencial como, por ejemplo, el modo en que los demás responden a nuestra conducta. Con el paso del tiempo, estos autoengaños del inconsciente acaban convirtiéndose en mitos que se perpetúan y persisten a pesar de las dificultades que nos causan.

 

Mentiras vitales

Entendemos por mentiras vitales o medias verdades aquellas que nos contamos a nosotros mismos para afrontar realidades demasiado inquietantes.

EI autoengaño es una trampa muy poderosa que distorsiona todo intento sincero de autoevaluación. EI es, en suma, el que nos lleva a prestar atención a aquello que confirma nuestra tergiversada autoimagen y a pasar por alto lo que no lo hace. Pero lo más sorprendente de todo es que este tipo de distorsiones no siempre son interesadas.

¿Cómo podemos corregir estos errores de autopercepción? Solicitando feedback de quienes nos rodean. Pero, si es tan sencillo, ¿Por qué no se hace?  Hay una serie de motivos que inciden en nosotros y en las otras personas como son: miedo a que la otra persona se enfade, no querer ser considerados como portadores de malas noticias, desconocimiento de cómo hacerlo…

Las personas más inteligentes buscan activamente tanto el feedback negativo como el positivo porque saben bien que, para ser más eficaces, deben disponer de un amplio abanico de información… aunque se trate de información que pueda resultar desagradable.

La búsqueda activa del feedback negativo constituye un excelente indicador de la conciencia que las personas tenemos de nosotras mismas y, en consecuencia, de nuestra eficacia. Esta búsqueda puede resultar vital para el desarrollo y la eficacia de una persona.

Solo cuando uno está seguro de que el feedback le ha permitido esbozar una imagen completa de sí mismo está en condiciones de echar un vistazo a sus fortalezas y debilidades. Una vez que tenemos claro lo que queremos conservar y lo que debemos cambiar, estaremos preparados para pasar a la siguiente fase.

En esta fase debemos centrar nuestros esfuerzos en responder a la pregunta ¿cómo puedo desarrollar mis fortalezas al tiempo que corregir mis debilidades? La respuesta debe ser la elaboración de una agenda detallada sobre las acciones que debemos realizar cada día para aproximarnos a nuestro yo ideal. El programa deberá ser intrínsecamente satisfactorio y ajustarse tanto a las habilidades que hemos decidido aprender como a las realidades de nuestra vida.

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Relaciones de apoyo y confianza  

Es imprescindible darnos cuenta de que necesitamos a los demás para poder identificar nuestro yo ideal, nuestro yo real y  las propias fortalezas y debilidades. Las relaciones son importantísimas para poder hacer frente al cambio debido a que nos ofrecen gran cantidad de oportunidades, de puntos de vista, de información que nosotros desconocemos o somos incapaces de ver para nuestro desarrollo y autodescubrimiento.

Tengamos en cuenta que los demás nos ayudan a ver las cosas que, inadvertidamente, dejamos de lado. Esas personas confirman el progreso que vamos realizando, corroboran nuestro modo de ver las cosas y nos permiten tomar conciencia de nuestro funcionamiento. No hay que olvidar que los demás nos proporcionan el contexto más adecuado para la experimentación y la práctica y, aunque el modelo se denomine «proceso de aprendizaje autodirigido», es realmente imposible de llevar a cabo en solitario. Y es que, sin la participación de los demás, no existe ningún posible cambio duradero.

Por otro lado, los demás también pueden ser una fuente de apoyo en esos momentos de decaimiento que siempre podemos experimentar.

 

Experimentar y practicar los nuevos cambios

La motivación del cambio parte de los primeros descubrimientos: el descubrimiento del yo ideal y el descubrimiento del yo real, el descubrimiento de nuestras fortalezas y de nuestras debilidades.

Sin embargo, ¿qué tenemos que hacer para provocar el cambio? Para ello será necesario disponer de un mapa del camino, un plan que nos ayude a contar con nuestras fortalezas para contrarrestar nuestras debilidades y, de ese modo, contribuir a convertir en realidad nuestros sueños y nuestras aspiraciones. Es necesario experimentar  y poner en práctica los nuevos cambios que se han propuesto en forma de nuevas conductas, comportamientos, pensamientos y sentimientos hasta conseguir que sean un hábito. Esta parte hay que desarrollarla a lo largo del tiempo. Deshacer nuestros viejos hábitos y crearnos otros nuevos cuesta tiempo, esfuerzo y disciplina. Pero, una vez creados, son fáciles de mantener.

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