TCA: una relación complicada con la comida

La comida es imprescindible para nuestra supervivencia pero la relación que establecemos con ella puede volverse muy problemática.

«“Me he vuelto a pasar”, me dije a mí mismo aquella noche en la que arrasé con la nevera una vez más. Todavía mientras lo pensaba cogía un penúltimo trozo de pastel que había sobrado de mi anterior visita nocturna al frigorífico. Pero, ¿qué más da un poco más? Deseché la poca culpa que quedaba sin saber que aparecería después como una presa que ha soportado demasiada agua. Una noche, otra y otra más, todas con el mismo ritual que cambiaba ligeramente pero que siempre empezaba y terminaba igual, con una gran ansiedad que me invadía todo el cuerpo y la comida como único antídoto para conseguir calmarla».

En nuestra sociedad actual, donde todo se puede conseguir fácil y rápidamente, la comida no es una excepción. Es la nueva droga de curso legal que aparece anunciada en las vallas publicitarias y en la televisión. La obesidad está siendo perseguida como las brujas de Salem y aquellas personas que son demasiado delgadas son la foca acechada por el cazador. Ahora nadie se libra, siempre hay algo por lo que juzgarse.

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El valor de la comida ha cambiado. A lo largo de la historia la imagen corporal o, mejor dicho, la historia de la imagen corporal ha mutado al igual que otros tantos estereotipos: no hace tanto tiempo, poco después de haber sufrido una guerra, en España tener unos kilos de más se consideraba signo de buena salud y lozanía, era reflejo del buen porvenir de esa persona y de su familia. Sin embargo, los escaparates ya han cambiado de maniquíes y lo entonces bello ha pasado al almacén de los recuerdos.

Todos nos hemos metido en esta mudanza y así también nuestra alimentación. Los criterios de lo sano e insano no son estancos y muchas veces bailan al son de las modas más que de la propia salud. Este frenético cúmulo de cambios nos arrebata la oportunidad de analizar qué está pasando con conceptos como imagen, gordo, flaco… y juega en nuestra contra, impidiéndonos ver: nos impide vernos.

Es por todo esto que nos encontramos en un remolino de inseguridades y exigencias que difícilmente encajan en nuestro puzle de «lo que yo realmente quiero ser».

Actualmente, los trastornos relacionados con la alimentación constituyen un serio problema que afecta al 2’7- 9’5% de los adultos y alrededor del 7% de la población más joven, de edades comprendidas entre los 12 y los 25 años. Estas cifras varían según el estudio, la población y los diferentes modelos de medición. En algunas investigaciones estos porcentajes no superan el 2%, y en otros alcanzan un alarmante 10%. Es por esto que hay que extrapolar estos datos con cautela.

No obstante, sea cual sea la fuente, todas arrojan una valiosa información sobre una realidad que lleva años entre nosotros y que, pese a que parece mantenerse estable durante las dos últimas décadas, también parece que comienza a manifestarse en personas cada vez más jóvenes.

«Mi relación con la comida siempre fue algo rara; recuerdo que de pequeña, mi madre insistía para que comiera un poco más, pero a mí no me apetecía: a veces no me gustaba el sabor, el olor; otras veces no recuerdo qué era lo que no me gustaba, pero no me gustaba. Otras veces, en cambio, me pasaba un poco, me encantaban los bollos y las patatas fritas y de vez en cuando comía de más, no tenía control.

Fue entonces cuando cumplí 13 años y mi madre se empezó a poner más y más pesada; incluso mi padre me decía todo el rato que no comía nada y que me veía cada vez más delgada, pero yo no entendía por qué me decían estas cosas: yo me veía bien, incluso me sobraba algún kilito, en mi opinión. Cada vez discutíamos más y más por el tema de la comida y por muchas más cosas; yo me enfadaba y a la hora de cenar prefería irme y estar sola».

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) afectan mayoritariamente a mujeres y así lo corrobora una multitud de estudios longitudinales que estiman que la proporción por sexos está en un 90/10 a favor o -más bien- en contra de las mujeres. Pese a esto, no debemos olvidarnos del creciente porcentaje de hombres que cada vez se ven más presionados por una imagen ideal y ficticia del cuerpo masculino.

«Desde siempre he formado parte del equipo de gimnasia rítmica del colegio y cuando pasé al instituto pude continuar. La gente no lo entiende, pero si quieres ser una buena gimnasta, una buena de verdad -y es lo que yo quiero- necesitas ser ágil y ligera, para que sea más fácil hacer los ejercicios… los que no hacen gimnasia o ballet no me entienden».

La complejidad de la mente humana y de su funcionamiento está cada vez un más cerca de aclararse, pero son muchas las incógnitas que nos quedan por resolver. Nuestro papel como psicólogos/as es, precisamente, desenredar el qué, porqué, cómo y cuándo de todo lo que nos ocurre. En relación con el tema que nos atañe, a saber, el origen y desarrollo de los trastornos de la conducta alimentaria, cabe destacar que su causa es multifactorial. Esto quiere decir que son trastornos que habitualmente han ido alimentándose de varias áreas de la vida de la persona: la situación familiar, la carga genética, la propia personalidad, el entorno social y cultural etc.

Una de las preocupaciones de los padres es conseguir detectar a tiempo este grave mal en sus hijos e hijas adolescentes.

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Algo pasa con la comida

La relación con la comida y otros comportamientos. La sensación de que tu hija o hijo está siempre restringiéndose lo que come e, incluso, a veces tiene épocas de muchos excesos o de atracones, puede indicarnos que la relación que tiene con la comida es de «amor-odio», una relación ambivalente que tiene como consecuencia una alteración en el desarrollo de su cuerpo.

Además, la culpa siempre acaba apareciendo, bien por los atracones o por haber comido lo que ella/él considera que es demasiado. Es posible que a la hora de comer veamos que juega con la comida, a veces con excusas sobre lo mal que le sienta o directamente diciendo que engorda. Si se excede y siente que se ha dado una comilona pueden aparecer lo que se conocen como conductas compensatorias, que van dirigidas a contrarrestar los supuestos excesos. Estas conductas pueden traducirse en vómitos (ahora después de comer siempre va al baño) o en la realización de deporte de forma compulsiva. Incluso puedes notar que desaparece comida de repente.

La relación consigo misma. Muestra una actitud esquiva a la hora de mostrarse, deja de llevar ropa que antes si llevaba y prefiere prendas cada vez más anchas, que no marquen su silueta. Puede que también deje de ir a la piscina o la playa en verano con tal de que no la vean. La sensación es la de que mi hija o hijo no se gusta.

La relación con los demás. Todos los adolescentes son reservados en lo concerniente a su intimidad, pero notamos que esto es algo distinto. No se trata de que no nos cuente si le gusta esta compañera de clase o aquel chico del vecindario, sino que percibimos que la comunicación ha cambiado, se encierra en sí misma y se muestra cada vez más aislada, pasa mucho tiempo sola.

Las fiestas o reuniones de amigos que antes eran protagonistas en su vida han pasado a un segundo plano, está muchas más horas en el ordenador o con el móvil, echando un vistazo a qué alimentos son los más o los menos saludables.

Todo este comportamiento va acompañado de una gran irritabilidad y labilidad emocional. La labilidad emocional se refiere a los bruscos cambios de humor que pueden no tener motivo aparente y que suponen un cambio radical con respecto a lo que se esperaba que fuera el tono emocional de una conversación: pasar de la tranquilidad a una explosión de ira sería un buen ejemplo.

«Yo nunca quise llegar a esto. Me siento mal, vacía y sin ganas de nada. El médico me dice que es, en parte, por no comer, que me falta energía y que si cediera un poco podría volver a salir del hospital a visitar a mis hermanos y a estar con mis padres, pero no me veo con fuerzas, no quiero y no me apetece nada. Siento que nadie me entiende».

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Qué hacer ante un trastorno de la conducta alimentaria

Si sospechas que alguien cercano a ti está teniendo problemas con su alimentación lo primero es pedir asesoría profesional. Los psicólogos especializados en los trastornos de la conducta alimentaria podrán orientarte sobre cuál es la mejor manera para acercarte a este problema en tu caso concreto, ya que estos trastornos tienden a la cronicidad y es raro que desaparezcan si no se toman medidas al respecto.

Y, si le quiero decir algo de lo que estoy notando, ¿cómo lo hago?

 

    • Es importante que pueda haber una comunicación fluida, por lo que has de preparar un ambiente adecuado para que se pueda dar esta comunicación. Hablar de todo esto con prisas y sin darle un espacio no ayudará a que nuestro ser querido se exprese.

 

    • Dónde poner el foco. Es fundamental que el mensaje que transmitamos sea que nos preocupa que no la vemos contenta, que la notamos tensa o que nos llega su tristeza en muchas ocasiones; no es necesario enfocar en la comida o el peso, porque esto puede romper los puentes que intentamos construir. Podemos compartir ejemplos concretos de cosas que hemos observado que han cambiado en la última temporada y que nos hacen pensar que no está atravesando un buen momento.

 

    • El tono. Tan importante es lo que se debe hacer como lo que no; estamos a punto de intentar que un adolescente o un adulto nos hable sobre algo muy íntimo y personal, por lo que el acercamiento ha de ser desde el cariño y la empatía, intentado contactar con aquellas preocupaciones genuinas de la persona y no desde el reproche o el enfado. La tranquilidad es una herramienta imprescindible.

 

    • Lo que ofrecemos. Lo que intentamos transmitir es que nos preocupa lo que le pasa, que entendemos que todos pasamos por dificultades a lo largo de nuestra vida, independientemente de la edad, y que a veces necesitamos algo de apoyo. Nuestra intención es ayudar, no juzgar. Desde esta perspectiva le daremos el espacio para que reflexione sobre qué piensa sobre aquello que le hemos reflejado y si tiene sentido o no para él o ella. Deberemos ser especialmente sensibles a la hora de captar cuál es el mejor momento para retomar la conversación, a nadie le gusta que le hablen de temas delicados cuando está triste o enfadado.

 

  • Si tu intención es que acuda a terapia, no enfoques el problema solo en el adolescente, lo que está pasando está afectándoos a todos y es por eso que sería bueno que acudierais todos, no solo una persona en concreto.

 

«Recuerdo el primer día que hablé con mi psicóloga; pensé que sería distinto, algo así como otra madre que te dice qué hacer, pero no tenía nada que ver… Poco a poco fui ganando confianza en ella y pude contarle cosas que no me había atrevido a contar a nadie. Me hacía preguntas un poco extrañas y no siempre hablábamos de lo mismo; los temas iban cambiando y yo me sentía cada vez más a gusto… Había cosas que no había compartido con nadie y que me hacían mucho daño».

Si a lo largo de tu lectura te has identificado con lo que hemos hablado es posible que estés en un momento muy delicado de tu vida, en el que ni siquiera tú conoces las respuestas a todo lo que te pasa. En ese caso, es fundamental que te permitas recibir el apoyo que puedes estar necesitando: los profesionales de la salud podemos acompañarte en este proceso.  

 

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