Según dice la famosa máxima de la antigua Grecia, la única constante es el cambio. ¿O es el miedo al cambio? En efecto, nuestra vida es un permanente diálogo entre la estabilidad y la transformación. La primera nos aporta seguridad, comodidad y continuidad. Por su parte, la segunda nos permite crecer, ampliar nuestra perspectiva y avanzar en la vida.
Uno de los temas que más malestar psicológico producen es la experiencia de no llevar bien esa tensión inevitable entre la estabilidad y el cambio que necesitamos. Nuestra intuición nos dice que es el momento de cambiar de rumbo en un aspecto de nuestra vida y, sin embargo, aparecen múltiples motivos que nos impiden encaminarnos en esa dirección.
Existen muchas maneras de boicotearse con el pensamiento a la hora de ejecutar un cambio que se desea (al menos que se desea en parte). A nivel general podríamos resumirlas, por lo menos, en alguna de estas cuatro situaciones:
1. Quiero encontrar una solución perfecta, en la que todo cuadre: las condiciones, el momento de proponer el cambio, el momento de aplicarlo. Quiero que el nivel de satisfacción sea máximo y el nivel de arrepentimiento sea mínimo.
2. Me da miedo equivocarme y, por tanto, arrepentirme. Tolero mal la idea de “fracasar”, es decir, de no acertar. Me exijo acertar en todas mis acciones o no ejecutar ninguna acción a no ser que tenga la certeza total de que será un acierto.
3. No sé si una alternativa a mi situación actual será mejor que mi situación actual. No sé qué me conviene más. No sé qué quiero.
4. Me da pereza adaptarme a una nueva situación, incluso aunque pueda ser mejor a medio o largo plazo. Me resulta más fácil seguir como estoy -aunque sea insatisfactorio- que adaptarme a una nueva situación que no sé si será válida.
¿Cómo contrarrestar el miedo al cambio?
Si están muy instaladas en tu funcionamiento y han dado lugar a un gran estancamiento vital, parece que ha llegado el momento de que las abordes junto a un psicólogo profesional a través de un proceso de terapia. No es nada grave, simplemente es que requieren más espacio para que puedas profundizar en ello.
No obstante, hay algo que puedes ir haciendo tanto si pides hora con tu terapeuta como si desenredas por ti mismo tu propio miedo al cambio. Se trata de empezar (solo empezar) a darle la vuelta a esas conclusiones bloqueantes a las que has llegado y que te están impidiendo llevar a cabo los proyectos que te propones.
Es decir, una vez que has localizado aquellos factores que te están bloqueando y que has expresado claramente la creencia distorsionada que tienen detrás, lo suyo es reformularlas de una manera más ajustada a la realidad. Hagámoslo con los cuatro ejemplos que mencionamos antes.
1. Solo puedo cambiar si encuentro la solución perfecta en la que todo cuadra
Todos necesitamos la máxima seguridad posible ante un cambio que nos resulta desafiante, no hay nada desajustado en esto. El problema es que la vida no es perfecta o, al menos, no lo parece.
Si esperamos a que todos los astros se alineen nunca daremos ningún paso adelante. Además, toda decisión implica pérdidas y ganancias. Una vez sopesadas, si las ganancias superan a las pérdidas, hay que tomar una decisión si queremos que algo en nuestra vida cambie.
2. Si no tengo la certeza de que el cambio me va a gustar, no quiero cambiar
De acuerdo, a nadie le gusta equivocarse, pero no somos adivinos, no somos infalibles, no podemos preverlo todo ni -como hemos dicho en el punto anterior- hacer que todo cuadre a la perfección.
Si, una vez calibrados los pros y los contras y calculados los riesgos, resulta que pulsamos el botón equivocado es legítimo que nos lamentemos, pero también que pensemos que estas cosas pasan. Tenemos derecho a meter la pata.
3. Me da miedo el cambio porque no sé qué quiero ni sé si saldré ganando con el cambio
En ese caso parece que lo más sensato es que esperes y le des otra vuelta al asunto, para poder tener una perspectiva más completa del mismo. Aunque, si te fijas, volvemos a lo mismo: no eres adivino, no puedes saber con antelación si saldrás ganando o perdiendo, solo puedes calcularlo. Si no lo tienes suficientemente claro, mejor esperar un poco más.
4. Me apetece cambiar pero me da pereza, es más fácil seguir como estoy
Desde luego, más vale lo malo conocido, y tienes todo el derecho del mundo a tu comodidad, a quedarte en un ambiente en el que te sientes seguro: no es obligatorio cambiar.
No obstante, piensa también en cuánta frustración e insatisfacción tienes que pagar por mantenerte en la comodidad de no cambiar. Insistimos: cambiar por cambiar es tontería, no hay que hacerlo porque sí. Sin embargo, si de verdad te mereciera la pena quedarte como estás no le estarías dando tantas vueltas al asunto sin acabar de tirar para algún lado, ¿no te parece?
Ponerse en marcha para llevar a cabo un cambio personal no es fácil, el miedo al cambio nos genera enormes conflictos personales que acaban atrapándonos durante demasiado tiempo. A veces, de manera relativamente impulsiva, tiramos por la calle de enmedio encomendándonos a la buena suerte hasta poder ver los resultados. Otras veces nos concentramos, nos armamos de valor y optamos conscientemente por alguna de las opciones que nos planteamos. En ocasiones, incluso, decidimos cortar el dilema por lo sano: decidimos no decidir y ya lo pensaremos en otro momento.
El problema llega cuando nos quedamos en el bucle angustioso de querer hacer algo pero no acabar de resolverlo. Lo hemos dicho más arriba: si a ti no se te ocurre cuál es la mejor solución para ti, deja que un profesional te ayude. No te va a decir lo que tienes que hacer ni te va a mostrar mágicamente la solución, sino que juntos pensaréis qué es lo que más te conviene ahora. Puede merecer la pena. Estamos aquí para ayudarte.