¿Has oído hablar alguna vez del paciente identificado? Antes de explicarte quién es ese paciente, te contaré un cuento:
«Érase una vez, en un país muy lejano, un joven príncipe que vivía en un resplandeciente castillo. A pesar de tener todo lo que podía desear, el príncipe era déspota, agresivo y consentido. Jugaba por los jardines del palacio arrancando las rosas blancas que encontraba a su paso; para él «las rojas eran las mejores», mientras que las otras no merecían miramientos.
Cuando correteaba por el castillo se dedicaba a descabezar las antiguas armaduras que sus padres habían ido conservando tras años de batallas. El príncipe, con ocho años, era el mayor de tres hermanos; su hermano mediano, de cuatro, estaba soñando todo el día con cómo sería cuando se convirtiera en caballero, cortejara a doncellas y luchara contra dragones. El pequeño, recién nacido, todavía no era nada divertido: se pasaba las horas durmiendo o llorando, así que no era muy entretenido para nuestro joven príncipe.
La vida en el reino discurría con paz, no se recordaban ya las antiguas batallas por el dominio de las tierras de los bosques o de las montañas al sur de los poblados.
Sin embargo, de puertas para dentro, en el propio palacio las cosas no iban tan bien. El rey, encargado de su vasto imperio, tenía que viajar frecuentemente a tierra lejanas para cuidar las relaciones con los reinos vecinos. Aunque en ocasiones disfrutaba mucho de sus viajes, no podía evitar echar de menos a su familia. La reina, aclamada por el pueblo por su bondad y belleza, tenía su propio papel: mantener el reino a salvo mientras el rey estaba de viaje. Además, era su deber entretener a la corte, que cada pocos días demandaba una nueva celebración.
Ante tan numerosas tareas, la reina pidió ayuda a las hadas, que se encargaron de cuidar al recién nacido y vigilaron de cerca al mediano. Se entendía que el mayor ya debería saber cómo comportarse, tal y como un verdadero príncipe ha de hacer a sus 8 años.
No obstante, no era así y cada día se comportaba peor: pegaba a sus hermanos pequeños, gritaba y no obedecía a las hadas, que ya no sabían qué hacer con él. Habían intentado castigarlo sin jugar por los jardines, dejarle sin cenar e, incluso, encerrarlo en sus aposentos, pero nada parecía funcionar para aplacar su rebelde comportamiento.
Mientras tanto, el rey seguía de viaje y la reina, atareada con sus compromisos, no podía entender que su hijo -que tenía todo lo que un niño podría desear- no fuera feliz. Además, observaba a sus otros dos niños, que no daban problemas, y su frustración aumentaba.
Completamente desesperadas, las hadas y la reina recurrieron a una anciana hechicera que vivía en el bosque para que les ayudase con su problema con el príncipe. Cuál fue su sorpresa cuando lo primero que hizo la hechicera fue preguntarle a la reina por su relación con el rey. Ella no entendía por qué le hacía estas preguntas si habían ido a hablar del joven príncipe y no de su matrimonio con el monarca…».
El paciente identificado
Es posible que esta situación, salvada la distancia que la magia y los cuentos confiere, te resulte familiar. El pequeño príncipe de la casa empieza a comportarse mal y todos los intentos por reconducirlo no parecen funcionar. Para entender qué le puede pasar a un niño en concreto no sirven leyes generales ni hay recetas mágicas; cada caso es único y particular, pero sí existen ciertos elementos que conviene tener en cuenta cuando estamos frente a los más pequeños de la casa.
En primer lugar, los niños tienen una sensibilidad superior a la de los los adultos, y por eso son capaces de captar cosas que nosotros no. Son, de alguna manera, altavoces emocionales de cosas que pueden estar pasando en la familia. Es decir, aunque aparentemente el problema parezca residir en el niño, es probable que dicho problema sea solo la pantalla en la que se proyectan las telenovelas familiares. En nuestro cuento, el joven príncipe sería lo que -desde la terapia sistémica y familiar- se conoce como paciente identificado, es decir, el que pone sobre la mesa un problema familiar encubierto, inconsciente y oculto para todos los miembros de la familia.
Desde la terapia sistémica se entiende que la familia es como el engranaje de un reloj, en el que todas las piezas han de funcionar para que dé la hora correcta: todas las piezas se ven afectadas por todas las piezas, en positivo y en negativo.
Si un niño presenta un síntoma, como malas notas o mal comportamiento, ¿podría estar hablándonos de que hay algo que no marcha bien en la familia? Sí, podría. Desde esta perspectiva, el futuro se plantea reconfortante, pues modificar el tipo de relaciones que se establecen entre los miembros de la familia no dependerá solo del niño, que seguramente no sepa qué hacer, sino de los adultos implicados.
Quizá la hechicera del bosque, psicóloga, te pregunte por tu relación con tu reina o tu rey y por el tiempo que pasas con tus hijos. Aunque parezca que eso no se relaciona con tu joven príncipe, es posible que sí haya relación.
La vorágine de las responsabilidades adultas es muchas veces cegadora para las situaciones que se dan en casa. Quizá, en nuestro cuento, el príncipe quiera algo más de atención. Quizá ha sido un pequeño príncipe “destronado” en dos ocasiones y eso sea demasiado para manejar a tan corta edad. Quizá eche de menos a papá y solo quiera con esto que vuelva y que mamá deje de mirar a cualquier persona más que a él. Quizá no sea un tema de atención, sino de límites y normas que vengan de sus padres y no de las hadas.
Convertir los “quizá” en certezas puede requerir la actuación de alguna hechicera psicóloga que os guíe en la complicada y, a la vez, reconfortante, tarea de ayudar a vuestros hijos a crecer saludables física y emocionalmente.