Últimamente, como suele suceder en periodos de crisis o transformación social, se habla de la necesidad que muchos profesionales están teniendo de “reinventarse”. Se suele utilizar este término probablemente porque resulta más poético o motivador que su verdadero significado literal: adaptarse a la situación, salvarse de la manera menos perjudicial posible y seguir adelante. Parece, de hecho, que reinventarse no es tanto resistir el golpe como empezar desde cero, experimentar un cambio radical, pegar un gran volantazo profesional.
Esta cuestión de la reinvención alude también a los psicólogos. ¿Hemos tenido que reinventarnos durante la emergencia sanitaria?
Yo no diría tanto como reinventarnos, pero es evidente que hemos tenido que adaptarnos a las nuevas circunstancias, como tantas otras profesiones. La táctica más significativa es seguir atendiendo a nuestros pacientes de manera online (a través de videollamadas, chats, mails, etc.).
La sustitución del formato presencial por el telemático puede influir, por ejemplo, en la periodicidad o duración de los intercambios entre paciente y terapeuta. Por otro lado, esta adaptación no es del todo novedosa, dado que muchos profesionales ya trabajaban de manera online antes del confinamiento. De este modo, aunque algunos que nunca jamás habían hecho una sesión online ahora sí estarán experimentando una cierta reinvención, muchos otros lo que han hecho ahora es intensificar esta práctica, más que incorporarla desde cero.
También hay que pensar que muchas atenciones -muchas sesiones, para entendernos- se están perdiendo, o espaciando mucho hasta ponerse en marcha, ya que hay pacientes que no desean ser atendidos de manera online, porque prefieren la atención presencial. Hay otros que aun deseando hacerlo, no se lanzan, porque no viven solos y no disponen de la intimidad suficiente. Ahí el reto de adaptación es mayor, porque hay que encontrar la manera entre paciente y terapeuta para no perder del todo el contacto y poder llevar a cabo aunque sea un contacto “de mantenimiento”.
Hace quince o veinte años esto hubiera sido completamente inviable, mientras que hoy gran parte de la atención psicológica se está pudiendo salvar, incluso iniciar desde cero con gente que antes de la emergencia sanitaria no era atendida y ahora sí, gracias a la tecnología. En ifeel llevamos años ofreciendo terapia online a través de chat o videollamada. Es una modalidad que no se ha visto afectada por la emergencia sanitaria, sino que se está haciendo cada más popular para poder seguir o iniciar una terapia. La efectividad de la terapia online puede ser perfectamente válida, por lo que hay que animar a todo aquel que aún no haya probado esta nueva forma de hacer terapia que lo haga en estos momentos.
El paciente de la emergencia
Existe la tentación de pensar que las plataformas de terapia online están viendo multiplicado el número de consultas que reciben, o que ha cambiando de manera significativa el tipo de personas que recurre a sus servicios.
Estar harto, inquieto o preocupado por la situación no es patológico, es normalPor lo que se refiere a ifeel, realmente el tipo de paciente es el mismo, la emergencia sanitaria por covid-19 no ha cambiado eso, al menos de momento. En términos muy generales, una gran parte de las personas que siguen acudiendo a nuestra plataforma tienen, por tanto, el mismo perfil. Lo que ahora cobra mayor protagonismo, como motivo de consulta, son temas derivados de la emergencia sanitaria y el confinamiento. Es decir, son las mismas personas pero con preocupaciones relacionadas con la situación actual: temas que hace tres meses, incluso durante los primeros días tras el inicio del Estado de Alarma, no aparecían.
Por qué consulta la gente
Hay que pensar que una situación como el confinamiento y la emergencia sanitaria generan, para empezar, sintomatología ansiosa y depresiva en la población general. Cuidado, hablamos de sintomatología, de intensificación de ciertos síntomas, no de que toda la población esté teniendo cuadros patológicos de manera generalizada. Hay que contar con los recursos y fortalezas de cada persona, que sirven como contrapeso (con o sin emergencia sanitaria) a los factores adversos. Es más que evidente que hay mucha gente que no tiene ningún problema de este tipo.
Estresores como la falta de contacto con el aire libre, la falta de actividad física, de intercambio social, la sensación de alarma vivida en forma de angustia, las pérdidas económicas, relacionales o laborales, etc. siempre suponen factores que potencialmente van a complicar cuadros que ya existían antes de la emergencia o despertar cuadros nuevos en personas que sean más vulnerables. Insistimos, no en todas las personas: estar harto, aburrido, inquieto o preocupado por lo que está pasando es normal, no es patológico.
Hablamos, en cambio, de personas con tendencias ansioso-depresivas pero también de personas con adicciones severas o patologías mentales más graves (esquizofrenia, trastorno bipolar, trastornos de personalidad, etc.). Estos individuos puedan sentirse algo o mucho más alterados de lo normal, sobre todo si no recibían tratamiento previo o no tenían buena adherencia al mismo. Es importante tener esto en cuenta, pero también hay que pensar que estas personas pueden seguir teniendo acceso, en muchísimos casos, a atención médica y psicológica, además de contar con otros factores protectores de los que puedan disponer (red social, por ejemplo, o ausencia de estresores serios añadidos).
Convivir con el malestar
La primera recomendación de todas es comprender que la ansiedad y el estrés son reacciones humanas normales, son una expresión de cómo reaccionamos a las circunstancias para intentar adaptarnos a ellas. Debemos tener en cuenta que los seres humanos nos somos robots que podamos activarnos y desactivarnos a plena voluntad. Entender que ciertas reacciones no siempre pueden mitigarse al cien por cien, especialmente si las circunstancias que las provocan no desaparecen, aporta siempre un componente de sano realismo y naturalidad a estas sensaciones.
Luego está un amplio campo que va desde encontrar distractores agradables (alejar nuestra atención de la fuente de ansiedad y orientarnos a otras cosas), la actividad física, las actividades manuales y creativas, técnicas de relajación mediante la respiración, todo el ámbito de la meditación, el intercambio social (hablar de las preocupaciones y de las no preocupaciones, desahogarnos, escuchar a otros, compartir). También debemos poner en marcha, y espontáneamente ya lo hacemos, mecanismos mentales orientados a relativizar las cosas, a darles su justa importancia, a contextualizarlas (por ejemplo, comparándonos con otras personas que estén mucho peor). Es importante llevar una vida ordenada, es decir, rutinaria en el mejor sentido, cuidar los hábitos de alimentación y sueño, evitar las bebidas estimulantes, el alcohol y el tabaco y por supuesto evitar el consumo de otras drogas porque, aunque aparentemente actúen como relajante, en realidad alteran nuestros biorritmos).
Si una persona no es capaz de poner en marcha estas estrategias por sí misma entonces es cuando un psicólogo puede ayudarla a identificar claramente las causas reales de su ansiedad y estrés (si es que es eso lo que le ocurre y no otra cosa). Habrá que detectar qué factores están manteniendo esas reacciones y proponer aquellas estrategias de manejo del malestar que sean más adecuadas para ella en particular. No podemos olvidar que hay personas que nunca van a hacer ejercicio físico o se van a poner creativas con la cocina, y otras nunca van a aficionarse a jugar al ajedrez, por poner solo algunos ejemplos. No a todo el mundo le sirven las mismas técnicas. Por eso, siempre es recomendable hablar con un psicólogo para saber qué técnicas pueden venir mejor en cada caso.
Despedirse de los seres queridos que fallecen
Existe la tentación, bien porque no se dispone de espacio o tiempo para profundizar en el tema, o bien por desconocimiento, de asociar inmediatamente la pérdida reciente de un ser querido con el acto de “despedirse”. En situaciones como la actual, donde tantos acompañamientos, muertes y funerales han tenido lugar de una manera tan peculiar, este tema tiende a distorsionarse mucho.
Olvidamos que eso que llamamos “despedida” es una tarea psicológica que naturalmente está presente en todo duelo pero que requiere su tiempo y su propia manera de llevarse a cabo. Tiene que hacerse de una manera muy individualizada (no con recetas prefabricadas para cualquier persona) y esto no siempre es factible en alguien que todavía está en shock por lo que ha ocurrido, o muy enfadado, o que necesita ocuparse durante un tiempo de todo aquello que no tiene que ver con la pérdida para poder conservar su equilibrio psíquico.
Hay que dejar lugar para que la necesidad de despedirse de quien ha fallecido vaya apareciendo, si es que lo hace. También dejar un espacio para que la persona, literalmente, no desee despedirse de su ser querido de ninguna manera. El duelo es un proceso lento, con un ritmo muy peculiar, por eso es un error recomendar a alguien que acaba de perder a un ser querido maneras de “despedirse” que no son adecuadas para él o presuponer que en este momento está preparado para hacerlo o dar por hecho que tiene esa necesidad.
No obstante, puestos a ello, podemos sugerir cosas siempre con mucha prudencia e intentando no caer en “consejos precocinados” que pueden hacer que la persona se sienta inadecuada si no se ve capaz de llevarlos a cabo o pueden resultar dañinos. Por ejemplo, la clásica carta de despedida está muy bien, pero para aquellas personas a las que escribir les alivie, no para todo el mundo. Y siempre que la persona esté en situación de conectar con el dolor, y esto puede tardar semanas o meses en llegar.
Lo importante, sea como sea, es dar permiso a la persona tanto para despedirse como para no hacerlo. Si desea hacerlo, pero no sabe cómo, hay que decirle que cualquier manera está bien, siempre que sea a su manera. Le podemos recordar que ya encontrará cuál es el mejor método, no hay prisa, puede tomarse el tiempo que necesite hasta dar con ello. Si está abierta a hacer algo, se le puede indicar que a algunas personas les ayuda escribir una carta, otras montan un pequeño ritual (privado o compartido con otros) en el que no hay que complicarse mucho: unas palabras, una vela, una canción, unos minutos de silencio junto a una fotografía, pueden ser de ayuda, pero cada uno puede “diseñar” esto a su manera y puede ser muy útil. Es importante recordarle que puede despedirse de la persona tantas veces como quiera, que esto es un asunto privado suyo y puede hacerlo cuando y como mejor le convenga.
Salir a la calle por prescripción
Es complicado hacer recomendaciones de este tipo a un nivel general, cuando está en juego no solo la salud mental de personas con problemas serios sino también su salud física y la de los demás.
Habría que haber visto, sobre todo, de qué problema estábamos hablando, no meterlo todo en el mismo saco (no es lo mismo una persona a la que le vendría bien salir pero que puede “aguantarse” que una persona que necesita salir porque, si no, tiene un brote que le puede poner en peligro a él y a las personas con las que convive).
También había que contemplar otras circunstancias de la persona, por ejemplo su nivel de autonomía, el lugar en el que vive, las prescripciones previas de los profesionales que ya le estuvieran tratando, posibles alternativas si una salida de casa no es factible en condiciones de seguridad, etc.
Salud mental tras el confinamiento
Podemos elucubrar al respecto pero habrá que verlo de verdad, con métodos epidemiológicos rigurosos, cuando acabe el confinamiento. Esto, dado el carácter progresivo de la desescalada, entrañará cierta dificultad metodológica.
Además, habrá que observarlo en distintos momentos temporales porque no todas las secuelas psicológicas van a revelarse durante los primeros días tras retomar una cierta normalidad, al menos una normalidad que incluya salir a la calle, tener contacto físico con otras personas, poder realizar desplazamientos o, al menos, programar ciertas actividades sencillas. Hay secuelas que se pueden demorar más en el tiempo. Por ejemplo, un sanitario puede estar ocupadísimo ahora mismo, rindiendo al 200% y resistir el tiempo que haga falta, pero dentro de unos meses, “inesperadamente”, pegar un bajón en forma de ansiedad o insomnio, por poner dos ejemplos sencillos.
Ahora mismo la ayupa psicológica está gozando de cierto prestigio. Será deseable que eso se mantenga con el tiempoEn función del grado de adversidad que haya tenido la emergencia para distintos grupos de población se observarán unas secuelas u otras. No es lo mismo personas que se hayan quedado en una situación muy precaria económicamente y que puedan desarrollar, por ejemplo, cuadros ansioso-depresivos acompañados o no de otras complicaciones, como una adicción, que un profesional sanitario de UCI que haya estado sometido a condiciones de estrés y responsabilidad muy altas (acompañadas además de mucha impotencia por ver morir a tanta gente que en otras circunstancias se hubieran podido salvar, lo cual es muy traumático y puede pasar factura). También habrá que observar diferentes grupos de edad: no están viviendo lo mismo, como grupo, los adolescentes de entre catorce y dieciséis años que las personas de entre sesenta y setenta. Tanto sus recursos como sus factores de riesgo son diferentes.
¿Acudir al psicólogo estará bien visto?
De nuevo habrá que verlo a largo plazo. Es evidente que ahora mismo la ayuda psicológica está gozando de un cierto prestigio, por decirlo de alguna manera, pero no es seguro que se la vaya a priorizar de manera estable por parte de la sociedad en su conjunto durante los próximos meses y más allá. Ojalá sea así y se normalice el cuidado profesionalizado y serio de la salud mental.
Esta emergencia, como sucede con las emergencias en general desde hace varios años, está teniendo una parte positiva para la profesión de psicólogo porque se la nombra mucho y para bien, se menciona mucho su importancia y parece que, en general, la profesión está dando muestras de versatilidad, generosidad y utilidad. También será muy necesaria cuando acabe el emergencia, tanto para paliar sus secuelas como para explicarlas. Confiemos en que eso se mantenga con el tiempo.