La normalidad sin besos ni abrazos

Una de las cosas que más nos intranquilizan estos días es cómo la nueva normalidad, es decir, ese periodo en el que el virus de la COVID-19 todavía resulte una amenaza significativa pero no haya confinamiento, va a afectar a nuestras relaciones interpersonales, a nuestra manera de interactuar con nuestro círculo social. 

Ya hemos vivido estas semanas el auge de la comunicación online y hemos incorporado la rutina de mantenernos separados, de no tocarnos. Incluso ahora que el uso de mascarillas está cada vez más generalizado, estamos acostumbrándonos a hablar viéndonos solo los ojos, pero no poder ver sonrisas ni otro tipo de gestos tan importantes para una comunicación eficaz

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Muchas gente se pregunta estos días cuándo llegará el momento de volver abrazar a sus seres queridos y, por supuesto, de volver a tener relaciones sexuales con diferentes personas de manera normal. Algunas pueden estar preguntándose si nunca a va a llegar ese día, si el mundo tal y como lo conocíamos, es decir, el mundo en el que nos tocábamos y nos acercábamos, no va a regresar. 

No deberíamos plantearnos cómo sobrevivir sin besos ni abrazos: los besos y abrazos no van a desaparecer

Es arriesgado intentar hacer cierto tipo de predicciones en momentos como el actual. Sin embargo, ya que tenemos tanta historia documentada a nuestras espaldas, lo más útil puede ser examinar con detenimiento de qué estamos hablando. 

La epidemia de COVID-19 está siendo grave y ha puesto el planeta patas arriba pero no es, ni mucho menos, la primera pandemia de gravedad a la que se enfrenta el ser humano. Y el ser humano ha sobrevivido. Y no podría haberlo hecho si no hubiera salvaguardado el contacto interpersonal físico.

La de COVID-19, en cambio, sí es la primera pandemia de estas características a la que nos enfrentamos todas las personas que estamos vivas actualmente, dado que la anterior pandemia asimilable (la gripe de 1918, mal llamada “gripe española”) sucedió hace aproximadamente cien años.

De esta falta de costumbre, de esta novedad, viene nuestro desconcierto. Sin embargo, el ser humano ha sobrevivido como especie a innumerables situaciones parecidas o asimilables a la actual. Es crudo decirlo pero, aunque con cada pandemia muchos humanos se quedan en el camino, tras cada pandemia la humanidad ha permanecido. De alguna manera, antes o después, con consecuencias más o menos importantes, la vida ha acabado funcionando de nuevo. Y la vida humana es, ante todo, interactuar entre nosotros, de cerca y de lejos pero, sobre todo, de cerca

Las muestras de afecto a través del tacto van a regresar. Ya lo están haciendo poco a poco y acabarán abriéndose camino incluso aunque eso suponga un riesgo relativamente asumible para la salud, porque obedecen a una necesidad humana.

El ejemplo más emblemático de esta necesidad lo encontramos en el desarrollo saludable de los bebés desde el momento del nacimiento: ningún ser humano se desarrolla plenamente sin ser tocado, por mucho que se le alimente, se le arrope o se le administre una medicina. Un bebé que no es cogido en brazos, besado, acariciado y, por supuesto, mecido, no se desarrolla correctamente a nivel físico e intelectual. El tacto es una fuente crucial de estimulación cerebral en el momento del nacimiento, mucho más importante que el oído, el gusto o la vista. Si no se produce, el bebé no se desarrolla, enferma y, en casos extremos, acaba muriendo. 

Esto, que una vez que somos adultos no es tan trascendental, sí nos da una idea de la importancia del tacto para nuestra salud a lo largo de todo nuestro ciclo vital. No nos abrazamos solo porque sea agradable, o porque es una convención cultural, sino porque es necesario: abrazarnos nos sostiene, nos regula emocionalmente, nos reconforta, nos hace sentirnos queridos, protegidos, acogidos, bienvenidos. De hecho, es precisamente eso lo que hace agradables a los abrazos. Esto, por supuesto, también vale para una caricia, un estrecharse de manos, un apretón en el brazo o una palmada en la espalda. 

Imaginemos cómo se siente una persona a la que nadie toca o a la que nadie quiere tocar. O una persona a la que nadie quiere acercarse. Desde luego su estado de ánimo tenderá a decaer. Porque necesitamos tocarnos y acercarnos para comunicarnos todo tipo de mensajes.

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Evidentemente, la manera de tocarnos y de gestionar el espacio interpersonal está sujeta a enormes condicionantes culturales. Por eso, es probable que durante el periodo de confinamiento que hemos vivido estas semanas hayan acusado más la ausencia de contacto social las personas que lo han pasado solas en España e Italia que alguien en su misma situación en Japón o Suecia. No porque en Japón o Suecia la gente no se toque o no lo necesite, sino porque lo hacen menos, su distancia interpersonal es más acusada que en países de cultura mediterránea, latina o árabe, por ejemplo.

Por otro lado, por muy mediterráneo que seas de nacimiento y de crianza, si antes del confinamiento no tenías un excesivo contacto interpersonal y físico, en general, habrás acusado menos el distanciamiento que aquellas personas acostumbradas a estar todo el día unas encima de otras. Tampoco podemos deducir de esto que el confinamiento en su conjunto es más llevadero si eres japonés o sueco: no es una situación fácil para nadie y al final hay mucho más factores que restan y suman dificultad.

No nos abrazamos solo porque sea agradable o educado: nos abrazamos porque es necesario. Nos regula emocionalmente

 

En definitiva, no deberíamos plantearnos cómo vamos a sobrevivir sin besos ni abrazos por la sencilla razón de que no va a hacer falta sobrevivir sin besos ni abrazos: los besos y abrazos no van a desaparecer. Los seres humanos no estamos diseñados para tolerar tal cosa, aunque podamos restringirla durante ciertos periodos de tiempo, como está ocurriendo con esta pandemia. Necesitamos el tacto a cualquier edad para comunicarnos plenamente y también por nuestra salud física y psicológica. Por eso, pase lo que pase, el ser humano acabará buscando la manera de tener su dosis de tacto, aunque sea en crisis como la actual. 

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