Desde el punto de vista puramente biológico, los padres y las madres son quienes dan lugar a un nuevo ser humano a través de la unión de un espermatozoide con un óvulo -unión que conocemos como cigoto- y el posterior desarrollo celular del mismo.
Sin embargo, si queremos referirnos a ellas en un sentido más extenso, la paternidad y la maternidad implican una serie de funciones mucho más complejas y diversas que van más allá de la procreación, es decir, de la creación biológica de un ser humano. Estas funciones tienen como resultado, básicamente, la generación de una persona, proceso que tiene lugar a lo largo de todo el ciclo vital de las personas implicadas una vez sobrepasado el momento puntual de la concepción.
Esas funciones que completan la paternidad y la maternidad incluyen, lo primero, eso que en el contexto jurídico se denomina los alimentos: que los padres provean a la prole de comida, abrigo y un techo que la proteja, además de proporcionarle otros bienes materiales indispensables para su desarrollo, por ejemplo, medicinas cuando enferma, dinero para cubrir sus necesidades en un momento en que ellos no estén presentes, etc.
Además de lo anterior, insistimos, ser padres y madres consiste también -y muy especialmente- en algo más que engendrar, dar a luz y alimentar. Entramos aquí en el terreno de lo afectivo y también en todo lo relacionado con la educación y el proceso de socialización primaria, que tiene lugar en el ámbito de la familia mucho antes de que la escuela (con la participación de los iguales y otros adultos de referencia) entre en juego.
En este sentido, ser padres y madres implica dar lugar -con el paso del tiempo, a su manera y ejerciendo todas sus funciones, no solo las alimenticias- a un ser humano plenamente desarrollado, es decir, lo que llamábamos antes generar una persona más allá de crearla biológica o genéticamente.
Esta generación, entendida como el proceso de transformar el conjunto de células con ADN humano en una persona plenamente desarrollada, incluye diferentes aspectos que podríamos esquematizar del siguiente modo:
-Transmitirle valores y conocimientos. Los valores que los padres y madres transmiten a su progenie tienen mucho que ver con sus tradiciones familiares concretas (que pueden ser muy diferentes entre sí y que deberán convivir de una manera armoniosa para no dar lugar a graves contradicciones en la educación de los hijos e hijas). De este modo, la nueva persona irá integrando con el paso del tiempo qué cosas son importantes y en qué asuntos tiene que volcar su energía para favorecer su aceptación e integración en la familia.
Por ejemplo: en esta familia se da mucha importancia a la cultura, en esta familia se valora mucho el trabajo, todo en esta familia gira en torno al dinero, mis padres siempre me transmitieron la importancia del esfuerzo y la honradez, etc. Por otro lado, aunque no son profesores de sus hijos, los padres y madres sí son unos transmisores clave de información y conocimiento para ellos. Desde cómo cocinar, cómo afeitarse, cuál es la capital de tal país o a qué raza pertenece ese perro tan bonito o cómo hacer una gestión en el banco… Miles de asuntos a lo largo de una gran cantidad de tiempo (toda la vida que tengan en común) transmitiendo conocimiento que va desde lo más logístico a lo más conceptual.
–Dotarle de una identidad concreta, a ser posible una satisfactoria, lo que llamamos en psicología un autoconcepto positivo. Esto potenciará una autoestima suficientemente alta que le permita manejarse de manera asertiva en sus relaciones a lo largo de su vida. A partir de la llegada de un nuevo miembro a la familia los padres van creando su identidad: tú eres Fulanito, tú eres Menganita, eres nuestro hijo/a, eres guapo, eres lista, eres una persona importante para nosotros, eres de este lugar, serás abogada como lo somos todos en esta familia…
-En relación con lo anterior, dotar de contenido a su identidad facilitará en esa persona un sentido de pertenencia: unos apellidos, una herencia biográfica -y, llegado el caso, material- pero, sobre todo, una inclusión y aceptación en el grupo familia como trampolín saludable para su inclusión y aceptación en el gran grupo social. Como ya habrás percibido, la pertenencia y la identidad son dos procesos íntimamente vinculados entre sí, de hecho no tienen sentido el uno sin el otro y a veces es difícil distinguir dónde comienza y acaba cada uno. La pertenencia da contenido a la identidad y la identidad da contenido a la pertenencia. Por ejemplo, cuando se le indica “eres de este lugar”, “eres nuestro hijo”, etc. la identidad y la pertenencia aparecen muy interconectadas. Que una persona sea consciente de que forma parte de un grupo que llamamos familia, sociedad, humanidad, etc. comienza por la labor de los adultos que se encargan de cuidarlo y formarlo en todos los sentidos y que, en nuestra cultura, llamamos padres y madres.
En cualquier caso, la labor de los padres y madres es compleja y se enfrenta a lo largo del tiempo a múltiples desafíos que pueden generar estrés, conflictos y malestar en todos los miembros de la familia. Resolverlos adecuadamente repercutirá de manera muy significativa en la salud de todas las personas implicadas, por lo que es importante apoyar a los padres y madres en su labor. Si estás atravesando dificultades en tu labor como padre o madre debes contar con la ayuda de los especialistas, estamos aquí para orientarte sobre la mejor forma de cumplir con tus funciones.