No siempre es fácil marcharse o alejarse de alguien al que quieres, aunque la relación te haga sufrir. ¿Dónde está el límite? ¿Qué pasa cuando el amor duele?
El amor tiende a concebirse como algo bonito que ocurre entre personas, algo placentero que nos hace experimentar bienestar, un sentimiento único. ¿Pero qué pensaríais si os dijera que para muchas personas el amor supone un importante foco de dolor y frustración?
No hay nada que más anhelen que el ser amados, tienen hambre de cariño, sin embargo, acaba convirtiéndose en una pesadilla. La tranquilidad hace cola en la puerta de otro corazón, porque acaban viviendo la cercanía y el amor con preocupación.
Cuando comenzamos una relación con alguien que nos gusta, esperamos ilusionados ver a esa persona que deseamos, nos emociona recibir un mensaje, una llamada… Sin embargo poco a poco, ese nerviosismo acaba convirtiéndose en ansiedad. Imagina que cada vez que no tuvieras noticias de tu pareja durante un corto período de tiempo, o cada vez que no le vieras, tu cuerpo reaccionara como si tuvieras síndrome de abstinencia, como si tuvieras «mono«.
Te pones nervioso, empiezas a preocuparte y de repente, concentrarte en otras cosas se vuelve complicado. Tu estado de ánimo depende de lo que ocurra con la persona que quieres, y condiciona todo tu día. El deseo de control se hace con el poder y aumenta a través de las nuevas tecnologías, donde la búsqueda de inmediatez de respuesta lo empeora, y así acabas vigilando de forma compulsiva y frecuente tu móvil o las redes sociales.
Cuando el amor se convierte en adicción, se convierte en daño.
Comienzan las preocupaciones y la inseguridad (madres de la discusión), y lo que es peor, empiezas a dudar no sólo de la relación, sino de ti mismo. Tú no quieres sentirte así y tratas de solucionarlo, cada vez con más desesperación; pero la angustia no es buena compañera y acabas actuando de formas de las que luego te arrepientes. Todo ello alimenta la inseguridad, crecen las ganas de «dar» y «compensar» para que te quiera, para que no se vaya, para no ser el culpable de que esto se rompa, para que todo vaya bien.
Basta un simple mensaje, un gesto de cariño o atención por parte de la pareja para calmar todo ese malestar. La dependencia emocional se hace directora de una frenética obra, en la que se idealiza la figura del otro; se crea una falsa ilusión sobre cómo la relación te hace sentir y casi sin querer, acabas convirtiéndote en esclavo de un amor tóxico. Ahora existe un jefe y un subordinado.
Todo forma parte de una dinámica insalubre que sólo genera sufrimiento, sólo que no es tan fácil darse cuenta cuando estás dentro de la espiral.
«¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué me siento así? Yo sólo quiero que me quieran».
¿Alguna vez has sentido que estás compartiendo tu vida con alguien que te hace daño, pero con el que te resulta imposible acabar la relación? O lo que es peor, ¿alguna vez has sentido que aunque te haga daño o te falte al respeto, la culpa es tuya?
Has entregado tu corazón con la mejor de las intenciones y ahora, cuando sientes que esa persona no está a tu lado, bombear la sangre de tu propio cuerpo se hace complicado.
Consecuencia de este vendaval emocional, es que la felicidad y el bienestar personal dependen del amor o del reconocimiento que se recibe de los demás: todo el alimento y el cariño viene de fuera. Y claro, a nadie le gusta pasar el día sin comer, por lo que se vuelve imprescindible una dosis diaria de amor y atención.
Entregas todo y tu valía queda a disposición de la decisión del otro, por eso necesitas su reconocimiento, porque el tuyo (piensas) se perdió hace tiempo. Sin embargo, hoy quiero regalarte la verdad.
La verdad es que tienes valor, aunque no te lo digan, aunque a veces no seas capaz de verlo. Y nadie tiene derecho a tratarte mal, aún con todos tus defectos.
La verdad es que la responsabilidad de lo que ocurre en una relación, es responsabilidad de ambos. Con todas sus taras, con todas sus virtudes. Por eso no tienes que darlo todo, porque si no, te quedas sin nada. Algo de dos no se arregla en soledad.
La verdad es que mereces -y necesitas- sentir amor y respeto, sólo que se te ha olvidado pedírselo a la persona más importante: tú.
¡