‘Encantado, soy tu niño interior ¿me conoces?’

La historia de Peter Pan nos habla del niño que todos tenemos dentro. ¿Qué pensaríais si os dijera que esta leyenda no se aleja tanto de la realidad? Todos llevamos dentro el niño/a que algún día fuimos, con todas sus risas, con todas sus lágrimas.

Te presento a tu niño interior.

Algunas personas han tenido una infancia en la que han sentido protección y aceptación, recibían límites y normas, pero se sentían valoradas, cuidadas y queridas de forma incondicional. Desgraciadamente, las circunstancias de algunas familias pueden generar que algunos niños crezcan sintiéndose asustados, solos, desprotegidos, ignorados, juzgados o incomprendidos. Cuanto más ocurra esto, más dañado y herido estará su niño interior.

A medida que nos hacemos adultos vamos desarrollando capas protectoras, que actúan como tiritas y tapan sus heridas emocionales (y las tuyas). Sin embargo, esta armadura también aísla a ese niño interior. De forma inconsciente guardamos a ese niño/a bajo llave, como aquél que guarda un trasto viejo en el desván y se olvida de él.

Nosotros como adultos, tenemos una serie de botones que conducen directamente a esas heridas. Las situaciones de la vida cotidiana pueden generar momentos de estrés emocional, esto hace que los botones se enciendan y activen las heridas de nuestro corazón. Las tiritas se caen, la Caja de Pandora se abre y destapa todos nuestros dolores.

El estrés emocional despierta nuestro niño interior. Se desbloquea la puerta del desván y deja que este pequeño salga al exterior.

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¿Pero qué ocurre cuando este niño interior está herido? El adulto reacciona «como un niño», o mejor dicho, reacciona en el presente como el niño que sufría en el pasado. Lo hace lo mejor que puede para sobrevivir a la situación, para calmar el dolor, aún cuando su respuesta pueda estar fuera de lugar o no llegar a comprenderse en el mundo de los adultos.

Crecer por fuera no siempre significa crecer por dentro. Por eso, es importante aceptar a ese niño/a interior y acogerle entre tus brazos: para que en las situaciones de crisis reaccione sabiendo que, haga lo que haga, no vas a juzgarle o abandonarle, y pueda actuar de forma tranquila, sin angustia o ansiedad.

Pedimos a los demás se encarguen de esta parte dañada, porque pensamos que nuestro yo adulto no es capaz de hacerse cargo. Pero imagina a una madre o padre en medio de una calle, gritando con desesperación que alguien cuide a su hija, mientras esa cría llora desamparada. Esa niña seguirá llorando pensando que no le importa a la persona más importante de su vida (-tú-).

Por eso pide a gritos que le mires, que le atiendas, que le protejas y le ayudes. Ofrécele apoyo y cariño, ayúdale a calmarse para que juntos podáis aprender a reaccionar de otra manera cuando algo os lastima u os hace daño, cuando algo reactive el dolor pasado.

Muéstrale que vas a permanecer a su lado y quererle incondicionalmente, como nunca le quisieron antes. Porque te necesita, porque os necesitáis. Porque sois parte de lo mismo y, si uno llora, el otro también.

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