Temas susceptibles de ser abordados en una terapia hay cientos y cada uno tiene su importancia. Normalmente, tras haber superado más o menos dudas al respecto, todos los pacientes acuden con un grado adecuado y suficiente de seguridad acerca de la relevancia de los contenidos que quieren abordar en su proceso terapéutico.
Sin embargo, algunos pacientes manifiestan abiertamente a sus terapeutas una preocupación acerca de si sus motivos de consulta (sus problemas, conflictos y necesidades) son lo suficientemente graves como para ser abordadas en el contexto de una psicoterapia. Es decir, se cuestionan en voz alta sobre si lo que les ocurre es lo suficientemente relevante como para merecer la atención de un terapeuta, gastar dinero y tiempo en las sesiones y, sobre todo, afrontar el ejercicio de introspección y cambio personal -a veces doloroso- que un proceso de terapia implica.
La vida no es una competición para ver quién tiene el dolor más valiosoAlgunos incluso añaden a esa duda un sentimiento de culpabilidad o inadecuación que viene de una comparación que hacen con otros, un otros siempre abstracto que ejerce una potente fuerza como referente: con los problemas tan graves que tienen otras personas, ¿cómo puedo acudir yo a terapia? ¿Cómo puedo estar quejándome yo de esto? Lo mío no es importante.
Cada paciente parte de una situación particular al formular esta duda o esta certeza. Es decir, cada uno tiene sus propias motivaciones para expresar este conflicto que alude tanto a sí mismo como a su expectativa de cambio y, por supuesto, a la relación con su terapeuta. Sea como sea, el terapeuta no debe pasar por alto esta situación y debe, en primer lugar, plantearse: ¿Mi paciente está pidiendo autorización para cambiar? ¿Está pidiendo ser legitimado en su dolor? ¿Está pidiendo ser aceptado incondicionalmente por mí? ¿Está expresando un conflicto entre la parte de él que necesita quejarse, cambiar y ser ayudado y la parte de él que le exige cambiar por sí mismo… a ser posible sin quejarse?
A continuación, llega la hora de ofrecer una respuesta. Merece la pena abordar este evento de manera explícita y desde dos puntos de vista: su contenido y la relación terapéutica. Desde el punto de vista de su contenido, es decir, del mensaje literal expresado por el paciente así como su intención y otros elementos paralingüísticos, el terapeuta debe preguntarse qué está queriendo expresar el paciente con sus palabras y qué hay detrás de esa pregunta que casi es una contestación que se da a sí mismo. Desde el punto de vista de la relación terapéutica el terapeuta debe contar con el hecho de que el paciente está transfiriéndole una necesidad relacional y, por tanto, la responsabilidad de responder a ella si no quiere reforzar en él las dudas o certezas que tiene sobre la legitimidad de su malestar.
Probablemente lo que hay detrás del cuestionamiento que algunos pacientes hacen sobre la relevancia de sus problemas en cuanto que tratables a través de una psicoterapia sea, a su vez, también una motivación doble.
Por un lado, cabe pensar que el paciente está llevando a cabo un ataque a su propia autoestima (en psicoanálisis se hablaría de cómo el paciente socava su propio narcisismo a través de una maniobra de auto-minusvaloración). De este modo, el paciente minimiza la importancia de sus problemas con una intención protectora: busca tener una percepción tranquilizadora de que lo que ocurre no es tan grave y, por tanto, no merece la pena abordarlo en una terapia.
Por otro lado, con sus palabras el paciente pone en marcha otro tipo de defensa, no tanto de tipo negador (mis problemas no son importantes) sino más bien de tipo evitativo: si lo que me ocurre no es tan grave entonces no tengo que detenerme a examinarlo y mucho menos cambiarlo, quería cambiar algo de mí mismo y le he echado un vistazo pero en cuanto la cosa se pone seria levanto una bandera blanca que parece querer expresar “Dejémoslo aquí, ya es suficiente, al fin y al cabo no es necesario seguir por esta vía, poco más es necesario hacer por aquí”.
Como explicamos más arriba, es importante que el terapeuta capte este suceso rápidamente. A continuación puede ser conveniente que manifieste de manera cálida y respetuosa a su paciente esta doble hipótesis que explicaría sus manifestaciones y le recuerde que, siempre y cuando él sienta que le sirve de algo acudir a las sesiones de terapia, no es ningún problema (es decir, no es ninguna pérdida de tiempo para ninguno de los dos) el abordar esos temas en la consulta.
Debemos recordar a nuestros pacientes que su malestar también es importanteTanto en esta situación como en tantas otras que pueden aparecer a lo largo de una terapia siempre resulta especialmente poderoso recordar a nuestros pacientes, especialmente a aquellos que consciente o inconscientemente tienden a minusvalorar sus experiencias internas de malestar, que la vida no es una competición para ver quién tiene más dolor y qué dolor es más digno de ser abordado en terapia. De este modo, haremos hincapié en que nadie tiene ni más méritos ni más galones que nadie en ese sentido. Cada persona vive la vida que le toca vivir y afronta su malestar con las armas que tiene a su alrededor.
Por último, y para reforzar todo lo anterior, recordaremos al paciente que su dolor también es importante, independientemente de que haya en el mundo otras personas con historias infinitamente más duras que la suya. Al hacerlo, nos hacemos cargo de su preocupación, le manifestamos aceptación, respondemos a su duda y reparamos la construcción minusvalorada que ha ido forjando a lo largo de su vida acerca de sus propios conflictos y preocupaciones.