¿Te suena esta escena? Tu compañera de trabajo entra hoy en el despacho con cara gris y aspecto desinflado, le preguntas qué le ocurre y te dice: “No, nada, estoy cansada nada más”. Tu mejor amiga te cuenta que desde hace unas semanas ella y su pareja no encuentran el momento de tener relaciones sexuales o, si lo encuentran, la cosa tampoco surge. Le preguntas: ¿Y eso? Y ella te contesta: “Es que siempre llegamos cansados a casa, o siempre estamos con prisas, a ver si un día de estos…”. Te preguntas a ti misma, mando a distancia en mano, por qué este mes solo has ido una vez al gimnasio (y para meterte debajo de los chorros de la piscina) cuando antes ibas religiosamente tres veces por semana a tus buenas sesiones de cardio. Por no darle más vueltas, te convences de que estás muy cansada y que estos días te puede la pereza y necesitas más sofá.
La lista de ejemplos podría prolongarse hasta el infinito. La cuestión es, ¿miente tu compañera de trabajo? ¿Miente tu mejor amiga? ¿Mientes, acaso, tú como una bellaca? No necesariamente. El cansancio, la fatiga, o su grado mayor, el agotamiento, son una buena explicación para las escenas que hemos nombrado. Si estamos físicamente agotados no siempre nos vienen ganas de poner buena cara, apuntarnos a planes, tener la gran noche de la pasión o darnos una paliza en la cinta de correr.
El comodín del «cansancio» nos viene muy bien cuando no queremos contar lo que realmente nos pasa
Además, en sociedades como la nuestra, donde la actividad es frenética y la sobrecarga de actividades tiende al delirio, no es de extrañar que las relaciones interpersonales, las rutinas o el estado de ánimo se vean empañados a menudo por lo que es, literalmente, puro cansancio físico.
Sin embargo, existe otra explicación a este fenómeno. Descrita resumidamente, consistiría en que muchas veces el concepto de cansancio nos viene muy bien como comodín cuando no queremos dar explicaciones sobre lo que nos ocurre o, incluso, cuando todavía no somos conscientes de lo que nos ocurre. Sin paños calientes: lo llamamos cansancio cuando, en realidad, queremos decir otra cosa.
De hecho, fíjate en lo frecuente que es atribuir el llanto de los bebés o algunas pataletas de niños más mayores al cansancio… cuando no se tiene mano ninguna otra hipótesis verosímil. En definitiva, y volviendo al mundo de los adultos, la situación es la siguiente: de los creadores de “Estoy muy agobiada” (sí, esa cosa abstracta llamada “agobio”, el otro hit de nuestras quejas urbanas) llega ahora “Nada, solo es que estoy cansada”. Próximamente en sus pantallas.
En esa “peli”, en lugar de expresar que estamos desmotivados, tristes, hartos, desvinculados o con los biorritmos anímicos patas arriba tiramos del mencionado comodín (“No me pasa nada, es solo que estoy cansado”) y con eso lo arreglamos todo.
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En realidad esto no tiene nada de malo siempre y cuando seamos capaces de distinguir la diferencia entre fatiga real y lo que no es cansancio sino otra cosa, probablemente de mayor profundidad emocional. Si lo que nos ocurre es que estamos cansados, lo suyo es que paremos el ritmo, organicemos mejor nuestras prioridades, digamos que no a este u otro plan y, simplemente, intentemos reconstituirnos con una buena dosis de vitaminas, sofá y, a ser posible, cama.
En cambio, si lo que nos ocurre no es que estamos cansados sino otra cosa, entonces tarde o temprano habrá que tomar cartas en el asunto… ya que el asunto no se va a solucionar solo porque demos una explicación vaga a quien nos pregunta o porque durmamos ocho horas seguidas (oh maravilla) esta noche.
Poseer una buena capacidad de introspección nos ayudará a llamar por su nombre a lo que nos ocurre
Más allá de que nos pongamos excusas verbales para no mirar de frente al problema de fondo, este tiene que ver con algo muy importante: poseer una buena capacidad de introspección, es decir, la habilidad para “mirar” dentro de nosotros y poder ser conscientes de los diferentes matices que tiene nuestro universo emocional. En algunos casos, la tendencia a echar mano del comodín del cansancio también puede tener conexión con lo que en psicología llamamos alexitimia, es decir, una dificultad para explicar con palabras nuestras experiencias emocionales.
Está claro que el cansancio físico dificulta nuestro bienestar interior, a no ser que sea el cansancio después de una buena caminata por la montaña o cinco extenuantes horas tumbados en nuestra playa favorita. Efectivamente, es fácil que la fatiga física de la mala nos provoque algunas emociones desagradables. Sin embargo, también es cierto que estar triste no es estar cansado. Estar frustrado no es estar cansado. No tener apetito sexual no es, ni de lejos, estar cansado. Como tampoco la desilusión es lo mismo que el cansancio.
Tarde o temprano, cuando descansar no basta para arreglar ciertas situaciones, hay que empezar a llamar por su nombre a lo que nos ocurre. A veces esto puede ser difícil, no siempre es posible identificar y categorizar por nosotros mismos nuestras emociones y preocupaciones. No es el fin del mundo. Si necesitas ayuda para localizar, admitir, nombrar y solucionar tus asuntos los psicólogos contamos con potentes “diccionarios” que pueden ayudarte con ello. A veces dejarte ayudar es lo que más puede descansarte.