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Toggle¿Tiene todo el mundo miedo a equivocarse? Con carácter general, sí. A no ser que haya alguna circunstancia de salud mental (una patología, un déficit muy severo de inteligencia) todo el mundo experimenta miedo, que es una de las emociones básicas -de hecho, la compartimos con muchos animales. Por supuesto, esto incluye miedo a equivocarse, a tomar malas decisiones, a hacer daño a alguien, etc. Sin ese miedo, igual que sin el resto de emociones, la vida en sociedad sería caótica y acabaría volviéndose tremendamente agresiva y también temeraria.
Por qué tanto miedo
En algunas personas el miedo a cometer errores puede llegar a ocupar un espacio desmesurado. Como siempre, esto se debe a una interacción de factores en la que a menudo es difícil distinguir cuáles son causas y cuáles son efectos de los demás. No obstante, en esa dinámica podemos observar para empezar características intrapsíquicas, es decir, relativas a la propia personalidad, el estilo de afrontamiento o el estilo cognitivo de los individuos.
Todo el mundo tiene miedo a equivocarse, la cuestión es qué herramientas posee para regular ese miedo y que no deje de ser útilEn este grupo in incluiríamos el ser más inseguros, incluso catastrofistas (personas que siempre juzgan como la más probable la peor consecuencia de entre todas las posibles), con menor confianza en sus capacidades y habilidades, retraídos, perfeccionistas o más lentos a la hora de tomar decisiones, ya sea por manejar de manera poco fluida demasiadas opciones a la vez o por procesar lentamente las opciones que manejan… o simplemente por un funcionamiento muy obsesivo (repasar una y otra vez todos los pros y todos los contras de las diferentes opciones) y, por tanto, poco fluido y espontáneo.
Además de estos factores intrapsíquicos también influyen mucho las experiencias que hayamos tenido en la vida. Por ejemplo, si hemos cometido graves errores en el pasado es perfectamente normal (y útil) el tener mucho miedo a cometerlos de nuevo en el futuro. De hecho es un signo de inteligencia, ya que esa emoción nos va a predisponer para tomar medidas preventivas.
Todo el mundo tiene miedo
Todo el mundo, en según qué situaciones, debe tener miedo a equivocarse. Lo contrario sería propio de personas narcisistas, desconectadas de sus verdaderas capacidades y carencias, lo cual les puede llevar a realizar conductas temerarias o dañinas para sí mismas u otras personas.
Obviamente, ante tareas muy sencillas o que tenemos muy entrenadas ese miedo desciende a cero o bien a un nivel muy asumible. Por ejemplo, si nunca he hecho una tortilla de patata y me enfrento a mi primera vez, lo normal es que tenga una cierta inquietud por cómo me va a quedar. Sin embargo, si he preparado ese plato cientos de veces me voy a ocupar de que me salga bien, más que preocuparme (la preocupación es el correlato cognitivo de la emoción miedo). Es decir, deseo que la tortilla salga bien, pero confío en que me va a quedar bien porque ya ha sucedido otras veces y eso va a hacer que incluso gran parte del proceso de preparar la tortilla suceda de manera bastante automática.
Salvando las distancias, esto es aplicable a un cirujano principiante o a uno que ha hecho la misma operación cientos de veces. O a un actor que sube al escenario: cuántas veces actores muy veteranos y reconocidos afirman que siguen sintiendo nervios al salir a escena. Claro: están vivos, se toman en serio su tarea, entienden cada función como algo nuevo aunque se repita, pero evidentemente cuentan con el peso de la experiencia para regular adecuadamente esa inquietud, o miedo, de modo que no se convierta en algo paralizante.
Hay que tener en cuenta también que, en cierto sentido, el miedo es directamente proporcional a lo que consideramos que nos jugamos con cada conducta o decisión, pero que está acompañado de otros factores que pueden atenuarlo o dispararlo.
El miedo paraliza
Miedo e inseguridad son prácticamente sinónimos. El miedo es la emoción relacionada con la percepción de una amenaza para nuestra integridad o bienestar, es decir, el miedo es lo que sentimos cuando no sentimos seguridad.
Por supuesto existen personas más o menos seguras de sí mismas, con buena autoestima, flexibles, optimistas, de buen conformar, abiertas a la experiencia, indulgentes consigo mismas, etc. Estas características las protegen de quedar paralizadas ante una decisión. Esto no quiere decir que no tengan miedo a equivocarse (la ausencia de este miedo no es una virtud, sino un problema), pero lo tienen en dosis manejables y saben trascenderlo, probablemente porque saben que, como son humanas, pueden equivocarse y que, si eso ocurre, sabrán manejar bien esos errores sin culparse excesivamente por ellos.
El análisis que nos atrapa
En los últimos años se ha puesto muy de moda la expresión “parálisis por análisis”. Esta parálisis es fruto de un desmesurado afán de control sobre los diferentes factores que influyen en nuestra vida y de la fantasía de que, incluso en una decisión muy complicada, podemos -si lo repasamos todo una y otra vez- llegar a la decisión perfecta y aséptica en la que el nivel de error será nulo y el nivel de satisfacción será óptimo.
Podemos incurrir en este fenómeno cuando nos enfrentamos a decisiones muy trascendentales de la vida pero también en situaciones mucho más banales como a la hora de decidir si compramos o no una lámpara, por ejemplo. Cuando la parálisis se vuelve muy extrema genera mucha angustia, que no es sino una reacción de la familia del miedo. Esa angustia acompaña a una tormenta de dudas que va soltando rayos y centellas en nuestra mente: ¿estaré haciendo lo correcto, cuál será la consecuencia de mi decisión? Por otro lado, esa angustia puede diluirse una vez que se consigue desbloquear la situación y se opta por algún camino, lo cual permite ver los resultados positivos de haber tirado por ahí, pero hasta que se llega a ese punto el camino puede resultar realmente farragoso.
En definitiva, está muy bien examinar todos los escenarios posibles a la hora de tomar una decisión y medir los diferentes grados y tipos de riesgo a los que nos exponemos en cada una de las alternativas posibles. Sin embargo, al final hay que decidir. Evidentemente, las decisiones fáciles o perfectas existen pero se toman rápidamente y no generan conflictos. De hecho muchas veces las tomamos de manera tan ágil que hasta parecen automáticas.
A veces la única decisión posible es dejar de intentar decidir. Pero conscientementeEn cambio, si una decisión nos está costando, incluso si nos está costando mucho, eso quiere decir que ninguno de los escenarios es perfecto a priori y que todos tienen sus pros y sus contras, pero que debemos optar por alguno de ellos si de verdad queremos avanzar. Cuando, por la razón que sea, llegamos a la conclusión de que nos resulta imposible elegir una opción, los expertos en la llamada “parálisis por análisis” recomiendan asumir conscientemente que no es el momento de tomar una decisión sobre este asunto y es eso precisamente lo que se convierte en la decisión. Es decir, si definitivamente no lo vemos claro, entonces es mejor dejar el tema reposar y salir durante un tiempo de ese laberinto improductivo para poder poner nuestras energías en otros asuntos.
Puede que ahora mismo te hayas sumergido en un proceso de decisión importante del que no acabas de salir, o quizá ya sabes cuál es la opción que -al menos en tu mente- más te conviene pero no te lanzas a dar el paso definitivo y sabes que eso solo está empeorando las cosas. Si es tu caso entonces es importante que te plantees recibir algún tipo de ayuda o asesoramiento externo. Eso te permitirá ver las cosas desde una perspectiva renovada y neutral y te puede ayudar a dar el último repaso a los pros y contras de las opciones que tienes entre manos. No le des más vueltas y ponte en manos de un buen psicólogo: estamos aquí para ayudarte.