Uno de los retos más importantes en las relaciones humanas es aprender a escuchar a los demás.
Suele decirse que todo el tiempo que estás hablando no estás escuchando, pero también es cierto que la comunicación humana requiere ambas acciones. En cualquier caso, ¿tú eres más de hablar o de escuchar?
Hay personas cuya naturaleza tiende más a la expresión, la verbalización y el compartir abiertamente con otros los diferentes acontecimientos de su vida. Otras, en cambio, son más reservadas o retraídas. Por diferentes motivos prefieren permanecer en un papel aparentemente más secundario: el de escuchar y observar desde el silencio.
En general las personas vamos alternando ambas facetas, ya que las dos son imprescindibles para relacionarnos de una manera normal. No puede existir una conversación eficaz solo con monólogos unidireccionales y tampoco a base de monólogos provenientes de ambos interlocutores que simplemente se limitan a alternarse. No es por casualidad que a las conversaciones también se las llame “diálogos”.
Aprender a hablar, aprender a escuchar
Hablar y escuchar forman parte de nuestra vida pero, ¿cuál nos gusta más de las dos? ¿En cuál nos sentimos más cómodos?
Da la impresión de que, por lo general, disfrutamos más hablando que escuchando. Es cierto que a menudo hablar cuesta menos trabajo que escuchar y, además, nos coloca en el papel importante de la situación, el papel protagonista. Esto refuerza mucho nuestra autoestima, podríamos decir que resulta “refrescante” para el ego y que es necesario.
De hecho, no tiene nada de malo siempre que se haga de manera equilibrada. Hablar es el elemento más sofisticado que tenemos para relacionarnos y es imprescindible para que podamos comunicar nuestras necesidades y opiniones, además de para relatar a otros aquello que nos ocurre o influir en ellos.
Por su parte, escuchar es imprescindible para enterarnos de quién es el otro y de lo que tiene que decirnos sobre sí mismo y sobre nosotros. De este modo podemos conocerle y comunicarle -sin palabras- que es importante para nosotros, al menos en ese momento. Es decir, escucharle nos permite reconocerle, darle un lugar.
Lo que ocurre básicamente es que no podemos enterarnos de la información interesante si no escuchamos con la suficiente atención. Para ello, como decíamos al principio, debemos recordar que mientras estamos hablando no estamos escuchando. Por eso, al comunicarnos tiene que haber armonía entre ambas cosas. Una conversación de verdad es un diálogo, no una sucesión encadenada de pequeños monólogos.
Hablar y escuchar a través de las redes
Las nuevas tecnologías, particularmente las redes sociales y las diferentes aplicaciones a través de las cuales es posible conversar, han tenido una enorme influencia precisamente en eso, en nuestra manera de conversar.
Tradicionalmente la comunicación humana -correos y telégrafos aparte- ha tenido lugar de manera oral, mientras que las actuales tecnologías de la comunicación permiten una comunicación escrita en tiempo real y con múltiples añadidos y aderezos: audios, gifs, iconos, archivos… Esto tiene un gran impacto en la eficacia de la comunicación, por ejemplo en cuanto a lo comprensible o equívoco que es un mensaje, tanto en nuestras relaciones personales como en lo que se refiere a la comunicación en el trabajo. También en cuanto a la manera de hablarnos y escucharnos, en este caso de leernos.
Por otro lado, escuchar requiere tener tiempo y reposo suficientes para poder colocar la atención de manera sostenida en el discurso del otro y así poder captar suficiente contenido y entenderlo adecuadamente.
Todo lo que implique aceleración dificulta este proceso o lo hace más superficial: nos impide aprender a escuchar con la calidad y la calidez necesarias.
La tecnología, la actividad abundante y a veces atolondrada, el uso de redes sociales, son circunstancias que aceleran mucho el flujo de información que recibimos y el cambio de un estímulo a otro: no nos entrenan para el reposo ni para mantener la atención en lo que dice nuestro interlocutor, sino para lo contrario: ir saltando velozmente de input en input. Obviamente esto tiene sus ventajas en muchos aspectos, pero puede llegar a influir negativamente en la capacidad para escuchar con verdadera profundidad y presencia a quien tenemos “delante”.
¿Qué hacer cuando el otro no calla?
En cierto sentido, quienes sistemáticamente no dejan hablar a los demás manifiestan un cierto egoísmo. No siempre el egoísmo se manifiesta de esa manera, pero sí cuando no escuchamos al otro, cuando le interrumpimos frecuentemente y no nos hacemos cargo de lo que nos dice, sino que lo intentamos cubrir con todo lo que necesitamos decir nosotros.
Cuando no hemos aprendido a escuchar estamos fijándonos solo en nuestra necesidad de hablar y en la de ser escuchados -que no son exactamente la misma necesidad- y no tanto en las necesidades del otro.
Quien no es capaz de escuchar y solo se centra en hablar es una persona que está desconectada del exterior, en este caso de su interlocutor, y solo está conectada consigo misma. Todo se refiere a ella, cree merecer todo el tiempo del mundo y es poco empática. Muestra poco interés en lo que le está ocurriendo a la persona de enfrente, de ahí que no se preocupe por darle un espacio a eso, sino que toma todo el espacio para sí.
También hay que tener en cuenta que hay personas que van tan aceleradas o son tan impulsivas que no hacen estas interrupciones por malicia, sino simplemente por inconsciencia, por no estar conectadas de manera armónica tanto consigo mismas como con el exterior. Ellas también tienen pendiente aprender a escuchar.
Por último, habría que tener en cuenta un componente narcisista, lo que se conoce coloquialmente como “le encanta escucharse”. Se trata de las personas que encuentran un deleite especial en el mero hecho de ser escuchadas mientras discursean, en un formato que tiene que ver más con una conferencia (unidireccional) que con una conversación (bidireccional).
¿Cómo hacemos para que no hable solo el otro?
Tirar de asertividad y del resto de habilidades comunicativas. Puede ser algo muy sutil, como no darnos por vencidos y simplemente redirigir la conversación hacia el punto donde hemos sido interrumpidos. Podemos incluso acompañarlo -por si acaso- de una suave indicación para evitar nuevas interrupciones: “Ahora vamos con eso pero antes me gustaría volver a lo que te estaba diciendo”, “Déjame un momentito acabar la frase, quería añadir una cosa”.
Otra opción es permitir que el otro suelte todo lo que tenga que soltar y así luego sentir que podemos tomar más espacio en la conversación. Una tercera salida, si la situación o la persona son importantes, es escucharla -a pesar de que ella no nos esté escuchando- para entender mejor qué está ocurriendo que la lleva a ocupar todo el espacio de la conversación.
Por otro lado, si la situación o la persona no nos importan gran cosa quizá lo más prudente sea rendirse y no gastar energía en comunicarnos con alguien que no quiere comunicarse con nosotros o que, simplemente, en este momento no está disponible para hacerlo.
Cuando nosotros hablamos demasiado
Haber hecho consciente que tendemos a acaparar la conversación y que debemos aprender a escuchar mejor ya es un gran paso. El siguiente es recordarlo. Hacer un esfuerzo por ir despacio, asegurarnos de que lo primero que hacemos es dedicarle algo de tiempo al otro, preguntarle qué tal está, seguir su tema aunque le interrumpamos, hablar de él aunque le interrumpamos. Eso puede compensar su sensación de no sentirse escuchado.
También podemos hacerlo al revés: darnos cuenta de que llevamos un rato monopolizando la conversación y callar, sacar un tema nuevo, indicar al otro o los otros de alguna manera que les devolvemos la palabra y seguir su hilo. Se trata de conectar con ellos, no desconectarnos de la conversación (sobre todo si es de grupo, donde es más fácil escabullirse) solo porque nosotros no tengamos la palabra.
Todos debemos practicar la contención del impulso de hablar y “meter baza” si sentimos que ya hemos metido bastante. No hay una fórmula mágica para lograrlo, se trata de trabajar la capacidad para controlar nuestra impulsividad y mostrar interés por los demás. Aunque sea por mera cortesía, no monopolizar. Alternar participaciones habladas en la conversación con “participaciones silenciosas”: tengamos en cuenta que mientras escuchamos atentamente a los demás también estamos presentes.
Las habilidades sociales y comunicativas, entre ellas el arte de hablar y de aprender a escuchar, son cruciales para poder tener relaciones interpersonales sanas. Si sientes que tienes algún problema en este campo no pasa nada, lo importante es ver de qué se trata y empezar a ponerle solución. Los psicólogos trabajamos con ello cada día, así que puede ser buena idea consultar con uno y no dejarlo para más adelante, ¿no crees?