Sea cual sea tu experiencia como terapeuta, antes o después algún paciente va a ponerte en alguna situación comprometida o que te genera una dificultad puntual pero de la que, en el momento, no sabes cómo salir.
Probablemente no lo hace aposta ni para mandarte un mensaje subliminal. Recuerda que no es obligación del paciente saber lo que es posible en el contexto de una terapia o no, sino que es tu trabajo el encuadrar adecuadamente vuestra relación terapéutica dedicando el tiempo que sea necesario durante las primeras sesiones a establecer claramente un contrato terapéutico y, cuando surjan peticiones que no puedes atender, explicarle bien el motivo para ello.
En ocasiones ese motivo para ponerle un límite a tu paciente se debe a que sus objetivos terapéuticos no son realistas ni factibles, otras veces el problema está en que careces de la competencia adecuada para lograrlos. A veces el problema está en que la sugerencia de tu paciente implica unos condicionantes éticos que tú no puedes asumir.
A lo largo de una terapia hay múltiples situaciones que te pueden poner en un apuro con tu paciente porque solicita algo que tú, por diferentes razones, no puedes satisfacer. El apuro no tiene por qué ser muy grave: normalmente los pacientes son personas inteligentes y razonables que saben asumir bien el funcionamiento correcto de una terapia, no temas explicarles abiertamente y de manera didáctica por qué la terapia no puede ir en la dirección que te solicita.
No obstante, a continuación comentamos 3 situaciones en las que, de manera asertiva y con cariño, tendrás que decirle a tu paciente “Lo siento, pero no”.
1 Tu paciente te coge tanto cariño que quiere que seáis amigos y te propone tomar algo fuera de la consulta algún día. No es algo preocupante, recuerda que eso es señal de que vuestra relación terapéutica es muy buena y, al fin y al cabo, siempre es preferible que tu paciente quiera tomarse algo contigo a que no quiera verte nunca más. Sin embargo, es importante que le expliques a tu paciente que, en este momento, es imprescindible para que su proceso avance que mantengáis una relación profesional, que puede incluir toda la cercanía del mundo pero nunca deja de ser una relación asimétrica (no de camaradería ni de compartir por igual, no de “hoy por ti y mañana por mí”). Tu paciente puede ser una persona interesante, simpática y que te caiga genial, no descartes que en el futuro podáis tener una relación de amistad, pero en el presente vuestra relación está estrictamente al servicio de su desarrollo personal. Si te lo encuentras en un bar, saludaos con total naturalidad, por supuesto, y luego volved cada uno con vuestro grupo de amigos.
2 Tu paciente te pide empezar a ver también en paralelo a su pareja, o bien comenzar una terapia de pareja con ambos a la vez. No existe ningún problema para que, de manera puntual, hables con la pareja de tu paciente, o para que los atiendas a los dos a la vez una o dos veces, explicándoles bien a ambos una serie de consideraciones a tener en cuenta. Lo que no puede ser es que comiences un proceso terapéutico con una persona y su pareja se os una, o que asumas como paciente individual a la pareja de uno de tus pacientes. Piensa que, de alguna manera, te debes al primero de ellos que llegó, y es él o ella para quien debes estar disponible de manera continuada. ¿Qué pasaría si, de repente, la pareja de tu paciente te dice -en confianza- que está pensando en dejarle cuando tu paciente te contó la semana pasada que la relación va viento en popa? Imagínate que ya los tienes a los dos delante: ¿cómo vas a mirar al recién llegado sabiendo que su pareja lleva semanas hablándote de todas las infidelidades que ha llevado a cabo y de las que el otro no tiene ni idea? Puntualmente y de manera correctamente encuadrada, no hay problema, pero para algo continuado… concéntrate en tu primer paciente y sugiere a su pareja que se busque su propio terapeuta.
3 Tu paciente tiene objetivos terapéuticos imposibles de cumplir: encontrar la manera de reconquistar a su expareja, olvidar a esa expareja que tanto daño le hizo, sanar completamente todos y cada uno de los múltiples traumas de su vida, a ser posible en un corto plazo de tiempo, cambiar su orientación sexual… Y tantas otras expectativas legítimas pero desajustadas en relación a lo que una terapia puede ofrecer. Bien por exceso o bien, directamente, por inviable, los pacientes cargan sobre nosotros la responsabilidad de conseguir un imposible y es nuestra responsabilidad aclarar desde el primer momento que tal cosa no será posible y reformular junto al paciente el mapa sobre el que ambos caminaréis durante la terapia: un mapa realista, ajustado a la ética y el conocimiento psicológicos y a tus capacidades profesionales.
De hecho, hablando de capacidades profesionales, hay un caso especial: cuando el objetivo de tu paciente es correcto pero tú no dispones de los conocimientos necesarios para abordarlo. Por ejemplo, es probable que seas un especialista problemas de pareja pero si un paciente con trastorno límite de la personalidad solicita tus servicios porque tiene problemas con su pareja pero tú no tienes ni idea de cómo tratar a una persona con ese diagnóstico… lo mejor es que le expliques por qué no puedes hacerte cargo de su caso.
Recuerda que es fundamental, por la seguridad de tu paciente y por la calidad del trabajo que realizas junto a esa persona, que seas consciente de tus límites personales y también de los límites que fija la profesión. Puedes conocer esos límites gracias a tu formación pero, sobre todo, serás consciente de ellos a medida que vayas avanzando en tu práctica clínica. Arriesgarse en algunos momentos puede ser adecuado para avanzar en tus destrezas pero, a veces, hay que saber decir que no a ciertas cosas que nos piden nuestros pacientes. Orientarles de cara a fijar unos objetivos terapéuticos asumibles por parte de ambos forma parte del proceso que realizaréis juntos. Si tenéis éxito en esta tarea todo lo demás será mucho más fácil.