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ToggleLa información es poder. De acuerdo: no siempre a más información más conocimiento ni, por tanto, más poder o influencia. Sin embargo, sí es así en ciertas condiciones: concretamente cuando la información sobre un tema se entiende bien. Es decir, cuando se integra en el resto de contenidos que manejamos en nuestra mente y va acompañada de otras destrezas emocionales, interpersonales y motivacionales.
En estos casos, la información se convierte en conocimiento y eso va a favorecer la percepción que una persona tiene de sí misma como capaz, válida y eficiente respecto a un tema en concreto. Eso sí, siempre que la persona sepa utilizarlo.
Por su parte, el dinero, normalmente, también es poder. Como en el caso de la información, lo es no tanto cuando es muy abundante, sino cuando la persona que lo posee entiende sus mecanismos, al menos los básicos. Solo entonces sabe manejarlo con inteligencia más que con arrogancia o impulsividad, incluso cuando es escaso.
Por eso, cuando entendemos cómo funciona el dinero podemos manejarnos bien en la vida y poner el mucho o poco capital que tengamos al servicio de nuestro bienestar material pero también psicológico.
El dinero como medio de emancipación
Cuando hablamos de dinero, esto tiene una gran influencia en los procesos de adquisición de autonomía y aumento de la sensación de poder que puede experimentar cualquier persona. Es lo que habitualmente se conoce como “empoderamiento”.
Esto tiene una especial relevancia, por ejemplo, en el caso de las mujeres. Históricamente el dinero ha sido un poderoso instrumento de emancipación para todo el mundo pero, sobre todo, para ellas. Las que contaban con una posición económica privilegiada podían, por ejemplo, plantearse la posibilidad de no casarse por mera necesidad o como medio para no quedar excluidas socialmente. Esto quiere decir que podían permitirse diseñar un proyecto de vida autónomo y no impuesto por la necesidad. Además, tendían a ser más influyentes y respetadas en los entornos donde vivían.
Por otro lado, la mujer ha estado tradicionalmente entrenada para el manejo de la economía doméstica, es decir, para administrar de manera eficiente el dinero con que la familia cuenta para la intendencia cotidiana. Mientras tanto, la economía socialmente prestigiosa y “más compleja”, la del ámbito público, se asoció a lo masculino. Esto tiene una interesante relevancia cuando calibramos las habilidades financieras que alguien ha tenido la oportunidad de entrenar para desenvolverse como un adulto inteligente y hábil. Es decir, el auténtico conocimiento más allá de la fuerza económica bruta.
De este modo, lo que es común a todos los seres humanos tiene un punto extra de interés cuando hablamos de las mujeres, especialmente en aquellos entornos donde la brecha laboral y salarial debida al género es más significativa, con el impacto que esto tiene en la autoestima y el nivel de frustración de quienes se ven perjudicadas por ello.
En definitiva, saber cómo manejar el dinero genera unas mejores condiciones de vida y, por tanto, redunda en el bienestar psicológico: la percepción de valía de cara a los demás y la sensación de seguridad, autonomía e independencia, tan importantes para forjar una autoestima sana.
El coste psicológico de no entender el dinero
Para que podamos desenvolvernos en la vida de manera adulta y eficaz no solo es necesario disponer de una cierta riqueza económica sino, sobre todo, saber manejarla para que nos aporte el mayor rédito posible. Esto no son fajos de billetes, sino aptitudes personales y una red social de apoyo sólida.
De lo contrario, la consecuencia de no saber cómo manejarlo adecuadamente -aunque sea a un nivel básico de ahorro- es vivir con una gran sensación de vulnerabilidad, que puede acabar derivando en una verdadera vulnerabilidad, es decir, en un perjuicio real. Especialmente cuando nuestra economía es más frágil.
Sin duda es importante tener un conocimiento básico sobre cómo funciona, por ejemplo, una cuenta corriente. No obstante, hay un concepto previo y sin el cual no es posible prevenir ciertos riesgos en cuanto a nuestra relación con los bancos. Ese punto consiste en asumir cuál es la filosofía básica del mundo bancario: la banca siempre gana.
Por supuesto, esto está sujeto a muchos matices, dado que el mundo financiero se ha ido haciendo cada vez más complejo con el tiempo. No obstante, es un principio básico con el que cualquier persona tiene que contar, especialmente si no maneja en profundidad ese nivel de sofisticación.
El hecho de que la banca siempre gane no quiere decir que una persona no pueda ganar dinero, incluso enriquecerse, “gracias” a los diferentes productos financieros que existen. Sin embargo, la confianza en uno mismo que eso genera no debe ser ingenua, sino inteligente, para poder transformarse en una percepción responsable y realista de su propio poder.
Partiendo de la base de que la banca siempre gana, tienes que contar con el hecho de que si tú ganas 2, el banco está ganando 6. Es decir, no midas mal tus fuerzas ni te quedes atrapado en una fantasía de omnipotencia basada en un razonamiento mal hecho. En definitiva, no pienses que tú te estás beneficiando del banco, ya que, pase lo que pase, es el banco el que se va a beneficiar de ti.
No tener miedo del dinero
Esta es la parte más fácil de la economía y no es necesario ser catedrático de ciencias económicas para entenderla y asumirla. Al contrario, es un manejo de la economía propio de una persona media, con una vida cotidiana normal y unas finanzas más bien sencillas.
Una vez que manejamos correctamente al menos este nivel podemos seguir a lo nuestro sin tener la sensación de que nos están engañando. Es decir, sin vivir con la incómoda sensación de que el dinero es una amenaza o una fuente de estrés ante la que hay que estar siempre alerta.
Se trata de no tener que preocuparnos por estar metiéndonos en algún lío del que no estamos muy seguros de cómo salir. O de estar siempre a expensas de cómo otros decidan administrar nuestros bienes en lugar de ser dueños (o, al menos, administradores principales) de nuestro patrimonio, por escaso que este sea. Más allá de la economía, esto tiene que ver con nuestra percepción de seguridad y de tener la inteligencia suficiente como para gestionar bien nuestros recursos y salir adelante en la vida.
Por otro lado, cuando una persona tiene poco o nulo conocimiento sobre un campo, en este caso poca cultura financiera, eso la coloca en una posición de vulnerabilidad. Lo mejor que puede hacer para contrarrestarla, además de aprender, es ser prudente y contenida con sus decisiones, incluso no hacer nada.
Dejando a un lado nuestra creencia ingenua de que todo saldrá bien pase lo que pase, a veces lo prudente es no pretender abarcar más de lo que sabemos. Eso puede evitarnos muchos disgustos, y todos sabemos que el dinero puede traernos disgustos verdaderamente tremendos.
Hay una gran sabiduría y un indiscutible poder en la costumbre de no asumir riesgos de los cuales no somos conscientes o que no alcanzamos a comprender. De lo contrario, es imposible que podamos ser suficientemente responsables de nuestras decisiones -es decir, que podamos asumir sus consecuencias- como se espera que haga una persona adulta.
Saber asesorarse es un signo de inteligencia
En otro orden de cosas, también resulta muy inteligente no tener la pretensión de entender de aquellos asuntos que, por lo que sea, nos resultan demasiado complejos. No es posible entender bien absolutamente todo. Mientras una persona sea consciente de su falta de habilidad o conocimiento en un tema, por ejemplo el financiero, no es ningún demérito no ser una experta en economía.
A menudo, como en tantos otros ámbitos de la vida, hay que tener claro a quién recurrir a la hora de dar un paso adelante en un terreno en el que no sentimos mucho nuestro propio poder. Asesorarse bien, detectando a aquellas personas que nos dan confianza en un asunto concreto y sabiendo exponerles adecuadamente nuestras dudas. Esto no es poner la responsabilidad de nuestras decisiones en otros, sino asesorarnos para decidir con información suficiente en lugar de confiar ingenuamente en un conocimiento que no tenemos o minimizando el riesgo de ir a ciegas por la vida.
En cualquier caso, si el problema no está en el dinero sino en tu sensación de autonomía, responsabilidad y habilidades personales, entonces antes de zambullirte en el mundo del dinero conviene que lo hagas en el mundo del crecimiento personal. Los psicólogos estamos en un nivel medio de cultura financiera, pero podemos ayudarte bastante con esas otras cosas que están lastrando tu bienestar subjetivo. La bolsa no siempre es una buena inversión pero la terapia sí suele serlo. Atrévete.