Las redes sociales no tienen efectos solo en nuestras relaciones interpersonales, sino también en nuestras emociones y, por tanto, en nuestra sensación de bienestar subjetivo.
A priori ninguna emoción es poco saludable en sí misma. Todas las emociones tienen una función y, cuando aparecen, nos están enviando algún mensaje sobre nosotros mismos: qué necesitamos, cómo interpretamos el mundo, qué nos falta, qué deseamos…
Algunas emociones están asociadas a una experiencia placentera, por eso tradicionalmente las llamamos emociones “positivas”. La alegría, el orgullo o la gratitud son algunos ejemplos destacados. Otras emociones están asociadas a una experiencia desagradable y por eso las llamamos “negativas”: el miedo, la rabia, la culpa, la envidia, la vergüenza… Independientemente de cómo las llamemos lo importante es saber que ninguna es buena o mala en sí misma. Todas están ahí para algo.
El impacto de las redes sociales en nuestra autoestima
A veces una emoción desagradable se despierta en nosotros de manera recurrente, y eso puede estar indicando que hay algo que debemos trabajar, identificar o modificar. En este sentido, las redes sociales tienen la capacidad para despertar en nosotros sensaciones de enfado, incomodidad, indignación o crispación, por la acumulación de negatividad y distorsión de los mensajes que nos llegan a través de ellas. Esto es muy común, por ejemplo, en Twitter.
Otras redes se centran más en lo visual, como Instagram. En este caso, nos enseñan de manera muy fragmentada el estilo de vida general de las personas cuyos perfiles seguimos. Por esta razón, pueden estimular nuestra envidia, algún tipo de sensación de inadecuación o miedo por no estar viviendo la vida que deberíamos vivir. Sin ir más lejos, en inglés se utiliza el término “fomo”, que son las siglas de “fear of missing out”, para denotar un tipo particular de miedo que viene de las redes sociales: el que tenemos a estar perdiéndonos algo.
Por otro lado están los mensajes hiperpositivos e hipermotivantes como los que proliferan en Facebook y que, a menudo, son eslóganes que distorsionan mucho la realidad. Este tipo de contenidos puede hacer que la persona, en lugar de sentirse motivada, se sienta frustrada o angustiada por no sentir toda esa felicidad o esa capacidad para vivir la vida intensamente.
Por qué las redes sociales nos generan emociones negativas
Como acabamos de ver, las redes sociales pueden afectar negativamente a nuestra salud mental por diferentes motivos. Uno de ellos es nuestra dificultad para diferenciar lo que muestran las redes de lo que es la realidad. Es decir, para contextualizar e interpretar adecuadamente las publicaciones que vemos. Si, además, ya de base somos personas con una autoestima un poco baja, o con una capacidad crítica deficiente, o impulsivos a la hora de procesar la información y responder, entonces es más probable que esas emociones negativas aumenten.
Muchos de los perfiles a los que seguimos en las redes sociales nos generan una importante carga de envidia. Esto no necesariamente es una consecuencia buscada a conciencia por las personas que gestionan dichos perfiles, aunque sí pueda serlo en ocasiones: en última instancia nos mostramos para lucirnos, para inducir un impacto admirativo en el otro.
Con mayor o menor éxito, gran parte de los perfiles de redes sociales están específicamente diseñados para mostrar algo muy bello, deseable o interesante. Su naturaleza no es solo compartir un determinado momento con el público sino, como hemos indicado, estimular la admiración del mayor número posible de personas. La admiración no está nada mal, al contrario, pero puede distorsionarse en forma de envidia. En ese caso genera malestar en el espectador, que puede sentir que su cuerpo, su casa, su trabajo, su ocio, su ropa, cualquier faceta de su vida, quedan deslucidas ante el esplendor de lo que contempla en su pantalla.
Se tiende a olvidar que las publicaciones de las redes sociales son fragmentos de la realidad completamente descontextualizados y, a menudo, artificialmente configurados para despertar esa admiración de la que hablamos. Por eso, no deben ser confundidos con la realidad absoluta de la persona que los protagoniza. Por mucho que un determinado perfil dé esa impresión, nadie está todo el día tomando el sol, ni siempre bello, ni permanentemente haciendo cosas interesantes. En absoluto. Es importante recordarlo: todo el mundo se cansa, se aburre, se encuentra mal, tiene un día de mal aspecto, se siente insatisfecho… Obviamente eso es justo lo que no va a mostrar.
Cómo modular la relación entre redes sociales y autoestima
Transformar esta sensación de invalidación en algo constructivo es posible. Primero hay que identificar las emociones desagradables que se nos despiertan y escuchar qué dicen acerca de cómo interpretamos nuestra vida, de cómo somos, de nuestra autoestima.
Tras escucharlas con atención quizá podamos descubrir que no hay gran cosa detrás y que, simplemente, estábamos malinterpretando lo que veíamos o leíamos. Es decir, que estábamos haciendo un mal uso de la red pero que enseguida podemos recolocarnos.
Sin embargo, también podemos descubrir que las redes sociales despiertan asuntos nuestros que necesitan ser atendidos y que por eso “se quejan” en forma de frustración, envidia, indignación a partir de la excusa de lo que vemos o leemos en una red.
Si este es nuestro caso, entonces hay que profundizar más y encontrar, poco a poco, el camino para transformar esas emociones en cosas más productivas: sentido crítico, conformidad (que no conformismo) con nuestra vida, admiración o inspiración.
Cómo conseguir que nuestro perfil en RRSS sea constructivo
Siempre que no infrinjamos leyes o que no seamos destructivos, todos tenemos derecho a publicar lo que queramos en nuestros perfiles, aunque sea absurdo, artificioso o infantiloide. Dentro de esos límites, el efecto que generemos en los demás no es nuestra responsabilidad, sino un asunto de los espectadores: son ellos quienes “se lo tienen que hacer mirar” si les afecta negativamente.
Ahora bien, puestos a intentar motivar a los otros a conseguir sus metas, lo más adulto es tirar de realismo, de ejemplo propio y de decir toda la verdad en lugar de mostrar solo presuntos resultados finales deslumbrantes, conseguidos por arte de magia: la magia de nuestro esfuerzo y talento individual, nuestra persistencia y nuestro desearlo mucho, porque eso siempre es mentira. Nadie consigue nada importante sin la cooperación de otros, ni rápidamente ni solo por el poder de su tenacidad o su voluntad.
Esta actitud incluye no distorsionar lo que transmitimos a través de nuestras redes sociales convirtiéndolo en un relato idealizado que no se corresponde con la vida de un ser humano normal. Generar un contenido verosímil y de calidad que pueda despertar la admiración de los demás de manera honesta pasa por tener en cuenta algunas prácticas. ¿Cuáles?
Rebajar el tono, ser concreto, hablar de los logros propios pero mostrando también la cara B. Por supuesto, evitando mensajes completamente absurdos y delirantes del tipo “Querer es poder”, “Nunca te rindas”, “Lo que importa es la actitud”, “Disfruta cada día como si fuera el último y vívelo intensamente”. Estos mensajes, además de no motivar a nadie de manera saludable, generan una enorme frustración e insatisfacción vital. Es decir, son un ejemplo de cómo afectan las redes sociales a la salud mental… negativamente.
Usar de manera responsable las redes sociales
Hacer un uso responsable de las redes sociales para evitar que estas impacten negativamente en nuestro estado de ánimo o nuestra autoestima es posible.
Lo primero e recordar que las redes sociales no son documentales realistas sobre la vida de las personas. Son espacios digitales en los que las personas compartimos -de manera visual o verbal- fragmentos de nuestra vida, normalmente muy escogidos y, a menudo, adulterados a través de filtros verbales y visuales. Si alguien cree que lo que recogen las redes sociales, por ejemplo Instagram, es un retrato veraz y completo de la vida de esa persona entonces ese seguidor está muy equivocado.
Una vez desarrollado este sentido crítico, también debemos ser selectivos con aquellos perfiles a los que seguimos, porque eso va a determinar la cantidad de belleza, mal rollo, bulos, humor, información útil, información inútil, etc. que nos va a llegar cuando entremos a esa red. La comunicación social también tiene sus propios virus, vacunémonos contra ellos.
En tercer lugar, debemos ser asertivos con lo que decimos y con lo que mostramos. No ser impulsivos ni reactivos, recordar que estamos en internet, que -una vez que decimos o mostramos algo- podemos desatar efectos inesperados y que, incluso cuando borramos contenidos, estos dejan una huella.
No debemos entrar al trapo de disputas inútiles, contaminarnos ni desgastarnos solo porque otras personas estén llenas de negatividad y necesiten desahogarse y obtener atención a través de las redes.
Al final se trata de comportarse en las redes con la misma madurez, valentía, sensatez y prudencia que deberíamos emplear en la vida analógica. Si aprovechamos las redes sociales para comportarnos de manera cobarde, mezquina, infantil o impune, como si estuviéramos en un estercolero donde todo vale, entonces no estamos haciendo un buen uso de esa red. Más bien estamos contaminando a otros y contribuyendo a contaminarnos nosotros mismos. Si te preguntas cómo afectan las redes sociales a la salud mental ahí tienes un ejemplo de lo que no se debe hacer.
Hasta aquí la teoría. Si en la práctica sientes que el impacto de las redes sociales en tu autoestima o en otra área de tu vida está siendo demasiado negativo y no sabes cómo manejarlo, pide la ayuda de un psicólogo profesional que te ayude a poner orden. Conéctate a nuestro chat y te explicaremos cómo puedes empezar tu terapia online hoy mismo con un psicólogo especializado en tu caso. Eso sí es una buena red.