¿Propósitos de Año Nuevo? Pues los de siempre, ¿no? Adelgazar. Viajar más. Apuntarme al gimnasio. Cuidar mi alimentación. Aprender a tocar la guitarra. ¿Fotografía? ¿Libros? Puede que todos estos propósitos te suenen… ¡llega enero!
A lo largo de nuestra vida nos hemos acostumbrado a que cuando se iba un año, llegaban los propósitos de Año Nuevo. ¿Desde qué edad llevamos planteándonos los mismos? ¿Hemos cumplido alguno? ¿Somos más felices ahora?
Seguro que muchos de nosotros hemos intentado conseguir todas estas cosas. Hemos pensado que, de esta forma, nos sentiríamos mucho más completos. Puede ser que, desde luego, nos sintamos mucho mejor haciendo más ejercicio y estando más sanos físicamente. Sin embargo, a menudo hemos dejado atrás otros aspectos que tienen la misma (o más) importancia a la hora de conseguir nuestra felicidad y no los incluimos entre nuestros propósitos de Año Nuevo. ¿Cuáles son esos propósitos?
Vamos a rescatar algunos de los que hemos ido mencionando a lo largo del año. Al final, llegar a sentirnos bien es una carrera de fondo, así que, ¿por qué olvidar todo lo que hemos estado trabajando antes?
4 propósitos de Año Nuevo que (esta vez sí) deberíamos cumplir
1. Afrontar mejor las dificultades
Cultivar nuestra resiliencia, nuestra capacidad de reponernos ante las adversidades. Ya hemos hablado de esta capacidad en otras entradas del blog, en las que te hemos dado consejos sobre cómo poder cultivar esta capacidad tan útil para nuestro bienestar. Pero, ¿por qué es tan importante tenerla presente?
Cuando comienza un nuevo año normalmente tenemos ciertas expectativas. Qué nos gustaría que nos ocurriera, qué podemos hacer, cambiar, conseguir. De hecho, muchas de las experiencias que vivamos a lo largo de nuestra vida van a ser positivas. No seamos más pesimistas de la cuenta, podemos vivir sensaciones muy agradables e incluso generarlas nosotros mismos.
Sin embargo, a lo largo de nuestra biografía también aparecen frecuentemente experiencias menos agradables. Son esas situaciones que preferiríamos no tener que vivir y que a veces pueden ser muy dolorosas. En lo que dura un año podemos perder el trabajo, asistir al final de una relación o se nos puede estropear el coche. Estas cosas forman parte de la vida, y son tan naturales como las situaciones agradables a las que aludíamos antes.
¿Qué podemos hacer cuando nos enfrentamos a estas dificultades? Básicamente, adoptar una postura resiliente. Ser capaces resistir el golpe, analizarlo, ser pacientes y sopesar los aspectos positivos que pueden aparecer a raíz de esta experiencia.
Puede sonar costoso, pero con algunos trucos podemos conseguirlo.
2. Valorar lo positivo
Tenemos la costumbre de centrarnos en las cosas que no van bien en nuestra vida y que nos gustaría poder cambiar. Está bien intentar continuar creciendo y avanzando, pero es importante que esta necesidad no nos lastre.
Por eso, parar es importante. Tómate un momento cada día para reorientar tu atención de una manera más optimista y ver el conjunto de lo que estás viviendo, observando qué es lo bueno que ya tienes en tu vida.
Vivir es como estar subiendo una montaña. Normalmente vamos mirando al suelo, concentrados en no tropezar con ninguna piedra, en no resbalar. Esas piedras serían como nuestras dificultades.
No es un mal método para la escalada. De hecho, está bien estar alerta, es necesario tener en cuenta las dificultades que pueden presentarse en nuestro camino. Sin embargo,¿qué sentido tiene subir una montaña si no podemos disfrutar de las vistas de vez en cuando?
No te olvides de levantar la vista del suelo en tus “caminatas” diaria. Mira a tu alrededor y siente la satisfacción del camino recorrido. Hacer esto puede darte la energía para continuar avanzando.
3. Vivir el momento presente
Céntrate en lo que estás viviendo. Intenta no dejarte arrastrar por los pensamientos sobre qué hacer o no hacer, qué cambiar o no cambiar. A veces lo único que necesitamos hacer es dejar que las cosas sean como son.
En ocasiones, tendemos a centrarnos mucho en qué estamos pensando, qué puede estar pensando otra persona sobre nosotros, cómo nos estamos sintiendo y todo esto no hace otra cosa que alejarnos de nuestra propia realidad.
La tristeza, el miedo, el enfado… todas estas emociones se pueden alimentar dedicándole tiempo, dándole vueltas a la cabeza. A veces lo que necesitamos no es eliminar de un plumazo estas emociones que nos lo hacen pasar tan mal, sino aprender a relacionarnos con ellas de otra forma.
Imagina que tu temor es como un tigre pequeñito. Estás en una jaula, tú y el tigre. Entonces piensas: “Si no lo alimento, le dará hambre y me comerá” y empiezas a darle de comer.
¿Cuál es tu sorpresa? Cuanto más lo alimentas, más crece y más miedo te da.
Aunque parezca algo lógico, es lo que nos pasa a menudo con nuestros temores o nuestros sentimientos. No nos gusta que estén ahí, nos asustan y le dedicamos tiempo a pensar en ellos, es decir, a alimentarlos.
¿Qué ocurre cuando hacemos eso?
Nuestro miedo no desaparece, crece y se hace más presente en nuestra vida. Podemos incluir, entre nuestros propósitos de Año Nuevo, ir adquiriendo poco a poco nuevos hábitos para cambiar esto y aprender a relacionarnos de manera diferente con nuestros pensamientos, con nuestras emociones.
El primer paso para ello es darnos cuenta de que están ahí, tomar conciencia de cómo nos estamos sintiendo. Lo demás es cuestión de práctica, de saber dejar que las cosas estén, nada más.
Aunque te parezca paradójico, aceptar las sensaciones que tenemos, nuestros temores, nos aleja más de ellos que dedicar horas en pensar en cómo podemos solucionarlos.
4. ¡Cuidar de ti!
Sí, sí, cuidar de uno mismo. Qué tontería, ¿no? Parece que los propósitos de los que hablábamos en la primera línea ya eran para cuidar de nosotros mismos. Entonces, ¿qué diferencia hay?
Si nos fijamos bien, a menudo nos planteamos propósitos de Año Nuevo que, sin darnos cuenta, no se refieren tanto a nosotros sino que van destinados a otras personas.
Intentamos perder peso o aprender a tocar un instrumento, porque así nos verían mejor. Parecer más interesante a ojos de los demás, agradar a terceras personas, llamar su atención para así ser más importantes, recibir su aprecio o su validación… son motores muy poderosos a la hora de diseñar nuestros objetivos.
Por eso, en muchas ocasiones intentamos realizar cambios en nosotros mismos no por satisfacer nuestros deseos o necesidades, sino los de otras personas que nos rodean.
Es algo muy común y es algo que hacemos todos. A fin de cuentas, somos seres sociales. Vivir en sociedad nos hace querer tener buenas relaciones y para eso, a veces, intentamos adaptarnos a los gustos o demandas de nuestro entorno.
Esto no tiene por qué ser algo malo, incluso es necesario que la sociedad -los demás- nos dé un empujoncito para intentar adoptar otros hábitos en nuestra vida. Lo importante aquí es que lo que vayamos a hacer nos beneficie a nosotros mismos.
El esfuerzo que empleemos en estos propósitos debe merecernos la pena. Cuidar de nosotros incluye hacer esfuerzos poniéndonos a nosotros en el centro de la decisión, respetando nuestra propia opinión y buscando la validación que nosotros mismos nos vamos a otorgar en el camino de conseguir nuestras metas y también cuando lleguemos a ellas.
En este blog siempre te recomendamos que, antes de poner en marcha un cambio importante, te pares y pienses.
Además de dejarte llevar por el impulso del año nuevo y sus propósitos, hazte algunas preguntas: lo que quiero tener, o hacer, o emprender… ¿es algo que realmente quiero? ¿Me hace ilusión? ¿Encaja con mi forma de plantearme la vida? Si las respuestas son afirmativas, ¡adelante!
Sin embargo, si cuando te preguntas todo esto aparece la imagen de una tercera persona diciendo “deberías…” o si te viene a la mente un anuncio de televisión, recordándote lo interesante que resultarías si te maquillaras más o fueras a tal o cual lugar… Ponte alerta. En ese momento intenta tomar conciencia y descubrir en tu interior si tu propósito es algo que realmente quieres tú o si es algo que quieren otros para ti.
Podría parecer que a veces, siguiendo este método de poner en el centro nuestros deseos, no necesariamente estaremos cuidando de nosotros mismos. Por ejemplo, quizá nos han recomendado que hagamos deporte para mejorar nuestra salud y nosotros no queremos. Por eso es importante que aprendamos a diferenciar las cosas.
Cuando hablamos de emplear nuestros propósitos de Año Nuevo para cuidar de nosotros y dar prioridad a nuestros deseos y no los de los demás no hablamos de negarnos a toda recomendación o sugerencia que nos haga la gente de nuestro alrededor. Se trata, en cambio, de aceptarnos, de tener una visión amable de nosotros mismos, de ser flexibles. Como decía el famoso psicólogo estadounidense Carl Rogers: «La curiosa paradoja es que, cuando me acepto exactamente como soy, entonces puedo cambiar».
Ser auténticos nos hace mucho más felices que intentar ser perfectos. Aunque ahora parezca un trabajo complicado, algo que “se dice muy fácilmente” pero que parece imposible, con ayuda y entrenamiento es algo que está al alcance de todos.
Un terapeuta puede ayudarnos a ser conscientes de nuestros defectos e intentar ser más flexibles con ellos. Entrenar la habilidad de parar y no hacer nada. Afrontar los momentos complicados con una actitud positiva y activa. Todos estos pequeños trucos son la clave para cuidar de nosotros mismos a través de los propósitos que nos planteamos.