Que nuestros planes, incluso aquellos más importantes y deseados, pueden irse al traste de un momento a otro es algo que ha ocurrido toda la vida y que, quien más, quien menos, ha experimentado ya en diferentes ocasiones. La crisis sanitaria del COVID-19, con su confinamiento, sus cancelaciones, su incertidumbre, etc. nos lo ha recordado de manera dolorosa y frustrante. ¿Qué consecuencias psicológicas puede tener este fenómeno?

Obviamente, depende del cambio y del estilo de afrontamiento de cada persona. Todos podemos darnos cuenta de que no es lo mismo cancelar una boda dos semanas antes de su celebración que suspender un viaje de trabajo que te implicaba gran esfuerzo pero en el que no te jugabas nada personal relevante. Tampoco es lo mismo que te pospongan la maratón, que da mucha rabia pero que, en la mayoría de los casos, “solo” te obliga a un cambio de fecha (y, por qué no, te da la oportunidad de prepararte mejor), que tener que decir adiós a un ansiado viaje personal en el que has invertido mucho dinero y que no sabes si podrás recuperar. La casuística es mucha.

Predecir el pasado es muy fácil y a muchos se les está dando muy bien estos días, pero a principios de marzo nadie tenía las cosas tan claras

Y también son importantes los rasgos de personalidad, entendidos tanto en el sentido más técnico como en el más coloquial. Hay personas que son de por sí flexibles, es decir, tienen más capacidad para ver matices y alternativas a partir de una situación dada y se abren a nuevas experiencias con una actitud relativamente positiva. Otras, en cambio, son más rígidas y eso les hace quedarse “encasquilladas” en los hechos tal y como son, con menor fluidez a la hora de buscar posibles soluciones y, por tanto, con un nivel mayor de malestar psicológico.

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Otra manera de explicarlo es que, simplemente, existen personas que son “de buen conformar” o con una capacidad más panorámica para observar la situación. De este modo, la ven en su conjunto, no en el pequeño detalle o en lo que solo les afecta a ellos, y eso les permite comprenderla mejor. Por el contrario, otras personas tienen un ritmo más lento para aceptar los “giros de guion inesperados”, pasan más tiempo en shock o en negación, aunque no quieran se resisten (psicológicamente) a pasar página y permanecen más tiempo en el sufrimiento que genera la frustración de un plan deseado.

Todas son reacciones normales, y todos tenemos todas esas reacciones en algún momento. Es importante dejar claro que lo común es que la gente no esté ni en un extremo ni en otro, es decir, ni en la pataleta eterna porque el plan se ha truncado ni en el fluir fácil y rápido hacia la aceptación. No somos robots ni santos perfectos. La diferencia está en qué reacciones son más intensas en cada persona, cuáles prevalecen más, pero siempre teniendo en cuenta las circunstancias. Para valorar la reacción de una persona en esta situaciones hay que observar no solo el plan concreto que ha tenido que ser cancelado, aplazado, reemplazado o lo que corresponda, sino lo que significaba para la persona en concreto ese plan, las consecuencias materiales y abstractas del cambio de planes, la personalidad del individuo en cuestión, su estilo de afrontamiento, etc.

Y la boda, ¿para cuándo?

Naturalmente, cancelar y posponer una boda, con toda la complejidad que suelen tener estos eventos sociales, puede afectar a la relación de pareja, como cualquier otro acontecimiento negativo que aparece bruscamente. Gestionarlo va a requerir mucha paciencia y comunicación por parte de ambos, como es evidente.

Es posible que las primeras parejas que se plantearan la cancelación de su boda, antes de la declaración del Estado de Alarma, tuvieran un reto añadido si no había mucho acuerdo entre sus miembros respecto a la conveniencia/necesidad de cancelar y posponer la boda. Recordemos que, en esto como en cualquier ámbito, predecir el pasado es muy fácil, y a muchos se les está dando muy bien estos días, pero la primera semana de marzo no estaba tan claro -prácticamente para nadie- qué era lo que más convenía hacer para el bien de todos y para el bien particular de cada uno.

Por otro lado, las parejas que se hayan encontrado con la situación una vez iniciada técnicamente la emergencia, tendrán a su favor que la cancelación se debe a un evento externo en el que no tienen ni culpa, ni responsabilidad ni influencia directa, por lo que no hay nada que reprocharse: están obligados a hacerlo por una orden que viene de fuera.

Todas las parejas, en fin, tendrán en común el hecho de tener que decidir si la cancelación de su boda es indefinida o si se ponen ya una nueva fecha, en cuyo caso aparecerá el estrés de reorganizarlo todo, aunque la buena noticia (alguna tiene que haber, no seamos fúnebres) es que no se parte de cero, porque ya estaba prácticamente todo decidido o, por lo menos, sobradamente planteado.

En general, cabe pensar que si los miembros de una pareja son los suficientemente maduros e inteligentes conseguirán orientarse a la solución del problema de una manera consensuada y que pueden hacer eso mientras, en paralelo, se permiten vivir la frustración por este cambio de planes. Es decir, darán más importancia a lo importante y menos a lo que no lo es tanto… y seguirán adelante, como estamos haciendo todos.

Al fin y al cabo, hay quien no ha tenido que cancelar ninguna boda pero sí otro plan que le apetecía mucho y en el que había invertido mucha ilusión, ganas y, por qué no decirlo, dinero. O bien algo que simplemente había que hacer: un viaje, una mudanza, comenzar un trabajo nuevo, dejar su horrible trabajo actual, abrir una tienda…

Como en otras circunstancias, en realidad lo que cambia de un caso a otro es el plan concreto, la historia, la “anécdota”, pero la reacción psicológica es similar. Los pensamientos, las emociones, las conductas y las reacciones del cuerpo son las que son. No son exactamente iguales en todos los seres humanos, porque las circunstancias externas y las características individuales de cada persona las modulan mucho, pero en esencia son reacciones compartidas: enfado, tristeza, frustración, desesperanza, etc., y eso solo en cuanto a las emociones.

Cancelar o posponer, he ahí la cuestión

Depende del plan en concreto del que estemos hablando y del contexto de cada cual. Si no tienes que decidirlo ahora, espérate unas semanas para ver por dónde respira todo o, por lo menos, para ver por dónde respiras tú. Si tienes que decidirlo ya simplemente hazlo y quítatelo de enmedio. Duele, fastidia, cabrea, todo eso es inevitable pero son reacciones que se van a ir disolviendo con el tiempo, vívelas y deja que se vayan, porque la vida va a continuar y hay que seguir adelante.

En definitiva, no es mejor cancelar o posponer, eso ya que lo decida cada uno en función de sus deseos y de sus posibilidades. Hay que tener en cuenta también que, aunque haya habido que cancelarlo todo, no todo se puede posponer: hay cosas que tienen su momento y probablemente más adelante no tengan sentido, no nos apetezcan o no sabemos si las podremos realizar. Por otro lado, pensemos que muchos cambios de planes están suponiendo un perjuicio económico importante para muchas personas y no siempre se puede o se quiere retomar un proyecto cuando este ha salido tan mal la primera vez.

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Que cada cual haga lo que considere y que tampoco se sienta obligado a posponerlo todo, cada momento tendrá su circunstancia y a mucha gente, llegado el final de la crisis sanitaria, le apetecerá hacer algo diferente y dejará marchar el plan que ahora no ha podido ser. O bien lo reprogramará con un ímpetu renovado.

Frustración, maldito tesoro

¿Qué hacer, pues, con este batiburrillo de agenda que se nos ha organizado sin ser nosotros nada de esto? Poca cosa, o mucha, según se mire. Básicamente, como hemos dicho más arriba, gestionar cuanto antes aquello que se pueda gestionar (trámites, devoluciones, etc.), calibrar en su justa medida las pérdidas reales (materiales o inmateriales) derivadas del cambio de planes y no estar todo el día con el foco puesto en el plan que no ha podido ser (si es que lo que se ha cancelado no es un proyecto de vital importancia que requiera más tiempo y energía para ser procesado).

No te sientas obligado a posponerlo todo, o a decidirlo ahora. Cada plan tiene su momento y su circunstancia

Y, por supuesto, la recomendación a mi juicio más sensata de todas: aguantarse. Soy consciente de que, como recomendación de psicólogo, es poco académica, poco científica y poco glamourosa, pero también sé que cuando renuncies a buscar el santo grial de la tolerancia a la frustración te unirás a mi equipo. No hay atajos. Evidentemente distraerse está muy bien porque no debes echar más leña al fuego de tu cabreo (no te aporta nada, bueno, sí: más cabreo), pero tampoco te quemes buscando la fórmula mágica para desactivar tus emociones.

La situación es provisional, la vida continuará, tarde o temprano llegarán nuevas oportunidades y esta sensación amarga de ahora será sustituida con toda naturalidad por otras sensaciones, cuando nuestro ritmo personal nos lo permita. No es la primera vez que nos cancelan algo o que nos quedamos en tierra, ya sabemos cómo va esto así que simplemente vivámoslo con la mayor sabiduría de la que cada uno seamos capaces.

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