La familia en estas fechas está a la orden del día. Si tienes una buena relación familiar de ésas que aparecen en las series y películas, estás de enhorabuena y no necesitas leer este artículo. Si por el contrario esas comidas o cenas te suponen un foco de estrés o conflicto, te traemos algunos consejos para endulzar estos días, y no sólo a base de turrón y polvorones.
- Elige qué y con quién quieres compartir ciertos eventos. Elige con quién quieres pasar Nochevieja, por ejemplo. Actuar por obligación e ir en contra de nuestro deseo puede llevarnos a demandar ‘una devolución’ en respuesta ‘a tu sacrificio’. Este sentimiento de deuda, en cualquiera de las direcciones posibles, añade tensión y facilita conflictos insalubres.
- Abandonar falsas expectativas en estos días es importante para asumir tu realidad. Dejar de lado Navidades de anuncio y asumir planteamientos realistas puede ahorrarte disgustos y frustraciones.
- Renunciar a la familia perfecta no sabemos si es consecuencia o premisa para el punto anterior, lo que sí sabemos es que genera mucho sufrimiento seguir ansiando una familia que no es la que tenemos.
- Aceptar nuestra familia nos permite seguir adelante y de hecho, nos acerca más al cambio.
- Dejar de forzar que las cosas o las personas sean como te gustaría facilita crear un buen ambiente. No significa que no haya que luchar por lo que queremos, pero dirigir todo nuestro esfuerzo en esa dirección es agotador y nos impide ver con perspectiva.
- Darnos a nosotros mismos lo que tal vez esa persona de nuestra familia no puede o no sabe darnos: reconocimiento, valoración, cariño… Es difícil mantener esta postura, pero seguir esperando algo que no llega -y que tal vez no llegue nunca- nos lleva a entristecernos y enfadarnos; hace que nuestro estado de ánimo dependa de los demás, y no de nosotros.
- Asumir que pueden existir diferencias y desacuerdos, y aún así, poder disfrutar del encuentro. Debatir y discutir es sano, pero empeñarse en tener la razón o que afirmen tu posición, es un foco de frustración y el origen de interminables guerras de poder.
- Anticipar posibles problemas. Presuponer lo que va a ocurrir te lleva a ponerte a la defensiva, lo que inconscientemente te acerca a una posible discusión. Pero adelantarse o prever posibles puntos de discusión y, desde una postura calmada, pensar en potenciales estrategias de respuesta es de gran ayuda.
- Evitar la crítica o el juicio y apoyarse en el respeto. Son habituales en los encuentros familiares incómodos: comparaciones entre miembros de la familia o familias políticas, infravalorar o sobrevalorar, juzgar formas de ser o pensar, imponer formas de actuación, cuestionar la relación de tu cónyuge con sus padres o la de tu hijo/a con su pareja… El respeto hacia la persona que tienes delante y hacia los límites de cada relación, así como tratar de comprender antes de juzgar, son grandes compañeros de los finales felices.
- Comunicar asertivamente emociones. Hablar sobre lo que quiero y por qué, expresar cómo me siento de forma sosegada; tratando de no cuestionar al otro sino explicando cómo me siento, nos aleja del conflicto destructivo. Es útil escribir previamente lo que te gustaría decir y tener claro lo que pretendes conseguir con tu discurso -es decir, con qué objetivos te sientas a hablar-, así como partir de una postura receptiva y autocrítica.
- Evitar temas conflictivos. No abordar asuntos susceptibles de conflicto parece bastante obvio, pero es uno de las causas más habituales de disputa familiar.
- Elegir el momento oportuno para comunicarse. No siempre se es capaz de evitar ciertos temas, pero podemos proponer otro momento para hablar sobre ese asunto en particular, o solventar un problema. Una cena familiar no siempre es el lugar más apropiado para expresar malestares o solucionar un conflicto; sobre todo si alguna de las partes involucradas no está tranquila, o si el alcohol aflora.
- Concéntrate en disfrutar. Presta más atención a lo positivo, aleja el foco de lo negativo.