En estas semanas muchas personas se plantean cómo la emergencia sanitaria por COVID-19 que estamos viviendo va a afectar a las relaciones. Las relaciones sociales son algo complejo, es decir, compuesto e influido por múltiples factores. Por tanto, es difícil hacer afirmaciones rotundas y, sobre todo, concretas, sobre cómo esta epidemia va a transformarlas. Por otro lado, tendemos a hablar en términos de futuro cuando en realidad esas transformaciones en las relaciones sociales ya se están produciendo, son algo presente.
Asunto diferente es que dichos cambios vayan a ser provisionales o no, pero es un hecho que ya están teniendo lugar. Sobre todo podemos observarlos en nuestras conductas, es decir, en nuestras acciones externas, no tanto en los vínculos. Estos se refieren a lo afectivo, a las emociones, van por dentro y no están rígidamente sujetos a unas conductas concretas.
Ahora mismo vemos a los demás como una potencial amenaza para nuestra salud, incluso a aquellas personas a quienes apreciamosUn ejemplo muy simple: compartir actividades -sobre todo de manera presencial- puede reforzar nuestro vínculo con otras personas, hacer que nos conozcamos y queramos más, pero podemos seguir queriéndonos aunque no nos veamos, incluso aunque nunca jamás volvamos a vernos.
Es decir, que el afecto hacia alguien se transforme en función de las circunstancias no quiere decir que desaparezca. Es un hecho que la emergencia sanitaria ya está afectando al espacio, la cercanía y la manifestación física del afecto y, por supuesto, a la satisfacción mutua de diferentes necesidades (tan definitoria de las relaciones sociales) y esto es muy importante. No obstante, cabe pensar que, conforme desaparezca el riesgo de contagio, se producirá una reconquista de la cercanía, una recuperación de las actividades compartidas. Solo el tiempo va a confirmárnoslo.
Nuevos códigos interpersonales
No podemos saber con certeza cómo nos vamos a comportar a partir de ahora en nuestras relaciones personales y laborales. Dependerá de qué relaciones personales tengamos, con quién, de qué calidad, con qué objetivo, es decir, para satisfacer qué necesidades. Por supuesto, también del tipo de trabajo que tengamos que desempeñar.
Ahora mismo vemos a los demás como una potencial amenaza para nuestra salud, incluso a personas a quienes apreciamos mucho. Esto provoca una cierta ambivalencia o incoherencia en nuestra manera de relacionarnos y nos aleja de personas a las que apreciamos.
Esta percepción del otro como una amenaza incierta, difícil de confirmar, no va a desaparecer de manera automática incluso aunque un buen día aparezca una vacuna o un tratamiento. Se mantendrán todavía ciertas inercias que -esperemos- se irán disolviendo con el tiempo.
Además, hay que tener en cuenta que no es lo mismo relacionarse con amigos que con compañeros de trabajo, familiares o posibles parejas sexuales, por ejemplo. No es lo mismo trabajar en casa o poder hacerlo, que tener un trabajo que necesariamente implica tocar a otras personas o estar cerca de ellas. Cabe pensar que, como mínimo, nos comportaremos durante bastante tiempo con cierta cautela, que se impregnará en nuestras conductas. Habrá que ver cómo nos saludamos, si desaparecerán actos tan ancestrales como darse la mano o dos besos, si surgirán nuevos saludos, si estas pautas de protocolo general se transformarán para siempre o solo de manera provisional.
También hay que recordar que, a fuerza de costumbre, aprendemos a mantener pautas al principio novedosas y luego ya habituales que antes no contemplábamos, por ejemplo la de no tocarnos e incluso apartarnos unos de otros o hablarnos a cierta distancia física. Por otro lado, mantener estas pautas genera mucha tensión. Tenemos muy arraigada la inercia de la cercanía y, desde que se inició la emergencia, hemos incorporado rápidamente la idea de que la cercanía del otro es una amenaza para nuestra salud, pero no deja de ser incómodo. Por eso, si la observancia de las pautas preventivas no va acompañada de cierta templanza, flexibilidad o, incluso, frialdad, hay un riesgo de tensión latente y mal ambiente en muchos ámbitos.
Los cambios a corto plazo en los patrones de comportamiento ya están produciéndose: si nos tocamos o no, si podemos quedar con alguien o no, con cuántas personas y para qué, si nos inhibimos de hacerlo incluso aunque, teóricamente, podamos hacerlo… Todo esto ya ha cambiado.
En el largo plazo habrá que ver qué transformaciones surgen y cuáles de las actuales se mantienen. La evolución de esta situación es progresiva, aunque tenga ciertos hitos marcados en el calendario (inicio de confinamiento tal día, inicio de las sucesivas fases de desconfinamiento en tales otros días, regreso al trabajo tal día, etc.). Por eso el concepto de medio y largo plazo es muy difuso. ¿A qué estamos llamando largo plazo, cuándo empieza? No va a haber un día concreto en que la emergencia finalizará y todo volverá a ser automáticamente como antes, por eso nuestro comportamiento y nuestras relaciones van transformándose de manera no imperceptible -porque nos damos cuenta- pero sí progresiva, lenta, con recuperación de antiguos hábitos pero también cambios en otros de una manera relativamente natural.
El futuro de las apps para ligar
Las apps para ligar han supuesto, entre otras muchas cosas, una pequeña revolución en la manera de conocer gente, principalmente para tener relaciones sexuales esporádicas o relaciones sentimentales a más largo plazo.
La emergencia sanitaria, con todo su confinamiento, no ha podido con ellas, no han desparecido. Han seguido estando ahí, lo queramos o no hay gente que las ha seguido utilizando. Por eso cabe pensar que recuperarán gran parte de su actividad y, por tanto, de su utilidad, según vayamos progresando en el desconfinamiento. La motivación que las sostiene (nuestras necesidades sexo-afectivas y, muy en segundo plano, la necesidad de encontrar amistades) son de enorme potencia porque son precisamente eso, necesidades muy básicas de todo ser humano canalizadas a través de una herramienta de hoy en día que, aun con sus defectos, es enormemente eficaz.
Si dejamos de lado su utilidad sexual, no debemos olvidar que las apps de ligar sirven, como mínimo, para conocer gente. Independientemente del funcionamiento, los códigos y el carisma de cada una, son pura y llanamente herramientas tecnológicas para conocer gente. Esta utilidad tenía pleno sentido antes de la emergencia sanitaria, lo habría seguido teniendo si esta no se hubiera producido, porque la eficacia -si la app correspondiente se sabía entender y utilizar- era alta y cabe pensar, por tanto, que seguirá teniéndolo próximamente.
La emergencia sanitaria, con todo su confinamiento, no ha podido con las apps para ligar. La gente las ha seguid utilizandoEn un mundo donde los espacios físicos compartidos se van a restringir, aunque sea temporalmente, esa utilidad de las apps mantiene su vigencia. Por supuesto, es probable que surjan nuevas herramientas digitales para relacionarnos, además de aquellas que ya han vivido una edad de oro durante estos meses (las videollamadas de Whatsapp, los hangouts de Gmail, Zoom, etc.).
La necesidad de conocer gente (para hacer amistades, compartir afinidades y satisfacer necesidades de diferente tipo, lo cual incluye algo tan básico y natural como las necesidades sexuales) no va a desaparecer por mucha emergencia y por mucho confinamiento que haya. Es algo humano e irá encontrando sus canales según sean las circunstancias, sobre todo en un momento donde la tecnología de la información no deja de sofisticarse día a día.
Cambios en las relaciones sexuales
Durante estas semanas es evidente que las relaciones sexuales han disminuido y todavía va a pasar un tiempo (indeterminado, pero no muy largo, porque el sexo es una necesidad totalmente básica e ineludible en el ser humano y no se le pueden poner puertas durante demasiado tiempo) hasta que recuperen un nivel “normal”. Eso ya es un cambio.
Además, hay y va a seguir habiendo suspicacias, inquietudes, miedos, sobre todo mientras no exista una vacuna o un tratamiento para la COVID-19. Esta emergencia sanitaria hace que la preocupación por la salud cobre un protagonismo renovado en la actividad sexual.
No es algo nuevo en absoluto: la preocupación por las infecciones de transmisión sexual es algo que existe desde siempre y tiene una enorme importancia sobre todo en sociedades donde el sexo se vive de manera relativamente libre y desenfadada. Sin embargo, corremos el riesgo de que este coronavirus refuerce o deforme la preocupación por la salud que tanto cortocircuita las otras funciones de la conducta sexual (placer, comunicación, obtención de afecto y, en el caso de la población heterosexual, también la reproducción). Es decir, este coronavirus ya se ha convertido en una “especie” de nueva ITS (no tanto en el sentido técnico estricto, porque eso aún está por determinar, pero sí a fin de cuentas, porque se transmite por ciertos intercambios que son ineludibles en el sexo convencional). Por decirlo de manera burda, se ha convertido en un nuevo invitado indeseado en nuestras camas, por si hubiera pocos. Pero solo el tiempo va a decir si se queda instalado en ellas o se acaba yendo.
Consecuencias en la salud mental
Quizá mientras las consecuencias de la emergencia sanitaria sean novedosas podrá haber un cierto aumento de ciertos problemas psicológicos. Sin embargo, por la fuerza de la costumbre llega también la capacidad de adaptación y de superación de dificultades, así que habrá que ver al final en qué queda este asunto. Es difícil hacer predicciones de este tipo en este momento. Si hemos aprendido algo de esta crisis es la importancia de ser rigurosos con la epidemiología y eso incluye también a la salud mental.
Cada edad se enfrenta a sus propios desafíos, tanto en condiciones normales como en periodos de crisis. Ante esos desafíos -y hablando siempre en términos muy generales- a cada edad contamos con unas vulnerabilidades pero también con unos recursos.
Hay que recordar también que no todo en la vida es la generación a la que se pertenece, cada persona es un mundo y cada una, dentro de su franja de edad, ha vivido y vive circunstancias muy distintas, lo cual influye mucho en cuanto a sus recursos y sus vulnerabilidades a la hora de afrontar una crisis.
Pensemos, además, que estamos constantemente hablando de la presunta “nueva normalidad” como si supiéramos en qué va a consistir y aquí hay que hacer unas puntualizaciones. En cada momento estamos viviendo una normalidad siempre nueva cuando aparece y cuya novedad desaparece si no hay nuevos cambios. La nueva normalidad no es algo que va a llegar en un momento determinado. Es una situación constante (si no dejan de producirse cambios importantes siempre es nueva) pero cambiante (porque, repetimos, en cada momento tiene algunas características que cambian). La nueva normalidad es algo que comenzó con la declaración de la emergencia y que hay ido mutando según se han ido transformando las necesidades de la población que la está viviendo.
Por tanto, no hay una única nueva normalidad que va a llegar no se sabe bien cuándo. Lejos de eso, vivimos en una sucesión de nuevas normalidades, más o menos intensas. En este sentido sí conocemos cómo es la nueva normalidad en la que de hecho estamos viviendo ahora pero no podemos estar seguros de cómo será normalidad de dentro de tres meses, seis meses, un año, etc. Cada una de esas seguramente será distinta de las otras.
Las nuevas generaciones
Esta situación afectará a los menores en función de su edad (la infancia es un periodo muy largo y diverso), de qué nuevas formas de comunicación tengan que aprender y de cómo se les enseñe a ello, con qué pautas y qué ejemplos.
Por otro lado -y siempre que las cosas vayan bien- también debemos ser cuidadosos a la hora de prever enormes transformaciones en la manera que tenemos de relacionarnos, movernos, etc., en el sentido de anticipar que habrá cambios realmente graves, profundos y duraderos. En algún caso será así, pero si todo va bien lo más probable es que los cambios no sean tan trascendentales, ni definitivos.
Además, hay que contar con la capacidad de todo ser humano, adulto o niño, para aprender, para adaptarse, para habituarse. Es decir, para percibir que las novedades, por definición, dejan de ser novedosas y desconocidas por el mero paso del tiempo, sin necesidad de hacer mucho más, y según va ocurriendo eso dejan de afectarnos tanto como lo hacían al principio.