Éxito y fracaso: ¿en qué los basas?

Estamos acostumbrados a oír hablar frecuentemente del éxito y el fracaso, ya que son conceptos que en una cultura tan competitiva y dinámica como la nuestra tienen mucha presencia.

Sin embargo, a menudo dejamos de lado una reflexión más pausada sobre a qué estamos llamando exactamente éxito o fracaso, qué parámetros utilizamos para valorar si estamos alcanzando nuestras metas o para juzgar si lo han hecho las personas de nuestro alrededor.

Esto sucede porque damos por hecho que el éxito o fracaso solo se pueden medir en términos económicos: ¿recuerdas aquella frase de “tanto tienes, tanto vales”. Afortunadamente, la vida de una persona y los logros que puede conseguir a lo largo de la misma son mucho más diversos que todo eso.

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Éxito y dinero

En efecto, si una persona tiene éxito en su vida o, por el contrario, fracasa estrepitosamente esto suele estar relacionado con su vida profesional y, de ahí, con el correlato inmediato de esta: el dinero.

De esta manera, llegamos a la conclusión de que una persona ha tenido éxito en su vida si tiene un sueldo elevado o, también, si obtiene mucho reconocimiento público en forma de ascensos, notoriedad, un puesto de alto estatus y con otros trabajadores a su cargo, premios, diplomas…. Aunque no está claro que lo garanticen, todas estas cosas pueden contribuir muy positivamente al autoconcepto y autoestima de la persona que los disfrute pero, ¿son sinónimo de éxito personal, profesional… vital?

Si te fijas, aparte de ser un criterio bastante reduccionista, ceñirnos al tema económico o a los aplausos que alguien reciba no es el mejor de los métodos, ya que considerar si alguien ha triunfado gracias a sus logros financieros es, en realidad algo relativo: tengo mucho dinero… ¿en comparación con quién, con la media de mi país, con mis amigos y familiares, con los multimillonarios que cotizan en bolsa, con  las personas que viven en la calle? Quizá soy un profesional bien considerado pero… ¿se ajusta eso a mis valores?, ¿me satisfacen esos méritos o halagos a un nivel más profundo?, ¿cuánto me dura esa satisfacción?

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Comparar mi éxito con el ajeno

La famosa teoría de la comparación social de Leon Festinger, psicólogo social conocido también por el concepto de “disonancia cognitiva”, nos indica que evaluamos nuestras cualidades con un método verdaderamente simple: comparándolas con las de los demás.

De este modo, llegamos a la conclusión de que estamos bien o mal situados en algún parámetro en función de cómo lo están los demás… siempre a nuestro juicio. Por ejemplo: puedo sentirme muy desgraciado por haber suspendido un examen pero seguramente me sentiré mejor al recordar que más desgraciada se siente la persona que acaba de recibir un diagnóstico de cáncer. Por otro lado, es posible que, al descubrir una humedad en el techo de mi salón, se me active mi guion de vida victimista y piense que todo lo malo me ocurre a mí, pensamiento que se aliviará al pensar en aquellas personas que tienen que dormir en la calle bajo la lluvia y que lo tienen mucho peor que yo.

También puede suceder lo contrario: qué contento estoy con mi aspecto físico al mirarme al espejo, infinitamente más contento de lo que puede estar mucha gente menos agraciada… siempre y cuando no vea a ese despampanante modelo con su ropa de diseño exclusivo en la portada de una revista, en cuyo caso pensaré que ni mi cuerpo ni mi estilo valen gran cosa (vaya, que he fracasado estética y físicamente).

Lo importante, como ya te has dado cuenta, es decidir con quién nos comparamos, no vaya a ser que -oh, casualidad- siempre salgamos mal parados en las odiosas comparaciones.

Recuerda: tú decides cómo ajustas tus criterios para evaluar lo bien que estás en uno u otro aspecto, incluyendo algo tan amplio y abstracto como el “éxito en la vida”. Piensa bien hacia dónde orientas tu foco, porque eso va a influir en si sales favorecida de esa comparación o, por el contrario, te estás midiendo en función de estándares tan inalcanzables que la única conclusión a la que puedes llegar es que has fracasado. En resumen, juzgarás si tienes una buena vida o si eres una persona a la que le van bien las cosas en función de con quién te compares, así que procura hacerlo de manera ecuánime.

Piensa también qué categorías utilizas para evaluar si eres o no una persona exitosa. Si sigues teniendo en cuenta únicamente el parámetro “dinero” o “estatus” llegarás a una conclusión bastante restrictiva: que alguien ha fracasado o, directamente y dicho de una manera más cruel, es una fracasada, si no tiene empleo, si su trabajo tiene poco prestigio social o si no gana una cantidad de dinero mensual por encima de los estándares del lugar en el que vive, de manera que no puede exhibir públicamente a través de sus posesiones y estilo de vida que ha triunfado como ser humano.

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Más allá de la economía

Al margen de cómo calibramos el éxito o fracaso de una persona, este tema nos vincula con unas cuestiones existenciales de gran relevancia a las que ningún ser humano es ajeno: el proyecto vital, la realización personal y la felicidad o bienestar subjetivo.

Sí, te has dado cuenta: estamos tocando con las puntas de nuestros pies -o con nuestros prismáticos interiores- la cúspide de la famosa pirámide de Maslow. Aunque te suene a reflexión muy tremenda, no está de más hacer un poco de auto-examen de vez en cuando: ¿hacia dónde estás dirigiendo tus pasos, cuál es tu vocación, a dónde quieres llegar en la vida? No te agobies con estas preguntas: no tienen una respuesta fácil, no tienen una respuesta única y, sobre todo, no tienen por qué tener una respuesta permanente.

Vocación significa “llamada”, pero escucharla y responder a ella en lo profesional y a todos los niveles no siempre es posible de manera clara. Sin embargo, esta llamada sin duda estará vinculada a lo que más tarde, cada vez que nos paremos a examinar nuestra vida, valoraremos como éxito o fracaso.

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Éxito y valores

Desde este punto de vista, el éxito sería lograr responder de manera adecuada a eso para lo que sentimos que estamos llamados. Dicho de otra manera, el éxito no es solo conseguir mucho dinero; eso sería éxito financiero, que no está nada mal, pero no lo es todo. En cambio, éxito sería vivir de acuerdo a los propios valores. También hay quien juzga que el éxito es sentirse a gusto con la propia vida y disponer de tiempo, dinero y salud suficiente como para volcarse en las actividades que le hacen disfrutar. Para otros el éxito es ser autónomos y, valerse por sí mismos, haber superado dificultades que consideraban insalvables o haberse convertido en personas mucho más sabias y maduras de lo que fueron tiempo atrás.

Si uno de tus valores centrales es tener mucho dinero, entonces sí: una cuenta corriente llena de ceros será un claro indicativo de que vas por el buen camino y seguramente te hará sentir bien sobre todo por la cantidad de cosas que te va a permitir hacer, por las comodidades materiales que te va a proporcionar o, simplemente, por la seguridad de saberse con un buen colchón económico.

Si te sientes llamado a ser una persona importante, un personaje histórico, alguien que haga una importante contribución a la humanidad del tipo que sea, probablemente no sentirás que tienes éxito a no ser que vivas lo suficiente para ver a la humanidad disfrutar de tu aportación o bien que recibas un reconocimiento explícito y notorio por lo que has conseguido.

Por el contrario, si tus valores van encaminados a formar una familia, llevar a cabo un proyecto largamente acariciado (y que no necesariamente tenga como consecuencia un rédito económico) o crecer como persona, entonces tu éxito personal será menos objetivable, es decir, menos medible de manera concreta, pero no por ello menos intenso o significativo.

Conocer cuál es la medida de nuestro éxito y en función de qué concluimos que hemos fracasado o que podríamos hacerlo en el futuro es importante, ya que influirá mucho en nuestra autoestima, nuestra frustración vital y, en definitiva, en nuestra realización personal. De hecho, manejar bien todos estos temas constituye todo un proceso de autoconocimiento que puedes hacer de manera autónoma o bien con el acompañamiento profesional de un psicólogo que te ayude a realizarlo. Si lo necesitas, estamos aquí.

 

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