¿Por qué hay personas que rechazan la vacuna?

La pandemia de Covid-19 explotó en marzo y, con ella, las estrictas medidas preventivas para hacerle frente. Entonces se nos removieron muchas cosas a nivel psicológico. Entre nuestras reacciones destacaba la enorme preocupación por la gravedad que llegaría a alcanzar esta emergencia y la inquietud por ser incapaces de preverlo. También estaba la incomodidad y frustración que tuvimos que asumir para poder contener la epidemia. Por último, todos teníamos un intenso deseo de encontrar una barita mágica que pudiera hacernos recuperar la antigua normalidad con el menor sacrificio posible y, sobre todo, lo antes posible. 

Con el paso de los meses seguimos sin tener claro si el Sars-cov-2 es un virus estacional o no, es decir, si desaparece por sí solo en algunas épocas del año para darnos tiempo para recomponernos. Teniendo en cuenta la imposibilidad de confiar aún en las estaciones y que en el mundo real las baritas mágicas no existen, solo nos quedaba una alternativa a la que agarrarnos. Esa alternativa es la ciencia: ser capaces de sintetizar una vacuna lo suficientemente eficaz -y con los menores efectos secundarios posibles- para poder protegernos contra la infección con algo más que con mascarillas, distancia física y gel hidroalcohólico. 

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La llegada de una vacuna capaz de devolvernos a nuestra vida de antes fue, por tanto, un deseo intensamente acariciado por la inmensa mayoría de la población. Sin embargo, cuando ya ha comenzado la vacunación en varios países, incluido el nuestro, muchas personas manifiestan reticencias a utilizar este instrumento que, en teoría, nos va a permitir vencer la batalla de la Covid-19 en cuestión de meses. 

No es fácil determinar la cantidad de personas que muestran reservas más o menos serias a administrarse una vacuna. Sin embargo, ya sea desde la honestidad o a modo de chiste, el tema de la desconfianza hacia la vacuna se está instalando fuertemente en la conversación cotidiana de estas semanas.

Motivos para rechazar la vacuna

Aunque pueda parecernos incomprensible, una parte de la población afirma que no desea ser vacunada. Examinemos con más detalle cuáles son las principales razones psicológicas que las impulsan a actuar de este modo.

1. Desconfianza hacia la vacuna

La existencia de personas que desconfían de las vacunas en general no es nueva. De hecho, en los últimos años se ha ido estructurando cada vez más una especie de movimiento social que rechaza abiertamente la administración de este tipo de tratamientos, con la peligrosidad que eso implica para la salud pública. Estas personas se conocen coloquialmente como “Los antivacunas”. 

Por tanto, era de esperar que con la llegada de la vacuna contra la Covid-19 estos individuos también tuvieran la misma actitud. Al margen de las personas más afines a este movimiento, existen otras muchas personas que, contagiadas por los mensajes que todos vamos escuchando aquí y allá, se plantean dudas sobre los riesgos de esta vacunación y van reproduciéndolas en sus conversaciones. Esto favorece que se extiendan las reticencias a la vacunación, aunque en la inmensa mayoría de ocasiones el razonamiento que hay detrás carece de toda solidez y se basa en un miedo sin justificación o en creencias distorsionadas.

2. Presión de grupo

Muchas personas llevan meses esperando que haya una vacuna disponible para hacer frente a esta pandemia. Sin embargo, en ningún momento se habrían planteado dudar de su eficacia o de su deseo de recibirla si no fuera por los mensajes que van extendiendo -normalmente de manera muy irresponsable- quienes rechazan el tratamiento que ya se está implementando en diferentes países. 

Es decir, podemos estar muy convencidos de que deseamos vacunarnos pero, si a nuestro alrededor vamos escuchando cada vez más voces en contra o que, como mínimo, dudan de la conveniencia de la vacuna, ponemos en marcha mecanismos de adecuación al pensamiento dominante en un determinado entorno para no quedar descolgados. 

Esto puede manifestarse básicamente de tres maneras. La primera es que las opiniones a favor de las vacunas se omitan en entornos que la rechazan, con lo que solo se oyen las voces en contra. Otra es que se coincida verbalmente con quienes rechazan la vacuna sin que la opinión real a favor se modifique (es decir, hacemos como que coincidimos pero es “de boquilla”). La tercera es que sí modifiquemos nuestra opinión y, por tanto, eso influya en la conducta final: íbamos a vacunarnos pero ya no lo haremos. 

3. Miedo a lo novedoso

Puede resultar sorprendente, pero la vacuna de la Covid-19 da miedo a muchas personas que asumen con perfecta normalidad muchas otras vacunas, tanto a la hora de recibirlas ellas mismas como de administrarlas sus hijos pequeños. 

Para explicar por qué sucede esto hay que tener en cuenta que, en el caso de la vacuna para este coronavirus, hay gente que la interpreta como algo que la ciencia “se ha sacado de la manga prácticamente de repente”. Es decir, no perciben que haya una trayectoria detrás que nos permita estar más familiarizados con esta enfermedad y asumir con más tranquilidad sus remedios. 

Normalmente cuando hemos recibido una vacuna ha sido a una edad muy temprana (bebés o, como mucho, adolescentes). En esos casos hemos sido vacunados sin tener que plantearnos si queríamos o no (lo decidían nuestros padres). Además, se trataba de vacunas ya muy “rodadas”, es decir, nada novedosas, sino con años a sus espaldas ofreciendo resultados muy positivos para la salud pública. 

En otros casos nos ponemos vacunas ya siendo adultos, como por ejemplo la de la gripe común, si somos población de riesgo. Pero ocurre lo mismo: tenemos la percepción de que es una enfermedad de sobra conocida y una vacuna sobradamente estudiada que, además, nos recomienda nuestro médico de cabecera. 

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En ambos casos, a nivel biográfico no hemos asistido al proceso de fabricación de una vacuna nueva para una enfermedad (ya sea esta nueva o antigua) sino que, para cuando nos la ponemos, la experimentamos como algo que nos viene dado y que está suficientemente ensayado. En el caso de la vacuna para Covid-19 nada de esto ocurre y esa novedad resulta amenazante para algunas personas.

4. Falta de conocimiento sobre las vacunas

La población general no dispone de un conocimiento teórico suficiente sobre cuál es el mecanismo en el que se basan las vacunas: cómo se fabrican y quiénes son los encargados de hacerlo y de supervisar el proceso. 

Si unimos a este factor el hecho de que hablamos de una enfermedad nueva, nos damos cuenta de que hemos asistido al surgimiento de una pandemia y a la fabricación de la vacuna para paliarla en un espacio de menos de un año. 

Esto maravilla y alegra a muchas personas. A otras les genera la percepción de que esta vacuna se ha generado demasiado deprisa. Aunque no entienden bien cuánto es demasiado, no pueden evitar pensar que hay algo de precipitado en todo esto y es entonces cuando se instalan en la desconfianza, cuando no en el miedo. 

Probablemente esa percepción de precipitación se podría contrarrestar explicando los motivos por los cuales esta vacuna en particular ha aparecido en tan poco tiempo en comparación con otras, en lugar de permitir que la gente piense que la única razón es que los fabricantes se han saltado pasos para ahorrar tiempo. 

5. Miedo al compromiso

Existe otro factor que explica las reticencias de muchas personas a ponerse la vacuna. Tiene que ver con el miedo que les da el tomar decisiones sobre su salud -y, en este caso, sobre la de los demás-, sobre todo cuando las perciben como controvertidas o como decisiones que, sencillamente, ellas pueden ahorrarse. 

Una persona puede sentir miedo a ponerse esta vacuna porque va oyendo a su alrededor que no es segura o que se ha fabricado demasiado rápido, aunque nunca se le den argumentos en los que se apoyen estas opiniones. Entonces se convence a sí misma de que esta vacuna no es segura, fijándose solo en que no tiene pruebas de que sea segura en lugar de recordar que tampoco tiene pruebas de que no lo sea. 

En este caso, es muy difícil que esa persona adquiera un compromiso con su propia salud y con la de los demás y decida confiar en la ciencia y en las autoridades sanitarias inmunizándose a través de una inyección que contiene un líquido que, según ella, ha fabricado “alguien que no ha hecho bien su trabajo”. Esta persona prefiere quedarse como está y que sean otros quienes se expongan: ella no va a tomar esa responsabilidad. Si esos otros acaban formando el “grupo” de inmunidad que evite que ella se tenga que poner la vacuna, tanto mejor. 

En definitiva, debemos recordar que el miedo es una emoción imprescindible para nuestra supervivencia siempre y cuando se active ante amenazas reales y de una manera coherente con esas amenazas. Por este motivo, aprender a manejar adecuadamente nuestras emociones es imprescindible para cuidar de nuestra salud. Recuerda que siempre puedes contar con un profesional de la salud mental si tienes algún problema en este área. Los psicólogos estamos aquí para ayudarte.

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