Los alimentos tienen un efecto en nuestro estado de ánimo y en nuestra conducta. Algunos nos provocan placer, otros nos estimulan y despiertan. Algunos nos adormecen, nos dan energía o fortalecen nuestro sistema inmune. Y, por supuesto, nuestros recuerdos e innumerables experiencias de nuestra biografía están vinculados a multitud de sabores, recetas, platos o alimentos que asociamos a lugares, personas y escenas que nos llevan acompañando desde que tenemos conciencia.
Por tanto, nuestra vida no se puede explicar sin la comida pero tampoco sin la manera que tenemos de comer, es decir, sin nuestra alimentación. De hecho, la relación que establecemos con la comida nos hace desarrollar unas pautas alimentarias que pueden favorecer enormemente nuestra salud o bien deteriorarla de manera extrema.
Teniendo esto en cuenta, muchas personas deciden, por diferentes motivos, iniciar una dieta. Es decir, un régimen especial en el que modifican de manera consciente sus rutinas alimentarias (qué comen, cuándo y en qué cantidades) con diferentes objetivos: básicamente perder peso o ganar volumen y masa muscular. Luego estarían aquellas personas que no están interesadas tanto en pesar más o menos sino en comer un cierto tipo de alimentos. Ahí estarían las dietas vegetarianas, veganas o aquellas centradas en comer solo alimentos de temporada.
Acertar con la dieta adecuada
El éxito de una dieta depende de muchos factores. Esto quiere decir que no hay recetas cuadriculadas que cualquier persona pueda seguir de manera inequívoca para lograr un determinado objetivo respecto a su alimentación.
Por tanto, los resultados de cualquier dieta no son una certeza matemática, sino que se consiguen por la combinación de diferentes puntos de vista, desde lo puramente médico o biológico a aspectos que tienen que ver con la psicología.
En este sentido, una vez estudiadas las características fisiológicas de una persona que se plantea hacer una dieta, hay que tener en cuenta por qué desea llevarla a cabo, es decir, por qué considera que no está comiendo como debería. También hay que examinar con qué objetivo (qué cambio pretende conseguir), con qué expectativa (cuánto confía en lograr su objetivo y cómo de realista es), qué factores tiene a su favor y en su contra para lograrlo, etc.
Ni lo físico ni lo psicológico lo son todo por sí solos para lograr el objetivo deseado en una dieta. No obstante, por lo que se refiere a la parte psicológica, a continuación te indicamos 10 sugerencias a tener en cuenta que pueden ser de gran utilidad cuando pasamos de “ponernos a plan” a iniciar un régimen concreto en serio.
1. Ten una motivación adecuada
La motivación (lo que nos mueve) es el conjunto de cuestiones que explican el deseo de una persona de hacer una dieta y qué tipo de dieta desea realizar. Una motivación adecuada no se reduce a “Quiero hacer dieta porque quiero tener un cuerpo diferente”: esto sería una explicación circular -es decir, obvia- y no ayuda a hacer una dieta adecuadamente.
Se trata más bien de que pienses por qué para ti es importante en este momento tener un cuerpo diferente. De este modo podrás plantearte objetivos concretos al respecto de una manera más eficiente.
Luego está el tipo de dieta que la persona se propone hacer: ¿pasarse al vegetarianismo?, ¿comer de una manera saludable y ordenada pero sin grandes restricciones?, ¿adelgazar un poco?, ¿adelgazar mucho?, ¿ganar volumen y musculatura?
Es imprescindible que haya una armonía suficiente entre las motivaciones, las conductas, las expectativas/metas e incluso las fantasías legítimas que la persona maneja a la hora de iniciar una dieta, sobre todo si esta es muy estricta o exigente. De lo contrario, el proceso será mucho más duro y, probablemente, al final lo que se obtendrá será un resultado decepcionante.
2. Examina con coherencia tu autoimagen
Se trata de examinar detenidamente qué imagen tenemos de nuestro físico y en virtud de qué parámetros la estamos evaluando.
Muchas veces llegamos a conclusiones sobre la imagen que tenemos por lo que nos dice la gente de nuestro entorno. Por ejemplo, si somos guapos o no, si nos sobran kilos o no, si resultamos atractivos o no, si nos sacamos todo el partido o no, si estamos demasiado delgados, si tenemos un cuerpo envidiable…
Otra manera de establecer nuestra autoimagen es a través de las comparaciones: nuestro peso, belleza, atractivo, musculatura, etc. resultan adecuados o no en comparación con referentes que escogemos y que no siempre nos dejan en un buen lugar cuando nos comparamos con ellos.
Nuestra naturaleza social y relacional hace que sea inevitable construir nuestra imagen con mensajes externos y comparándonos con otros. No obstante, tanto si nos planteamos iniciar algún tipo de dieta como si no, debemos cultivar un cierto sentido crítico y no dar por buenos todos los comentarios negativos que nos hace la gente de nuestro entorno, ya que a menudo son injustificados o muy relativos.
También debemos compararnos con personas asimilables a nosotros, no únicamente con referentes de físico inalcanzable que siempre van a suponer una exigencia excesiva si decidimos parecernos a ellos.
3. No bases tu autoestima solo en tu peso
La autoestima tiene que ver con la valoración favorable o desfavorable que hacemos de nuestra imagen. Es decir, si por ejemplo el hecho de definirnos como delgados nos gusta (“Tengo un tipo muy estilizado”) o nos parece que somos unos enclenques o esmirriados. También se refiere a si estamos a gusto con nuestro físico curvie o, por el contrario, nos hace sufrir porque lo consideramos sobrepeso.
Con mayor o menor éxito, al final el hecho de hacer dieta tiene el objetivo de hacernos sentir bien con nosotros mismos. Todos queremos vernos mejor, tener un aspecto más atractivo tanto para nosotros mismos como para los demás.
Cuando lo conseguimos nos movemos con mayor seguridad por la vida y confiamos más en nuestras capacidades. Además, nuestro estado de ánimo tiende a mejorar porque nos tratamos de manera amable, con una razonable aceptación. Lo contrario es cuando no nos gustamos, por ejemplo físicamente: estamos incómodos en nuestra piel, sentimos que nuestro cuerpo (y, por tanto, nuestro aspecto físico) no nos acompaña y nos supone un problema. El cuerpo se convierte entonces en una barrera que nos aleja de los demás y que nos hace resultar menos valiosos.
Aunque es indudable que nuestro aspecto físico tiene una enorme importancia en nuestra autoestima, debemos procurar que esta no se base solo en eso. Es decir, debemos dar importancia a nuestro cuerpo y a su aspecto y procurar que nos haga disfrutar, pero no debemos considerar que toda nuestra valía o todo nuestro atractivo residen en eso, sino también en muchas otras facetas que debemos cuidar y cultivar.
4. Potencia la constancia por encima de la velocidad
La constancia es la capacidad para ejecutar una misma conducta de manera continuada en el tiempo sin grandes interrupciones. Por ejemplo, comer de una determinada manera, diferente a la que tendríamos habitualmente si no nos hubiéramos propuesto hacer dieta.
La constancia puede ser más o menos férrea, dependiendo de las circunstancias externas y también de la intensidad que seamos capaces de imprimir a nuestro objetivo. En este sentido tiene mucha importancia la famosa fuerza de voluntad. Lo de “querer es poder” no es verdad al 100%, pero sí es un componente importante.
Cuando nos proponemos algo, por ejemplo seguir una dieta, es importante que nos conectemos con el deseo de conseguir ese objetivo, con el hecho de que “queremos” lograrlo, para así poder sobrellevar mejor el esfuerzo. Y para ello hay que ponerlo en práctica un día tras otro.
5. Ten una buena capacidad de planificación
Es importante que inicies una dieta por las razones adecuadas y que no tengas demasiada prisa para lograr tus objetivos. También es importante que la estrategia sea adecuada para ti. Elige bien el momento para iniciar ese régimen y la intensidad con que lo llevarás a cabo en cada fase.
Potencia aquello que te facilita cumplir tus objetivos e intenta minimizar todo aquello que te aleja de ellos, recordando siempre que esta dieta la haces porque para ti es importante tener un cuerpo más bonito, más saludable o lo que sea que te has propuesto y que eso requiere seguir una buena estrategia.
6. Interpreta el sacrificio como una inversión
Podemos considerar el sacrificio como la capacidad para posponer ciertas gratificaciones a corto plazo en virtud de un logro a medio o largo plazo.
El dicho popular ya nos habla de ello: “el que algo quiere, algo le cuesta”. Hacer dieta es uno de los campos donde más claramente se ve esto. No podemos perder peso, y tampoco ganar volumen muscular, si comemos de la misma manera y no modificamos nuestra pauta de actividad física. Sencillamente, las mismas conductas llevarán siempre a los mismos resultados.
Por eso, si nos proponemos hacer dieta, especialmente una dieta más bien exigente, tenemos que tener claro que hay ciertas cosas que tienen que cambiar y que algunas de ellas nos van a dar donde más nos duele, porque el placer y las rutinas que nos resultan más cómodas a veces están reñidos -aunque sea provisionalmente- con un cambio significativo en nuestro físico.
No obstante, es importante que recuerdes que te estás sacrificando, es decir, estás esforzándote por renunciar a ciertas cosas, con el objetivo de, más adelante, tener un cuerpo más bonito o que a ti te guste más.
No es un sacrificio porque sí ni una mera mortificación, sino una inversión en tu bienestar. Si tu sacrificio es en balde entonces hay que plantearse qué está fallando.
7. Ten a mano maneras de compensarte
Los seres humanos no comemos solo para nutrirnos y sobrevivir, sino por otras razones algo más sutiles. Si te estás planteando iniciar una dieta es conveniente que primero explores qué papel cumple la alimentación (qué comes, cuándo, de qué manera) en ciertas facetas psicológicas.
Por ejemplo, en la manera que tienes de autorregularte (bajar tu nivel de ansiedad o tu desánimo), de gratificarte (premiarte por un logro o simplemente obtener placer), castigarte, tener control sobre tu cuerpo, entretenerte cuando te aburres, relacionarte con los demás, etc.
Más allá de ciertos excesos o pequeños “vicios”, lo habitual es que tengamos una relación más o menos saludable con nuestra alimentación. Sin embargo, por diferentes causas, esa relación se puede distorsionar ligeramente o incluso generar auténticos problemas de salud y un gran malestar psicológico para quien los sufre.
Por eso es importante tener esto en cuenta a la hora de examinar cómo se alimenta una persona que desea hacer una dieta, sobre todo si esta es muy estricta. Hay que evaluar qué pretende conseguir con ella y cómo la está planificando.
En este sentido, piensa que si reduces la cantidad de comida que ingieres, o modificas el número de veces que comes cada día o eliminas de tu dieta ciertos alimentos y esto lo haces de manera intensa, tu cuerpo lo va a notar. Si utilizabas la comida para relajarte tendrás que relajarte de otra manera, o si te quitas algún alimento que te gustaba muchísimo tendrás que encontrar gratificaciones de otras maneras.
8. Confía en el poder de los buenos hábitos
Modificar tu pauta de alimentación, sobre todo si la modificas mucho, te va a suponer un esfuerzo sobre todo durante los primeros días y, más adelante, en situaciones puntuales que te pondrán a prueba.
Mientras tanto, si tu dieta está correctamente diseñada, lo previsible es que poco a poco notes cómo incorporas de manera cada vez más fluida tus nuevas rutinas de alimentación y cómo el foco que al principio debías poner sobre la comida y todo lo que la rodeaba puede relajarse, de manera que tu atención puede dedicarse también a otros asuntos.
Ten paciencia con la manera que tienen tu cuerpo y tu estado de ánimo de reaccionar a estos cambios y observa cómo poco a poco vas habituándote a tener una nueva manera de comer que, aunque te parezca relativamente forzada, también tiene que ver con tus valores actuales y con el aspecto que deseas conseguir en el futuro.
9. Busca el asesoramiento adecuado, incluido el psicológico
Perder un par de kilos, o ganarlos, no suele tener demasiada dificultad y tiende a suceder de manera “espontánea”. Sin embargo, plantearnos una dieta de mayor envergadura y que supone un cambio físico notable no es algo que se deba improvisar y, además, implica importantes aspectos psicológicos que pueden jugar a favor o en contra de nuestros objetivos.
Por tanto, hacer una dieta intensa supone todo un proceso personal en el que hay satisfacciones pero también momentos duros en los que la meta queda emborronada y se desdibuja la motivación, si es que estuvo adecuadamente dibujada en algún momento.
Por eso, es importante que encuentres el asesoramiento y el acompañamiento profesional adecuado para que tu dieta tenga lugar en un marco de salud.
10. No dejes que la dieta ocupe todo tu espacio vital
A no ser que tengas que prestarle una especial atención por una cuestión urgente relativa a la salud, es importante que no te fusiones con la dieta. Tomarse en serio las cosas y ser constantes no quiere decir que nos fusionemos con nuestros objetivos y pasemos a ser, simple y llanamente, esa persona que ahora está a dieta.
Cuando esto ocurre perdemos la perspectiva y la capacidad de evaluar adecuadamente qué estamos haciendo y qué estamos consiguiendo. La vida no se reduce a una determinada manera de alimentarse y tú eres mucho más que este proyecto en que te has embarcado.
Piensa bien por qué quieres iniciar una dieta y cuál es tu objetivo. No se trata solo de tener claro cuántos kilos quieres perder, ganar o “recolocar”, sino que tengas claro cuál es tu expectativa respecto a cómo te sentirás una vez que lo consigas y qué efecto tendrá eso en tu vida. Si ves que no puedes hacerlo por ti misma/o o que ya llevas varios intentos y no acabas de dar con la manera de alimentarte más adecuada para tu salud entonces ha llegado el momento de pedir, para empezar, ayuda psicológica. Especialmente si tu salud empieza a estar en juego. Consulta con nosotros hoy mismo para que podamos examinar tu caso. ¡Y buen provecho!