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ToggleJon Kabat-Zinn describió la meditación como “la única actividad humana intencional y sistemática que, en el fondo, consiste en no intentar mejorarnos a nosotros mismos ni llegar a ningún otro lugar, sino simplemente en darnos cuenta de dónde estamos”.
Partiendo de esta definición podríamos afirmar que la meditación es solo una invitación que nos hacemos a nosotros mismos a permitirnos darnos una cosa importante: darnos cuenta de dónde estamos, prestar atención al momento presente, percibir la realidad con mente abierta y curiosidad y aceptarla sin juicios o valoraciones. También a desarrollar la flexibilidad mental que nos despegue de pensamientos, emociones o deseos y tener una actitud afectuosa hacia nosotros mismos y hacia los demás. Para llegar a hacer todo esto lo primero es aprender a parar y serenar nuestra mente, habilidad que parece sencilla pero que no lo es.
De esta perspectiva, para conseguir todo lo anterior es necesario seguir una serie de pasos o tareas, que podríamos definir como la base del mindfulness:
Parar
Nos pasamos la vida corriendo de aquí para allá haciendo cosas, resolviendo urgencias, saltando de un lugar a otro sin la más mínima reflexión, con nuestro piloto automático a todo gas, muchas veces para no llegar a ningún sitio. Deberíamos preguntarnos: ¿somos capaces de hacer una parada en nuestra vida, aunque sea siquiera un instante? ¿Podría ser este momento? ¿Qué ocurriría si lo hiciera?
Cuando por fin decidimos detenernos, aunque solo sea un instante, empezamos a estar presentes y tener una visión más simplificada de las cosas. Empezamos a comprender que quizá no sea tan urgente hacer esa llamada, contestar ese correo, resolver ese asunto… Al parar y tomarnos unos instantes para respirar deliberadamente, para dejar las prisas que nos impone el tiempo mientras seguimos estando vivos, nos liberamos y disponemos de tiempo para estar presentes.
Incluir en nuestra vida el hábito de parar varias veces a lo largo del día y tomar conciencia de nuestra respiración es el primer peldaño para vivir una vida plena.
Atención al momento presente
Nuestra mente puede estar en el pasado, en el presente y en el futuro, pero nuestro cuerpo siempre está en el presente. Se trata de alinear mente y cuerpo, vivir cada momento y afrontar la vida, en lugar de perdernos rumiando y sumergiéndonos en el pasado o anticipando realidades inexistentes en nuestro futuro. Este vivir, instante tras instante, nos ayuda a experimentar el presente tal cual es.
Apertura a la experiencia
Con los ojos de un niño pequeño que es capaz de asombrarse por lo más simple y por lo más complejo. Sin interponer el filtro de nuestras creencias. Es lo que se llama “mente de principiante” y significa que te permites no saber. De este modo, te liberas de toda expectativa adquirida, de la predisposición a percibir solo lo que esperas y te abres a percibir la realidad con mente abierta y curiosidad en el proceso, sin expectativas sobre el resultado, viviendo cada situación como si fuera la primera vez.
Aceptación radical
Una vez que somos capaces de parar, de detenernos y abrirnos a la experiencia, empezaremos a ser conscientes de lo que somos en ese momento. Pasamos entonces a ser observadores ecuánimes de esa experiencia. Pero lo más importante es que este ser conscientes de nuestro momento, de nuestra situación, de esa experiencia, nos debe llevar a aceptarla tal y como es. Podríamos definir esta aceptación gráficamente con la frase “esto es lo que hay”.
La aceptación es la clave para que se dé cualquier proceso de cambio. Significa tener disposición para ver las cosas como son y admitir lo que sucede. Sin embargo, es importante tener claro que la aceptación no es lo mismo que la resignación. La resignación tiene que ver con una actitud de sumisión, pasividad o desesperanza. En cambio, la aceptación consiste en reconocer la realidad que tenemos -guste o no- y a partir de ella tomar decisiones. Es la ausencia de resistencia ante una situación que me ha tocado vivir y que me agrada o me desagrada, es la llave de entrada a la calma interior.
No Juzgar
Nos pasamos la vida evaluando, juzgando, comparando nuestras experiencias con otras, o cotejándolas con las expectativas y niveles de exigencia que nos creamos. En demasiadas ocasiones esta evaluación nos lleva al dolor y la desesperanza. Pues bien, una parte importantísima de la meditación es cultivar una actitud libre de juicios hacia lo que pasa en nuestra mente.
¿Significa esto que cuando meditamos no emergen juicios? Por supuesto que no, acabamos de decir que por naturaleza nuestra mente está constantemente juzgando y evaluando. La diferencia está en que cuando nos damos cuenta de esta situación, somos testigos de lo que emerge en la mente o en el cuerpo y lo reconocemos sin condenarlo y sin fomentarlo.
Este “no juicio” no significa renunciar a nuestra capacidad de discernir, de reconocer los méritos relativos o las distintas posibilidades frente a una decisión para poder tomarla sobre una base firme. Cultivamos esta conciencia de lo que surge y, a su luz, podemos distinguir la realidad de lo que ocurre de nuestras reacciones ante esta realidad (pensamientos, sentimientos, recuerdos, viejos hábitos, antiguas heridas…) y, a partir de ahí, discernir y decidir cuál sería nuestra respuesta.
Dejar pasar
Significa no identificarse o apegarse a pensamientos, emociones o deseos. Implica desarrollar cierta flexibilidad mental para despegarnos de los pensamientos repetitivos que tanto nos desgastan, soltándolos sin lamentarnos por los errores del pasado más de lo necesario, porque nos alejan del presente, que es donde se desarrolla la vida.
Actitud afectuosa
La práctica de mindfulness conlleva una actitud de compasión y benevolencia hacia nosotros mismos y hacia las personas que nos rodean. Es un acto de amor con el que curamos nuestras heridas del pasado y miramos nuestro presente desde una actitud afectuosa hacia la vida.