Como sabes, en estas semanas estamos iniciando de manera progresiva la llamada desescalada. A través de diferentes fases, vamos a ir deshaciendo gradualmente el confinamiento que iniciamos a mediados de marzo para retomar, si todo va bien, un tipo de normalidad superior a la que hemos vivido estos meses: la llamada “nueva normalidad”.
También sabemos, por múltiples experiencias propias, que debemos tener cuidado con lo que deseamos, porque se puede cumplir. Y que a veces, como parece ser que decía Santa Teresa y luego volvió a popularizar Truman Capote, se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas. El ser humano se caracteriza, entre otras cosas, por tener una relación inquietante con sus propios deseos.
Sin necesidad de ponernos tampoco demasiado tremendos, lo cierto es que las tan ansiadas medidas de alivio progresivo del confinamiento no han pillado a todas las personas con el mismo paso. En general, como hemos podido observar a través de los medios de comunicación pero también con nuestros propios ojos, una gran parte de la población ha abrazado con fruición las franjas horarias en las que se le ha permitido pasear y hacer deporte individual, es decir, deambular de manera relativamente libre por la calle sin una excusa suficientemente justificada (a saber, ir al trabajo o realizar un recado de primera necesidad).
No es preparar una expedición al Everest: es pasear un rato por el barrio. Si no estás preparado no lo hagas, pero tampoco te agobies sin razónSin embargo, otras personas, probablemente más de las que imaginamos, han experimentado durante los últimos días y siguen haciéndolo todavía una inquietud más o menos grande ante el hecho de poder abandonar el confinamiento y salir, simplemente, a hacer algo tan inocente como pasear.
Los motivos para esta inquietud son múltiples, tantos como personas los experimentan. Probablemente tienen que ver con la fuerza de la costumbre, es decir, con el hecho de haber construido un nido de comodidad -o, al menos, de rutina tolerable- en torno a la realidad obligada de no moverse de casa durante días y transitar por calles vacías solo durante los minutos necesarios para realizar los quehaceres ineludibles. La posibilidad, pues, de salir a la calle porque sí, a una hora pautada y reencontrarse con lo que, en términos relativos pero no por ello despreciables, puede considerarse multitudes, resulta para ellas abrumadora. Si a eso se añade la incertidumbre sobre cómo el reencuentro social, aun con medidas preventivas de dudoso cumplimiento, pueda estar influyendo en el control de la pandemia, el resultado es la ausencia de motivación para adherirse al desconfinamiento, cuando no un declarado rechazo. Paradojas de las emergencias sanitarias.
Los orígenes del miedo
No hay una única causa para estas reticencias a participar activamente del desconfinamiento desde el primer momento. Algunas personas tendrán muchas ganas de salir pero tendrán miedo de que eso pueda suponer un riesgo para su salud, por ejemplo por tocar una superficie que tenga el virus o que una interacción con alguien se lo pueda transmitir. En otros casos habrá personas que no es que tengan miedo a un contagio sino que simplemente pueden haber desarrollado una especie de aversión a la calle, o a salir. Es decir, una inquietud difusa ante el hecho de abandonar la rutina adquirida y salir a una calle que, por las medidas impuestas sobre horarios, distanciamientos y, sobre todo, incapacidad de hacer algo que no sea pasear o correr uno solo, no les ofrece incentivo suficiente sino todo lo contrario.
En ningún caso hablamos de que tengan una fobia propiamente dicha (que sería un problema mucho más incapacitante) sino, insistimos, de una incomodidad hacia el hecho de salir por el ambiente de la calle, las restricciones, las recomendaciones a tener en cuenta, que hacen que el paseo o el rato de deporte les resulta no solo poco motivante sino algo incluso desagradable.
Otras personas tienen ganas de salir pero, por la razón que sea, están siendo más lentas a la hora de decidir si lo harán o no, o cuándo, porque tampoco quieren sentirse presionadas. Lo reflexionan más y quieren distinguir entre lo que se puede hacer y lo que quieren hacer, para no sentirse absurdamente obligadas a, de repente, tener que salir a pasear o correr solo porque se pueda.
Siempre que no se trate de algo incapacitante o bloqueante, es normal sentir algo de miedo cuando llevamos tantas semanas asumiendo que hay una amenaza invisible por “todas” partes de la que nos tenemos que proteger. Hay que entenderlo como una reacción normal, orientada a protegernos de un peligro, pero que cada uno debe aprender a manejar según sean sus circunstancias particulares. Lo más habitual, en cualquier caso, es que la gente tenga ganas de salir y lo haga, no al contrario.
¿Síndrome de Estocolmo?
Es tentador hablar de ese tipo de síndromes, incluso ilustrativo, pero siempre a modo de paralelismo o de metáfora, no de una manera completamente tajante. Sería aventurado en este momento y tampoco es justo equiparar un confinamiento como el que hemos vivido, por difícil que haya sido, con un secuestro real. Hablar de síndrome de Estocolmo o del llamado síndrome de la cabaña en nuestra perspectiva de desescalada se hace para hacer referencia a la paradoja que mencionamos antes, pero con la debida cautela.
Muchas personas pueden experimentar la sensación de que, tras tanto tiempo confinándose, justo ahora no sienten unas ganas enormes de salir, sino que prefieren demorar un poco más ese momento. Estas personas afirmarían incluso que se sienten más cómodas (o seguras, que es una forma de comodidad) en casa, sin tener que preocuparse por tener que dar un paseo que en realidad no perciben que les haga falta o que les incomoda por algún aspecto. Es decir, que han establecido una alianza de complicidad con su propio confinamiento y ahora resulta que lo defienden y desean mantenerlo.
Ansiedad por salir
A menudo surge la pregunta sobre qué sintomatología pueden presentar las personas que sienten miedo a salir de su casa en estas circunstancias. No obstante, quizá la palabra “sintomatología” resulte demasiado patologizante. Quienes tengan verdadero miedo simplemente sentirán aversión al hecho de salir, no experimentarán (física y anímicamente) el impulso de hacerlo o, si lo tienen que hacer, sentirán que su cuerpo se activa indicándoles que sería mejor evitar esa situación. Si a eso lo queremos llamar sintomatología, adelante, pero en la mayoría de los casos seguramente se trata de un término exagerado. El resto de personas que no tengan un gran miedo pero simplemente tampoco tengan un gran entusiasmo se irán más por el lado del no disfrute, de sentir esa primera salida permitida como algo más plano o menos placentero de lo que cabría esperar.
Por otro lado, es importante distinguir entre incomodidad o nerviosismo y ansiedad propiamente dicha, es decir, de una intensidad que merezca ser tenida en cuenta. El nerviosismo es una ansiedad manejable, leve, que permite a la persona seguir funcionando. Si salir a la calle o tener que pasear, con todo lo que eso supone (usar una mascarilla si se tiene a mano, cruzarse con otras personas o animales, tocar alguna superficie, etc.) bloquea a la persona, le supone algo tan aversivo que es incapaz de hacerlo o lo hace pero a un coste muy grande, entonces es el momento de consultar con un profesional y explorar las verdaderas causas de que eso ocurra, porque desde luego no es la reacción más frecuente ni la más esperable.
Vencer el miedo a salir… sin morir en el intento
Damos por sentado que no estamos hablando del gran reto de nuestra vida sino, en la mayoría de los casos, de sobreponernos a la incomodidad y suspicacias que nos provoca el hecho de salir y asumimos que, si queremos llevar una vida relativamente normal, tenemos que ir recuperando poco a poco ciertas prácticas, aunque sea de un modo un poco ortopédico. Para ello, te proponemos algunas sugerencias que puedes tener en cuenta una vez que el reloj marque el inicio de la franja horaria que te corresponde.
Evalúa la situación fríamente. No se trata de preparar una excursión al Everest, sino de dar un paseo opcional de un ratito por el barrio. Parece algo mucho más solemne por las circunstancias que lo rodean y porque le estamos dando entre todos un bombo tremendo (a veces porque tampoco tenemos otra cosa de la que hablar) pero no pasa de ser eso y conviene recordarlo.
Si queremos llevar una vida relativamente normal tenemos que ir recuperando poco a poco ciertas prácticasNo te sientas en la obligación de salir de casa. Desde el 2 de mayo, siguiendo una serie de pautas, podemos salir a pasear, pero eso no quiere decir que sea obligatorio hacerlo. Si alguien no quiere o prefiere esperar unos días a ver cómo va la cosa esto es perfectamente viable.
Si tienes miedo recuerda que durante el confinamiento no hemos salido a la calle a pasear libremente pero sí hemos salido a la calle varias veces para hacer recados o ir al trabajo. No es la primera vez que nos enfrentamos a la calle durante esta emergencia, ¡ya hemos salido a la calle antes! Lo que cambia es la duración y el objetivo, no tanto el escenario.
Ten claras las medidas imprescindibles y las recomendables. Elige una hora que preveas poco concurrida dentro de la franja horaria que te corresponde. Localiza qué punto del barrio puede estar a 1 kilómetro y observa el paseo como un recado concreto que consiste en ir hasta ese punto y volver, sin más. Plantéate el paseo no como la cosa más apetecible del mundo, sino como una forma de hacer ejercicio y de tomar el sol, ambas cosas positivas para el estado de ánimo.
Si se necesitas ir más poco a poco, puedes convalidar el paseo por pasar un rato sentado al sol en un banco de la calle, cerca de casa. Ya caminarás otro día, la calle va a seguir ahí.