Existen muchas formas de hablar sobre la adicción. En ocasiones se traduce en comentarios bastante comunes, como «te has pasado» o «prometo que esta será la última vez». Sin embargo, otras veces la adicción al juego, a las sustancias o a cualquier otra cosa oculta mucho más. Actúa de manera sigilosa y en ella la persona transita por esa delgada línea entre lo que llamamos un consumo normal y lo que empieza a suponer un problema.
¿Qué es una adicción?
Según la Organización Mundial de la Salud, la adicción es «una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación». Esto quiere decir que no es una cuestión exclusivamente física o psicoemocional, sino que incluye y afecta a ambos aspectos del ser humano. Atendiendo a esta definición aún quedaría por delimitar cuándo el consumo es normal y cuándo no.
Imaginemos el caso de una persona que bebe alguna cerveza que otra diariamente y que pasa a las copas los fines de semana. A priori no cabría esperar que esto fuese un problema, pero se da cuenta de que cuando no ha tomado su cervecita del mediodía, se siente incómodo y de mal humor. Sus amigos le dicen que los fines de semana, a última hora de la noche, se pone insoportable y, de hecho, ya ha perdido a varias parejas por la misma razón. ¿Es este un consumo normal?
El consumo pasa a convertirse en abuso cuando, en relación con la sustancia o actividad, hay un uso excesivo pese a las consecuencias negativas que este acarrea. Es el caso de la persona que pese, a haber perdido ya dos empleos, sigue llegando ebrio a trabajar. O quien, incluso, tras tener grandes deudas por jugar a las tragaperras, sigue apostando el dinero de su familia. En estos casos no hablaríamos de un consumo normal, sino de un abuso.
¿Por qué una sustancia se vuelve adictiva?
Existen numerosas teorías bio-psico-sociales que tratan de explicar qué mecanismos entran en juego para que una persona necesite desesperadamente del consumo. A nivel biológico, nuestro sistema de recompensa cerebral se pone en marcha y segrega dopamina cuando introducimos determinadas sustancias, tal y como ocurre en la realización de actividades que nos resultan gratificantes, como el deporte o el sexo. El problema se da cuando este sistema solo se activa al consumir una determinada cantidad de esa sustancia. Es en ese momento cuando la parte del cerebro que controla los actos voluntarios y el control de los impulsos pasa a un segundo plano para dar paso solo a querer conseguir el tan ansiado estimulador de estados positivos.
El efecto de muchas sustancias en el cuerpo es complejo y responde a un patrón particular para cada sustancia, pero lo que olvidamos frecuentemente son los efectos que sufre la persona cuando no se está dando el consumo: habrá ocasiones en que no esté consumiendo y se den extraños efectos físicos ante determinados estímulos; quizá pasando junto a la zona donde suele consumir o por algo que ha podido ver en la televisión. El caso es que la persona sufre un inaguantable deseo de consumir la sustancia o de experimentar sus efectos; a este deseo se le conoce como craving. El craving no es exclusivamente psicológico, sino que existen reacciones físicas muy desagradables que hacen aumentar este deseo. Llevado más allá, el craving puede derivar en el conocido como síndrome de abstinencia, que puede acarrear graves problemas físicos (mareos, vómitos, temblores, dolor en los músculos, problemas cardiacos, delirios…) que son variables según la sustancia y el tiempo de abstinencia.
A nivel químico, el cerebro genera de forma natural unos neurotransmisores, sustancias relacionadas con los estados afectivos, que se ven alterados por la sustancia consumida. Dicha alteración es tal que el cerebro entiende que siempre habrá una sustancia encargada de generar ciertas sensaciones, por lo que se adapta a esos altos niveles de estimulación y comienza a necesitar esta sustancia para sentirse regulado. En este punto comienza la dependencia de la sustancia.
Sin embargo la enredadera de la adicción es más sinuosa aún; debido a esta adaptación cerebral, nuestro organismo empieza a necesitar cada vez más y más de esa sustancia para experimentar los mismos efectos. El consumidor de alcohol ahora no se emborracha con tres copas, sino que son necesarias seis. A esto se le conoce como tolerancia.
Pide ayuda
Las adicciones son un problema creciente, más particularmente en el caso de aquellas drogas aceptadas socialmente, como el alcohol. La dependencia del alcohol afecta un 8’5% de los mayores de 18 años y a un 4’6% de los jóvenes entre 12 y 17 años.
El hecho de que una persona padezca este retorcido mal no nos tiene que cegar a la hora de intentar ver qué hay más allá. ¿Estará la persona, literalmente, anestesiando sentimientos que no sabe cómo manejar? ¿Podría ser la adicción la consecuencia y no el efecto de un profundo malestar?
Esta exploración en profundidad puede dar mucha luz a la persona y familiares que conviven con el tramposo monstruo de las dependencias. El primer paso, sea tu caso o el de alguna persona cercana, es sencillo y complicado a la vez: pide ayuda. Hay profesionales preparados para afrontar y comprender estas difíciles realidades.