No sabemos si la invención de la rueda o de los cubiertos generó los primeros síntomas de tecnoestrés. Lo que sí sabemos es que la tecnología existe desde que la humanidad inventó los primeros utensilios para vivir de una manera cada vez más cómoda. Con el paso de los siglos, lo que llamamos tecnología se ha ido perfeccionando cada vez más, y vive un auge particular en el ámbito de la comunicación y la información.
Esto nos ha proporcionado unas prestaciones inconcebibles para la humanidad hace tan solo unos cuantos años y está cada vez más incorporado a nuestros hábitos cotidianos y profesionales. Normalmente, asociamos la idea de “tecnológico” con la experiencia de algo que nos hace la vida más fácil.
Sin embargo, el uso excesivo de la tecnología electrónica o informática, o la necesidad de emplearla de una manera especialmente intensa (por ejemplo desde que se inició la pandemia de Covid-19) pueden llegar a abrumar a algunas personas.
Aparece entonces la incapacidad para adaptarnos a una determinada metodología que impone nuevos retos para el mundo digital o de familiarizarnos con unas herramientas que, aunque a veces pueden facilitarnos el trabajo u otras actividades, en ocasiones pueden suponer una carga extra.
El término estrés alude a la experiencia psicológica de sentirnos presionados, de estar en tensión por no ser capaces de rendir en un momento dado como requiere la situación. Es inevitable experimentar esto de vez en cuando, pero no de manera permanente.
En un mundo tan tecnificado como el nuestro, especialmente con el auge que el funcionamiento online ha tenido en los últimos meses, aumenta considerablemente el riesgo de estar sometido de manera continuada al llamado tecnoestrés.
Con una simple observación podemos identificar al menos 5 características de las herramientas informáticas y dispositivos electrónicos que normalmente sintetizamos bajo la etiqueta de “tecnología”. De manera aislada o combinadas entre sí, estas características pueden estar detrás de la experiencia psicológica de estrés asociado al uso de la tecnología y que empezamos a llamar con el nombre tecnoestrés:
1. La tecnología requiere conocimientos y habilidades específicos que no todo el mundo es capaz de adquirir con agilidad.
2. La tecnología requiere una infraestructura concreta: conexión a internet, aparatos concretos, red eléctrica.
3. Cuando la tecnología funciona todo va bien todo va bien pero, cuando falla, genera un enorme perjuicio.
4. La tecnología estimula una gran velocidad en cuanto al procesamiento de la información. Esto puede resultar muy rentable para ahorrar tiempo o producir más, pero a nivel cerebral puede resultar extenuante cuando todo se hace a través de “la tecnología”. Además, entrenar a nuestro cerebro para que funcione de este modo llega a entorpecer nuestra capacidad de concentración y aumenta la probabilidad de error, ya que la cara oculta de la multitarea (ejecutar varias tareas a la vez de manera paralela) promueve la dispersión y la superficialidad en el procesamiento de la información.
5. La tecnología resulta atractiva y estimulante pero también satura de manera insidiosa. No nos damos cuenta hasta que nos duelen los ojos, la cabeza se vuelve pesada, nos cuesta retener datos que se supone que hemos atendido o los dedos se cansan de teclear. Sin embargo, el exceso de estímulos provenientes de la tecnología puede llegarnos sin que nos demos cuenta y acumularse hasta que nuestro sistema se satura y reclama silencio.
Ya antes de la pandemia pero de manera particularmente intensa desde que se inició, vivimos una “vida electrónica”, a través de botones, pantallas luminosas y actividades virtuales. Esto no es malo en sí mismo, ya que tiene enormes ventajas. No obstante, también hace que muchas personas descuiden las sensaciones de la vida analógica: observar un paisaje, aunque sea urbano, cocinar por uno mismo, el tacto y el olor de los objetos, el sonido del ambiente cuando no lo maquillamos con la música de los auriculares… Y, por supuesto, las relaciones cara a cara.
Cómo nos afecta el tecnoestrés y cómo contrarrestarlo
Teniendo en cuenta lo que hemos dicho hasta ahora, ¿no se deben usar los aparatos tecnológicos y debemos procurar que nuestra vida sea lo más analógica posible? No, a no ser que queramos quedar descolgados del funcionamiento habitual del mundo que nos rodea, particularmente en lo que concierne al trabajo y las relaciones interpersonales.
Sin embargo, tanto a nivel preventivo como si la persona ya se está sintiendo “presionada” o abrumada por la tecnología, es imprescindible aprender a hacer un buen uso de la misma. De este modo es posible contrarrestar esa saturación y volver a hacer un uso saludable de la tecnología para que vuelva a estar al servicio de nuestro bienestar y no al contrario.
1. Deja espacio para la monotarea
Nuestra vida actual nos exige gestionar diferentes frentes a la vez y, a ser posible, en poco tiempo, para poder ocuparnos de las siguientes tareas. No siempre podrás controlar esto pero, en la medida en que sí puedas, prioriza la monotarea.
De esta manera, también refrescarás tu capacidad para procesar los estímulos de manera serial (primero uno y luego otro) y no en paralelo (varios a la vez). La vida ya te va a obligar a realizar varias tareas a la vez sin que te des cuenta, no pasa nada porque compenses esto con un poco más de implicación y dedicación en una única tarea. Es lo que en el mundo del mindfulness (o atención plena) se conoce como “una cosa cada vez”.
Empieza por la pantalla de tu ordenador cuando llegues a la oficina: nada de tener un millón de ventanas abiertas a la vez para ir saltando de una a otra y picotear de todo sin profundizar en nada. Dedícate a lo que tengas que hacer y deja el resto de distracciones para más tarde.
2. Ponle horario a la tecnología
Organiza tu uso de la tecnología a través de un horario para poder dosificar su uso de manera asumible y disminuir de este modo los síntomas de tecnoestrés. El día tiene muchas horas y no es necesario que las pases todas tecleando y buceando en pantallas a no ser que sea por una buena razón o por una obligación. Si sientes que hay demasiada tecnología en tu vida márcate una hora de “apagón digital” a partir de la cual la reducción en el uso de pantallas tiene que ser total o, a ser posible, drástica.
3. Incorpora pequeños hábitos de descanso
Modifica pequeñas rutinas para liberar un poco de tecnoestrés. No es necesario que te desinstales tus redes sociales pero, ¿qué tal si pruebas a no hablar por whatsapp o mirar el móvil mientras caminas por la calle o vas en transporte público? No es que ya no los vayas a mirar en todo el día, se trata más bien de decidir ciertas situaciones en las que puedes prescindir perfectamente de lo tecnológico.
Ni te imaginas lo que tus ojos y tu cerebro van a agradecer esas pausas, por no hablar de que es más seguro cruzar la calle mirando por dónde vas. Otro ejemplo es que, a la horas de las comidas y las cenas, en lugar de la televisión en casa podéis tener música de fondo, o la radio (si vives solo y el silencio se te hace muy pesado). Es tecnología pero no tiene pantalla y eso aliviará un poco el exceso de estimulación.
4. Aparatos “fuera” del alcance de los niños
Pon especial atención en el uso de pantallas que hacen tus hijos, especialmente si son muy pequeños. Recuerda que tus hijos no necesitan absolutamente ninguna pantalla para desarrollar su inteligencia, afectividad o conocimientos. No hay nada que puedan hacer a través de un aparato electrónico que no puedan conseguir (y de manera mucho más saludable) a través de la interacción directa con otro ser humano o bien explorando el mundo por sí mismos.
Obviamente, funcionar de esta manera requiere más esfuerzo y tiempo por parte de los adultos. Tampoco quiere decir que la tecnología les vaya a hacer daño solo con tocarla: simplemente ten en cuenta que educarles incluye enseñarles a no abusar de ella.
5. Recupera el libro de papel
Los sabios dicen que los humanos leemos no solo con los ojos, sino también con las manos. Pero con las manos enteras, no con la punta del dedo deslizándose un momento por la pantalla. Los libros ocupan sitio, pero no desprenden luz, ni hay que cargar su batería ni le dan información sobre nosotros a ninguna empresa. Leerlos en formato de papel enriquece la experiencia de la lectura.
6. Si la pandemia lo permite, regresa a la tienda
No hagas absolutamente todas tus compras por internet. A no ser que comprar online sea completamente inevitable, es bueno que salgas de casa, que te acerques a la tienda. Eso te permitirá dar un paseo, interactuar con seres humanos cara a cara, ojear por ti mismo/a los productos… En una palabra, muévete.
7. No dejes que el trabajo invada tu tiempo libre
Nada de trabajar fuera del horario de trabajo y menos a través de la tecnología, si es que lo que intentas es desintoxicarse un poco de ella y evitar que te afecte el tecnoestrés. Plantéate si puedes desinstalar el correo corporativo de tu móvil, para que no te lleguen notificaciones o mensajes del trabajo que tengas la tentación de atender. Dedícate a tu ocio y deja para más tarde todo aquello que pueda esperar.
8. Aprovecha el tiempo libre para disminuir el tecnoestrés
Utiliza tu tiempo libre en hacer actividades que no requieran el uso de un aparato electrónico con el que te conectes a internet. Es cierto que mirar tus redes y charlar por whatsapp son rutinas que a veces te despejan y distraen después de trabajar o durante tu jornada laboral. Sin embargo, en realidad mantienen tu cerebro activado y te siguen saturando sin que te des cuenta. Por eso, siempre que puedas descansa de aparatos y resérvalos para las actividades para las que la tecnología electrónica es realmente imprescindible.
9. Usa la tecnología con un ritmo pausado
No seas voraz con tu comunicación por internet. No hay que contestar o comprobar inmediatamente cualquier notificación que llegue a tus aplicaciones ni todas las llamadas de teléfono son de vida o muerte y tienen que ser atendidas en el momento. Las personas utilizamos la tecnología de manera muy inocente pero al final podemos resultar muy invasivas unas con otras al emplearla para comunicarnos. Sé prudente a la hora de escribir y llamar y asertiva/o a la hora de atender llamadas y mensajes.
10. Pide ayuda psicológica siempre que lo necesites
A veces tenemos ciertos síntomas de tecnoestrés, es decir, de saturación de aparatos porque nos pasamos de horas pero otras veces es por los contenidos que consumimos, es decir, por usar la tecnología para intoxicarnos en lugar de para hacernos la vida más fácil y cuidar de nosotros.
En este sentido, no es lo mismo pasar horas visitando perfiles tóxicos en las redes sociales que utilizar tu tablet o tu móvil para llevar a cabo un proceso de terapia online de manera controlada y acompañada por un profesional para tu crecimiento personal.
Es decir, que el tecnoestrés se puede deber a la cantidad de “pantalla” que consumimos pero también a cómo y para qué la consumimos. Si asocias la tecnología a ansiedad, cansancio o presión y no sabes cómo salir de ese bucle entonces hay que recibir ayuda profesional, por ejemplo poniendo la tecnología al servicio de la solución de tus problemas y no de su empeoramiento. Para ello, puedes entrar ya a nuestra plataforma, donde un psicólogo profesional escuchará tu caso, te explicará los diferentes planes de terapia con los que cuenta el equipo de ifeel y te conectará hoy mismo con el psicólogo más adecuado para tu caso. La tecnología puede ser tu aliada, úsala para eso.