Millones de niños y niñas a lo largo del mundo sufren violencia y abusos, tanto sexuales como psicológicos. La violencia infantil tiene unas consecuencias muy perjudiciales en el desarrollo de la personalidad de los menores.
La violencia infantil se define como “toda forma de abuso físico, mental o emocional, descuido negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual”.
Las secuelas de la violencia
En el caso de abuso sexual, los menores muy pequeños pueden no ser conscientes de la gravedad durante las primeras fases del abuso. El impacto psicológico depende de la culpabilización por parte de los padres y de las estrategias de afrontamiento de la víctima.
Los niños y niñas que sufren violencia durante su infancia presentan una serie de síntomas como consecuencia del abuso:
- Dificultades de control emocional, problemas a la hora de expresarse y sentimientos de culpa entre otros.
- Problemas de conducta: se presentan actitudes desafiantes, ira, baja tolerancia a la frustración y conductas antisociales.
- Problemas académicos.
- Síntomas de depresión: en niños y adolescentes la depresión suele manifestarse en forma de conductas agresivas o de irritación hacia su entorno.
Los menores víctimas de agresión suelen presentar conductas relacionadas con dificultades a la hora de relacionarse con los demás, negación de lo ocurrido y fracaso escolar, aunque no siempre se manifiesta de la misma manera. Esto quiere decir que estos síntomas, son señales que hay que tener en cuenta a la hora de detectar agresiones en menores, pero no son la única forma de expresar un abuso. Cada víctima puede reaccionar de una manera y no todos los abusos tienen las mismas características. Esto debe tenerse en cuenta la hora de detectar la violencia infantil.
En adolescentes las conductas suelen estar más relacionadas con agresividad, conductas autolesivas, vergüenza, desconfianza hacia los adultos, depresión y ansiedad.
A largo plazo las secuelas de la violencia son menos frecuentes que las que se observan inicialmente. En ello influyen la frecuencia y la duración de estos abusos así como la vinculación de la víctima con el agresor. Es importante recordar que no todas las víctimas reaccionan de la misma manera ni todas las experiencias son iguales.
Menores y violencia de género
Cuando hablamos de violencia de género no solo hacemos referencia a la víctima sino a su entorno y, especialmente, a los menores involucrados. Estos niños y niñas son testigos de episodios de violencia hacia su figura materna y se ven expuestos a un entorno hostil que debería proporcionarles seguridad y protección.
Pueden darse casos en los que los propios menores se vean involucrados en algún episodio defendiendo a su propia madre del agresor. A largo plazo, estos niños y niñas sufrirán las consecuencias de la violencia hacia sus madres, lo que se verá reflejado en el manejo de sus propias emociones, el desarrollo de un estilo educativo basado en la violencia y en dificultades a la hora de establecer relaciones con sus iguales y más tarde, con sus parejas.
No todos los menores elaborarán estos sucesos violentos de la misma forma. Pueden darse casos en los que los niños no desarrollen síntomas tan severos o, incluso, estos síntomas sean invisibles en un primer momento.
Factores protectores
Los principales entornos donde se interviene de manera preventiva en caso de violencia infantil son la familia y el colegio. Entre los factores protectores -aquellos que reducen la probabilidad de abuso o maltrato hacia los menores- encontramos:
- Buena salud del menor: historia de desarrollo adecuado, intereses y práctica de deportes.
- Buena relación del niño o niña con sus compañeros de colegio y buenas habilidades sociales.
- Estilo de afrontamiento adecuado: relacionado con lo que denominamos resiliencia, una característica que se desarrolla dependiendo de la persona y su historia de aprendizaje.
- Entorno familiar positivo: presencia de buena relación con las figuras de apego y apoyo por parte de los miembros de la familia.
- Supervisión por parte de la escuela: tanto en la prevención como en la intervención de casos de violencia infantil. Apoyo por parte de adultos fuera del entorno familiar como tutores o mentores del menor.
Abordar la violencia infantil en terapia
La terapia es una herramienta clave en el abordaje de un caso de violencia infantil. El proceso terapéutico puede ir orientado tanto hacia el menor como a su entorno familiar, social y escolar. Con el menor se trabaja el posible trauma y habilidades protectoras y de afrontamiento. Con su entorno suelen recomendarse pautas que sirven de apoyo en el proceso de recuperación del niño o niña.
El tratamiento se centra en el trabajo emocional para que el menor pueda expresar y comprender la situación con el fin de poder elaborar la experiencia de violencia. Esta intervención se centra en el trabajo de sentimientos como la culpa, la confusión, la rabia y la ambivalencia para encontrar una explicación.
En este sentido, se favorecen las estrategias de afrontamiento y control emocional, porque pueden darse reacciones agresivas por parte del menor debido a no tener sensación de control de la situación.