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ToggleLa emergencia sanitaria provocada por la pandemia de Covid-19 ha sido analizada durante los últimos meses desde multitud de puntos de vista. No es de extrañar que haya sido así, teniendo en cuenta que esta crisis ha afectado a todas las esferas de la vida: desde las más logísticas o cotidianas hasta las más abstractas y espirituales.
Además, si algo ha caracterizado a las medidas para hacer frente al virus ha sido la alteración de la vida normal de las personas a través de recortes en sus movimientos y en sus capacidades. Es decir, limitaciones en aquello que tenían al alcance de su conducta, ya fuera por un mandato legal o por la pura imposibilidad de hacer lo que se hacía antes. Por ejemplo, en este tiempo ha estado prohibido salir de casa pero, aun pudiendo salir, ¿a dónde dirigirnos si gran parte de las actividades realizables estaban canceladas?
Por tanto, parece lógico que esta realidad haya sido experimentada por la mayor parte de la población como una restricción provisional de su libertad con el objetivo de preservar un bien mayor: la salud propia y ajena. Muchas personas han vivido esa rebaja de capacidades desde la aceptación, en la medida en que estaban cognitiva y afectivamente vinculadas con el objetivo que se perseguía y no con el medio para lograrlo. Otras, en cambio, la han experimentado como una amputación estéril de sus derechos.
La libertad aplicada a la vida
El de la libertad ha sido uno de los temas más relevantes en la reflexión filosófica desde hace siglos. Como sucede con tantos otros campos de esta disciplina, cuando pensamos en la libertad también encontramos una sorprendente combinación entre lo conceptual y lo mundano, entre la meditación y sus aplicaciones.
Efectivamente, la libertad como idea puede dar lugar a sutiles cavilaciones en nuestras mentes, pero halla su mejor expresión en lo concreto de la vida cotidiana. De hecho, es ahí donde encuentra su verdadero sentido, en la medida en que reflexionar sobre la libertad implica establecer determinadas formas de vida práctica, ya sea como proyectos privados o como proyectos compartidos.
La libertad sin responsabilidad o es dar tumbos o es resignarse o es imposiciónLa libertad es una idea (un potencial) pero también es un hecho, una vida actualizada. Observamos esta naturaleza a la vez teórica y práctica de la libertad cuando la consideramos como el resultado de la constante toma de decisiones en que consiste la existencia diaria de cualquier ser humano.
¿Qué es la libertad?
No es fácil definir qué es la libertad. Es decir, es difícil establecer sus límites aclarando dónde empieza y dónde acaba. Como si nos dispusiéramos a conquistar las pirámides, cada vez que lo intentamos tenemos la sensación de que nos contemplan más de veinte siglos de estudio del asunto.
Sin embargo, la pregunta sigue ahí, pendiente de que la contestemos de manera acorde al momento en que nos encontramos: ¿en qué baso mi libertad? ¿a partir de dónde dejo de sentirme libre?
Una de las dificultades para responder a estas cuestiones consiste en que al intentarlo puede aparecer un riesgo: definir qué es la libertad para mí (en qué consiste mi libertad) puede acabar convirtiéndose en definir qué es la libertad para los otros. Es decir, primero que se cumpla mi libertad y segundo que los demás se adapten a ello.
Por ejemplo, si me considero libre para saltarme un confinamiento sin estar autorizado a ello estoy priorizando mi libertad pero a costa de la libertad de quienes no transgreden la norma y se sacrifican. En lugar de quedarnos los dos en casa o salir los dos a la calle, yo decido unilateralmente que tú te vas a quedar en casa para que yo pueda salir a mis anchas.
No obstante, sobreponiéndonos a la mirada de los siglos, no parece que hagamos mucho mal diciendo que la libertad, mi libertad, es la capacidad para desarrollar sin impedimentos mis capacidades y satisfacer razonablemente mis necesidades. Por tanto, capacidad para la autoafirmación, para no estar dominados, esto es, para no ser esclavos.
Visto así, el campo de la libertad es el campo de la autonomía, del regirnos por nuestros propios criterios y normas, haciéndonos responsables de ellos. Esta responsabilidad nos sitúa en la órbita de una ética de la libertad: para ser tal, la libertad tiene que tener en cuenta el cuidado propio y el de los demás, la toma en consideración de las consecuencias de nuestros actos y decisiones tanto para nosotros como para quienes nos rodean. La libertad sin responsabilidad o es dar tumbos o es resignarse o es imposición.
La libertad, motor de la convivencia
Convivir exige combinar con fluidez un conjunto de libertades y esto, desde que el mundo es mundo, ha dado lugar a una gran cantidad de tensión. Con o sin esa tensión, la vida humana es la del tú a tú, y en ese nivel convivir es responder a la necesidad de armonizar mis derechos con los derechos de los demás.
Como decíamos, no puede existir una verdadera libertad, una libertad buena, si no es en consideración también de los intereses y necesidades de los otros individuos en lugar de -como cabría pensar- en consideración únicamente de nuestros intereses y necesidades particulares. La libertad buena no puede ser mero individualismo.
En este sentido, entender mi libertad personal abre una puerta a entender la libertad de los demás sin condenar a esta a lo que solo me favorezca a mí. Ejercida de este modo, la libertad constituye un adecuado marco de convivencia, de conexión positiva entre los seres humanos. En lugar de supeditar la autoafirmación de los otros a la mía ni la mía a la de los otros, trata de armonizar la de todos.
Cualquiera que sea la forma en que se ejerce, la libertad es uno de los ejes estructurales de la convivencia, que es la palabra que empleamos para nombrar la compleja red de relaciones interpersonales en la que vivimos todos los seres humanos.
Libertad es poder elegir
La libertad es tener opciones de calidad entre las que poder elegir. Es decir, por un lado exige tener opciones: si solo hay un camino posible, no tengo que ejercer ninguna libertad, ya que “no tengo más remedio”, como dice la expresión popular.
Por otro lado, no basta con tener cualesquiera opciones para poder ejercer alguna forma de libertad, sino que esas tienen que ser buenas opciones, es decir, tienen que tener algo de valor. De lo contrario, elegir “entre lo malo y lo peor” no es en realidad un ejemplo de buena libertad, sino simplemente una toma de decisiones encaminada a adaptarnos con el menor daño posible a una circunstancia que solo puede ser desfavorable.
En este sentido, la libertad tiene que ver con las condiciones en las que una persona ejerce su capacidad individual para tomar decisiones -incluyendo la decisión de no decidir- y no solo con la toma de decisiones en sí. Por tanto, está en la naturaleza de la libertad la posibilidad de hallarse frente a un dilema, una duda o un conflicto: aquellos que nacen de la responsabilidad de ejecutar nuestras propias elecciones.
La libertad buena no puede ser mero individualismoCaracterísticas de la libertad
Como resumen de lo que hemos indicado hasta ahora, podemos considerar que la libertad tiene seis características que nos permiten ejercerla mejor, sin pervertirla o desvirtuarla. Veámoslas de manera sintética:
1. Subjetividad: no es libre quien aparenta serlo o quien debería sentirse así según mi criterio. Solo es libre quien se siente libre según su criterio propio.
2. Relatividad: no podemos entender la libertad en términos absolutos sino en relación a unas circunstancias. La libertad de un individuo no tiene sentido ni como potencial ni como reflexión abstracta, sino actualizada en el contexto de una vida concreta.
3. Evolución: la libertad no es estática. Se aprende, disminuye, aumenta, ve modificados los parámetros en que se basa. La libertad como característica de una vida humana concreta solo puede ser versátil y plástica.
4. Conflictividad: la libertad no siempre es se ejerce con espontaneidad, sino que a menudo implica un dilema, un conflicto que nos tensiona y ante el cual aparece la tentación de huir, renunciando a nuestros deseos o intuiciones.
5. Responsabilidad: para ser buena (virtuosa), la libertad propia exige armonizarse con las libertades ajenas y que asumamos sus consecuencias. No tiene sentido ser libre a costa de la dominación de otros o de mi destrucción inconsciente.
6. Constructividad: el ejercicio de la propia libertad tiene que ser edificante, es decir, obedecer a la construcción del individuo y no a su destrucción o la de otros.
Con pandemia o sin ella, no siempre es fácil ejercer la libertad de una manera sana ni conseguir que se refleje en las relaciones que tenemos con las personas de nuestro entorno. Si sientes que no estás haciendo un buen uso de tu libertad personal o que la libertad de los otros siempre acaba avasallándote no te conformes. Consulta con un psicólogo que pueda orientarte en este asunto y que te ayude a tener una experiencia más saludable de tu libertad. Estamos aquí para ayudarte.