“Tinder es como Mordor, entras y ya no sabes cuándo vas a salir”. La afirmación no viene de ningún hobbit sino de Ana (40). “Yo empecé a usarlo hace 6 años porque me había separado -continúa esta madrileña- y me parecía súper difícil conocer gente. Mi círculo estaba más que cerrado y no tenía mucho tiempo para ampliarlo”.
Como es fácil suponer, durante estos años ha habido un poco de todo, incluso la relación que se ha establecido entre ella y la app ha experimentado también sus altos y sus bajos: “He pasado varios bucles en los que entraba con ilusión y salía con hartazgo infinito, consciente de lo artificial que era todo, el tiempo que perdía o porque empezaba alguna relación que pintaba bien pero que al final no salía. ‘Ponía a Dios por testigo’ de que no volvería a entrar y después volvía y volvía, porque el gusanillo vuelve a aparecer”.
¿Fanática de las aplicaciones? No, simplemente a la búsqueda de un compañero con el que compartir el tiempo y todo lo que dos personas que se gustan pueden hacer en ese tiempo. En realidad, las aplicaciones no crean ninguna necesidad que no tengamos ya los humanos, simplemente nos dotan de un nuevo canal para poder satisfacer las que ya tenemos. Otra cosa son los desperfectos que se produzcan por el camino, principalmente en cuanto a cómo nos sentimos con nosotros mismos. No obstante, a pesar de sus bucles y de las veces en que ha llamado a Dios a testificar, el conjunto para Ana es positivo: “Tengo que reconocer que Tinder, aparte de infinitos momentos surrealistas, me ha dado sobre todo buenas experiencias y conocer a gente muy maja”.
El camino, mejor que la posada
Una vez más, para esta habitante de la Tierra Media de las apps es fundamental hacer un uso eficiente de este tipo de herramientas y, ante todo, tener unas expectativas realistas que eviten el desastre psicológico. ”He huido de perder mucho tiempo en Tinder -afirma Ana con rotundidad-, si empiezas a mirarlo cada dos por tres te saturas. Hay que reconocer que tiene algo de adictivo. Como pienses que entre todas esas personas se encuentra ‘el amor de tu vida’ estás perdida. Es como si echaras monedas a la máquina tragaperras porque está ‘a punto de salirte el premio’… y acabas enganchada”.
«Ponía a Dios por testigo de que no volvería a entrar en Tinder y después volvía y volvía»De hecho, como explica el psicólogo Gabriel J. Martín, a quien ya mencionamos en este otro artículo, va tomando fuerza la hipótesis de que nuestro enganche a estas apps se debe a un curioso fenómeno del aprendizaje humano: el “refuerzo intermitente”, que es exactamente uno de los factores que explica la adicción al juego. “Al estilo de las tragaperras -explica Martín– cada ‘no’ que recibes es interpretado por tu cerebro como un sí inminente”. Viéndolo así, si el match perfecto está a punto de aparecer, cualquiera apaga ahora el móvil, ¿no? Por cierto, si te interesa el tema no dejes de consultar su último libro, Gay Sex (Roca Editorial 2020) porque habla de esto.
Precisamente para no caer en enganches tontos es importante tener las cosas claras y aprender, poco a poco, a usar las apps de ligue de una manera más madura. “Mi objetivo era tener una relación, por así decirlo, estable -explica Ana– pero he aprendido a disfrutar del camino y pasarlo bien. Porque Tinder puede ser agotador si te lo tomas demasiado en serio. Yo aprendí a bajar expectativas y, sobre todo, a no hacerme películas. Ahora sé que Tinder es una gran forma de acercarme a nuevas personas, pero en realidad está todo por conocerse, construirse y jugarse y el primer ladrillo sobre el que edificar para mí siempre tiene que ser la química y la conexión. Lo demás ya se irá viendo”.
Jugar a dos bandas
Muchos usuarios de una determinada app de ligue también están en otra (u otras) apps de características similares. Marcos (32) es uno de esos que prueban aquí y allí, por lo que pueda pasar. “Empecé a usar Grindr hace unos 9 años, Tinder un poco menos”, explica. “Realmente no recuerdo cuál fue el impulso inicial para descargarlas, aunque quizá al principio fue más una necesidad de conocer chicos por curiosidad durante mi época universitaria, en la que me rodeaba en un ambiente ‘más hetero’. Una vez vine a vivir a Madrid el uso cambió por completo”.
En su caso las apps de ligue han ido apareciendo y desapareciendo al mismo ritmo que lo hacían las relaciones de pareja: “A la semana de dejar la relación me instalé la app y me hice un perfil con foto, sin ningún pudor. Al fin y al cabo, a día de hoy todos sabemos lo que hay y lo cierto es que, aunque viva en Madrid, los encuentros sexuales más allá de una discoteca y sin estas aplicaciones no son tan fáciles como parece”.
Por lo que hemos visto, el usuario de apps de ligue no nace sino que se hace. Es decir, una cosa es descargarse la herramienta y otra es aprender nuestra manera particular de utilizarla. En el caso de Marcos, no sabemos si por refuerzo intermitente o más bien continuado, las apps están más que amortizadas. “Abro Grindr cada día entre 5 y 7 veces de media -explica-, Tinder también lo abro cada día, aunque menos veces. Al principio me costaba más entrar a casa de un desconocido y directamente bajarme los pantalones, no conectaba nada con esas situaciones, por inseguridad, vergüenza, timidez… A día de hoy tengo menos problema con eso. Creo que con los años se te van quitando las ‘tonterías’ y vas más al grano. Aun así, a nivel emocional no conecto nada con Grindr, dejo completamente esa parte a un lado”.
Al llevar varios años usando ambas aplicaciones, Marcos dispone de una buena perspectiva sobre qué esperar y qué no en cada una, más allá de las claras similitudes que, al final, ambas presentan. La primera diferencia, como sospechábamos, está en cómo se afronta el elefante rosa de las relaciones sexuales. “Grindr lo asocio más al sexo -comenta este joven- y al envío de fotografías subidas de tono. Tinder es una app en la que el tema sexo es más tabú, más de conocer para ir a tomar algo y lo que surja, tiene un tono más formal. El tema del match de Tinder es también lo que lo hace diferente. Al no tener una conexión real con contactos cercanos y en línea instantánea y tener que hacer match para hablar es lo que hace que pase menos tiempo en ella. Yo nunca rompo el hielo de empezar una conversación. Quizá por pereza, por inseguridad… He llegado a pensar en tener un texto redactado para hacer copia-pega de las típicas preguntas que se hacen en Tinder: ¿Qué haces por aquí?, ¿A qué te dedicas?, ¿Por dónde vives?, etc. Esto en Grindr no pasa, porque vas más al grano. Quedar con alguien por Grindr para tomar unas cañas es casi un milagro, y ya para cenar, en la vida. Pero es más directo”.
Mismo perro, distintos collares
“No creo que vaya a encontrar el amor de mi vida en ninguna de las dos: son lo mismo con diferente envoltorio y uso”, confiesa Marcos. No hay melancolía en sus palabras, ya que también él comenta que lo importante es tener claro a qué se va a cada una de estas apps para evitar decepciones innecesarias. Según explica, “Grindr es perfecta para calentones a cualquier hora. Es inmediata y rápida. Sin embargo, también te hace perder mucho el tiempo si no das con tu prototipo físico estándar”.
Por su parte, “Tinder te permite conocer más a los chicos, ir más allá e incluso llegar a tener citas aunque no lleven a ningún lado. También pierdes mucho tiempo intentando conseguir un match y la mayoría de veces no llegan a nada, aunque al menos con el match sabes que también has llamado la atención del otro. En ambas aplicaciones tienes la opción de vincular tu perfil de Instagram, lo que es un punto a favor para las dos, ya que puedes investigar más sobre el chico, conocer su universo, contactos en común (importante) y conseguir ver más fotos. En mi caso necesito ver unas cuantas para asegurarme de que me va a gustar”.
De este modo, según tus expectativas y tu estilo de aproximarte a tu hipotética pareja sexual o lo que sea, cada app va configurando un estilo, al menos, de comportamiento. Como indica Marcos, “en Grindr prima el perfil de buscadores de sexo exprés. Desde perfiles normalitos y poco explícitos a perfiles más directos. Aunque a veces encuentres a los mismos chicos en ambas, el tono y la forma de presentarse cambian por completo. Los que buscan sexo en Grindr aparecen en Tinder de una manera más sutil. A los que más van a saco con el sexo, no los sueles ver en Tinder. Los que estamos abiertos a todo usamos hasta las mismas fotos en ambas. Lo que yo cambio es la descripción, más personal en Tinder”.
Por esta razón, añade, “quien no esté cómodo teniendo sexo sin apenas haber entablado una conversación con el chico, se va a ver completamente fuera de lugar en Grindr pero Tinder sí puede que le encaje mejor. Aunque si tiene mucha prisa, lo mejor es que no pierda el tiempo y use directamente Grindr”.
Acudir con una autoestima bien fuerte
El ego de todo usuario de apps de ligue está ahí, listo para lo que dejemos que los compañeros de pantalla hagan con él. “Todos somos personas -comenta Marcos– y, aunque seas el mayor pibón del barrio, no dejas de estar expuesto en un mercado donde no siempre vas a obtener lo que buscas o vas a ser rechazado muchas veces. Yo no me considero un chico con mal físico pero en muchas ocasiones ciertas actitudes me han hecho sentirme mal. Con Tinder he llegado a sentirme inseguro en ciertos momentos de aburrimiento en los que buscaba desesperadamente un match para hablar con alguien y parecía que ese día no le gustaba a nadie, porque no recibía ni uno. Con la frustración, cambias las fotos, pasas chicos de manera automática y empiezas a bajar el listón hasta que finalmente consigues ese match. Al final, para nada, porque inicias una conversación con alguien que realmente no te gusta”.
«Aunque a veces encuentras a los mismos chicos en Grindr y Tinder, el tono y la forma de presentarse cambian por completo»Por su experiencia, mientras la persona se adapte a los códigos de cada app ninguna es mejor que la otra ni depara, en general, peores o mejores experiencias. “He tenido relaciones sexuales sanas y espontáneas a través de Grindr -afirma- y por Tinder he tenido citas muy normales. Aunque al principio pudiera sentirme un poco culpable por usarlas, ahora para nada. Esta es la parte buena en mi caso. Por otro lado, en Grindr lo afectivo se reduce a nada, como te pilles de alguien ahí estás acabado. En Tinder si que hay más opción de entablar algo más allá con alguien, aunque no deje de ser un mercado. Hay que saber sobre qué terreno te mueves y tener muy claro a lo que vas”.
Está claro que cada uno cuenta la fiesta como se lo pasa en ella y que cuando llevamos años intentando divertirnos en esa fiesta llegamos a conclusiones de todos los colores. Esas conclusiones pueden resumirse en que lo malo no es la herramienta (esta es lo que es y da para lo que da) sino el buen o mal uso que se pueda hacer de ella.
“Creo que la parte negativa de estas apps es la importancia que les des o cómo te tomes las cosas”, comenta Ana (40), a la que conocimos huyendo de Mordor. Tras años probando aquí y allá, ella lo tiene claro: “He conocido a gente que termina con la autoestima por los suelos porque cada cita es como la entrevista de trabajo más importante de su vida y, al final, es una constante evaluación de ti misma. Hay que salir de ahí. Digamos que hay que conocer bien las normas del juego y fluir con ello. A mí me ayudó mucho no tomármelo muy en serio, bajar expectativas, ir partido a partido conociendo al otro y tratando de disfrutar de cada momento. Ahora mismo estoy conociendo a un chico majísimo y lo estoy disfrutando mucho. Pero sin ansiedad ni presión. ¡6 años en Tinder tenían que enseñarme algo de mi misma, eso está claro!”.