Educar en las emociones es una expresión que se utiliza muy a menudo en el ámbito pedagógico, las llamadas escuelas de padres y, en definitiva, todo aquello en lo que esté implicada la formación de los niños y niñas. No en vano, aunque no sean conscientes de ello, muchos padres se plantean cómo deben manejar sus propias emociones delante de sus hijos, temiendo pasarse o no llegar o, en el peor de los casos, de hecho pasándose o no llegando.
El dilema al que se enfrentan estos adultos suele expresarse con la pregunta ¿debo mostrar mis emociones ante los niños?, ¿les angustiará verme mal, preocupado, triste, rabioso? En definitiva, muchos padres se plantean cómo deben educar en las emociones a sus hijos.
Educar en las emociones: un proceso complejo
Puede haber diferentes estilos de educación emocional, según la personalidad, el talante, el sistema de creencias, etc. que tengan los padres. Estos siempre están ofreciendo una educación emocional a sus hijos, otra cosa es que sea una buena o una mala educación.
Los padres tienen que ser conscientes de que son modelos para sus hijos y que estos aprenden a regular sus emociones, expresarlas (verbal y no verbalmente) y darles un significado en función de, entre otras cosas, lo que ven en casa.
No es ningún drama ni ningún trauma que los hijos vean a sus padres enfadados, tristes o asustados, siempre y cuando esto ocurra de manera puntual y, a ser posible, dentro de unos límites. Los niños necesitan ver que las emociones asociadas a una sensación displacentera, como el miedo, la rabia, la culpa, la tristeza o la vergüenza existen y necesitan modelos que les indiquen qué se hace en esos casos.
A lo largo de su vida van a tener muchos modelos para ello pero, cuando son pequeños, los principales son los padres. Que estos muestren sus emociones y les ofrezcan -a ser posible- un buen ejemplo sobre cómo experimentarlas es una buena ocasión para educar en las emociones a los niños.
Cuando las emociones de ira, tristeza o miedo que aparecen son recurrentes, es decir, si el adulto se ha instalado en esas emociones, ya convertidas en su estado emocional habitual, y las expresa desinhibidamente delante de los niños, sí puede aparecer un problema. En ese caso los padres pueden transmitir a sus hijos -sobre todo si son muy pequeños- una sensación de inseguridad o fragilidad superiores a lo que ellos pueden asumir como fragilidad normal.
Además, si los adultos están permanentemente tristes, angustiados o desesperanzados, no van a estar disponibles para sus hijos, sino centrados en lo que ellos están sintiendo y en sus necesidades, lo cual no es muy recomendable como educadores, lo cual incluye el educar en las emociones.
¿Cómo actuar con los niños si lloramos a menudo?
Depende de qué entendamos por “llorar a menudo”. Llorar es una reacción normal cuando sobrevienen ciertas emociones, pero no es una conducta que esté presente cada día en la vida de una persona, a no ser que esté atravesando ciertos problemas.
Al educar en las emociones a sus hijos, los padres deben combinar dos aspectos. Por un lado, que ciertas reacciones emocionales son perfectamente normales en ciertas situaciones y que eso no significa que mamá o papá estén completamente descompuestos y sean incapaces de ocuparse de ellos.
Por otro lado, tienen que transmitir seguridad y entereza, respetando algunos límites en el nivel de exposición de sus emociones que hacen delante de sus hijos, sobre todo cuanto más pequeños son estos. De lo contrario, pueden generar una sensación de preocupación o inseguridad excesiva en los niños, los cuales pueden acabar adoptando un papel de “rescatadores emocionales” de los padres que no les corresponde.
A veces el problema aparece por una dificultad a la hora de manejar el comportamiento de los niños. Todos los adultos del mundo se desesperan ante las rabietas y peleas de sus hijos y todos en alguna ocasión han actuado de forma inadecuada, o no han sabido si lo que hacían estaba bien o no, o se han sentido superados por la situación.
El problema es cuando esto sucede de manera recurrente. Si no es recurrente (todavía) y simplemente hoy (o últimamente) el adulto no ha sabido gestionar un episodio con los niños no pasa nada, no es el fin del mundo ni para ellos ni para el padre/madre. Se toma nota de qué ha ocurrido y, si se detecta que es un error que se está cometiendo más de lo debido, se debe consultar con alguien que entienda de pautas de crianza (por ejemplo un psicólogo). Eso puede ser útil para tomar conciencia de si estas “torpezas” en la crianza y al educar en las emociones (por ejemplo, desbordarse al ocuparse de los niños) tienen que ver con falta de habilidades parentales o bien con algún otro problema más complejo que el adulto esté atravesando.
Si los adultos están desbordados, es decir, si no son capaces de respetar los debidos límites y, de manera continuada no están atendiendo adecuadamente las necesidades emocionales de sus hijos pequeños, lo que deben hacer es pedir ayuda.
Educar en las emociones: ¿debo decir a los niños cómo me siento?
Sí y no. Como indicamos más arriba, tiene que haber una combinación de apertura y de límites. Los padres pueden admitir con sus hijos que están de mal humor o que hay algo que les preocupa o entristece, los niños pueden tolerar esto. Pero no deben hacerlo buscando excesivamente o de manera descontrolada la ayuda y el consuelo de los hijos, sobre todo si son muy pequeños. Tampoco deben tener reacciones emocionales muy intensas delante de ellos de manera frecuente porque los niños no sabrían contextualizarlo y no es bueno para ellos.
Los padres pueden educar en las emociones hablando de lo que sienten y expresándolo dentro de unos límites, pero siempre dejando claro (y demostrando) que ellos siguen siendo adultos, siguen siendo los cuidadores responsables y que un mal día no implica que papá o mamá dejen de proteger y estar disponibles para los niños.
Es importante que los padres sepan que compartir su mundo interno con sus hijos siempre tiene que ocurrir desde una realidad incontestable: que la relación paterno-filial es asimétrica, siempre se define en base al cuidado de los padres hacia los hijos (no al revés). Esto quiere decir que son los padres quienes se responsabilizan del bienestar físico y emocional de los hijos (no al revés).
Al contrario de lo que sucede en una amistad, la de padres e hijos no es una relación de “hoy por ti, mañana por mí”.
Ser padre no es fácil y muchos adultos se encuentran en apuros más de una vez en la educación de sus hijos. En ese caso solo hay una buena manera de reaccionar: admitiendo que tienen dificultades, que de una manera continuada no están cumpliendo como deberían.
Si, como es lo más frecuente, hay dos adultos a cargo de los niños, tienen que cuidar más que nunca la comunicación entre ellos y apoyarse. Quizá la dificultad reside más en uno de ellos y el otro puede, provisionalmente, tomar más responsabilidad en algunos aspectos. Si la situación persiste o, sobre todo, si son ambos progenitores quienes están en apuros, hay que pedir ayuda especializada. Igual que si hablamos de un hogar monoparental.
Qué hacer para educar en las emociones
1. No pretender ser perfectos. Padres perfectos, trabajadores perfectos, amigos perfectos, parientes perfectos. Nadie llega a todo durante mucho tiempo sin desgastarse por el camino y sin desatender cada una de las facetas que pretende abarcar. Hay que exigirse y ser autocríticos, porque la crianza de los hijos se tiene que hacer lo mejor posible, pero también hay que saber distinguir un error que cometería cualquiera, de manera puntual, de una negligencia.
2. Cuidar la comunicación entre ambos progenitores (si son dos). La crianza es cosa de dos y tiene que haber una buena comunicación para que los distintos estilos de crianza que pueden coexistir en una misma familia no generen incoherencias o desorden. También es importante comunicarse para pedirse ayuda mutuamente de manera eficaz y también para sentir que el otro es un compañero en la tarea, no un jefe o un lastre.
3. Disponer de ratos de ocio y lúdicos también al margen de los hijos o de la pareja. Eso favorece no solo el “despejarse” sino también tener un espacio en el que poder hablar de la familia sin que la familia esté delante, y recibir apoyo.
4. Identificar con honestidad las causas del malestar emocional, para ver si es algo que tiene que ver con la familia, con el trabajo, o con cualquier otra faceta. Es la manera de empezar a buscar una solución y también contener el problema dentro de su esfera, para que no se expanda a otras áreas y afecte a personas que no tienen la culpa.
5. Cuidarse, intentar llevar una vida ordenada a nivel de horarios, descansos y organización de la casa. Esto no va a hacer que un conflicto grave se solucione pero favorece el buen clima, evita que “los nervios se crispen” demasiado rápido. Además, las cosas no se ven igual si se ha dormido bien y la casa está recogida y he podido ir a dar una vuelta para tomar el aire que si cada pequeña cosa de nuestra vida está manga por hombro, en cuyo caso voy a tener siempre una sensación de saturación.
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