El proceso de criar a un niño es un camino que incluye muchas sorpresas. Concretamente, te muestra muchas situaciones en las que descubres que la realidad no es como te la imaginaste o como esperabas que sería. Tampoco, desgraciadamente, como deseabas que fuera.
Las expectativas son un mecanismo mental que todos ponemos en marcha de manera natural como una forma de adaptarnos al entorno y de manejar la incertidumbre. Utilizarlas es inevitable y no hay nada de malo en construirlas mientras sepamos separarlas de la realidad, es decir, mientras las diferenciemos de las certezas que sí tenemos.
Aunque sea muy verosímil, recuerda que una expectativa es, por definición, algo hipotético. Es decir, es algo que aún no se ha cumplido, algo que tiene que ver más con la imaginación que con la realidad de los hechos, tanto si tu imaginación es optimista como si es pesimista. Por tanto, albergar ciertas expectativas es normal y necesario mientras no sean excesivas, muy distorsionadas o, directamente, mientras no nos las creamos dando por hecho que indican lo que sucederá a la hora de la verdad.
«Pensaba que iba a ser más capaz de controlar la situación, pero el asunto es más complejo de lo que creía»Al fin y al cabo, piensa que las expectativas son construcciones mentales fabricadas a base de deseos o miedos mezclados -y a veces agitados- con necesidades, probabilidades e información sobre el pasado o el presente. Esa información puede ser, por su puesto, sobre nuestra propia vida o sobre lo que les ha ocurrido a otros. Por otro lado, las expectativas también están hechas de tópicos y estereotipos, de resúmenes a menudo muy simplistas sobre un determinado fenómeno. Por ejemplo, sobre cómo es la maternidad, cómo es encargarse de cuidar y educar a un bebé que después se convierte en un niño o niña, luego en adolescente, luego en…
Hay que tener en cuenta que la cantidad de fantasía que podemos llegar a fabricarnos sobre cómo será encargarnos de nuestros futuros hijos varía mucho de una persona a otra, igual que los contenidos de dichas imaginaciones. Incluso si no le hemos dado muchas vueltas al asunto previamente, la realidad puede llegar a sorprendernos bastante. Ángela, madre de un niño de 4 años, comenta: “No me había hecho muchas ideas preconcebidas para esta primera etapa de la crianza. Siempre había pensado en los años siguientes, cuando ya se puede hablar con el niño o niña, razonar, contar cosas, transmitir experiencias”.
¿Recuerdas que decíamos que una expectativa siempre es un resumen? Lo dijimos porque al imaginarnos cómo será algo es inevitable que nos dejemos pendientes un montón de posibles cosas que luego acabamos encontrándonos sobre la marcha. De hecho, examinando los primeros años juntos a su hijo, Ángela calibra un poco mejor lo que esperaba y lo que ha encontrado: “Pensaba que iba a ser capaz de controlar la situación mucho más -admite esta madrileña de 42 años-, pensaba que iba a ser capaz de que mi hijo durmiera, se portara bien… Pero el asunto es mucho más complejo de lo que creía y no hay fórmulas mágicas para conseguir las cosas”.
Y es que los resúmenes, por su propia naturaleza, no recogen toda la casuística en la que cualquier fenómeno, incluyendo la crianza de un niño, puede manifestarse. El resultado final de todo esto es que en personas demasiado optimistas el deseo acaba confundido con la realidad y luego vienen las decepciones. Por el contrario, aquellas personas que se pasan de pesimistas se van por el lado del catastrofismo: dan por hecho que ocurrirá lo peor, y eso siempre amarga innecesariamente y antes de tiempo, aunque luego la realidad consuele con más amabilidad de la esperada.
Paula (39 años) nos habla de cómo, definitivamente, las expectativas tienen poco que ver con la realidad aunque con el tiempo puede percibirse un cierto ajuste. “Quizá ahora que la niña es más mayor -su hija ya tiene 7 años– la maternidad se parece más a lo que imaginaba: reír juntas, hacer los deberes, jugar, contarnos cosas, enseñarle lo que pienso de la vida…¡pero cuando nació no se parecía nada a mi fantasía! (que había sido algo así como dar de mamar escuchando la música celestial del anuncio del aceite Johnson…)”.
Es importante ser conscientes, mientras estemos a tiempo, de qué expectativas estamos construyendo sobre la maternidad (o la paternidad) para intentar que, manteniendo siempre una ilusión realista, no se conviertan en una trampa que enfangue nuestra convivencia familiar con el lodo de la insatisfacción previsible una vez que nuestros hijos están con nosotros.
Lo que no esperaba llevar tan mal es…
Sí. Pensabas que los niños (que tu niño) a tal edad y en tales circunstancias se comportan de tal manera pero, ¡sorpresa!, igual no es así. Igual ese niño no se duerme así, no se pone malo así, no se expresa así, no reacciona de tal manera a tus cuidados, tus mimos, tus reprimendas o tus peticiones.
No te lo esperabas pero criar y educar a una persona es algo infinitamente más complejo de lo que cabe en cualquier reportaje, cualquier comentario o cualquier fantasía que hayas podido montarte en tu cabeza. Cualquier madre o padre de un bebé sabe que los comienzos pueden oler a Johnson en la televisión, como acabamos de comentar, pero que ahí acaba la cosa: “Estaba agotada de no dormir -explica Paula– la lactancia era un infierno porque me dolía horrores, me asaltaban mil dudas e inseguridades… y más adelante no hablemos de las rabietas de los dos años, los terrores nocturnos…”.
En efecto, el reto no está solo en aprender a ocuparse de un bebé y comunicarse con él, cosa en la que, con el tiempo, se va adquiriendo una más que digna destreza. El problema, en realidad, son las renuncias que dicha crianza genera en la vida cotidiana y que no desaparecen ni con los meses, ni con el primer año, ni con el segundo… “No tenía tiempo para nada -se lamenta Paula– quedar con mis amigas era misión imposible, o quedabas pero era difícil estar en la conversación sin mil interrupciones. Durante años no pude formarme ni plantearme retos a nivel profesional… menos mal que eso cambió mucho según la niña se fue haciendo mayor. Entonces aprendes a permitirte buscar tu espacio sabiendo que ese es un gran regalo que también le haces a ella”.
El discurso de Ángela en este tema no es muy diferente. “La falta de libertad para organizar mis ritmos y mis tiempos”, destaca como una de las cosas que más le cuesta de la maternidad. “Siempre dependo de a qué hora se duerme el niño para saber a qué hora dormiré yo, a qué hora se levantará, si tardaremos mucho en lograr salir de casa o incluso si podremos salir”. A esto añade “la necesidad de establecer una logística para hacer cualquier plan por mi cuenta o un plan en pareja (organizar para que se quede con la abuela, una canguro…). Tener el tiempo compartimentado y organizado entre trabajar y estar con el niño y muy poco más”.
Las características de cada niño o niña en cuestión también influyen enormemente en cuántas renuncias, de qué tipo y cuánto nivel de agobio pueden experimentar sus madres y padres. Ángela es muy sincera también en este aspecto: “Por el modo de ser de mi hijo en concreto -admite- que es muy demandante, inquieto y en absoluto dócil, me frustra la imposibilidad de hacer la mayor parte de los planes que sean en espacios públicos. A veces siento que me gustaría encerrarnos en casa y no salir hasta que el niño tenga 7 u 8 años, para que haya desarrollado un poco de autocontrol porque me generan mucha ansiedad las situaciones que se dan en la calle con él”.
No hay que llevarse las manos a la cabeza por vivir este tipo de situaciones. No eres una madre desnaturalizada o inmadura o, si lo eres, probablemente no es porque haya cosas de la maternidad que te superan. Simplemente eres un ser humano enfrentándose a uno de los retos más estresantes y exigentes que existen: criar y educar a un ser humano. Piensa que este estrés es continuado, es decir, se prolonga durante mucho tiempo aunque vaya variando su intensidad o su contenido.
En este punto, es importante verbalizar qué estamos necesitando para hacer más llevadera la crianza de nuestro hijo. Hacerlo es el primer paso para ponernos en marcha de cara a conseguirlo o para que nuestro entorno nos dé ese apoyo. “Necesitaría hablar más -declara Ángela sin dudarlo-. Con amigas, con amigos, con un terapeuta, con mi familia, con algún grupo de madres o de crianza, con mis compañeros/as de trabajo (porque siempre estoy intentando aprovechar hasta el último minuto de curro porque me tengo que ir a por el niño o a casa a acostarle)… ¡Con quien sea!”.
Paula no es la única que echa de menos a sus amigas, la red social de Ángela también se enfrenta a un gran desafío, y no siempre la pareja puede compensar ese espacio, tal y como ella misma explica: “Al cortarse buena parte de la vida social desaparecen muchas de los escenarios en los que conversar en profundidad. Hablo con mi pareja, pero también se reduce el espacio para hablar con él porque cuando el niño se duerme la mayor parte de los días estamos tan cansados que no tenemos ni fuerzas”. Los abuelos, por su parte, cumplen un papel esencial cuando la maternidad y paternidad sobrepasa a los jóvenes progenitores, pero hay que recurrir a ellos en su justa medida. “Tengo la inestimable ayuda de los abuelos de la niña -explica Paula-, esa es la ayuda que necesito: alguien que me cubra de vez en cuando para poder hacer cosas que necesito o deseo, pero no quiero abusar”.
Al final se trata de ir aprendiendo a ser madre limando paso a paso ciertas habilidades. Por ejemplo, la de admitir la parte negativa antes de que “la caca nos salga por las orejas” entre sonrisa falsa y sonrisa falsa o de que sea demasiado tarde para pedir ayuda. También ser humildes y asumir que la buena intención no asegura por sí misma acertar en la crianza. Parte del reto consiste en aprender a armonizar el disfrute de la maternidad con el desgaste que supone y, sencillamente, hacer lo que se pueda dentro de que el hijo o la hija esté suficientemente bien atendido.
Que no cunda el pánico
¿Estás embarazada y, presa del pánico, te planteas si dejar de leer des-de-ya este artículo? No lo hagas, porque también tenemos buenas noticias: no siempre todo es difícil, ni desagradable, ni decepcionante. La mayor parte de las veces -por fortuna para la humanidad- la maternidad también ofrece enormes satisfacciones, la cuestión es que estas no siempre van a aparecer cuando se las necesita o se las espera y, honestamente, no siempre van a compensar a las molestias o las preocupaciones.
Ángela tiene claro qué es lo más satisfactorio de la maternidad: “El amor incondicional que se da y se recibe. Siento que mi hijo me quiere profundamente y que, por ejemplo, no le importa cómo sea yo físicamente, si me he equivocado en algo o si está enfadado conmigo”. Por otro lado, también es capaz de ver compensaciones que van apareciendo sobre la marcha: “También me gusta el desafío de la maternidad en tanto en cuanto supone revisar todos los valores y principios de una misma, revisar el origen de ciertos miedos propios, hábitos, manías… descubrir de dónde vienen e intentar no transmitirlos en la educación. Ser madre me permite conocerme mejor a mí misma y entender más al ser humano”.
Por su parte, Paula también hace hincapié en lo bueno de la relación: “El tiempo que paso con mi hija -destaca-, escuchar sus ocurrencias, ver que crece fuerte e independiente, sus miles de besos y abrazos, sus ‘te quiero’, escuchar su risa… sentirme amada profundamente, ver un corazón brillante, puro y lleno de amor. Experimentar el amor y la aceptación incondicional más fuerte que hay. Sentirte amada de esa manera es una auténtica pasada”.
«Cuidarse ellos mismos es el mejor regalo que los padres pueden hacer a sus hijos. Una madre/padre feliz es mil veces mejor madre/padre»Nuestras aguerridas madres-testimonio también tienen un mensaje para aquellas mujeres -y hombres- que estén esperando su primer hijo o ya estén viviendo los primeros momentos en familia. “La vida les va a cambiar radicalmente -sentencia Paula-. El de un hijo o hija es un amor mágico y profundo, diferente, que no has experimentado antes… pero junto con eso a veces es durísimo, así que mejor que no se fuercen en sentir que todo es bonito. Que compartan cómo se sienten con otros, y que siempre traten de buscar ayuda, especialmente las madres solteras, que busquen una pequeña tribu que ayude en la crianza. Y que cuidarse ellos mismos y buscar sus espacios es oro puro para sus hijos, porque una madre/padre feliz es mil veces mejor madre/padre y además enseñas a tus hijos un buen ejemplo: el de persona que se cuida a ella misma y busca su bienestar”.
Ángela les animaría a ejercitar un sentido crítico y que contrarresten la capa de melaza con que se tiende a cubrir la maternidad desde diferentes puntos de vista. “Que no se dejen llevar por la visión idealizada de la maternidad que vemos muchas veces en Instagram -recomienda-, o incluso lo que nos cuentan las amigas y vecinas. Nadie cuenta las facetas más duras, casi nadie confiesa con honestidad que está jodido y que la maternidad es difícil. Que luchen por establecer sus criterios propios en la crianza, lo importante es ser consecuente con lo que te piden tus valores y tu instinto. Que si están solas busquen apoyo y confíen en el intenso poder de adaptación que tenemos los seres humanos. Y, sobre todo, que transmitan mucho afecto a sus hijos, que no escatimen en la expresión del amor”.
Estas son las experiencias de dos mujeres que, con sus diferentes situaciones familiares y las diferentes características de sus retoños, están abriéndose camino a su manera, intentando armonizar lo que esperaban de ese camino con el recorrido que al final están encontrando. Seguramente tú estás haciendo tu propio camino lo mejor que sabes, o estás a punto de dar los primeros pasos. No estás sola, ni solo. No busques la medalla a la mejor madre o padre solitario. Si ves que las exigencias de la maternidad te superan, recuerda que cuentas con ayuda profesional. Con todo el tiempo que quita la crianza de un niño, quizá no puedes hacerlo de manera presencial. Por eso la terapia online es una buena manera de recibir el apoyo de un psicólogo. ¡Buen camino!