Siempre que hablamos sobre el hombre gay y, concretamente, sobre la psicología afirmativa gay, es importante explicar el porqué de esta disciplina dentro de la psicología.

Para ello, sobre todo en el ámbito hispanoparlante, es indispensable hacer referencia al trabajo de Gabriel J. Martín, un importante psicólogo experto en esta disciplina, quien afirma: “De la misma forma que un niño superdotado vive una vida diferente de los demás niños y eso hace que requiera una atención especializada, un hombre homosexual vive circunstancias que no viven los que no son homosexuales y eso hace que requiera una atención especializada”.

Dicho esto, también es importante aclarar que, cuando indicamos que un hombre gay carga o ha tenido que cargar con “una mochila”, no hacemos referencia a algo que vaya con él por ser como es, como ocurre con las hormigas a las que les toca ser obreras o guerreras por naturaleza, sino que esta mochila se ha ido llenando porque la orientación sexoafectiva ha sido un condicionante cultural (no natural) para esos hombres a la hora de relacionarse con su entorno y con ellos mismos. Esto mismo sucede también con todas las mochilas de diferentes colores que hallamos en el colectivo LGTBI+.

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La mochila del hombre gay

Si no traemos a nuestro plano consciente en algún momento de nuestra vida qué heridas guardamos, difícilmente podremos tener una vivencia feliz y tranquila de nuestra homosexualidad. Si vamos al fondo de nuestra mochila, veremos cómo muchas de esas heridas de base han surgido en el contexto de las relaciones interpersonales con nuestros iguales y en nuestro entorno familiar.

A nivel social y cultural,  todos los integrantes del colectivo LGTBI+ hemos experimentado el desprecio continuado hacia la diversidad y cómo se nos ha relacionado con algo defectuoso o problemático. Probablemente, cuando somos niños no somos conocedores de toda esta “memoria histórica”. Sin embargo, nos vemos expuestos a situaciones en las que se proyectan hacia nosotros con desprecio expresiones que tienen el objetivo de insultar. En muchas ocasiones, no sabíamos aún ni qué significaban esas palabras, pero sí que percibíamos, a otro nivel, que eso que estaban diciéndonos era algo malo. De repente, empezamos a ser más conscientes de ello y ese niño y futuro adolescente que fuimos comenzó a rechazar aspectos de sí mismo: rasgos de su carácter, posturas y movimientos concretos de su cuerpo… En la niñez o adolescencia cobran especial importancia las relaciones que establecemos con otras personas y, por lo tanto, el hecho de sentirnos de manera repetida vulnerables en la relación con nuestros iguales puede generar una fisura en la idea que tenemos sobre nosotros mismos (lo que en psicología llamamos autoconcepto), los demás y el mundo.

Como veremos, esto tiene repercusiones en la vida adulta: podrá generar, por un lado, un estado de hipersensibilidad  e hipervigilancia ante cualquier gesto de desprecio en forma de miradas, comentarios o actitudes y, por otro lado, miedo a ser rechazados, a que no nos tengan en cuenta o a que se burlen de nosotros. Esto podría explicar el hecho de que, en muchas ocasiones, interpretemos caras “neutras” como caras cargadas de emociones negativas hacia nosotros o que creamos que tenemos “algo” que hará que no nos acepten. 

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El trabajo con niños y adolescentes permite ver cómo aquellos niños o adolescentes que no encajan en los patrones heteronormativos se sienten discriminados porque los demás los han identificado como “diferentes” y merecedores de ese aislamiento. Estas personas van asumiendo poco a poco como compañera de viaje la sensación de no encajar. Desconocen cuál será su lugar en el mundo una vez que hablen abiertamente de su orientación sexual o identidad de género. Ante este escenario, es posible percibir la tristeza en sus cuerpos al no poder mostrar lo que hay realmente en su interior y tener que ocultar injustamente parte de su realidad. En estas situaciones las personas comienzan a generar creencias sobre qué podría pasar cuando su entorno más próximo vea realmente cómo son: no les querrán y/o los rechazarán. Cuando esto sucede, la decisión es protegerse y replegarse sobre sí mismas.

Una vez que, como terapeutas, atendemos a hombres homosexuales u otras personas cuya orientación sexual o identidad de género se sale de la norma, es fácil advertir cómo frente a nosotros está sentado su niño y adolescente herido, mostrándonos la mochila que trae consigo.

Estas heridas serán más problemáticas en el caso de haber experimentado situaciones de bullying homofóbico intenso, un tipo de acoso escolar que daña gravemente la autoestima de la persona que lo padece. Las consecuencias del miedo, la humillación y la desprotección quedaron fijadas en su interior mientras desarrollaba estrategias para distanciarse de esas emociones y evitar que los demás las percibieran. Es posible que, pasados los años, aún queden en esta persona importantes necesidades insatisfechas que tienen que ver con la seguridad y la aceptación por parte del otro. Como terapeutas, es imprescindible que nuestra parte adulta pueda mirar y sostener esas necesidades. Si observamos a esas personas con una mirada diferente, entendiendo quiénes son y reconociendo el peso que han tenido que cargar, podrán entender que aquellas situaciones en el patio del colegio hace tiempo que ya terminaron y que ahora hay un adulto que sí les puede ayudar: nosotros.

El peso de nuestra mochila

Los psicólogos vemos en nuestro trabajo diario cómo, de forma general, todas las personas en algún momento de nuestras vidas hemos rechazado alguna parte de nuestra personalidad. Esto ocurre de manera muy particular, por ejemplo, en los hombres gais. Si un niño o un adolescente gay comienza a tomar conciencia de cuál es su orientación afectivo-sexual y no hay un entorno seguro que lo perciba y lo sostenga ante ese descubrimiento que todavía supone un desafío, sentirá vértigo y rechazo hacia esa parte que se está expresando ajena a la mirada profunda de sus cuidadores. Al fin y al cabo, nuestra identidad, que define quién sentimos que somos, empieza a generarse en la mirada de las figuras importantes de nuestra historia, nuestros adultos de referencia.

Con las emociones se ve muy claro: si cada vez que expresamos una emoción concreta la persona que está a nuestro lado nos devuelve con su cara cierto rechazo, interiorizamos ese rechazo de forma inmediata y lo relacionaremos con esa emoción. Imaginemos ahora que no es una emoción sino nuestra orientación afectivo-sexual. Si percibimos o vemos que la posibilidad de hacer visible esa parte de nosotros genera preocupación, vergüenza o, en el peor de los casos, rechazo en nuestro entorno, empezaremos nosotros mismos también a rechazar esa parte o a sentir preocupación o vergüenza al hacerla pública. Además, recuerda que nuestra memoria histórica, nuestras vivencias personales y las del que teníamos al lado, nos han llevado a una conclusión: ser gay es algo malo que nos “expone» a nosotros y nuestro entorno a vivir situaciones desagradables.

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No obstante, ahora, como adultos, podemos validar y reconocer el dolor que sentimos al ver que no tuvimos lo que habríamos necesitado durante aquellos años en los que nuestro mundo interno se puso patas arriba. Tenemos derecho a admitir que posiblemente habríamos necesitado que las figuras importantes de nuestra vida hubieran visto “más allá”, que se hubieran dado cuenta del vértigo que sentíamos ante aquellas emociones y que hubiesen sido capaces de gestionar lo que en sus propios mundos emocionales se estaba despertando para poder conectar con el nuestro.

Motivos y vivencias como estas son las que han provocado que el mundo emocional que custodiamos dentro de nuestras mochilas guarde ciertas similitudes, al margen de las particularidades de cada cual. Es fácil advertir la carga emocional que se libera en nosotros cuando conectamos con nuestra historia y, concretamente, con aquellos primeros momentos en los que la posibilidad de ser gais llegó a la parte consciente. En muchos casos, las emociones que por aquel entonces comenzaron a liberarse pudieron ser tan intensas que tuvimos que disociarlas, es decir, desconectarnos de ellas, ocultarlas o, en el peor de los casos, enterrarlas, impidiendo que evolucionaran como el resto de emociones.

Un ejemplo claro de esto es lo que en psicología afirmativa gay homofobia interiorizada. De forma resumida, es la presencia de homofobia dentro de la propia persona homosexual, consecuencia de haber interiorizado la homofobia que percibió en las personas de su entorno. Su principal indicador es la aparición de emociones perturbadoras como el miedo, la culpa, la rabia o la vergüenza cuando se hace visible su homosexualidad. En muchas ocasiones, la presencia de homofobia interiorizada representa una parte de nosotros relacionada con la visibilidad de nuestra homosexualidad que intentamos anular, evitar, apartar o anestesiar. En consecuencia, esta parte queda relegada y oculta, debido al sufrimiento que acarreó en su momento y perdiendo la posibilidad de crecer y transformarse en una versión distinta de sí misma.

Por eso se observa en algunos hombres gais una actitud rígida e intolerante con “la pluma” de otros hombres; muchas otras personas no entienden que la reivindicación de derechos y la celebración de la diversidad se ejecute con altas dosis de pluma y glitter. Esta parte puede darnos un indicador de algo importante: es posible que los rasgos que no estamos tolerando en los demás, de algún modo, estén presentes en nuestro mundo interno y formen parte de nuestra historia.

Si miramos en la profundidad de esta parte que habita dentro de nosotros, junto a muchas otras, comprobaremos que rechazarla fue una estrategia diseñada para poder seguir adelante y que, por lo tanto, de alguna manera, tuvo una función sana. El primer paso que debemos dar ahora es no rechazar esa parte de nosotros, sino acogerla de manera incondicional, mirándola de la manera que habría necesitado ser mirada. Si nuestras partes internas dejasen de luchar entre sí, posiblemente unirían sus fuerzas. Tal vez si esta parte comienza a desarrollarse plenamente, se permita liberar algo de peso, tolerar todo tipo de plumas o se suba a una carroza llena de fantasía y orgullo hacia uno mismo.

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Mirar con compasión nuestro pasado

Lamentablemente, aún nos seguimos enfrentando a situaciones de discriminación que despiertan nuestra memoria emocional y somática y revivimos sensaciones que quedaron almacenadas en nuestras experiencias infantiles. Sin embargo, técnicamente, esto no puede volver a repetirse. No porque no pueda suceder, que es evidente que sí, sino porque nosotros ya no somos niños y no estamos en esa etapa, eso ya quedó atrás. Ahora somos personas adultas y, como tales, siempre tenemos opciones y podemos hacernos cargo de ellas. Tal vez el adulto que hay en nosotros tenga que aprender de nuevo a cuidar de sensaciones y emociones al sentirse desprotegido, a ser consciente de cuáles son sus necesidades y a desarrollar nuevas maneras de protegerse o enfrentarse a la discriminación.

El adulto que somos puede reencontrarse con el niño o adolescente con mochila que fuimos. Si lo hace podrá cuidar de él, mirando juntos los recuerdos del pasado desde la perspectiva del ahora. Nuestro cuerpo podrá acogerlo y mirarlo de manera que pueda “sentirse visto y sentido”. Podemos abrazar al hombre gay que somos teniendo en cuenta el niño y adolescente gay que fuimos.

Anímate a coger la llave que cierra el candado de tu mochila. Es probable que necesites hacerlo acompañado por un profesional, ya que este camino, a veces muy doloroso, se recorre mejor en compañía. Una vez recorrido, habrás comprobado que poder mirar nuestra mochila con perspectiva nos ha permitido reconciliarnos con todos los obstáculos de desventaja, rechazo, discriminación y tristeza que hemos tenido que superar. Para conseguirlo, necesitamos mirar con los mejores ojos posibles nuestras partes más vulnerables. El resultado final será un sentimiento cálido de amor, conexión, comprensión y aceptación hacia nosotros mismos y, en definitiva, hacia lo que somos.

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