¿Cómo tratar a una persona con problemas de salud mental?

Hoy en día no resulta extraño escuchar a alguien hablar sobre algún amigo o familiar que ha empezado a ir a terapia por algún motivo. Es posible incluso que tú mismo estés en terapia actualmente. En cualquier caso, situémonos en el momento previo: ¿cómo hacer para que una persona a la que queremos y necesita ayuda, se decida a ir a terapia?

Revisaremos un par ejemplos en los que existe una persona que sufre y un familiar o pareja intenta ayudarle. Además, veremos cómo actuar en el caso de encontrarnos ante un caso de discapacidad física y/o intelectual. ¿Cómo nos aproximamos a estas personas?

 

Depresión y ansiedad

Susana lleva varios meses viendo a su marido Pedro sin levantar cabeza. Se da cuenta de que desde que lo despidieron está muy decaído. Sin embargo, ella sabe que todo esto es anterior a su salida de la empresa. Pedro se encontraba mal desde antes, apático, sin energía…había incluso dejado de ir pádel con ella y cada vez salía menos de casa. Con el tiempo empezó no solo a no salir de casa, sino a no salir de la cama, comía un poquito menos cada día y una sensación de pesadumbre rodeaba su casa y su vida. Ella no sabía qué pasaba, no entendía lo que había ocurrido, siempre habían sido un matrimonio feliz y de pronto el aire que respiraban se hizo pesado y opaco. Pasaron meses hasta que Susana consiguió que su marido fuera al médico, que le recomendó ir a terapia, pues padecía una profunda depresión. Pedro no parecía decidirse, ningún terapeuta le venía bien, algunos estaban muy lejos de casa, o no encajaba en sus horarios…

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Todo este proceso fue muy duro para Pedro pero sin duda también lo fue para Susana, que no sabía cómo ayudar a su marido, parecía que vivía al otro lado de un río que era imposible cruzar. Inaccesible para ella, Pedro se fue alejando más y más. Ella estaba desesperada, ¿cómo podía ayudar a su marido si ni siquiera ella entendía el origen y la causa de todo esto?

Este ejemplo nos pone frente a lo que supone una depresión. En el momento de la aproximación a una persona con depresión tendremos que tener en cuenta ciertas consideraciones: lo primero es entender que aunque dos personas sean diagnosticadas de depresión, nunca hay dos depresiones iguales y dos personas bajo el mismo diagnóstico no tienen porqué experimentar esta enfermedad igual. Así pues, una de las cosas más importantes a la hora de ayudar a una persona deprimida es no entrar en comparaciones. “Mi padre tuvo depresión y no se quedaba en casa todo el día” o “Lo que tienes que hacer es dejarte de tonterías, que yo también estoy triste a veces”. Las comparaciones solo conseguirán alejarnos de esa persona y crear más distancia entre las dos orillas de ese metafórico río.

La persona debe sentirse valorada en sus sentimientos, habrá que tener cuidado con no juzgar lo que siente y desarrollar una actitud empática. Nadie excepto esa persona sabe lo que pasa en su interior y, por eso, nuestro acercamiento ha de ser cauto. Por este motivo, no hay que abusar de las típicas frases de ánimo como “tranquila, ya se te pasará”, “seguro que todo irá bien” porque, pese a la buena intención de la que puedan ir acompañadas, lo que le podemos transmitir a la persona es “lo que te pasa no es para tanto ni es importante” y desde ahí no se sentirá comprendida.

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Anorexia y bulimia

Lucía siempre fue exigente y algo testaruda, consiguió terminar la carrera con las mejores notas de su clase y sin duda estaba llamada a ser una gran abogada. Pronto encontró su primer empleo y sus padres no podían estar más orgullosos: la mayor de sus dos hijas ya pleiteaba en un tribunal con una seguridad impropia para su juventud. Además, siempre fue una chica muy atractiva, de grandes ojos, alta, delgada…pero últimamente la notan más delgada de lo habitual, resulta evidente que ha perdido peso y que ha bajado al menos un par de tallas. Su tono de piel ha cambiado y su larga melena, antes vigorosa y radiante ahora está como mustia, sin vida.

Sus padres intentan decirle que se relaje, que el trabajo no es para tanto, pero Lucía se aísla cada vez más, incluso ha cortado con Juan, su novio desde hacía un par de años, por motivos que los padres desconocen.

Debido a sus largas jornadas de trabajo, Lucía siempre llegaba tarde y cenaba sola. Sus padres se percatan de que ya no cena, apenas come y sale sin desayunar todos los días. Su padre le echa la culpa de todo esto al trabajo, aunque la madre sospecha que es algo diferente. Echando la vista atrás recuerdan que, “sin llegar a obsesionarse”, Lucía siempre estaba preocupada por su peso, siempre pendiente de la imagen que proyectaba a  los demás, de cómo podía parecer más profesional y ser una trabajadora más eficiente.

Una noche que no podía dormir, la madre de Lucía se levantó a por un vaso de agua y fue entonces cuando escuchó a su hija vomitar en el baño. Ahora ya estaba segura, su hija tenía un problema con la alimentación.

Los trastornos de la conducta alimentaria se manifiestan de manera sinuosa, es decir, no resultan tan claros como cabe esperar, sino que van dando pequeñas señales que desembocan en este gigantesco monstruo. ¿Cómo acercarnos a una persona que sufre uno de estos trastornos?

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Es posible que no entendamos el origen de este trastorno o por qué una persona que aparentemente lo “tiene todo” empieza a hacerse daño de esta manera pero, si queremos que esta persona reciba ayuda, no podemos acercarnos a ella desde todas estas dudas.

El acercamiento tiene que ser desde la natural preocupación, pero no desde nuestro propio miedo: la persona seguramente ya esté lo suficientemente asustada. Entonces, ¿cómo hablar de esto? ¿“Veo que tienes un problema con la comida y tienes que solucionarlo”? Posiblemente por este camino consigamos que el protagonista niegue el problema y cierre completamente las compuertas de cualquier comunicación al respecto.

Así, debemos acercarnos desde la preocupación pero no desde la angustia, haciendo hincapié en los sentimientos que pueda haber detrás de ese comportamiento más que en el comportamiento en sí. Este tipo de conductas, aunque muy angustiosas para los seres queridos, son tan solo la punta del iceberg de un proceso interno que, por el momento, resulta desconocido. Será útil bucear dentro de este océano para ver lo que hay en lugar de intentar arrancar la planta de raíz.

Acompañado a las llamadas conductas purgativas o restrictivas de la comida coexisten sentimientos de tristeza, ansiedad, rabia e inseguridad que seguramente seamos capaces de captar si prestamos atención. Desde esta posición, más emocional que directiva, podremos devolver lo que vemos sin resultar agresivos y sin producir que la persona se cierre al diálogo. Por ejemplo: “Últimamente te noto un poco extraña, como triste o cabizbaja y me preguntaba si hay algo que te preocupe… A veces no sabemos manejar las preocupaciones y nos hacen daño”.

En este caso en ningún momento se hace mención alguna a la comida, sino que el foco está en nuestra verdadera preocupación, que es su estado emocional. Desde ese diálogo podremos hablar de más cosas más adelante y plantear incluso la posibilidad de iniciar un proceso terapéutico.

  

Discapacidad intelectual y física

Marta y Luis vivieron el embarazo de su primer hijo, Raúl, con total normalidad. Una vez Marta supo que estaba embarazada del que sería su segundo hijo, Marcos, no pudo sospechar lo que ocurriría. Durante el embarazo de Marcos todo se dio con aparente normalidad, las típicas molestias del embarazo, algo de peso de más, pero nada fuera de lo común. Sin embargo, el parto fue algo más problemático y fue entonces cuando los médicos se dieron cuenta de la parálisis que sufría Marcos. Con el paso del tiempo se percataron de que esto había afectado a su capacidad intelectual. Marta y Luis siempre fueron unos padres muy atentos y cariñosos con su hijo, solo deseaban lo mejor para él, se esforzaron en llevarle a los parques con otros niños de su edad para que pudiera integrarse mejor con su grupo de iguales y que tuviera una vida normal. Pese a todos sus esfuerzos, cumplidos ya 5 años, Marcos se iba distanciando de sus progenitores y ellos no sabían cómo conectar con él. Su nivel intelectual, emocional y conductual parecían no encontrarse y tan pronto tenía comportamientos más infantiles para su edad como explosiones de ira más propias de la adolescencia.

Resulta muy difícil entender a las personas que tenemos a nuestro alrededor, es complicado ponernos en la piel del otro, saber cómo piensa, siente y hace lo que hace, pero de alguna manera hablamos el mismo idioma. Con personas con discapacidades intelectuales este reto sube un nivel y en muchas ocasiones hablamos verdaderamente otro idioma, nos cuesta ponernos en su piel y conseguir entender lo que necesitan de nosotros. Con la discapacidad física ocurre parecido, ¿cuánto me necesita realmente esta persona?. Y, más importante, ¿para qué?

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Seguramente cuando Marta y Luis descubrieron las dificultades físicas y psíquicas que tenía su pequeño lo primero que sintieron fue un gran temor y preocupación por su hijo. Es posible que, dadas sus dificultades y como es esperable, le cuiden algo más de lo que cuidaron en su día a Raúl, el hijo mayor y con el que no hubo esta circunstancia. Ahora Marcos parece haberse estancado intelectual y conductualmente.

En el momento en el que nos aproximamos a un niño o niña que sufre algún tipo de discapacidad física o mental tenemos que tener muy en cuenta cuál es exactamente el grado de dicha discapacidad. ¿Para qué? Para no exigirle por encima de sus posibilidades e, igual o más importante, para no exigirle por debajo de ellas.

Es bastante habitual que, desde la preocupación y el amor, caigamos en conductas sobreprotectoras que impiden al pequeño desarrollar sus propias capacidades: la frustración y el proceso de aprendizaje van de la mano. Resulta imposible que un niño aprenda algo si le privamos de la posibilidad de equivocarse y de ir mejorando poco a poco, al ritmo que tenga. No podemos pedirles, en el caso de la discapacidad, que se adapten a nosotros, sino que nosotros debemos adaptarnos a ellos, ayudarles a comprender el mundo en el que se encuentran y cuáles son sus normas. Nuestro papel será entonces el de traductores del medio, es decir, nos adaptaremos a ellos para explicarles y que ellos puedan adaptarse al mundo.

Con la discapacidad física también ocurren algunas cosas a tener en cuenta. Por ejemplo, el hecho de que un niño no pueda mover un brazo no le incapacita para poder jugar o hacer ejercicio físico dentro de sus capacidades. Poner el foco en lo que sí puede hacer y no quedarnos en la carencia le transmitirá un mensaje positivo para el desarrollo de su autoestima. Igual pasaría con las responsabilidades: quizá en silla de ruedas haya muchas cosas que no puede hacer, pero habrá otras muchas que sí.

Estos son solo algunos ejemplos de tantos en los que te puedes ver implicado, en caso de necesitar una orientación más concreta no dudes en contactar con nosotros, los profesionales de la salud mental, estaremos encantados de poder darte orientación en estos momentos difíciles.  

 

 

 

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