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ToggleLas relaciones nacen, se desarrollan y mueren tanto con pandemia como sin ella. Es evidente que el ciclo vital de una relación de pareja está influido por el ambiente, por las circunstancias externas: si hay una emergencia o no, confinamiento, distancia, nivel económico de los miembros de la pareja, cómo es la casa que comparten, etc. Miles de circunstancias pueden influir. Los excesos en esas circunstancias siempre ponen a prueba la solidez de los vínculos en los que se asienta una relación y la solidez de su compromiso. Es decir, del mutuo deseo de proyectar hacia el futuro su proyecto común, eso que comparten.
Seguramente el confinamiento habrá hecho que muchas relaciones de pareja que eran incipientes, más superficiales o renqueantes, se hayan consolidado. También habrá hecho que otras se hayan deteriorado hasta el punto de tener que interrumpirse, ya sea por la distancia excesiva o por un exceso de convivencia. La emergencia sanitaria que hemos vivido ha sido algo raro, estresante, inesperado y tiene que influirnos a la fuerza, también en nuestras relaciones (de pareja, familiares, de amigos, con la gente del trabajo, etc.).
Respecto a la cantidad de parejas que se hayan quedado por el camino o que vayan a hacerlo durante las próximas semanas va a ser difícil de precisar. No podemos saber a ciencia cierta cómo de habitual está siendo o será que las relaciones se rompan específicamente a causa de esta situación. Tampoco podemos afirmar que todas las rupturas que se estén dando en este periodo se deban estrictamente a lo que ha ocurrido y que no se habrían producido si hubiéramos continuado en la “antigua normalidad”.
Muchas parejas tuvieron que decidir de repente si iniciarían o no su convivencia durante el confinamiento Esa decisión ha salvado muchas parejas y también se ha cargado unas cuantasPor otro lado, a la hora de cuantificar este fenómeno, el número de divorcios que se vayan produciendo va a ser un indicador. Sin embargo, las relaciones formalizadas burocráticamente no son las únicas que existen, sino una parte. Muchas otras rupturas, igual que muchas otras “uniones”, se quedarán sin cuantificar rigurosamente.
¿Saldremos mejores?
Depende de muchas cosas. Está en función de factores ambientales (las circunstancias externas) y factores más personales o intrapsíquicos (nuestras características psicológicas: la personalidad, la fortaleza, la madurez, el grado de optimismo, etc.). En cualquier caso, es evidente que la situación sigue siendo muy incierta en muchos aspectos. Principalmente en dos.
El primero se refiere al cuidado de la salud y el grado de responsabilidad real que cada uno tenemos en ello: ¿cuánto riesgo real hay en que me reúna con tal persona, en que tenga contacto físico con ella, en que regrese a trabajar a la oficina o en que mi hijo haga tal o cual actividad…? No puedo saberlo a ciencia cierta. Quizá sea muy alto, bajo o nulo, y no saberlo es muy incómodo).
El segundo se refiere a cómo va a evolucionar el ambiente social, laboral, económico, etc. Es decir, nuestras actividades, nuestro trabajo, la crisis a diferentes niveles. La incertidumbre siempre es incómoda pero deja un margen para que la afrontemos por el lado optimista (confianza en el futuro, poner el foco en lo que sí va bien o se va recuperando) o pesimista (desconfianza en el futuro, desesperanza, poner el foco en lo que va mal o empezará a ir mal). Ambos enfoques pueden ser igual de realistas, pero influyen de manera diferente en nuestro estado de ánimo, nuestra apertura a la experiencia y los mensajes que transmitimos a otras personas, es decir, el ambiente que, a título individual, contribuimos a generar.
Por otro lado, según cómo sea nuestra personalidad pero también cómo nos haya ido durante la emergencia sanitaria, saldremos con mejores recursos personales o más mermados. Respecto a esto, resulta obligado juzgar nuestra situación de manera realista.
Es muy difícil salir fortalecido u optimista si he tenido graves pérdidas personales, si he estado gravemente enfermo o lo estoy, si me he quedado sin trabajo, si mi relación de pareja se ha ido al traste o lo han hecho otros proyectos personales de diferente tipo que eran importantes para mí… La resiliencia existe, claro que sí, pero no siempre se produce en un alto grado, no somos superhéroes. Tener confianza en las capacidades de los seres humanos es importante pero siempre con una visión pegada a la realidad.
A través de esa combinación entre cómo sea nuestra “manera de ser” y qué circunstancias hayamos tenido que vivir es como le daremos un significado a lo que hemos vivido y estamos viviendo y cómo va a transformarse nuestra identidad. Algunas personas se sentirán más fuertes ahora, más sabias o con más experiencia de la vida. Otras, en cambio, tendrán una imagen de sí mismas como más vulnerables, con menos confianza en el progreso de la humanidad, con menos confianza en el futuro social y en el suyo propio, fracasados o derrotados como trabajadores.
Tomar decisiones «radicales»
La sabiduría popular nos recuerda que “en tiempo de tribulación, no hacer mudanza”. Es decir, cuando estamos en un momento de zozobra o grave crisis personal, con nuestras emociones alteradas e intensificadas, nuestra mente “revolucionada”, etc. la recomendación es posponer aquellos cambios o decisiones radicales que no sean estrictamente urgentes.
Esto se explica porque, aunque en plena crisis personal nos cueste verlo, lo normal es que ese nivel de intensidad y confusión se disipe en cuestión de días, semanas o meses (según el caso) de modo que lo que antes veíamos como un posible “cambio/decisión radical necesario” cuando nos calmamos lo pasamos a ver como innecesario o, incluso, como muy perjudicial. Si ya hicimos ese cambio podemos llegar a arrepentirnos seriamente de ciertas decisiones radicales que tomamos al calor de un grave crisis personal, en un momento de confusión u ofuscación.
Por otro lado, en ocasiones ciertas decisiones radicales son imprescindibles o no se pueden posponer y tenemos que tomarlas y “que sea lo que Dios quiera”. Si al cabo del tiempo resulta que fueron perjudiciales habrá que intentar darles un significado que las vuelva más tolerables, no que las mantenga en la etiqueta de “graves errores de nuestra vida”.
En definitiva, si las decisiones personales radicales no son imprescindibles y podemos esperar unos días, semanas o meses para ver cómo evolucionan las cosas y, sobre todo, cómo evolucionamos nosotros, conviene entonces esperar, no ser impulsivos y ver qué ocurre.
Las relaciones y la pandemia
Las relaciones en general y las de pareja en particular han evolucionado o, mejor dicho, se han visto afectadas, en dos aspectos importantes: los métodos de comunicación y cómo se gestiona o experimenta la convivencia.
Respecto a la comunicación, ha estado presente el reto de mantener vivos los afectos, o la chispa en el caso de las relaciones de pareja, a través de las telecomunicaciones. Estas han salvado mucho la papeleta pero está claro que no son lo óptimo: las relaciones interpersonales tienen que alimentarse sobre todo de lo analógico, siempre que sea posible, por encima de lo digital. En el caso de las parejas que han convivido, puede decirse que la comunicación ha sido intensamente analógica, muy ininterrumpida, siempre con el reto de no volverse invasivos o pesados o, por el contrario, de no resultar distantes.
En el mes de marzo muchas parejas que no convivían debieron tomar rápidamente -y sin que esa decisión estuviera en su “agenda”- decisiones respecto a qué iban a hacer con su convivencia: ¿pasarían el confinamiento juntos o permanecerían cada uno en su casa? El resultado de esa decisión habrá salvado muchas relaciones y probablemente haya dinamitado otras tantas, por el hecho de la separación/convivencia en sí misma y también por lo peculiares que han sido esa separación o esa convivencia (donde dice “peculiares” hay que entender extremas, intensas).
La situación sigue siendo incierta sobre cómo será nuestra salud y qué ambiente social respiraremos los próximos mesesEs decir, la emergencia sanitaria habrá acelerado inesperadamente el ciclo vital de muchas relaciones de pareja tanto en la dirección de consolidarlas como en la dirección de romperlas.
El papel de la tristeza
Todas las emociones son normales. Lo que hay que ver en cada una es su grado de intensidad, frecuencia y duración. También el grado de coherencia que tiene esa reacción con los hechos que realmente han sucedido o están sucediendo.
Si he tenido pérdidas significativas en mi vida (por ejemplo, una ruptura de la relación de pareja, o la muerte de un ser querido -que también es la ruptura de una relación) es normal estar triste (y enfadado, y culpable y con miedo… o quién sabe si liberado, en cierto sentido). Si aparentemente todo me va bien pero estoy en un estado de ánimo bajo, melancólico o desesperanzado entonces habrá que examinar más profundamente qué está pasando en realidad y a qué obedecen esas emociones.