Suicidio: el tabú dentro del tabú

Prueba a hablar con naturalidad sobre el suicidio. ¿No te dejan? Eso es porque el suicidio es un tema tabú. Llamamos tabú a un asunto del que, por diferentes razones, no se permite hablar, estando cualquier expresión al respecto intensamente restringida e, incluso, sancionada. Los tabúes varían de una sociedad a otra y también están en función del momento histórico en el que nos toque vivir.

Sin ir más lejos, el sexo ha sido uno de los tabúes por excelencia a lo largo de la historia, aunque últimamente las restricciones para abordarlo abiertamente se han aflojado un poco. Sin embargo, igual que algunos tabúes se van desdibujando con el tiempo, otros van emergiendo. Es el caso, por ejemplo, del tema de la muerte, lo cual incluye, por supuesto, aquellos casos en que la muerte se la inflige uno mismo.

En efecto, la muerte es uno de los tabúes más presentes en nuestra sociedad, lo que no era tan patente hace solo algunas décadas. Este hecho obedece a causas complejas, pero que se resumen en la consagración del tiempo actual como la era del hedonismo máximo y la máxima evitación de todo lo que tenga que ver con el dolor.

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Más longevos, menos mortales

Quizá sea una explicación demasiado reduccionista de la mentalidad actual en nuestro entorno, pero no cabe duda de que el ser humano actual, merced a su progreso, nunca ha estado tan cerca de creer que sus deseos de inmortalidad y eterna juventud son una realidad en lugar de una casi siempre decepcionante fantasía.

Lo cierto es que, con el paso de los años y de manera muy rápida, nuestro nivel de desarrollo material y tecnológico se ha intensificado, haciendo que cada vez vivamos más y mejor y alejando todo lo referido al dolor, la enfermedad y, finalmente, la muerte de nuestra cotidianidad.

Ese proceso ha sido muy beneficioso para nuestra calidad de vida pero no tanto, en cambio, para educarnos en un afrontamiento maduro del malestar psicológico: de hecho, nos hemos desconectado de su naturalidad y, al contrario de lo que ha pasado desde siempre hasta hace muy poco tiempo, actualmente estamos poco familiarizados con la idea de nuestra propia finitud. Recordar que un día moriremos nos genera un rechazo a veces insoportable.

Uno de los resultados de este progreso desigual es que la muerte -con todo lo que la rodea- se ha ido convirtiendo en un tema tabú, cuando siempre había sido algo cotidiano y accesible. Mientras tanto, el suicidio, que en nuestra sociedad ya era un tabú por cuestiones religiosas, se ha mantenido como tal y ha quedado todavía más encapsulado a nivel sociológico y psicológico.

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Mirar lo inevitable

En definitiva, dentro de un tabú pueden diferenciarse tabúes secundarios, como una forma de intensificar la restricción que ya se hace sobre un tema en concreto. Como estamos explicando, la muerte es un tema del que no gusta hablar, sobre el que no gusta escuchar y sobre el cual, por tanto, se tiende a imponer silencio: no gusta hablar de cosas tristes, de sufrimiento, de dolor. Como hemos mencionado más arriba, no gusta recordar que algún día nosotros también estaremos muertos y que ni siquiera sabemos cuándo sucederá eso.

Sin embargo, una vez que ocurre y no se puede mirar para otro lado, a las personas que acaban de perder a un ser querido se les permiten ciertas licencias y se les brinda apoyo y paciencia durante un tiempo: al fin y al cabo, nadie elige que su ser querido muera, todo el mundo ha hecho cuanto ha estado en su mano para intentar retrasar al máximo ese momento.

Quienes han perdido esa batalla -el difunto, sus seres queridos- son dignos de comprensión y homenaje social, al menos durante un tiempo. Es cierto que, habitualmente, ese tiempo es corto, ya que la potencia del tabú en seguida recupera terreno: que pase el tema cuanto antes, que pronto se nos deje de recordar, que nadie vuelva a sacarlo y aguarle así la fiesta al resto. En definitiva, queremos regresar lo antes posible a nuestra versión de la vida orientada por completo al placer en cualquiera de sus formas, lo que requiere alimentar la ficción de que el dolor puede evitarse del todo o, al menos, debemos ignorarlo con todas nuestras fuerzas.

La muerte es una batalla que al final siempre está perdida de antemano. No obstante, generalmente se autoriza a la gente a que se duela de ella y se recuerda con cariño a quien ya no puede ni dolerse porque es quien ha muerto. De alguna manera, cuando alguien muere se acompaña a los que quedan afirmando públicamente que no se les culpa por haber perdido la batalla. Sin embargo… ¿siempre se dan estas licencias? ¿Siempre se autoriza el dolor de la muerte y no se culpa a nadie de él?

 

Vergüenza y desautorización

Lo cierto es que no. No siempre se permite una tregua en el tabú de la muerte. Cuando esta llega por suicidio, esa tregua es tan raquítica que a veces ni se percibe. Parece que la sociedad en que vivimos lanzara otro mensaje invisible que nos recordara con crueldad que no habrá perdón para quienes eligieron quitarse la vida ni apoyo para quienes le han sobrevivido. El suicidio se convierte así en un tabú secundario dentro de un gran tabú general: la muerte, la pérdida, el sufrimiento, la finitud.

El suicidio es un tabú en de nuestra cultura de corte judeocristiano. Al contrario de lo que sucede en otras sociedades, como la japonesa, donde tradicionalmente se ha tenido una actitud tendente a premiar el suicidio en algunas circunstancias en nuestro entorno se ha considerado el suicidio como algo pecaminoso y que, por tanto, debía ser ocultado por quienes tenían alguna relación con él para no sufrir el castigo social. Como tal pecado, se ha tendido a ocultar por parte de quienes sobrevivían al suicidio de un familiar, lo cual es relevante teniendo en cuenta que, antiguamente, los pecados tenían consecuencias civiles y sociales muy negativas, más allá del escrúpulo religioso. En ese acto de ocultación, que aún pervive, se coarta enormemente la posibilidad de recibir apoyo y comprensión por parte de quienes  rodean al doliente, sentándose así las bases para el desarrollo de un duelo desautorizado. Esto, a su vez, puede considerarse como un factor de riesgo de complicación de dicho duelo.

La Asociación Americana de Psicología (APA) es es muy clara definiendo el suicidio: “el acto de matarse a uno mismo, a menudo como resultado de una depresión u otra enfermedad mental”.

Algunos de los signos que la APA indica como dignos de tener en cuenta para alertar sobre la posibilidad de que alguien se plantee suicidarse son hablar sobre la posibilidad de quitarse la vida, retirarse de la vida social y el contacto con amigos, deshacerse de posesiones valiosas, tener intentos de suicidio previos o exponerse innecesariamente a actividades arriesgadas.

Evidentemente ninguno de estos indicios predice por sí solo que el suicidio se vaya a producir, pero es importante prestarles atención cuando aparecen -juntos o por separado- en una persona cuyo estado de bienestar psicológico atraviesa en un momento dado serias dificultades.

No obstante, en la actualidad existe un consenso general sobre el hecho de que el suicidio es un tema de salud pública preocupante. Algunos gobiernos, como el japonésya están legislando al respecto para intentar ponerle freno, a pesar de consideraciones tradicionales que mencionábamos antes el problema ha alcanzado cotas graves.

Hablar abiertamente de suicidio no alienta a la persona a suicidarse pero sí abre la puerta a que exprese su malestar con la vida y reciba apoyo. Por eso, al contrario de lo que muchas personas piensan, hablar de ello permite detectar el riesgo suicida y tomar medidas al respecto, mientras que el silencio aumenta el aislamiento y la sensación de inadecuación de quien se plantea el suicidio como una posibilidad real.

Como hemos tratado de explicar a lo largo de este artículo, el silencio refuerza el tabú que existe sobre el suicidio, contribuyendo a asociarlo con algo vergonzante y potenciando el duelo desautorizado de los familiares y amigos que sobreviven a una persona que se suicida.

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Existen tantas causas para suicidarse como personas que realizan este acto y no siempre quienes se quedan pueden disponer de una explicación convincente que les ayude a encajar la noticia. En efecto, no hay una única causa que explique el suicidio, de la misma manera que no hay una causa clara de por qué en unos lugares la gente se suicida más que en otros. La diferencia puede variar notablemente incluso dentro de un mismo país.

En cualquier caso, excepto en los casos en los que la persona se quita la vida de manera muy impulsiva, podemos considerar que el suicidio es la consecuencia de una desconexión progresiva de los vínculos que unen a alguien con la vida, la dejación total de la responsabilidad de alguien sobre su propia vida.

Como afirmaba Andoni Anseán, psicólogo y presidente de la Sociedad Española de Suicidología en una entrevista el pasado verano, “El suicidio siempre ha sido un tabú social sobre el que pesa un oscurantismo mediático, social y político que impide no ya su adecuado abordaje, sino el mero conocimiento de su impacto y magnitud epidemiológica. El suicidio probablemente sea el mayor problema de salud pública que posea actualmente el Sistema Nacional de Salud en España”.

El suicidio es un problema de salud al que conviene prestar atención. No hay que olvidar que, por muy altas que sean las estadísticas, lamentablemente las cifras reales siempre son mayores.

Aunque el suicidio no siempre puede evitarse, en ifeel queremos enfatizar la importancia de prevenir el suicidio desde diferentes frentes: los amigos de alguien que está planteándoselo como una opción, su familia, también los profesionales de salud mental.

Si te encuentras tan mal que has dejado de sentirte responsable de tu vida y tu autocuidado, si te has dado cuenta de que estás seriamente desconectado de la gente de tu entorno y de tus obligaciones o si conoces a alguien con los signos que hemos descrito y te alarma que su situación empeore, es imprescindible que solicites ayuda profesional, ya sea para ti o para esa persona. Los psicólogos estamos aquí para ayudaros a reconectar.

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