En lugar de meditar, habitualmente nuestra mente suele estar agitada, en un diálogo interno casi constante, volviendo y rumiando sobre las mismas ideas; esta mente usualmente se conoce como “mente de mono”, “mente narrativa”, “mente errante” o, como la llama el psicólogo Vicente Simón,“mente caviladora”. En contraposición nos encontramos con la “mente que trabaja” que produce soluciones, resuelve problemas y se centra en el momento presente; con nuestra mente que se ocupa, en contraposición a nuestra mente que se preocupa.
Desde esta perspectiva, Simón define la meditación como un proceso que se extiende en el tiempo y que pretende “calmar la mente para ver con claridad”, para estar en el presente con la finalidad de comprender y ver la realidad con mayor claridad.
Meditar es una actividad antigua que, de alguna manera, forma parte de casi todas las religiones y culturas del mundo. Su práctica, derivada de varias ramas del budismo, se ha abierto camino desde hace unos años en el mundo secular como un modo de promover la calma y el bienestar general.
Cada vez son más los estudios e investigaciones sobre este tema que han demostrado que la meditación, practicada a lo largo del tiempo, produce cambios fisiológicos beneficiosos en el cerebro. La comparación de las imágenes cerebrales de meditadores expertos con las de neófitos y no meditadores ha permitido empezar a vislumbrar por qué este conjunto de técnicas de entrenamiento mental puede proporcionar beneficios cognitivos y emocionales y ayuda a cultivar una sensación de bienestar general.
El descubrimiento de los beneficios que tiene meditar coincide con hallazgos recientes en neurociencia que demuestran que el cerebro adulto todavía puede transformarse profundamente a través de la experiencia. Tales datos revelan que, cuando aprendemos nuevas habilidades, el cerebro experimenta cambios a través de un proceso llamado neuroplasticidad. Los datos recopilados en diversas investigaciones han comenzado a demostrar que la meditación reorganiza las conexiones de los circuitos cerebrales para producir efectos saludables no solo en la mente y el cerebro, sino en el organismo entero.
¿Qué es meditar?
Sin embargo, más allá de estas descripciones, es importante que nos hagamos esta pregunta: ¿qué entendemos por meditar? Cuando hablamos de meditación, no solo estamos hablando de centrarnos en la atención focalizada, también del cultivo de cualidades humanas básicas, tales como lograr una mente más estable y clara, el equilibrio emocional, una sensación de benevolencia e, incluso, de amor y compasión, como un proceso de familiarización con un modo de ser más sereno y flexible.
En principio, la meditación es bastante simple y puede realizarse en cualquier sitio. No hace falta ningún equipo ni vestimenta especial. Para meditar, la persona comienza por adoptar una postura cómoda, ni muy tensa ni muy relajada, y por desear la auto-transformación y el bienestar de los otros, así como el alivio de su sufrimiento. Más tarde, el practicante debe estabilizar su mente, que con frecuencia se halla alborotada y está ocupada en una incesante cháchara interna. El control de la mente requiere liberarla del condicionamiento automático y de la confusión interna.
Tres de las maneras más comunes para meditar, desarrolladas a través del budismo y ahora practicadas en todo el mundo, son las siguientes:
- La atención focalizada: pretende controlar y centrar la mente en el momento presente, a la vez que desarrolla la capacidad de mantenerse alerta a las distracciones.
- La consciencia o atención plena (mindfulness), intenta cultivar un estado mental que responda de manera menos visceral a las emociones, pensamientos y sensaciones que tienen lugar en el momento presente, para evitar que caigan en una espiral sin control y creen angustia mental. El meditador se mantiene alerta en cada momento y ante cualquier experiencia, sin concentrarse en nada en concreto.
- El cultivo de la compasión y la benevolencia, que promueve una perspectiva altruista hacia los demás y hacia uno mismo (autocompasión).
La atención focalizada
Durante la meditación, los participantes se concentran en la sensación producida por la respiración. En esta forma de meditación, la mente suele desviarse de su objetivo; la persona debe reconocer que esto ocurre y restaurar entonces la atención al ritmo gradual de la inhalación y la exhalación.
Atención Plena
El segundo tipo de meditación guarda relación con otra forma de atención: la consciencia plena o atención plena, que es, fundamentalmente, un concepto sencillo: estar en el aquí y en el ahora. Su poder yace en el hecho de practicarla y aplicarla.
Atención plena significa prestar atención de una manera determinada: de forma deliberada, en el momento presente y sin juzgar. Este tipo de atención permite desarrollar una mayor conciencia, claridad y aceptación de la realidad del momento presente. Nos despierta para que podamos damos cuenta de que nuestras vidas solo se despliegan en momentos. Si durante la mayoría de esos momentos no estamos plenamente presentes, es posible no solo que nos perdamos aquello que es más valioso de nuestra vida, sino también que no nos percatemos de la riqueza y la profundidad de nuestras posibilidades de crecimiento y transformación.
¿Qué significa estar aquí y ahora?
- Contacto a través de nuestros sentidos, con todo lo que nos rodea. Mirar, tocar, oler, degustar, ver.
- Contacto con nuestro cuerpo, con sus necesidades…
- Contacto con los otros: escuchar, estar sin prejuicios, traumas, defensas, barreras…
- Contacto con nosotros mismos, con nuestras heridas, nuestros miedos y fracasos, nuestra percepción de cómo somos…
- Contacto como ser humano trascendente, eterno.
Y recordar que somos inconscientes en gran parte de todo lo anterior y solemos actuar de manera mecánica.
Compasión y benevolencia
La tercera forma de meditación consiste en cultivar actitudes y sentimientos de bondad y compasión hacia los demás, ya sean familiares cercanos, extraños o enemigos. Esta práctica conlleva darse cuenta de las necesidades y situaciones por las que atraviesan otras personas (empatía) y experimentar un deseo sincero y fraternal de ayudarlas o de aliviar su sufrimiento o, incluso, protegiéndolas de su propio comportamiento destructivo. Las personas que practican este tipo de meditación tienen una mayor capacidad para compartir los sentimientos de los otros sin mostrar ningún signo de sentirse abrumados. Esta última práctica tendría otra vertiente: la autocompasión y la benevolencia hacia nosotros mismos.